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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

¡Chúpate Esa! (8 page)

BOOK: ¡Chúpate Esa!
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—Vale —dijo Jared—, pero si hoy no conozco a un tío mono, tendrás que quedarte despierta toda la noche y abrazarme mientras lloro.

—Deberías probar a ponerte lápiz de labios negro alguna vez —le dijo Tommy a Jody cuando se acercaban a su edificio cargados de paquetes. Seguía pensando en los chicos de la droguería. Era la primera vez desde el último curso del instituto que utilizaba sus conocimientos de poesía romántica. Durante una temporada había intentado adaptarse al molde del poeta trágico romántico, cavilando con la mirada perdida y los dientes apretados mientras componía de cabeza versos oscuros. Pero resultó que intentar parecer trágico en Incontinence, Indiana, era una redundancia, y con los gritos de su madre siempre se le olvidaban las rimas.

—Tommy, si sigues rechinando así los dientes, se te van a desgastar y tendrás que llevar dentadura postiza como la tía Ester.

Tommy hubiera querido tener una barba tan poblada como la de la tía Ester: así habría podido contemplar los páramos mientras se la acariciaba pensativamente.

—Sí, ya —dijo Jody—, para que se note aún más que soy una criatura no muerta que se alimenta de la sangre de los vivos.

—Haces que parezca muy sórdido.

—No, si lo decía en el buen sentido. —Ah.

—Total, la gente lo entendería si descubriera que somos vampiros porque, qué sé yo, se nos fuera la olla y ¡enseñáramos los colmillos en la puta droguería!

A Tommy casi se le cayeron los paquetes. Jody no había dicho una palabra sobre aquello en toda la noche. Él confiaba en que no lo hubiera notado.

—Fue un accidente.

—Llamaste a esa chica «milady».

—Le impresionó mi cita de Byron.

—Pues, ya que estabas, haberle enseñado también el Byron, ¿no?

—Pero qué dices.

—Estabas babeando. —Jody se detuvo ante el portal de su casa y hurgó en su chaqueta en busca de la llave.

Tommy pasó a su lado, esquivándola.

—Soy nuevo en esto. Creo que lo estoy haciendo bastante bien. Es evidente que mi palidez fantasmal impresionó a la señora del punto de cambio de jeringuillas. —Metió la mano en la bolsa que llevaba y sacó un puñado de jeringuillas con capucha y envoltorio estéril.

—Felicidades, ahora ya puedes pasar por un heroinóma-no seropositivo.

—Tres chic. —Tommy sonrió como imaginaba que sonreiría un gigoló italiano supersexi.

—Un heroinómano seropositivo que babea en público —añadió Jody.

Maldición, es inmune a mi sonrisa de gigoló italiano supersexi, pensó Tommy. Dijo:

—No seas mala, soy un novato. No puedo cerrar bien los labios cuando me salen los colmillos.

Ella giró la llave y abrió la puerta. Allí, desmayado en el descansillo, estaba William, el tío del gato enorme, y, dormido sobre su pecho, Chet el gato enorme.

—Te dije que funcionaría —dijo Tommy.

Jody entró en el portal y cerró la puerta tras ella.

—Tú primero.

Quince minutos después, mientras guardaba cinco jeringuillas llenas de sangre en el frigorífico, Tommy dijo:

—Esto de ser un vampiro va a ser genial.

Había pasado un mal rato al morder a William, no solo porque había tenido que sobreponerse a la idea de acercarse tanto a alguien que olía tan mal, sino porque además fuera un hombre. Pero, tras limpiarle el cuello con una esponja empapada en alcohol que habían comprado en la droguería y consolarse pensando que, de todos modos, la mayoría de los vampiros de la literatura parecían sexualmente ambiguos, la sed de sangre le había impulsado a seguir adelante.

Se sentía más relajado ahora que habían resuelto el problema de la comida, por un tiempo, al menos. Si sus amigos no los mataban en los días siguientes, tal vez incluso disfrutara de la vida de vampiro. Luego se volvió hacia Jody y frunció el ceño.

—Pero no puedo evitar pensar que tal vez esté mal aprovecharse de un indigente alcohólico.

—Podríamos salir a cazar y matar gente —dijo Jody alegremente. Tenía una costrita de sangre de William en la comisura de la boca. Tommy se lamió el pulgar y se la limpió.

—Le dimos un jersey muy bonito para su enorme gato afeitado —dijo.

—Me encantaba ese jersey —repuso Jody—. Y le hemos dejado un descansillo muy calentito para dormir —añadió, lanzándose de cabeza al montoncillo de caca que formaban los argumentos de Tommy.

—Y si solo tomamos un poquito cada día, se sentirá mejor. A mí me pasaba.

—Y no nos convertiremos en alcohólicos.

—¿Cómo te sientes, por cierto? —preguntó Tommy.

—Mejor. Me ha curado la resaca. ¿Y tú?

—Con un puntillo de dos cervezas, como mucho. Pero estoy bien. ¿Quieres que probemos el experimento?

Jody miró su reloj.

—No tenemos tiempo. Lo haremos mañana por la noche.

