Authors: Noah Gordon
De modo que esa tarde recorrieron el Camino Largo y se sentaron a la mesa de los Geiger. Rachel le enseñó a Sarah una capa nueva para el otoño, de lana verde clara.
—¡Hecha con lana de los Cole!
Lillian la había tejido para su hija, porque había concluido el año de luto, y todos la elogiaron por haber confeccionado una prenda tan bonita.
Rachel comentó que se la pondría el siguiente lunes, cuando viajara a Chicago.
—¿Estarás fuera mucho tiempo? -le preguntó Sarah, y Rachel le respondió que no, que sólo se ausentaría unos días.
—Negocios -apuntó Lillian en un tono que reflejaba su desaprobación.
Cuando Sarah comentó apresuradamente lo intenso que era el aroma del té inglés, Lillian suspiró y dijo que era una suerte tenerlo -En todo el Sur casi no queda café, y no hay té decente. Jay dice que tanto uno como otro se venden en Virginia a cincuenta dólares la libra.
—¿Entonces has vuelto a tener noticias de él? -le preguntó Sarah.
Lillian asintió.
—Dice que está bien, gracias a Dios.
Hattie sonrió cuando su madre llevó a la mesa el pan, aún caliente.
—¡Lo hicimos nosotros! -anunció-. ¡Mamá puso las cosas y las mezcló, y mi y Joshua pusimos las avellanas!
—Joshua y yo -la corrigió la abuela.
—Bubbie, ¡tú ni siquiera estabas en la cocina!
—Estas avellanas son deliciosas -le dijo Sarah a la pequeña.
—Las recogió mí y Hattie -declaró Joshua, orgulloso.
—Las recogimos Hattie y yo-insistió su abuela.
—No, Bubbie, tú no estabas; fue en el Camino Largo, y mi y Hattie recogimos las avellanas mientras mamá y Chamán estaban sentados en la manta, cogidos de la mano.
Hubo un momento de silencio.
—Chamán ha tenido algunas dificultades con su pronunciación -explicó Rachel-. Necesita un poco de práctica, simplemente. Y yo lo estoy ayudando, como hacia antes. Nos encontramos en el sendero del bosque, para que los chicos pudieran jugar cerca, pero ahora vendrá a casa y haremos los ejercicios en el piano.
Sarah asintió.
—A Robert le iría muy bien ejercitar la pronunciación.
Lillian también asintió, pero con rigidez.
—Si, qué suerte que estés en casa, Rachel -comentó, y cogió la taza de Chamán y le sirvió más té inglés.
Al día siguiente, aunque no había acordado ninguna cita con Rachel, cuando concluyó las visitas domiciliarias recorrió el Camino Largo y la encontró caminando en dirección opuesta.
—¿Dónde están mis amigos?
—Estuvieron ayudando a hacer la limpieza general de la casa, y se perdieron la siesta, así que ahora están durmiendo un poco.
Chamán dio media vuelta y caminó a su lado. Los árboles estaban llenos de pájaros, y en un árbol cercano vio un cardenal que emitía un canto Imperioso y mudo.
—He estado discutiendo con mi madre. Quiere que vayamos a Peoria a celebrar las fiestas, pero me niego a ser exhibida delante de todos los solteros y viudos deseables. Así que pasaremos las fiestas en casa.
—Fantástico -dijo él serenamente, y ella sonrió.
Le contó que también había discutido con su madre porque el primo de Joe Regensberg se iba a casar con otra mujer, y le había hecho una oferta para comprarle la Compañía de Quincalla Regensberg ya que no podía hacerse con ella mediante el matrimonio. Por eso iba a viajar a Chicago, le confió, para vender la compañía.
—Tu madre se serenará. Te adora.
—Ya lo sé. ¿Te apetece hacer unos ejercicios?
—¿Por qué no? -dijo, extendiendo la mano.
Esta vez percibió el temblor en la mano de Rachel. Quizás el esfuerzo de la limpieza general la había agotado, o tal vez la discusión. Pero confió en que fuera algo más, y reconoció la corriente que circulaba entre los dedos de ambos, y su mano se movió involuntariamente en la de ella.
Se concentraron en el dominio respiratorio necesario para pronunciar las pequeñas explosiones de la letra P, y él repetía seriamente una frase sin sentido sobre un perro perfecto que persigue a una perturbada perdiz, pero ella sacudió la cabeza.
—No. Verás cómo lo hago yo -le dijo, y puso la mano de él en su cuello.
Pero lo único que notó en sus dedos fue el calor de la piel de Rachel.
No lo había planeado; y si lo hubiera pensado, no lo habría hecho.
Deslizó la mano hacia arriba para cogerle suavemente la cara y se inclinó hacia ella. El beso fue infinitamente suave, el beso soñado y anhelado del chico de quince años a la chica de la que estaba locamente enamorado. Pero enseguida fueron un hombre y una mujer que se besaban, y la avidez mutua fue tan sorprendente para él, tan contradictoria con el decidido control de la amistad eterna que ella le había ofrecido, que tuvo miedo de creerlo.
