Authors: Noah Gordon
—Fue una gripe muy fuerte, pero se ha curado -le dijo a su esposo.
Si esta vez Snow hubiera querido pagarle, él habría aceptado el dinero, pero en lugar de pagarle el granjero le entregó un par de gansos que había matado, vaciado, desplumado y manido especialmente para Chamán.
—Tengo una hernia desde hace tiempo y me molesta -le informó Snow.
—Bien, déjeme echar un vistazo.
—No querría empezar ahora, que viene la siega del heno.
—¿Cuándo habrá terminado? ¿Dentro de un mes y medio?
—más o menos.
—Venga a verme entonces, al dispensario.
—¿Qué? ¿Aún estarás aquí?
—Si -le respondió con una amplia sonrisa, y así fue como decidió que se quedaría para siempre: serenamente y sin angustias, sin saber si quiera que había tomado la decisión.
Le dio a su madre los gansos y le sugirió que invitara a Lillian y a sus hijos a comer. Pero Sarah dijo que no era el momento adecuado para que Lillian fuera a comer, y que pensaba que sería mejor que se comieran las aves ellos solos, simplemente ellos dos y los dos jornaleros.
Esa noche Chamán escribió dos cartas: una a Barney McGowan y otra a Lester Berwyn, expresándoles su agradecimiento por todo lo que habían hecho por él en la facultad de medicina y en el hospital, y explicandoles que renunciaba a su cargo en el hospital para poder hacerse cargo de los pacientes de su padre en Holden's Crossing. Le escribió a Tobías Barr a Rock Island, dándole las gracias por haber dedicado los miércoles a Holden's Crossing. Añadió que a partir de ese momento estaría constantemente en Holden's Crossing, y le pidió al doctor Barr que apoyara su solicitud de ingreso en la Asociación de Médicos del Distrito de Rock Island.
Le comunicó su decisión a su madre en cuanto terminó de escribir las cartas, y vio la alegría y el alivio de ella al saber que no iba a estar sola. Se acercó a él rápidamente y lo besó en la mejilla.
—Se lo diré a las mujeres de la iglesia -le aseguró, y Chamán sonrió, porque sabía que no había necesidad de hacer ningún otro tipo de anuncio.
Se sentaron, hablaron e hicieron planes. El usaría el dispensario y el cobertizo del granero, como había hecho su padre, dedicando las mañanas al dispensario y las tardes a las visitas domiciliarias. Mantendría los honorarios que su padre había establecido, pues aunque no eran elevados siempre les habían permitido vivir cómodamente.
Había pensado en los problemas de la granja, y Sarah escuchó mientras él le comentaba sus ideas, y luego asintió mostrando su total acuerdo.
A la mañana siguiente, Chamán se sentó en la cabaña de Alden y bebió un café espantoso mientras le explicaba lo que habían decidido hacer para reducir el rebaño.
Alden escuchó con atención, sin apartar los ojos de Chamán mientras chupaba y volvía a encender la pipa.
—Supongo que sabes lo que estás diciendo, ¿no? ¿Sabes que el precio de la lana va a mantenerse por las nubes mientras dure la guerra, y que un rebaño reducido os dará menos beneficios que los que obtenéis ahora?
Chamán asintió.
—Mi madre y yo pensamos que la otra alternativa es tener un negocio más grande que exige más trabajadores y más administración, y ninguno de los dos quiere eso. Mi profesión es la medicina, no la cría de corderos. Pero tampoco nos gustaría que la granja de los Cole se quedara sin corderos. Así que querríamos examinar bien el rebaño y separar los mejores productores de lana y conservar esos ejemplares y criar los. Escogeremos el rebaño todos los años para producir lana cada vez mejor, y así mantendremos buenos precios. Sólo tendremos el número de corderos que tú y Doug Penfield estéis en condiciones de cuidar.
Alden estaba radiante.
—Bueno, eso me parece una decisión maravillosa -afirmó, y volvió a llenar la jarra de Chamán con el espantoso café.
A veces para Chamán era muy duro leer el diario de su padre, demasiado doloroso internarse en su cerebro y en sus emociones. En algunas ocasiones lo dejaba de lado durante toda una semana, pero siempre volvía a cogerlo, necesitaba leer las siguientes páginas porque sabía que serían su último contacto con su padre. Cuando terminara de leer el diario, no tendría más información sobre Rob J. Cole, sólo recuerdos.
Fue un mes de junio lluvioso y un verano raro; todo llegó de forma prematura, las cosechas y las frutas, las plantas de los bosques. Estalló la población de conejos y liebres; los animales estaban en todas partes, mordisqueaban la hierba que crecía junto a la casa y se comían las lechugas y las flores del jardín de Sarah Cole. Las lluvias hicieron difícil segar el heno, y campos enteros de forraje se pudrían en la tierra, sin poder secarse, lo que produjo una abundante población de insectos que picaban a Chamán cuando salía a hacer sus visitas. A pesar de eso, le parecía maravilloso ser el médico de Holden's Crossing. Había disfrutado ejerciendo la medicina en el hospital de Cincinnati; cuando necesitaba ayuda o palabras tranquilizadoras de un médico mayor, todo el personal lo apoyaba y se ponía a su disposición. Aquí estaba solo y no tenía idea de lo que encontraría al día siguiente. Esa era la esencia de la práctica de la medicina, y a él le apasionaba.
