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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

¡Chúpate Esa! (12 page)

BOOK: ¡Chúpate Esa!
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—Mira, es muy lista y no nos traicionará. Te doy mi palabra.

—Puede que por tu culpa nos maten.

—¿Y qué habrías hecho tú? ¿Eh? Tenemos que confiar en alguien.

—¿En una chica de dieciséis años?

—Yo solo tengo diecinueve y fui un gran esbirro. Además, ella cree que soy su señor oscuro.

—¿Le has hablado de mí?

—Claro, lo sabe todo sobre ti. Sabe que eres mi sire. Así es como llaman al vampiro que te ha hecho. Hasta le dije que eras más antigua y que tenías muchísima experiencia.

—¿Muchísima experiencia? Eso suena como si fuera una divorciada vieja y un poco ligera de cascos. ¿Cuántos años cree que tengo?

—Quinientos.

-¿Qué?

—Pero estás estupenda para tu edad. Quiero decir que a mí me gustaste. Anda, úntame el pecho.

—Úntatelo tú. —Ella le lanzó el frasco de loción y Tommy lo cogió al vuelo.

—Te quiero —dijo él mientras se untaba la cara y el pecho con potingue autobronceador.

—Voy a cerrar con llave la puerta del dormitorio —dijo Jody cuando la alarma de sus relojes empezó a pitar, indicando que faltaban diez minutos para que amaneciera. Jody había comprado relojes con alarma para los dos, por si acaso—. No le habrás dado las llaves, ¿no?

—Del dormitorio, no.

—Genial. ¿Y si se encuentra a William en la escalera y le clava una estaca? A lo mejor le has dado nuestra llave a una aspirante a Buffy Cazavampiros.

—Se supone que esta cosa tarda como ocho horas en actuar, así que cuando anochezca estaré moreno y bronceado.

—Ya tenemos un vampiro bronceado en el salón. ¿Por qué no le preguntas qué tal le va?

—Pero el suyo es un bronceado impersonal, no como el mío, que va a ser supersexi.

—Ven a la cama. Y ponte una camiseta. No quiero que manches las sábanas de bronceado supersexi, aunque estén rotas.

Tommy olfateó media docena de camisetas y por fin se decidió por una, se tumbó en la cama y estaba dándole a Jody un beso de buenos días cuando el amanecer los dejó inconscientes.

11 Luego, cuando despertaron.

—Oh, Dios mío, esa cosa me ha vuelto completamente naranja.

—Completamente, no.

—Parezco una calabaza gigante.

—Que no, Tommy, por Dios.

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Sangre, café, sexo y magia. No necesariamente en ese orden

Justo después del anochecer.

Miraban cómo el café salía goteando del filtro como si estuvieran destilando nitroglicerina y el más leve descuido pudiera causar una explosión.

—Huele de maravilla —dijo Jody.

—Nunca me había olido así—dijo Tommy.

—Cualquiera pensaría que olería fatal, como es indigerible —dijo Jody. La última vez que había tomado un sorbo de café, su organismo vampírico lo había rechazado tan violentamente que había acabado en el suelo, convulsionándose con arcadas secas y con la sensación de que le estaban clavando tenedores en las entrañas.

—Puede que esto funcione —dijo Tommy—. ¿Estás lista?

—Estoy lista.

Tommy puso una cucharadita de café en una taza de cristal. Luego destapó una de las jeringuillas que contenían la sangre de William y echó un par de gotas en el café.

—Tú primera —dijo, agitando la taza delante de ella. —No, tú —dijo Jody. Aunque el café olía bien, el recuerdo de las náuseas la echaba para atrás.

Tommy se encogió de hombros y se bebió el café como si fuera un chupito de tequila; luego dejó la taza sobre la encimera.

Jody retrocedió y cogió un paño de cocina que había en el asa de la puerta del frigorífico, preparándose para el viaje de regreso del café. Tommy hizo girar los ojos, se estremeció, luego se echó mano a la garganta y cayó al suelo retorciéndose y boqueando.

