¡Chúpate Esa! (28 page)

Read ¡Chúpate Esa! Online

Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

BOOK: ¡Chúpate Esa!
12.54Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Callaos de una puta vez, cantamañanas. Me hacíais daño a mí. Estoy herida. Miradme.

Ellos no la miraron. Estaban renegridos de cintura para arriba, por delante, al menos. Sus camisas colgaban, hechas jirones y achicharradas. El vestido de lino que llevaba Blue se había carbonizado casi por completo. Solo le quedaban las bragas y un sujetador muy chamuscado. Tenía todavía la cara un poco torcida por el lado por el que Elijah la había golpeado contra el capó del coche.

—Esto no es culpa nuestra, Blue —dijo Drew.

Ella le dio media docena de golpes en la cabeza, arrancándole la mayor parte de las orejas quemadas y los mechones carbonizados que quedaban de su pelo. De paso se rompió la punta del dedo meñique, después de lo cual se recostó en el asiento y se puso a gemir como un perro apaleado.

—Necesitamos sangre para curarnos —dijo—. Montones de sangre.

—Lo sé —contestó Jeff. El pívot abrasado iba al volante—. Yo me encargo de eso.

—Acabas de pasar a cinco adolescentes estupendos —dijo Blue—. ¿Dónde coño vas?

—A un sitio en el que los donantes puedan aguantar lo que les hagamos —dijo Jeff.

—Pues estamos arruinados hasta que recuperéis mi dinero, así que más vale que tus donantes tengan algo de calderilla.

—No podemos entrar en un bar del distrito financiero —dijo Drew—. Por lo menos con esta pinta.

—Como si os dejaran pasar cuando os ponéis de tiros largos. —Blue había descubierto que estar quemada la sacaba de quicio más de lo normal. Había intentando tomarse un Valium que había dejado el tío del Mercedes; por su parte, Drew y los demás se habían tragado varios puñados de calmantes. Pero sus organismos vampíricos habían rechazado las pastillas con extrema violencia.

—Ya estamos aquí —dijo Jeff mientras entraba con el Mercedes en un amplio aparcamiento público.

—No me jodas —dijo Blue—. ¿El zoo?

Tommy esperó media hora antes de llamar al móvil de Jody, pero falló la conexión y saltó el buzón de voz. Llamó tres veces más durante la media hora siguiente, jugó dos partidas de Tiro a la Monja Xtreme en la Xbox de Jared, llamó al móvil de Abby, pero le salió el buzón de voz y a continuación hizo su primer intento serio de convertirse en niebla. Jody le había dicho que era una cosa mental, que solo había que verse como niebla y obligarse a evaporarse, «como flexionar un músculo», había dicho ella.

—En cuanto lo haces una vez, sabes lo que se siente y puedes volver a hacerlo. Es como ponerse de pie sobre unos esquís acuáticos.

No era solo que así podía salir del sótano sin que lo vieran, era lo que Jody había dicho sobre estar en estado gaseoso: que el tiempo parecía deslizarse suavemente, como cuando estabas en un sueño. Era la única razón, decía ella, por la que no le había dado una paliza por haberla recubierto de bronce. No se estaba tan mal siendo niebla. Tal vez, si se evaporaba, podría pasar el tiempo sin volverse loco de preocupación.

A pesar de lo mucho que flexionó la mente, lo único que le salió fue un bocinazo flatulento que le hizo lanzarse de cabeza hacia la puerta y ventilar la habitación moviendo la puerta de un lado a otro. Era verdaderamente una cosa muerta y hedionda: más hedionda de lo que nunca hubiera imaginado. Miró para comprobar si se estaba cayendo la pintura de las paredes.

Se acabó. Él no era un crío escondiéndose en el sótano de un amigo, era (¿cómo lo llamaba Abby?) uno de los ungidos, un príncipe de la noche. Iba a salir de allí pasando por delante de la familia y, si tenía que cargárselos a todos, lo haría. Así aprendería Jody a no dejarlo solo y a no apagar el teléfono. ¿Cómo te sientes ahora, pelirroja?¿Eh?¿Una familia masacrada y descuartizada? ¿Eh?¿Te alegras ahora de haberte ahorrado tus minutos de llamadas libres?

