¡Chúpate Esa! (29 page)

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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

BOOK: ¡Chúpate Esa!
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La idea de llevar zapatos de tacón alto con ropa interior le había parecido siempre manifiestamente absurda, desde la primera vez que se subió a un escenario con tacones de aguja y bikini en su primer concurso de belleza en Fond du Lac, hasta cuando se dedicó a desnudarse y luego a follar por dinero. Y pese a todo allí estaba, rica, poderosa e inmortal, y seguía paseándose por ahí con zapatos de tacón y lencería. Esta vez, sin embargo, había una razón para explicar su atuendo (y esa razón no era poner a flote el barco hormonal de algún salido). En el zoo, mientras los Animales cazaban animales, ella había encontrado a dos vigilantes nocturnos, cada uno de ellos haciendo su ronda, y los había matado a ambos. Por desgracia, no se había llevado su ropa porque no quería tener que explicarles a los Animales por qué iba vestida como un vigilante nocturno, dado que, de pronto, habían optado por poner reparos morales al asesinato.

Los Animales no habían tenido tanta suerte. Drew era el único que se había recuperado un poco. Se había decidido por una llama, porque siempre le habían parecido muy monas. Pero solo había podido alimentarse un poco antes de que la llama le mordiera y le lanzara un escupitajo. Después, había decidido dejarlo. Gustavo había optado por una cebra, convencido erróneamente de que su experiencia con caballos en México, de pequeño, le daría ventaja a la hora de vérselas con el equino africano. Razón por la cual había sido sumariamente pisoteado y tenía varios huesos rotos, entre ellos una fea fractura múltiple en la pierna, además de estar achicharrado. Jeff, el baloncestista fracasado, estaba todavía avergonzado por que lo hubiera derrotado una chica. Por eso había elegido como víctima a un felino de la selva, pensando que se le contagiarían su fuerza y su velocidad. Su brazo derecho estaba prendido a su cuerpo solo por unos cuantos músculos y gran parte de su hombro había desaparecido por completo. De cintura para arriba, su piel era todavía de un negro crujiente.

—A la mierda con llamar —dijo Blue. El escaparate estaba recién puesto, pero Blue pensaba atravesarlo guiando la carga de sus huestes—. Entrad, encontradlos y traédmelos. —Le parecía que últimamente recurría mucho a su experiencia como dominatriz, que era un papel en el que no se sentía muy segura teniendo en cuenta que la habían matado mientras lo representaba.

Dio tres pasos rápidos, cogió el cubo de basura de acero reforzado con el que Jody había roto el escaparate unos días antes y lo lanzó con todas sus fuerzas. El cubo voló como un cohete, rebotó en el escaparate nuevo de Plexiglás resistente a los impactos y se estrelló contra Blue, haciéndola caer de culo.

Blue se levantó sin mirar a su pelotón de no muertos, se sacudió el trasero y se enderezó la nariz recién rota.

—Bueno, llama entonces, capullo —le dijo a Drew—. Llama, llama, llama. No tenemos toda la noche.

29
¿No odias encontrarte a tu ex?

En cuanto abrió la puerta del portal del loft nuevo, Jody olió a sangre, a carne quemada y a champú. Un miedo que parecía una serpiente eléctrica le corrió por la espalda. Subió la escalera de puntillas y en guardia. Oía todos los ruidos del apartamento: el motor de la nevera, el movimiento de la tarima del suelo, los ronquidos de Chet, el gato enorme en el dormitorio y, cómo no, la respiración de alguien.

Las luces estaban apagadas. Él estaba sentado en una tumbona de lona, descalzo, con unos vaqueros y una camiseta de Tommy, secándose el pelo con una toalla. Jody se paró junto a la cocina.

—Polluela —dijo el vampiro—, siempre es una grata sorpresa ver lo encantadora que eres. Y las sorpresas son muy raras a mi edad.