—Me muero —croó—. Sufro y me muero.

Jody estaba descalza y no quería aplastarse un dedo, así que le propinó la patada en las costillas.

—Eres un mamón, ¿lo sabías?

Tommy rodó por el suelo, riendo, y se acurrucó alrededor de sus pies.

—¡Funciona! ¡Funciona! ¡Funciona! —Empezó a frotarse contra su pierna a estilo perro y a tirar del bajo de su vestido—. ¡Nunca volverás a estar de mal humor!

Jody sonrió.

—¡Sirve tazas, grumete! ¡Tazas enteras! Tommy se puso de pie.

—Todavía no sabemos cuál es la proporción de sangre y café.

—¡Tú sirve! —Jody se fue corriendo a la nevera y sacó una jeringuilla—. Ya la averiguaremos. Entonces oyó abrirse la puerta de abajo y giró en redondo. —¿William?

Tommy escuchó los pasos que subían por las escaleras y sacudió la cabeza.

—No, demasiado ligeros.

Oyeron la llave en la cerradura.

—Dijiste que no le habías dado la llave —dijo Jody.

—Lo que dije es que no le había dado la llave del dormitorio —contestó Tommy.

—Lord Flood, en tu descansillo hay un muerto que apesta con un gato enorme encima —dijo Abby Normal al cruzar la puerta.

Las crónicas de Abby Normal

fiel sierva del vampiro Flood

He estado en la guarida del vampiro Flood. ¡Ya formo parte del aquelarre! Más o menos. Vale, rebobinemos. Dormí como hasta las once porque estamos en vacaciones de Navidad, solo que ahora se llaman vacaciones de invierno porque Jesucristo es UN ZOMBI OPRESIVO Y UN CABRÓN Y NOSOTROS NO RENDIMOS HOMENAJE A SU NACIMIENTO. Por lo menos, en el Instituto Alan Ginsberg. (¡Adelante, beatniks luchadores!). Pero está muy bien, porque voy a tener que acostumbrarme a levantarme tarde si voy a convertirme en una criatura de la noche.

Lo primero que hice fue prepararme unas tostadas, pero se me quemaron, se pusieron más negras que mi alma, y me dio tanta rabia que mis lágrimas de desesperación caían como frías cuentas de cristal que se hacían añicos contra las rocas implacables de mi mísera existencia. Pero entonces vi que mamá había dejado veinte pavos en la encimera con una nota que decía: «Allison (Allison es mi nombre de esclava de día: mi madre me lo puso por no sé qué canción de un tal Elvis, así que me niego en redondo a aceptarlo), aquí tienes el dinero para la comida, y por favor pásate por la droguería y compra un champú antipiojos para Ronnie.» (Verónica es mi hermana, que tiene doce años y es un furúnculo en el culo de mi existencia.)

Así que empecé:

—¡Qué guay! ¡Al Starbucks!

Tardé una eternidad en elegir lo que iba a ponerme, y no solo porque nunca había alquilado un apartamento. La bombilla de mi armario se había fundido y no había ninguna de repuesto, así que tuve que sacar toda la ropa y llevarla al cuarto de estar para verla a la luz del día. Como dice la canción, llevo negro por fuera para reflejar el negro que llevo por dentro,
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pero ¡oh, Dios mío!, es imposible distinguir una cosa de otra en un armario a oscuras. Como iba a un asunto de negocios, decidí ponerme las medias de rayas con la minifalda roja de PVC, la sudadera de calaveras y huesos cruzados y las Converse All Star de color lima. Solo me puse una anilla en la nariz, un anzuelo en la ceja y un sencillo aro de plata en el labio: discreta, pero elegante. Llevé mi bolsa fucsia de mensajero para sustancias peligrosas.

