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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Ciudad abismo (67 page)

BOOK: Ciudad abismo
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—Maldita seas, Chanterelle —dije sin mucha convicción.

Me había dejado en un saliente de aterrizaje, parecido al de Escher Heights, pero mucho menos concurrido; solo estaba el coche de Chanterelle, así que me quedé solo. Caía una lluvia sorda, como una constante exhalación húmeda escapada de la boca de un gran dragón que descansara sobre la Canopia.

Caminé hasta el borde y sentí cómo Sky bajaba con la lluvia.

29

Estaba haciendo su ronda de los durmientes.

Sky y Norquinco estaban en uno de los túneles de tren que se extendían por el eje de la nave, y sus pies resonaban sobre el suelo metálico de la pasarela. De vez en cuando, una hilera de contenedores robot pasaba causando estruendo por el camino para llevar y traer suministros al pequeño grupo de técnicos que vivía en el extremo más alejado de la nave; allí estudiaban los motores día y noche como acólitos idólatras. En aquel momento se acercó uno hacia ellos, con luces naranjas de emergencia. El tren casi llenaba el pasillo. Sky y Norquinco se metieron en un hueco mientras el cargamento pasaba. Sky notó que Norquinco se metía algo en un bolsillo de la camisa, un trozo de papel cubierto de lo que parecía ser una serie de números parcialmente tachados.

—Vamos —dijo Sky—. Quiero llegar al nodo tres antes de que pase el siguiente cargamento.

—No hay problema —dijo el otro hombre—. El siguiente no pasará hasta dentro de… diecisiete minutos.

Sky lo miró de forma extraña.

—¿Sabes eso?

—Claro. Tienen un horario, Sky.

—Claro; lo sabía. Pero no entiendo por qué nadie en su sano juicio se lo aprendería de memoria.

Caminaron en silencio hasta el siguiente nodo. En aquella zona tan alejada de las principales áreas residenciales, la nave estaba inusualmente silenciosa, casi no se oía el ruido de las bombas de aire ni de ninguno de los demás traqueteantes sistemas de soporte vital. Los durmientes, aunque necesitaban constante supervisión cibernética, no consumían mucha energía de la red de la nave. Los sistemas de refrigeración de los
momios
no tenían que trabajar duro, ya que se había colocado a los durmientes cerca de un espacio desnudo; dormían a pocos metros del vacío interestelar. Sky llevaba un traje térmico y la respiración salía despedida en gotas blancas cada vez que la expulsaba. De forma periódica se levantaba el casco de la cabeza hasta volver a entrar en calor. Norquinco, por el contrario, lo llevaba siempre levantado.

Hacía mucho tiempo que no se relacionaba con Norquinco. Casi no habían hablado desde la muerte de Balcazar, después de la cual Sky había dedicado un tiempo a establecerse en una posición de considerable importancia dentro de la tripulación. De jefe de seguridad había pasado a tercero de a bordo; en aquellos momentos ya era segundo de a bordo y solo quedaba Ramírez entre él y el control absoluto del
Santiago
. Constanza seguía siendo un problema, claro, aunque la había relegado a un puesto secundario dentro de seguridad… pero no dejaría que alterara sus planes. En el nuevo régimen, el puesto de Capitán era muy precario. Existía un estado de guerra fría entre todas las naves; la política interna era una red de paranoia en la que los errores de juicio se castigaban sin piedad. Solo haría falta un escándalo cuidadosamente montado para expulsar a Ramírez; asesinarlo hubiera resultado ya demasiado sospechoso. Sky tenía algo en mente; un escándalo que quitaría de en medio a Ramírez y le proporcionaría una conveniente tapadera para sus propios planes.

Llegaron al nodo y descendieron hasta uno de los seis módulos de durmientes situados en aquel punto del eje. Cada módulo contenía diez cabinas, y acceder a cada cabina requería un proceso difícil, así que solo podían visitar a una pequeña fracción de
momios
cada día. Pero en su subida a segundo de a bordo, Sky nunca había dejado que pasara mucho tiempo sin visitar a los durmientes.