—Vale. Bueno, entonces, según la lista, parece que toca hacer el amor como monos.

—Tommy, hay que encontrar una persona que nos ayude durante el día. Tenemos que irnos de esta casa.

—He estado pensando en Alaska.

—Vale, me alegro por ti, pero todavía tenemos que buscar una casa donde no nos encuentren los Animales ni el inspector Rivera.

—No, estoy pensando en que deberíamos mudarnos a Alaska. Para empezar, en invierno es de noche veinticuatro horas al día, así que tendríamos mucho tiempo. Y he leído en alguna parte que los esquimales dejan a sus ancianos abandonados en el hielo cuando están preparados para morir. Sería como si la gente nos fuera dejando aperitivos por ahí.

—Será una broma.

—¿Empanadas esquimales? —Tommy sonrió.

Jody se puso una mano sobre la cadera y lo miró con la boca un poco abierta, como si esperara algo más. Al ver que él no decía nada, dijo:

—Bueno, vale, voy a cambiarme.

—¿Vas a transformarte en lobo?

—Voy a cambiarme de ropa, aliento de cadáver.

—Yo qué sabía. Pensaba que a lo mejor habías aprendido a transformarte.

Tommy pensaba que lo de Alaska era una idea estupenda. Jody siempre se comportaba como si sus ocurrencias fueran una idiotez, solo porque era un par de años mayor que él.

—Lo de William ha funcionado —dijo a la defensiva mientras guardaba las provisiones que habían comprado en la droguería.

—Fue una buena idea —dijo Jody desde dentro del armario.

¿Y ahora qué?

—Pues lo de Alaska no es mala idea.

—Tommy, hay como nueve personas en toda Alaska. Llamaríamos un poco la atención, ¿no crees?

—No, allí todo el mundo está pálido. Se pasan casi todo el año sin ver el sol.

Ella salió del armario llevando un vestidito negro de fiesta y sus sandalias de tacón estilo ven-y-fóllame.

—Estoy lista —dijo.

—¡Uau! —exclamó Tommy Había olvidado de qué estaban hablando.

—¿Crees que ponerme el carmín rojo Ferrari sería pasarse?

—No, me encanta el carmín rojo Ferrari cuando lo llevas tú. —Sexo acrobático, dulce y salvaje, se dijo para sus adentros. Precisamente por eso la quería. En medio de tanta presión, de tantos peligros, Jody aún se tomaba tiempo para pensar en sus sentimientos.

Ella se subió los pechos hasta que amenazaron con rebosar del profundo escote del vestido. —¿Demasiado?

—Perfecto —contestó Tommy mientras se acercaba a ella con las manos extendidas—. Dame.

Ella pasó a su lado como una exhalación y se metió en el cuarto de baño.

—No son para ti. Tengo que irme.

—No, no, no —dijo Tommy—. Sexo acrobático y salvaje.

Mientras él miraba desde la puerta, Jody se aplicó el carmín rojo Ferrari, comprobó que tenía los labios bien pintados y luego frunció el ceño, se quitó el carmín y cogió otro pintalabios de la cómoda.

—Cuando vuelva.

—¿De? —preguntó Tommy. La frustración sexual le había reducido a los monosílabos.

Jody se volvió hacia él con su nueva capa de carmín granate.

—De buscar un esbirro.

—No pensarás ir así —dijo Tommy.

—Así es como funciona, Tommy. Así es como te encontré a ti.

—De eso nada, cuando yo te conocí no llevabas eso puesto.

—No, pero si me perseguiste fue porque te interesaba sexualmente, ¿no?

—Bueno, así fue como empezó, pero ahora es mucho más que eso. —Y era cierto, pero esa no era razón para dejarlo allí, todo excitado.

Jody se acercó a él y lo rodeó con los brazos. Tommy dejó que sus manos se deslizaran bajo su vestido, por detrás. Los pantalones empezaban a apretarle y notaba la presión de sus colmillos al salir.

—Cuando vuelva —repitió ella—. Te lo prometo. Eres mi chico, Tommy. Te elegí como mi chico, para siempre. Voy a buscar a alguien que nos ayude a mudarnos y que nos haga los recados durante el día.

—Solo querrán echarte un polvo y, cuando no puedan, te dejarán plantada.

—No necesariamente.

—Claro que sí. Mírate.

—Vale, ya me las arreglaré. No se me ocurre otro modo.

—Podríamos poner un anuncio en la Lista de Craig. (La Lista de Craig era una página web de anuncios clasificados que había empezado en la zona de la Bahía y ahora era el sitio preferido donde la gente buscaba trabajo, apartamento o prácticamente cualquier otra cosa.)

—No vamos a poner un anuncio en la Lista de Craig. Mira, Tommy, tenemos muchas cosas que hacer y poco tiempo. Tú puedes limpiar el loft y hacer la colada, que yo voy a buscar un ex burro.

—Esbirro —puntualizó él.

—Lo que sea. Te quiero —dijo ella.

¡Zorra! Estaba vencido. Es injusto.

—Yo también te quiero.

—Me llevo uno de los móviles desechables que compraste. Puedes llamarme cuando quieras.