—Rachel -dijo él cuando se separaron.
—No. Oh, Dios.
Pero cuando volvieron a acercarse, ella le besó la cara una y otra vez, y sus besos parecían una cálida lluvia. El le besó los ojos, pasó por alto el centro de sus labios y le besó las comisuras, y la nariz. Sintió el cuerpo de ella que se tensaba contra el suyo.
Rachel luchaba con su propia conmoción. Colocó una mano temblorosa en la mejilla de Chamán, y él movió la cabeza hasta apretar los labios contra su palma.
Vio que ella pronunciaba palabras que él conocía hacia mucho tiempo, las mismas que Dorothy Burnham había empleado para indicar que la clase había terminado.
—Creo que esto es todo por hoy -dijo Rachel sin aliento.
Se apartó de él, y Chamán se quedó quieto, viéndola alejarse a toda prisa hasta que desapareció en la curva del Camino Largo.
Esa noche empezó a leer el último fragmento del diario de su padre, observando con temor e infinita tristeza cómo se extinguía la existencia de Robert Judson Cole, y se enteró de los detalles de la terrible batalla librada en el Tappahannock tal como su padre la había registrado con su letra grande y clara.
Cuando Chamán supo que Rob J. había descubierto a Lanning Ordway, se quedó un rato sentado, sin leer. Le resultaba difícil aceptar que después de haberlo intentado durante tantos años, su padre hubiera establecido contacto con uno de los hombres que habían causado la muerte de Makwa.
Estuvo levantado toda la noche, encorvado sobre el diario para aprovechar la luz de la lámpara y continuar la lectura.
Volvió a leer varias veces la carta de Ordway a Goodnow.
Poco antes de que amaneciera llegó al final del diario, y al final de la vida de su padre.
Se tendió en la cama completamente vestido y permaneció así durante una hora solitaria. Cuando calculó que su madre ya estaba en la cocina, bajó hasta el establo y le pidió a Alden que entrara en la casa.
Les mostró a ambos la carta de Ordway y les dijo cómo la había encontrado.
—¿En su diario? ¿Has leído su diario? -le preguntó su madre.
—Si. ¿Te gustaría leerlo?
Ella sacudió la cabeza.
—No necesito hacerlo, yo era su esposa. Lo conocía.
Los dos vieron que Alden tenía resaca y que parecía no encontrarse bien, y Sarah sirvió café para los tres.
—No sé qué hacer con respecto a la carta.
Chamán esperó a que ambos la leyeran.
—Bueno, ¿y tú qué puedes hacer? -dijo Alden irritado. Chamán se dio cuenta de que el jornalero estaba envejeciendo muy rápidamente.
O bebía más que antes o le resultaba más difícil asimilar el whisky. El temblor de la mano le hizo derramar el azúcar mientras se lo servia en la taza-. Tu padre hizo todo lo posible para conseguir que la justicia actuara en el caso de esa mujer sauk. ¿Crees que ahora van a mostrarse más interesados porque tienes el nombre de alguien en la carta de un hombre muerto?
—Robert, ¿cuándo va a terminar esto? -preguntó su madre amargamente-. Los huesos de esa mujer han estado enterrados en nuestras tierras durante todos estos años, y vosotros dos, tu padre primero y ahora tú, no habéis sido capaces de dejar que descanse en paz, y nosotros tampoco. ¿no puedes romper esa carta y olvidar esos antiguos sufrimientos, y dejar que los muertos descansen en paz?
—No quiero faltar al respeto, señora Cole. Pero este hombre no está más dispuesto que su padre a escuchar palabras sensatas sobre esos indios. -Sopló el café, lo sostuvo delante de su cara con ambas manos y dio un trago que debió de quemarle la boca-. No, él seguirá preocupándose hasta el día de su muerte, como un perro que se asfixia con un hueso, tal como hizo su padre. -Miró a Chamán-. Si mi consejo significa algo para ti, cosa que dudo, deberías ir a Chicago en cuanto puedas y buscar a ese tal Goodnow, y averiguar si él puede decirte algo. De lo contrario, vas a quedar hecho una ruina, y nosotros contigo.
La madre Miriam Ferocia no estaba de acuerdo. Esa tarde, cuando Chamán cabalgó hasta el convento y le mostró la carta, ella asintió.
—Tu padre me habló de David Goodnow -dijo sin inmutarse.
—Si el reverendo Goodnow fuera realmente el reverendo Patterson, debería ser responsabilizado de la muerte de Makwa.
La madre Miriam suspiró.
—Chamán, tú eres médico, no policía. ¿No puedes dejar que sea Dios quien juzgue a este hombre? Aquí te necesitamos como médico. -Se inclinó hacia delante y lo miró fijamente-. Tengo noticias importantísimas. Nuestro obispo nos ha comunicado que nos enviará los fondos necesarios para levantar un hospital aquí.
—¡Es una noticia maravillosa, reverenda madre!
—Sí, maravillosa.