Sin embargo, la tarea de visitarlos a todos, de comprobar su progreso, se había hecho más sencilla con los años. De vez en cuando fallaba alguna de las cabinas, lo que hacía que el
momio
nunca pudiera ser reanimado. Sky había marcado en el mapa a los muertos con mucho cuidado y había anotado grupos que podían indicar algún sistema de soporte defectuoso. Pero, en general, los muertos se distribuían al azar por el eje. Era de esperar de una maquinaria tan antigua, tan delicada y tan experimental en el momento de partida de la Flotilla. Los mensajes de casa sugerían que habían realizado grandes progresos en criotecnología, avances que harían que aquellas cabinas de durmientes parecieran poco más civilizadas que sarcófagos egipcios. Pero aquello no había ayudado a la Flotilla. Era demasiado arriesgado intentar mejorar las cabinas existentes.

Sky y Norquinco se arrastraron por el casco hasta que llegaron al primer módulo de durmientes. Salieron dentro de una de las diez cabinas repartidas alrededor de su circunferencia. Al sentirlos, la presión inundó la cámara, las luces se calentaron y las pantallas de estado revivieron, pero siguió haciendo un frío mortal.

—Ese está muerto, Sky…

—Lo sé —Norquinco no había visitado a muchos durmientes; era la primera vez que Sky había considerado necesario llevarlo consigo—. Lo marqué como fallo en una de mis inspecciones anteriores.

Los iconos de advertencia de la cápsula parpadeaban con todos los colores del infierno, en vano. La cubierta de cristal seguía siendo hermética, y Sky tuvo que acercarse para comprobar que el durmiente estaba realmente muerto y no a punto de convertirse en víctima de un error de las lecturas. Pero no se podía confundir la forma momificada que pudo ver dentro. Miró la placa identificativa del durmiente, comprobó los datos con los de su lista y se sintió satisfecho de que su anterior juicio hubiese resultado correcto.

Sky dejó la cámara, Norquinco lo siguió y se dirigieron hacia la siguiente.

Una historia similar. Otra pasajera muerta por culpa de un error similar. No tenía sentido pensar en mantenerla congelada. Era muy poco probable que le quedara una sola célula intacta en el cuerpo.

—Qué desperdicio —dijo Norquinco.

—No sé —respondió Sky—. Quizá se pueda sacar algo bueno de estas muertes. Norquinco, te he traído aquí por una razón. Quiero que me escuches con atención y que me prometas que nada de lo que te diga saldrá de estos muros. ¿Lo entiendes?

—Me preguntaba por qué querrías verme de nuevo. Han pasado unos cuantos años, Sky.

Sky asintió.

—Sí y se han producido muchos cambios. Pero te he estado vigilando. Te he visto encontrar un hueco para tus conocimientos y he visto lo bueno que eres en tu trabajo. Lo mismo pasa con Gómez, pero ya he hablado con él.

—¿De qué va todo esto, Sky?

—En realidad son dos cosas. Llegaré a la más urgente dentro de un segundo. Primero, solo quiero preguntarte algo técnico. ¿Qué sabes de estos módulos?

—Lo que necesito saber, ni más ni menos. Hay noventa y seis repartidos por el eje, con diez durmientes cada uno.

—Sí. Y muchos de ellos ya están muertos.

—No te sigo, Sky.

—Son masa muerta. No solo los durmientes, sino toda la maquinaria inútil que ya no nos sirve para mantenerlos vivos. Súmalo todo y verás que es una fracción considerable de la masa total de la nave.

—Sigo sin entenderlo.

Sky suspiró y se preguntó por qué las cosas no le resultaban tan claras a los demás como a él.

—Ya no necesitamos esa masa. Ahora mismo, no nos molesta, pero en cuanto empecemos a frenar evitará que lo hagamos con la rapidez que nos gustaría. ¿Tengo que deletrearlo? Quiere decir que si queremos pararnos alrededor de 61 Cygni-A tenemos que empezar a frenar antes de lo que necesitaríamos. Por otro lado, si pudiéramos desprender los módulos que ya no necesitamos, podríamos parar más rápido. Eso nos daría ventaja sobre las demás naves. Llegaríamos al planeta meses antes que los otros; tiempo de sobra para escoger los mejores lugares de aterrizaje y establecer colonias en la superficie.

Norquinco pensó sobre ello.

—No será fácil, Sky. Existen… salvaguardias. Los módulos no están pensados para desprenderse antes de llegar a la órbita de Final del Camino.