—Pues te habrá sorprendido de cojones que te tostara ese Honda, ¿no? —Jody notó que se tensaba, que el zumbido eléctrico y discordante que sentía se encauzaba y se convertía en una especie de conciencia afilada. Ya no tenía miedo; estaba preparada

—Una sorpresa desagradable, sí. Supongo que tu pequeña sirvienta está a salvo por ahora.

—Bueno, ya sabes, le faltó la respiración unos minutos por patearte el culo, pero no es más que una niña.

El vampiro se rió, y Jody no pudo evitar sonreír. Se acercó a las ventanas de la parte delantera del loft y las abrió.

—Aquí huele a carne quemada.

—Tendrán que morir, ¿sabes? —dijo el vampiro sin dejar de sonreír.

—No, de eso nada. —Jody dio media vuelta. Lo miró de frente.

—Claro que sí. Todos, menos tú. Estoy bastante cansado de estar solo, pequeña. Puedes venir conmigo, como habíamos planeado.

Jody estaba pasmada porque fuera tan corto.

—Te mentí, Elijah. No pensaba irme contigo. Solo fingía para que me enseñaras a ser un vampiro.

—¿Qué pensabas hacer la noche siguiente, entonces… si tu mascota no nos hubiera recubierto de bronce, quiero decir?

—Dejarte plantado.

—No, qué va.

—Se me ocurrió dejar que los Animales te mataran. Como iban a hacerlo de todos modos… —No, nada de eso.

—No lo sé. —El filo de su conciencia empezaba a embotarse—. No lo sé.

Quizá se hubiera ido con él. Se había sentido tan sola, tan perdida…

—En fin, aquí estamos otra vez. Finjamos que todas estas cosas tan desagradables no han pasado y que es la noche siguiente y que estamos aquí, solos los dos. Los únicos de nuestra especie. ¿Qué vas a hacer, Jody?

—Pero no somos los únicos de nuestra especie.

—Somos los únicos de los que tienes que preocuparte. ¿Sabes que eres la primera vampira nueva en un siglo? Jody intentó que no se le notara la sorpresa. —Qué suerte la mía —dijo.

—Oh, no eres la única a la que he convertido. He convertido a muchos. Eres la única que pudo resistir el cambio con la mente intacta. Los demás tuvieron que ser, en fin, decomisados.

—¿Los mataste?

—Sí. Pero a ti no. Ayúdame a limpiar y luego nos iremos juntos.

—¿A limpiar?

—Hay ciertas normas, amor mío. Normas que yo mismo establecí, y la primera de ellas es no hacer más vampiros. Tú, sin embargo, has dejado sueltos a un montón de polluelos, y hay que eliminarlos a todos, incluida tu mascota.

—¿No hacer más vampiros? ¿Y yo qué? Tú me hiciste.

—No esperaba que sobrevivieras, cariño. Creía que serías un entretenimiento, un paréntesis en la monotonía, un interludio. Pero me equivoqué.

—Y ahora quieres que me escape contigo.

—Viviremos como reyes. Tengo recursos que no puedes ni imaginar.

—Llevas unos pantalones robados, papaíto.

—Bueno, sí, tendré que llegar a alguno de mis escondites.

—Tengo una idea —dijo Jody, y aquella era la verdadera razón por la que había ido allí sola, sabiendo que se encontraría con Elijah. O confiando en encontrárselo, al menos—. ¿Qué te parece si te doy dinero suficiente para que te marches de la ciudad y te vas, como les prometimos a Rivera y Cavuto? Me dejas en paz, dejas en paz a Tommy, y te largas.

Elijah se levantó, tiró la toalla sobre la silla y se acercó a ella tan rápidamente que Jody casi no lo vio moverse.

—Arte, música, literatura —dijo—. Deseo, pasión, poder… Lo mejor del hombre y lo mejor de la bestia. Juntos. ¿Vas a rechazar todo eso?

Puso la mano sobre su mejilla y ella le dejó.