—Pero si aún no están activados.

—Pues ponte con ello, tío. Cuanto antes salga y encuentre a alguien, antes volveré y podremos hacer el amor como monos.

No tiene ningún sentido ético, pensó él. Es un monstruo. Y sin embargo ahí la tienes, a un par de tirantes de estar completamente desnuda.

—Está bien —dijo—. No pises al gato al salir.

Jody solo llevaba veinte minutos fuera cuando Tommy decidió que limpiar y hacer la colada era un asco y que él podía apañárselas tan bien como ella para encontrar un esbirro, aunque no le sentara tan bien un vestidito negro. Tuvo mucho cuidado de no despertar a Chet y a William al salir.

8
Camina bella, como la noche

Jody avanzaba por la avenida Columbus con largos pasos de modelo de pasarela y sentía cómo la bruma que arrastraba el viento pasaba rozándola, como los fríos espectros de los pretendientes a los que había rechazado. Lo que jamás podría enseñarle a Tommy, lo que nunca podría compartir con él, era lo que se sentía al pasar de ser víctima (el miedo a la agresión, a la sombra al otro lado de la esquina, a los pasos a su espalda) a ser cazador. No se trataba de la emoción de estar al acecho o de cobrarse una presa: eso Tommy lo entendería. Se trataba de caminar por una calle oscura, bien entrada la noche, sabiendo que era el ser más poderoso que había allí, que absolutamente nada, ni nadie podía tocarle las narices. Hasta la transformación, cuando se había paseado por la ciudad siendo una vampira, fue consciente de que, siendo mujer, había estado un poco asustada prácticamente siempre. Un hombre jamás lo entendería. A eso se debían el vestido y los zapatos: no eran para atraer a un esbirro, sino para exhibir su sensualidad y retar a algún macho infraevolucionado a cometer el error de verla como una víctima. A decir verdad, aunque solo se había puesto violenta una vez (y en esa ocasión llevaba una sudadera suelta y unos vaqueros), le encantaba patear culos. Y disfrutaba igualmente del simple hecho de saber que podía hacerlo. Era su secreto.

Sin miedo, la ciudad era un gran carnaval erótico. No había peligro ni ansiedad en nada de lo que experimentaba. El rojo era rojo, el amarillo no significaba peligro, el humo no equivalía a fuego y el farfulleo de los cuatro chinos que había junto a un coche al otro lado de la esquina era solamente el guirigay vacío y fluctuante de su charla de machotes. Oyó cómo se aceleraban sus corazones al verla, sintió el olor a sudor, a ajo y aceite para pistolas que emanaba de ellos. Había aprendido a distinguir el olor del miedo y de la violencia inminente, el de la excitación sexual y el de la rendición, aunque le habría costado describirlos. Estaban simplemente allí. Como el color.

Ya sabéis...

Intentad describir el azul. Sin mencionar el azul. ¿Lo veis?

No había mucha gente en la calle a aquellas horas de la noche, pero había algunos transeúntes dispersos a lo largo de Columbus: borrachines que iban de bar en bar, gente que se recogía tras una cena tardía, estudiantes camino de los bares de estriptis de Broadway, el éxodo del Cobb's Comedy Club calle arriba, individuos atolondrados y tan empeñados en reír que todo cuanto veían, personas y cosas, les parecía hilarante; todos ellos vibraban, llevaban aureolas de vida rosas y sanas, dejaban un rastro de calor y perfume y humo de cigarrillos y gases contenidos durante largas cenas. Eran testigos.

Los chinos no eran inofensivos, desde luego, pero Jody no creía que fueran a atacarla, y sintió una punzada de fastidio. Uno de ellos, el de la pistola, le gritó algo en cantonés: algo sórdido y ofensivo, Jody lo notó por el tono.

Se giró mientras caminaba, puso su gran sonrisa de alfombra roja y sin perder el paso respondió:

—Eh, tú, nanopolla, que te folie un pez.

Hubo mucho ruido y confusión, y el listo, el que exudaba miedo, sujetó a su amigo, el nanopolla, salvándole así la vida. Será una poli, o a lo mejor es que está loca. Algo raro pasa. Se apiñaron alrededor de su Honda trucado y expelieron grandes soplos de testosterona y frustración. Jody sonrió y se desvió por una calle lateral, lejos del tráfico.

—Mi noche —dijo para sí—. Mía.

Al alejarse de la avenida principal, vio a un viejo que caminaba arrastrando los pies delante de ella. La aureola de su vida parecía una bombilla fundida: una mancha gris oscura que lo rodeaba. Caminaba encorvado, con terca determinación, como si supiera que, si se paraba, no volvería a arrancar. Y por lo que Jody veía, así era. Llevaba unos pantalones de pana gorda, muy anchos, que cuando caminaba hacían un ruido como de roedores anidando. Una racha de brisa de la bahía llevó a Jody un olor acre a órganos defectuosos, a tabaco rancio, a desesperación, a enfermedad profunda y putrefacta, y sintió que la euforia la abandonaba.

Se deslizó suavemente en la nueva ranura que le ofrecía la noche, como los tambores de una cerradura al encajarse.

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