Ronnie no paraba de decir:

—Quiero ir contigo, quiero ir contigo. —Pero le dije que era un azote para la humanidad y que si venía le diría a todo el mundo en el autobús que tenía piojos, así que decidió quedarse en casa viendo dibujos animados. Fue entonces cuando me aventuré en territorio ignoto y llamé al número que me había dado el vampiro Flood.

Y la tía era una zorra total. Empezó:

—Hola. Promociones inmobiliarias blablablá.

Y yo voy y le digo:

—Quiero alquilar un apartamento.

Y ella va y dice:

—¿De cuántas habitaciones? ¿Tenía alguna zona pensada?

Y yo:

—¿A qué vienen tantas preguntas, zorra? ¿Es que eres poli o qué?

Y ella:

—Solo intento ayudar.

—Ya, ayudar. Como la tuberculosis.

Y ella va y me suelta:

—¿Cómo dice? —Como si fuera la reina de Francia o algo así.

Entonces me acordé de que tenía que preguntar por una persona en concreto, así que le digo: —Necesito hablar con Alicia De Vries. ¿Está ahí?

Y la zorra pasó la llamada.

Resulta que la tal Alicia De Vries es una jipi costrosa que tiene como la edad de mi abuela pero va de Madre Tierra y todo ese rollo, y no es que yo tenga nada en contra, porque los jipis viejos siempre tienen la mejor hierba y te la dan si finges que no notas que son unos carcamales amargados. Así que Alicia me recoge en su todoterreno cutremóvil, con su arco iris y su rollo de paz y amor, y le cuento lo que quiere el vampiro Flood, que es un dormitorio sin ventanas, lavadora y secadora, entrada privada con cerradura y, al menos por encima del piso bajo, ventanas que den a la calle.

Y ella va y me dice:

—Necesitamos un número de la Seguridad Social y un número de carné de conducir para el papeleo. Tienes que tener dieciocho años.

Y yo:

—Mi cliente le facilitará toda la información que necesite, pero está muy ocupado y no puede ocuparse de estas chorradas durante el día. Entonces saqué el dinero que me había dado Flood y va y se me pone toda mística y meditativa, como si aquello no tuviera nada que ver con el dinero, cuando en realidad solo era cuestión de pasta. Luego me llevó al loft, que resulta que solo está a media manzana del sitio donde Flood me dijo que fuera a verlo cuando anocheciera. ¡Qué guay!

Así que voy y le digo:

—Excelente, mi maestro estará encantado.

Y ella:

—Te haré un recibo.

Luego empezó a sermonearme sobre que tenía que respetarme a mí misma como mujer y no someterme a los deseos de un hombre más mayor y todo ese rollo, como si yo fuera la putita de algún viejo verde o algo así. Yo no quería que desconfiara e intentará rescatarme, así que voy y le digo:

—No, no, me ha entendido mal. Lo llamo «maestro» porque es el sensei de mi dojo de jujitsu
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. No follamos, ni nada.

Por suerte, de tanto ver anime con Jared, tengo vastos conocimientos de artes marciales y sé que uno nunca debe follarse a su sensei.

Así que va y me da unas palmaditas en la rodilla y me dice:

—No pasa nada, cielo.

Y yo voy y le contesto:

—¡Quita de ahí, bollera! —Porque yo soy tan bisexual como la que más, pero no con una jipi vieja y costrosa: necesito música y un poco de porno, y eso solamente si algún tío me ha rechazado y ha arrojado mi corazón al arroyo como un burrito vegetal desechado, y aun así del morreo no paso.