Chamán notó que la sonrisa hacia que su rostro pareciera más luminoso. Recordó que por el diario de Rob J. se había enterado de que ella había recibido una herencia después de la muerte de su padre, y que la había entregado a la Iglesia; se preguntó si era su propia herencia lo que el obispo le enviaría, o una parte de la misma. Pero la dicha de ella no habría tolerado el cinismo.
—La gente de esta zona tendrá un hospital -dijo, radiante-. Las monjas enfermeras de este convento cuidarán a los enfermos en el Hospital de San Francisco de Asís.
—Y yo tendré un hospital en el que ingresar a mis pacientes.
—En realidad esperamos que tengas más que eso. Las hermanas están de acuerdo. Queremos que seas el médico director del hospital.
Chamán guardó silencio durante un instante.
—Me honra, reverenda madre -dijo finalmente-. Pero yo creo que sería preferible que el director fuera un médico que tuviera más experiencia, alguien mayor. Y usted ya sabe que yo no soy católico.
—Una vez, cuando me atreví a soñar algo como esto, abrigué la esperanza de que tu padre fuera nuestro director. Dios nos envió a tu padre para que fuera nuestro amigo y nuestro médico, pero tu padre ya no está. Y ahora Dios te envía a ti. Tú tienes la preparación y la capacidad necesarias, y ya posees una buena experiencia. Eres el médico de Holden's Crossing, y debes dirigir su hospital.
La monja sonrió.
—En cuanto a que no eres mayor, creemos que eres el joven más viejo que jamás hemos conocido. El hospital será pequeño sólo contará con veinticinco camas, y todos creceremos con él.
Me tomaré la libertad de darte algunos consejos. No te niegues a considerar que eres valioso, porque los demás pensamos que lo eres.
Tampoco vaciles en aspirar a cualquier objetivo, porque Dios ha sido generoso contigo.
Chamán se sintió incómodo, pero sonrió con la tranquilidad de un médico al que acaban de prometerle que tendrá un hospital.
—Siempre es un placer creer en usted, reverenda madre -le aseguró.
Chicago
Chamán sólo confió a su madre la conversación que había mantenido con la priora, y Sarah lo sorprendió con la intensidad de su orgullo.
—Qué fantástico será tener aquí un hospital, y que tú lo dirijas. ¡Qué feliz se habría sentido tu padre!
El le advirtió que la arquidiócesis católica no entregaría los fondos para la construcción hasta que estuvieran hechos y aprobados los planos del hospital.
—Mientras tanto, Miriam Ferocia me ha pedido que visite varios hospitales y que estudie los distintos departamentos -le informó.
El enseguida supo a dónde iría, y qué tren cogería.
El lunes cabalgó hasta Moline y dispuso lo necesario para dejar a Boss en un establo durante unos días. El tren para Chicago paraba en Moline a las tres y veinte de la tarde, sólo el tiempo suficiente para cargar las mercancías despachadas por la fábrica de arados John Deere, y a las dos y cuarenta y cinco Chamán ya esperaba en el andén de madera.
Subió al tren en el último vagón y empezó a caminar hacia delante.
Sabía que Rachel lo había cogido en Rock Island sólo unos minutos antes, y la encontró tres vagones más abajo, sola. Se había preparado para saludarla en tono despreocupado y hacer alguna broma sobre lo “casual” del encuentro, pero cuando Rachel lo vio se puso pálida.
—Chamán…, ¿sucede algo con los niños?
—No, no, en absoluto. Voy a Chicago por asuntos personales -respondió, molesto consigo mismo por no haberse dado cuenta de que éste sería el resultado de su sorpresa-. ¿Puedo sentarme contigo?
—Por supuesto.
Pero cuando colocó su maleta junto a la de ella en el estante y ocupó el asiento del pasillo, se sintieron violentos.
—Chamán, con respecto a lo que ocurrió el otro día en el sendero del bosque…
—Me gustó mucho -dijo él en tono firme.
—No puedo permitir que te formes una idea equivocada.
“Otra vez”, pensó él desesperado.
—Creí que a ti también te había gustado mucho -comentó, y ella se puso roja.
—Esa no es la cuestión. No debemos entregarnos al tipo de… gustos que sólo sirven para hacer que la realidad sea más cruel.
—¿Cuál es la realidad?
—Soy una judía viuda con dos hijos.
—¿Y qué?
—He jurado que nunca más permitiré que mis padres me elijan un marido, pero eso no significa que no vaya a ser sensata cuando haga mi elección.
Le dolió. Pero esta vez no se dejaría amedrentar por las cosas que no se decían.
—Te he amado durante la mayor parte de mi vida. Jamás he conocido a ninguna mujer cuyo aspecto e inteligencia me parecieran más hermosos. En ti hay una bondad que yo necesito.
—Chamán. Por favor.
Se volvió y se puso a mirar por la ventanilla, pero él continuó.
—Me has hecho prometer que nunca me resignaré ni me mostraré pasivo ante la vida. Y no me resignaré a perderte otra vez. Quiero casarme contigo y ser el padre de Hattie y Joshua.