Tobías Barr le comunicó que la Asociación de Médicos del Distrito se había disuelto porque la mayor parte de sus miembros habían ido a la guerra. Sugirió que mientras tanto se reunieran una noche al mes con Julius Barton para cenar y hablar de temas profesionales, y celebraron la primera reunión con verdadero placer; el principal tema de conversación fue el sarampión, que había estallado en Rock Island pero no en Holden's Crossing. Coincidieron en que era necesario recalcar a los pacientes jóvenes y viejos que no debían rascar ni romper las pústulas, por muy irritantes que resultaran, y que el tratamiento debía incluir ungüentos suavizantes, bebidas refrescantes y polvos de Seidlitz. Los otros dos médicos se mostraron interesados cuando Chamán les comentó que en el hospital de Cincinnati el tratamiento incluía gárgaras de alumbre en los casos en que había complicaciones respiratorias.
A la hora de los postres, la conversación derivó hacia la política. El doctor Barr era uno de los muchos republicanos que pensaba que el enfoque de Lincoln con respecto al Sur era demasiado blando. El apoyaba el Proyecto de Ley de Reconstrucción Wade-Davis, que reclamaba severas medidas de castigo contra el Sur cuando concluyera la guerra, y que la Cámara de Representantes había aprobado a pesar de las objeciones de Lincoln. Animados por Horace Greeley, los republicanos disidentes se habían reunido en Cleveland y habían acordado nombrar su propio candidato presidencial, el general John Charles Fremont.
—¿Cree usted que el general tiene posibilidades de derrotar a Lincoln?-preguntó Chamán.
El doctor Barr sacudió la cabeza con expresión pesimista.
—Si aún hay guerra, no. No hay nada mejor que una guerra para que un presidente resulte reelegido -sentenció.
En julio cesaron por fin las lluvias, pero el sol parecía de bronce. La pradera empezó a despedir vapor, quedó abrasada y adquirió un color pardo. Finalmente el sarampión llegó a Holden's Crossing, y Chamán tuvo que levantarse varias veces de la cama para atender a las víctimas de la epidemia, aunque ésta no fue tan virulenta como la de Rock Island. Su madre le contó que el sarampión había atacado Holden's Crossing el año anterior, y que había matado a unas cuantas personas, entre ellas algunos niños. Chamán pensó que tal vez un ataque virulento de la enfermedad servía para producir una inmunidad parcial en los años siguientes. Se le ocurrió escribirle al doctor Harold Meigs, su antiguo profesor de medicina en Cincinnati, y preguntarle si la teoría podía tener algún valor.
Una serena y bochornosa noche que concluyó con una tormenta, Chamán se fue a dormir sintiendo de vez en cuando las vibraciones de algún trueno de proporciones gigantescas, y abriendo los ojos cada vez que la habitación quedaba transformada por la iluminación del relámpago. Finalmente el cansancio pudo más que las perturbaciones naturales, y se durmió tan profundamente que cuando su madre le tocó el hombro tardó algunos segundos en darse cuenta de lo que ocurría.
Sarah sostenía la lámpara junto a su cara para que él pudiera leer el movimiento de sus labios.
—Tienes que levantarte.
—¿Alguien con sarampión? -preguntó; ya estaba terminando de vestirse.
—No. Lionel Geiger ha venido a buscarte.
Cuando su madre terminó la frase, ya se había puesto los zapatos y había salido.
—¿Qué ocurre, Lionel?
—El hijo de mi hermana. Se está asfixiando. Intenta respirar, pero hace un ruido horrible, como una bomba que no logra hacer subir el agua.
Le habría llevado demasiado tiempo correr por el Camino Largo que atravesaba el bosque, demasiado tiempo enganchar la calesa o en sillar uno de sus caballos.
—Cogeré tu caballo -le dijo a Lionel, e hizo galopar al animal por el sendero de su casa, después lo condujo a lo largo de ochocientos metros y finalmente por el sendero de los Geiger, mientras cogía con fuerza el maletín para no perderlo.
Lillian Geiger lo esperaba en la puerta de entrada.
—Por aquí.
Rachel. Sentada en la cama de su antigua habitación, con una criatura en el regazo. El pequeño estaba azul. Aunque débil, seguía intentando respirar.
—Haz algo. Se va a morir.
aaa De hecho, Chamán creía que el niño estaba al borde de la muerte.
Le abrió la boca y le metió dos dedos en la garganta. La parte posterior de la boca del pequeño y la abertura de la laringe estaban cubiertas por una desagradable membrana mucosa, una membrana mortal, gruesa y gris. Chamán la arrancó con los dedos.