Subió con decisión las escaleras y entró en el cuarto de estar de los padres de Jared.

—Hola —dijo el padre de Jared.

Tommy se esperaba una especie de monstruo, por lo que había oído contar a Jared. Pero lo que vio se parecía más a un contable. Tenía unos cuarenta y cinco años, estaba en buena forma y sostenía sobre el regazo a una niña pequeña que estaba coloreando un dibujo de un pony. Otra niña, que parecía más o menos de la misma edad, estaba coloreando en el suelo, a sus pies.

—Hola —dijo Tommy.

—Tú debes de ser el vampiro Flood —dijo el padre de Jared con una sonrisita sagaz.

—Eh. Bueno, sí, más o menos. —Se le notaba. Ya no podía ocultarse entre los humanos. Debía de ser porque hacía mucho tiempo que no comía.

—El traje es un poco soso, ¿no crees? —dijo el padre de Jared.

—Soso —repitió la niñita sin levantar la mirada de su pony.

—¿Eh? —preguntó Tommy.

—Para un vampiro. ¿Vaqueros, zapatillas y camisa de franela? Tommy se miró la ropa.

—Vaqueros negros —puntualizó. ¿No debería aquel tipo encogerse de miedo y suplicarle que no metiera a su hijita en un saco y se la llevara a sus novias las vampiresas?

—Vale, supongo que los tiempos cambian. Sabes que Jared y su novia se han ido al Tully, a la calle Market, a buscar a Abby, ¿no?

—¿Jody, su novia?

—Claro —dijo el padre—. Una chica muy mona. No tiene tantos pirsins como yo esperaba, pero nos alegramos de que sea una chica.

Una mujer rubia y atractiva de veintitantos años entró en la habitación llevando una bandeja con zanahoria y apio cortados en tiritas.

—Ah, hola —dijo, y lanzó a Tommy una sonrisa deslumbrante—. Tú debes de ser el vampiro Flood. Hola, soy Emily. ¿Quieres unas crudités? Puedes quedarte a cenar, si quieres. Vamos a comer macarrones con queso, esta noche les tocaba elegir a las niñas.

Debería beberme su sangre y meter a sus bijas en un saco, pensó Tommy. Pero sus modales del Medio Oeste se impusieron sobre su feroz naturaleza de depredador y dijo:

—Muchas gracias, Emily, pero de verdad tengo que irme si quiero alcanzar a Jared y Jody.

—Bueno, como quieras —dijo la mujer—. Niñas, decid adiós al vampiro Flood.

—¡Adiós, vampiro Flood! —canturrearon las niñas al unísono.

—Eh, adiós. —Tommy salió de un brinco de la habitación y luego volvió a entrar—. ¿Dónde está la puerta?

Todos señalaron hacia la cocina, de donde acababa de llegar la monstruastra de Jared.

Tommy cruzó corriendo la cocina y salió por la puerta; luego se quedó apoyado de espaldas en el monovolumen que había a la entrada, intentando recobrar el aliento.

—Qué marrón —jadeó, y entonces se dio cuenta de que no le faltaba el aire por el esfuerzo. Le estaba dando un ataque de ansiedad—. ¡Joder, qué marrón!

28
Pasmarotes de la noche

Era como intentar armarse de valor para sacar a bailar a una chica, solo que en este caso uno no tenía miedo al rechazo o a meter la pata y ponerse en ridículo (aunque eso también contaba); lo que daba miedo de verdad era que cualquier persona a la que uno escogiera quedaría convertida en polvo, lo cual era un poco más grave que pisarle los pies a tu pareja de baile.

Tommy estaba en la calle Castro, buscando a su siguiente víctima. A su primera víctima, en realidad. Estaba harto de ser el aprendiz. Si Jody iba a dejarlo en el sótano porque no era bastante vampiro para ella, quizá tuviera que volverse como ella. Quizá, como ese tío del sótano en El fantasma de la ópera, tendría que oír «música en la noche». No sabía muy bien qué le pasaba al tío del sótano. Había ido a ver la película con una chica del instituto, pero había tenido que marcharse en mitad de la sesión para no suicidarse. Aquélla no había sido una buena cita.