—¿Amor? —dijo Jody mirándolo a los ojos, que vistos a través de su visión nocturna reflejaban la luz como gotas de mercurio.

—El amor es para los cuentos de hadas. Nosotros somos la materia de la que están hechas las pesadillas. Haz pesadillas conmigo.

—Uau, bonita oferta. No me explico cómo es que nadie la ha aceptado en un siglo. —Jody agarró su muñeca. Si él no la dejaba marchar, lo mataría. Ella también era un vampiro.

Elijah había estado sonriendo, pero su sonrisa cambió de repente: dejó de ser agradable y se volvió feroz. —Que así sea, entonces.

Le echó la mano al cuello en un instante; ella no lo vio moverse, ni tuvo tiempo de reaccionar. De pronto, no podía mover los brazos, ni las piernas, y sentía un intenso dolor detrás de la oreja y bajo la mandíbula. Gritó, soltando un sonido que no imaginaba que pudiera proceder de un humano; parecía más bien el chillido de un gato torturado. Elijah le tapó la boca con la otra mano.

—No te lo enseñé todo en nuestra única noche juntos, amor mío.

Jody lo miró con impotencia cuando le echó la cabeza hacia atrás y desenfundó los colmillos.

Troy Lee se enfrentó a Drew al fondo del pasillo de la comida para perros. Llevaba en las manos dos espadas cortas.

—Vamos, fumeta —dijo. Hizo girar las espadas. Drew se agachó junto a los detergentes para lavavajillas.

—Ahora soy muy rápido —dijo Drew.

—Sí, ya —contestó Troy. Sacudió las espadas en el aire en un mortífero movimiento estilo ventilador. Llevaba entrenando desde que era un niño. No tenía miedo, y menos aún de Drew.

—Eh, tú —dijo una voz de mujer justo a su lado. Troy Lee miró, rápido como una centella, justo a tiempo de ver que una especie de luna llena iba derecha a su cara.

Se oyó un estrépito y Troy estuvo a punto de caer de espaldas cuando la sartén de hierro le dio en la frente. Blue soltó la sartén y sonrió a Drew.

—Siempre había querido hacer eso.

—Mi pasillo solía ser el de menaje de hogar —dijo Drew.

—Mátalo —dijo Blue—. Y déjale que beba un poco de tu sangre antes de morir. —Se dirigió hacia un tumulto que se oía en el pasillo de las latas—. Dejad un poco, chicos. Mamá tiene la nariz rota y necesita curarse.

Jody sintió que sus colmillos se alargaban y que sus rodillas temblaban mientras Elijah se alimentaba de ella. Por lo demás, no podía moverse. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Elijah tenía ochocientos años; claro que no se lo había enseñado todo. Y claro que era más fuerte que ella: ella era más fuerte que Tommy y solo le llevaba un par de meses como vampiro.

Si podía permanecer consciente, tal vez cuando Elijah dejara de alimentarse podría hacer algo. ¿Podría él convertirla en polvo como a un humano, o tendría que hacer otra cosa para matarla? Tonta, tonta, más que tonta. ¿Por qué no sabía todas esas cosas? ¿Por qué no actuaba por instinto? ¿Dónde estaba su reflejo depredador cuando lo necesitaba?

Empezó a estrechársele la visión: se estaba quedando inconsciente. Pero oía fuera unos pasos rápidos. Primero abajo, luego al otro lado de la calle, luego abajo otra vez. Elijah también los oía y aflojó la mano un instante, pero antes de que Jody pudiera zafarse volvió a clavar los dedos en su cuello y su mandíbula. Entonces una mancha negra atravesó la ventana y Jody oyó que algo caía al suelo con un golpe, junto a la cocina. Se oyó otro estruendo y Elijah la soltó y ella cayó al suelo. Intentó levantarse, pero le tiraron algo encima y entonces oyó un zumbido. Luego, un grito y olió a carne quemada, un cristal se rompió y a continuación alguien la levantó y la llevó en brazos. Ya no podía moverse, ni luchar. Se rindió, se dejó flotar, y lo último que oyó fue una voz de chica que decía:

—¿Has dado de comer a Chet?