El niño empezó a respirar inmediatamente, al tiempo que se estremecía. Su madre lo abrazó y se echó a llorar.
—Oh, Dios. Joshua, ¿estás bien?
A esas horas de la noche su olor corporal era intenso y estaba despeinada.
Pero por increíble que pareciera era Rachel. Una Rachel mayor, más mujer. Que sólo tenía ojos para su hijo.
El pequeño ya tenía mejor aspecto, estaba menos azul, y a medida que el oxígeno llegaba a sus pulmones recuperaba el color normal.
Chamán colocó la mano en el pecho del niño y la dejó unos instantes para sentir la fuerza de los latidos del corazón; luego le tomó el pulso y durante unos instantes sujetó la pequeña mano entre las suyas. Joshua había empezado a toser.
Lillian entró en la habitación, y Chamán se dirigió a ella.
—¿Cómo suena la tos?
—Cavernosa, como… como un ladrido.
—¿Jadeante?
—Si, cuando termina de toser es casi como un silbido.
Chamán asintió.
—Tiene un crup catarral. Debéis hervir agua y darle baños calientes durante el resto de la noche para relajar los músculos respiratorios del pecho. Y tiene que respirar vapor. -Cogió de su bolsa una de las medicinas de Makwa, una mezcla de raíces contra el veneno de las serpientes, y caléndula-. Prepara una infusión con esto y dáselo a beber endulzado, lo más caliente posible. Le mantendrá la laringe abierta y le ayudará a aliviar la tos.
—Gracias, Chamán -le dijo Lillian apretándole la mano.
Rachel parecía no haberlo visto. Sus ojos inyectados de sangre parecían los de una loca. Tenía la bata manchada con los mocos del niño.
Mientras él salía de la casa, su madre y Lionel se acercaban caminando por el Camino Largo, Lionel con una lámpara que atraía un verdadero enjambre de mosquitos y mariposas. Lionel movía los labios, y Chamán pudo descifrar lo que estaba preguntando.
—Pienso que se pondrá bien -dijo-. Apaga la lámpara y asegúrate de que los bichos desaparecen antes de que entres en la casa.
Subió solo por el Camino Largo, un camino que había recorrido tantas veces que podía hacerlo a oscuras. De vez en cuando resplandecían los últimos relámpagos, y los árboles oscuros de los lados del camino saltaban ante sus ojos con la claridad.
Cuando llegó a su dormitorio, se desvistió como un sonámbulo. Pero cuando se metió en la cama, no pudo dormir. Entumecido y perplejo, miró fijamente el techo oscuro, las paredes negras, y mirara donde mirase siempre veía el mismo rostro.
Una discusión sincera
A la mañana siguiente, cuando fue a casa de los Geiger, ella le abrió la puerta; llevaba una bata azul que parecía nueva. Su pelo estaba bien peinado. El olió su suave fragancia mientras ella le cogía las manos.
—Hola, Rachel.
—Gracias, Chamán.
Sus ojos no habían cambiado, eran tan hermosos y profundos como siempre, pero él notó que aún estaban abrumados por la fatiga.
—¿Cómo está mi paciente?
—Parece que está mejor. La tos no es tan alarmante como ayer.
Rachel lo condujo escalera arriba. Lillian estaba sentada junto a la cama de su nieto, con un lápiz y algunas hojas de papel de estraza, dibujando figuras y contándole cuentos para entretenerlo. El paciente, al que Chamán sólo había visto la noche anterior como un ser humano enfermo, era un niñito de ojos oscuros, pelo castaño y pecas que se destacaban en su rostro pálido. Debía de tener unos dos años. Al pie de su cama había una niña varios años mayor, notablemente parecida a su pequeño hermano.
—Estos son mis hijos -declaró Rachel-. Joshua y Hattie Regensberg.
Y éste es el doctor Cole.
—Encantado -los saludó Chamán.
—Cantado.
El niño lo miró con expresión cautelosa.
—Encantada -respondió Hattie Regensberg-. Mamá dice que no nos oyes, y que debemos mirarte cuando te hablemos, y pronunciar las palabras con claridad.
—Sí, así es.
—¿Y por qué no nos oyes?
—Soy sordo porque cuando era pequeño estuve enfermo -dijo Chamán con toda naturalidad.
—¿Y Joshua se va a quedar sordo?
—No, estoy seguro de que Joshua no se va a quedar sordo.
Instantes después estuvo en condiciones de asegurarles que Joshua se encontraba mucho mejor. Los baños y el vapor le habían bajado la fiebre; su pulso era fuerte y firme, y cuando él le colocó el estetoscopio y le indicó a Rachel que escuchara, ella no oyó estertores. Chamán le puso los auriculares a Joshua y lo dejó escuchar sus propios latidos, y luego le tocó el turno a Hattie, que colocó el estetoscopio en la barriga de su hermano y anunció que lo único que oia eran "burbujas".
—Eso es porque tiene hambre -explicó Chamán, y le dijo a Rachel que durante uno o dos días el niño siguiera una dieta ligera pero nutritiva.