Había muchas personas en la calle incluso a aquella hora, pero ninguna de ellas tenía pinta de víctima. No había mujeres con escotes pronunciados que acabaran de torcerse un tobillo. Ni chicas en salto de cama corriendo por la calle y mirando hacia atrás. No había, de hecho, ni una sola chica. Pero sí tíos. A montones.

Tommy supuso que en realidad no era necesario que eligiera a una mujer. Después de todo, se había alimentado de William y Chet, que eran machos. Pero esto era distinto. Se trataba de convertirse en un auténtico cazador y, además, pese al hambre que tenía, había no poco deseo de venganza en su decisión de morder a alguien. Así que tenía que ser una chica. Tenía que vengarse de Jody por dejarlo tirado en casa de Jared. Tenía que demostrarle que ella no era la única vena en el sistema circulatorio. O como se dijese.

Las pocas mujeres que veía estaban sanísimas (tenían a su alrededor grandes auras rosadas y brillantes) y además no iban solas. Tenía que encontrar a una que fuese sola.

Irritado, retrocedió por el callejón y empezó a pasearse arriba y abajo. Pasado un rato cogió carrerilla, subió por la pared unos tres metros, dio media vuelta, volvió a cruzar el callejón y subió por la otra pared otros tres metros; luego repitió la operación, subiendo cinco metros por el edificio. Como un monopatinador trabajándose un half-pipe, corría adelante y atrás sintiendo la fuerza y la velocidad de lo que era; sintiendo que su confianza crecía.

Soy un ser superior, se decía. ¡Soy un puto dios!

Entonces metió el pie en una ventana, se hundió hasta la entrepierna en el edificio y quedó colgando sobre el callejón cabeza abajo, a tres pisos de altura y pataleando.

Quésitiomás tontopara una ventana, pensó. Y entonces la vio.

Era más bien alta y llevaba un vestido de noche rojo, tenía curvas atléticas y una melena larga y roja, lacada y peinada en tirabuzones. Era perfecta y venía por el callejón. Era como si Tommy le hubiera ordenado salir de una vieja película de la factoría Hammer para ser su víctima indefensa. ¡Qué guay!

Él estaba colgado cabeza abajo por una pierna. Pero eso podía ser una táctica. Sintió que se le alargaban los colmillos y que se le salía un poco de baba que fue a caer en el hombro de la chica.

Ella se sobresaltó un poco y entonces fue cuando Tommy se puso en acción. Siempre le había encantado esa escena de Drácula en la que Jonathan Harker ve al conde reptando cabeza abajo por las paredes del castillo y piensa, huy, aquí pasa algo raro. Le había suplicado a Jody que lo intentaran, pero ella nunca quería, así que esta era la suya. Se apartó de la ventana, se enganchó con los dedos entre los ladrillos y empezó a reptar.

Y cayó al callejón desde una altura de nueve metros y aterrizó de espaldas.

-¡Ay!

Al oír el impacto, su presunta víctima dejó escapar un grito muy viril, dio un salto de metro y medio en vertical y cayó de costado sobre sus tacones de aguja. Se arrodilló sobre Tommy frotándose el tobillo.

—La madre que te trajo, cariño. ¿De dónde sales tú? —Su acento era sureño, y profundo.

—Me he resbalado —contestó Tommy—. Eres un hombre, ¿no?

—Bueno, digamos que esa es una calle por la que he pasado y a la que no quiero volver.

—Eres muy guapa —dijo Tommy.

—Y tú eres un encanto por decirlo. —Sacudió un poco la melena—. ¿Quieres que llame a una ambulancia? —No, no, gracias. Estoy bien.

—¿Qué estabas haciendo ahí arriba, de todas formas? Tommy, que estaba mirando todavía el cielo enmarcado por los edificios, comprendió que ella creía que había caído desde el tejado.