Sentado en el muelle del club náutico Saint Francis, el Emperador contemplaba la niebla que bañaba el rompeolas. Había desoído el consejo de los inspectores de homicidios y se había marchado del supermercado. Aquella era su ciudad y él debía enfrentarse a sus atacantes. Ya llevaba bastante tiempo acobardado. Su afilada espada yacía en el muelle, a su lado. Los hombres, Holgazán y Lazarus, dormían tras él, hechos un ovillo peludo.

—Ah, nobles guerreros, ¿cómo vamos a entablar batalla cuando nuestro enemigo se mueve con tan elegante sigilo? Quizá deberíamos volver al Safeway y colaborar en su defensa.

Holgazán meneó la oreja izquierda y soltó un suave ruf sin despertarse.

Un denso banco de niebla descendió desde la tronera del rompeolas. El Emperador se fijó en él porque parecía moverse contra el viento, desde el oeste. Sí, así era, en efecto: la brisa fría soplaba sobre el rompeolas desde el norte. El banco de niebla burbujeaba al moverse; algunos jirones se alargaban y eran luego reabsorbidos, como los falsos pies de una criatura reptante.

El Emperador se levantó y despertó a los hombres, cogió a Holgazán antes de que el terrier soñoliento se espabilara y se dirigió hacia el edificio del club seguido por Lazaras. Se agachó entre las sombras junto a la entrada de los servicios, sujetó a los sabuesos y observó desde allí.

El banco de niebla envolvió el extremo del muelle, se detuvo y luego se disipó como si alguien hubiera encendido un ventilador. Tres figuras altas aparecieron de pie en el embarcadero: un hombre y dos mujeres. Llevaban abrigos largos (de cachemira, pensó el Emperador, aunque no recordaba por qué lo sabía). Avanzaron por el muelle hacia él como si flotaran. El Emperador veía sus siluetas a la luz de la luna: mandíbulas y pómulos que parecían labrados a cincel, hombros cuadrados y caderas estrechas. Podrían haber sido hermanos, de no ser porque una de las mujeres era de origen africano y la otra parecía italiana o griega. El hombre les sacaba una cabeza y parecía nórdico, quizá alemán, con el pelo blanco y cortado al rape. Los tres estaban pálidos como huesos blanqueados.

Cuando pasaron junto a él, el Emperador abrazó con más fuerza a los sabuesos y Holgazán profirió un ruf amenazador.

Ellos se detuvieron. El hombre se volvió.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó. —Desde siempre, creo —dijo el Emperador. El hombre sonrió y asintió con la cabeza; luego se volvió y siguió su camino. —Sé cómo te sientes —dijo sin mirar atrás.

Gustavo y Jeff encontraron a Barry escondido en una estantería, entre paquetes de papel higiénico. Cuando se acercaron, salió de entre el papel higiénico y echó a correr por el pasillo. Mientras corría iba tirando al suelo las servilletas, el papel de aluminio, las bolsas de basura y los cubiertos de plástico de las estanterías para frenar a sus perseguidores. Gustavo cayó primero: resbaló con un paquete de tenedores de plástico. Jeff saltó todos los obstáculos y corrió pisándole los talones hasta que, cuando estaba casi al final del pasillo, apareció Lash armado con una de las pistolas de arpones de Barry.

—¡Agáchate! —rugió Lash, y Barry dio con el pecho en las baldosas y se deslizó por el suelo.

Se oyó un siseo neumático y el grueso arpón de acero inoxidable se incrustó en el esternón de Jeff, que cayó al suelo.

—Ay, maldita sea —dijo el pívot mientras agarraba el arpón e intentaba sacárselo del pecho.

Gustavo se levantó, corrió hacia él y empezó a tirar del arpón.

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