<>Así que me dio las llaves, cogió mi dinero y me dejó en el loft. Luego llamé a Lily y vino con una botella de dos litros de té verde light, una bolsa de ganchitos de queso (yo no había desayunado todavía) y no sé qué libro que había encontrado y que se llamaba El gran libro de la muerte. Estuvimos mirando el libro, que es un manual con unas ilustraciones geniales, y bebiendo té y comiendo ganchitos hasta que tuvo que irse a trabajar. Yo quería contarle lo del vampiro Flood, pero había prometido guardar el secreto, así que solo le dije que había encontrado a mi Señor Oscuro y que él pronto satisfaría todos mis deseos y que no podía decirle nada más. Así que me dijo:

—Lo que tú digas, cerda. —Eso es lo que me gusta de Lily, que es fres noir.

Así que me fui andando al Sony Metreon y estuve mirando las pantallas de plasma hasta que empezó a oscurecer. Estaba a punto de mearme de los nervios cuando llegué a la puerta de Flood, pero justo cuando meto la llave en la puerta del portal se para delante un todoterreno limusina enorme y se bajan tres tíos con edad de ir a la universidad, seguidos por una mujer de color azul con un vestido plateado y unas tetas falsas descomunales. Y empiezan:

—¿Dónde está Flood? Tenemos que encontrar a Flood. Y ella:

—¿De dónde has sacado la llave? Tienes que dejarnos entrar antes de que se haga de noche.

Yo no me dejo intimidar, porque sé que sus tetas son falsas. Y es tan evidente que van a la caza del nosferatu que ni siquiera tiene gracia. Yo decía para mis adentros, ¡ja!, chúpame el consolador de goma con pinchos, cazavampiros.

Pero por fuera estaba fría total. Y voy y les digo: —No sé de qué estáis hablando. Este es mi apartamento. —Luego abrí la puerta y entré, y tumbado en el descansillo había un tío muerto que tenía encima del pecho un gato enorme y calvo con un jersey rojo de punto. Y el gato va y me sisea y yo suelto un gritito y cierro la puerta de golpe.

—Tenéis que iros —les dije—. Mi novio está desnudo y se enfada si alguien ve su inmensa tranca. —Al decir esto miré fijamente a la pilingui azul, como diciendo—: Sí, algunas confiamos lo suficiente en nuestra feminidad como para no necesitar tetas falsas para conseguir un tío con un aparato enorme.

Y el negro va y dice:

—Anoche hablé aquí con Flood.

Y yo voy y contesto: —Sí, ya, pero se mudó.

Luego el asiático mira su reloj y suelta:

—Tíos, demasiado tarde, el sol se ha puesto oficialmente.

Y en ese mismo momento, como si lo hiciera a propósito, el gato del muerto soltó un aullido que daba miedo, y hasta la pilingui azul reculó hacia la limusina.

—Más vale que os vayáis —digo, toda agorera y amenazante.

Y ella va y dice: —Volveremos.

Y yo:

—¿Y a mí qué?

Así que se fueron. Pero entonces tuve que pasar al lado del gato y el muerto y subir las escaleras. Tengo que decir que, por mucho que me gusten la paz de la tumba y la gloriosa oscuridad de los muertos y tal, es distinto cuando tienes que pasar por encima de un muerto de verdad, y no digamos de un gato gigante, cabreado y con jersey.

NOTA PARA MÍ MISMA: llevar siempre golosinas para gatos como defensa propia (porque evidentemente las gominolas no les gustan, ya lo probé).

Como no tenía golosinas para gatos, me las arreglé con el gato culogordo y preternatural abriendo el portal de par en par y gritando: —¡Eh, gatito, lárgate!

Para mi asombro, el gato salió corriendo y se escondió debajo de un coche aparcado. Fue como si ya tuviera los poderes de un vampiro para mandar sobre los Hijos de la Noche. Luego tuve que pasar junto al muerto del rellano, que era una especie de cadáver-rayuela, pero subí las escaleras y conseguí pisarle solo un brazo. Esperaba que fuera un muerto de verdad, y no un nosferatu, porque si no podía cabrearse cuando se despertara. Olía a muerto, desde luego: el fétido hedor del sepulcro emanaba de él como los miasmas nauseabundos del mal, como dicen en los libros.

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