—Estaba escuchando «música en la noche». —¿Estabas viendo el DVD? He oído que hay gente que no pudo soportarlo e intentó matarse. —Algo así.

—Pues da a la pausa, cielo. Da a la pausa. —Lo recordaré. Gracias.

—¿Seguro que no quieres que llame a alguien? —No, no. Ya llamaré yo en cuanto recupere la respiración.

—Tommy metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón y sacó el puñado de plástico roto y alambres que antes había sido su móvil.

—Bueno, pues cuídate. —Ella se levantó, dio media vuelta y echó a andar lentamente por el callejón, intentando no cojear.

—Eh, señorita —la llamó Tommy—. Que no soy gay.

—Claro que no, tesoro.

—¡Soy el amo de la noche!

Ella agitó la mano sin volverse y dobló la esquina.

—Pelirrojas —rezongó Tommy.

Notaba cómo se le iban ensamblando las costillas rotas. No era agradable. En cuanto estuvieran lo bastante sanas, volvería a casa de Jared a comerse la rata. Y luego, quizá, escalaría lentamente la cadena alimenticia.

Una hora después, el maltrecho y andrajoso vampiro Flood subió cojeando el caminito de entrada de la casa de Jared. Abby y Jared estaban fumando en la puerta.

—Lord Flood —dijo Abby—, ¿qué haces tú aquí?

—Parece como si te hubieran dado una paliza —dijo Jared.

—Cállate. ¿Cómo sabía tu familia que era un vampiro? —Bueno, por tu ropa no, desde luego.

—Jared, estoy lesionado, tengo hambre y me siento un poco frágil. Contesta a mi pregunta o entro ahí y asesino a tu familia, les chupo la sangre, pisoteo a tu rata y te rompo la Xbox.

—Uau, exageras un poco, ¿no crees?

—Está bien —dijo Tommy. Se encogió de hombros, lo cual le dolió, y se dirigió a la puerta de la cocina—. Búscame un saco en el que quepan tus hermanitas.

Jared saltó delante de él.

—Les dije que estábamos jugando a un juego de rol de vampiros y que tú hacías el papel del vampiro Flood. Abby asintió con la cabeza.

—Jugábamos todo el tiempo antes de convertirnos en esbirros de verdad.

—Es como Dragones y mazmorras, solo que mola mucho más —dijo Jared.

—Vale. —Tommy asintió. Lo cual le dolió. Allí estaban, dos donantes perfectamente sanos de los que podía alimentarse y que además no se opondrían. Y él estaba herido y necesitaba comer para curarse. Pero aun así no podía pedírselo. Miró fijamente el cuello de Abby y apartó los ojos cuando ella pareció notarlo.

—¿Dónde está Jody?

—Vendrá pronto —dijo Abby—. Nos mandó a buscarte. Te llamamos, pero tenías el móvil apagado. —¿Dónde está?

—Se fue al loft nuevo. Dijo que traería dinero y lo que quedara de la sangre de William para ti. Puedes quedarte en un hotel. Jared y yo te velaremos.

—¿Se fue al loft?¿Donde está Elijah?

—Bueno, eso no es problema —contestó Abby—. Mi príncipe amurái quemó a Elijah cuando me rescató de las garras de esa zorra de la vampira rubia y sus vampirillos de supermercado.

Tommy miró a Jared.

—Que alguien me lo explique, por favor.

—Llama —dijo Drew—. Seguro que te abren. Vas casi desnuda. —Estaban junto a la puerta delantera del Safeway de Marina. Drew se había recuperado un poco de sus quemaduras, pero seguía estando calvo y cubierto de hollín. Blue se había curado por completo, pero solo llevaba puesta la ropa interior chamuscada y los zapatos beis de tacón alto que tan bien le quedaban antes con su vestido de lino.

Other books

Montega's Mistress by Malek, Doreen Owens
Her Last Chance by Anderson, Toni
This Dark Earth by Jacobs, John Hornor
Go Big or Go Home by Will Hobbs
Bought and Bound by Lyla Sinclair
When the Messenger Is Hot by Elizabeth Crane
Into You by Sibarium, Danielle
The Great Deformation by David Stockman