—Soy consciente de ello. Por eso te lo pregunto.

—Ah, mmm, ya veo.

—Esas salvaguardias deben ser electrónicas. Eso quiere decir que podrían evitarse con tiempo. Todavía te quedan años para resolverlo… no quiero expulsar los módulos hasta el último momento posible antes de comenzar a frenar.

—¿Por qué quieres esperar tanto?

—Todavía no lo entiendes, ¿verdad? Esto es una guerra fría, Norquinco. Tenemos que guardarnos el elemento sorpresa. —Lo miró con atención, ya que sabía que si decidía no confiar en Norquinco tendría que matarlo pronto. Pero su apuesta era que el problema en sí lo atraería.

—Sí —dijo—. Quiero decir, sí, técnicamente podría saltarme las salvaguardias. Sería difícil (colosalmente difícil), pero podría hacerlo, Y sí que me llevaría años. Quizá una década. Al hacer el trabajo en secreto, tendría que camuflarlo dentro de las auditorías generales del sistema que se llevan a cabo cada seis meses… es la única ocasión en la que esas funciones de las capas más profundas llegan a verse, por no hablar de acceder a ellas. —Sky podía ver cómo corría su mente—. Y ni siquiera estoy en el equipo que lleva a cabo las auditorías.

—¿Por qué no? Eres lo bastante listo, ¿no?

—Dicen que no soy un «jugador de equipo». Si fueran todos como yo, esas auditorías no durarían ni la mitad de lo que duran.

—Puedo entender que les cueste ajustarse a tu ética profesional —dijo Sky—. Es el problema de los genios, Norquinco. Pocas veces se los aprecia.

Norquinco asintió y se imaginó tontamente que su relación por fin había cruzado aquella difusa línea entre la utilidad mutua y la verdadera amistad.

—Nadie es profeta en su tierra y todo eso. Llevas razón, Sky.

—Lo sé —respondió Sky—. Siempre llevo razón.

Abrió la pantalla de su ordenador y buscó entre las capas de datos hasta encontrar el mapa abstracto de los durmientes. Parecía una extraña especie de cactus representada en neón, una planta espinosa y de muchas ramas. Los vivos estaban marcados con iconos rojos; los muertos con negros. Sky llevaba años separando a los vivos de los muertos, hasta que consiguió llenar varios módulos solo con
momios
muertos. Era un trabajo arriesgado, porque hacía falta mover a los vivos mientras seguían congelados, separar sus cápsulas y transportarlas por tren de una parte del eje a otra enfriados por la alimentación de reserva. A veces acababas con otro
momio
muerto.

Era todo parte del plan. Cuando llegara el momento y con la ayuda de Norquinco, Sky estaría listo.

Pero había otro asunto del que quería hablar con Norquinco.

—Dijiste que había otra cosa, Sky.

—Sí. La hay. ¿Recuerdas, Norquinco, aquella vez de jóvenes? ¿Antes de que muriera mi padre? Tú, Gómez y yo hablábamos de algo. Lo llamábamos la sexta nave, pero tú mencionaste otro nombre.

Norquinco me miró receloso, como si estuviera seguro de que era una trampa.

—¿Te refieres al…
Caleuche
?

Sky asintió.

—Sí, justo. Recuérdame la historia de ese nombre, ¿vale?

Norquinco le contó más detalles sobre el mito de los que Sky recordaba de la primera vez. Era como si Norquinco hubiera investigado por su cuenta.

Pero, una vez hubo terminado, tras contarle que había un delfín que acompañaba al barco fantasma, dijo:

—No existe, Sky. Era solo una historia que nos gustaba contar.

—No. Eso pensaba yo, pero era real. Es real, de hecho. —Sky lo miró con cuidado y estudió el efecto de sus palabras en Norquinco—. Mi padre me lo dijo. Los de seguridad siempre han sabido que existía. Y saben un par de cosas sobre él. Está a medio segundo luz de nosotros y es más o menos del mismo tamaño y forma que el
Santiago
. Es otra nave de la Flotilla, Norquinco.

—¿Por qué has esperado hasta ahora para decírmelo, Sky?

—Porque hasta ahora no había dispuesto de los medios para hacer algo al respecto. Pero ahora… tengo los medios. Quiero ir allí, Norquinco, montar una pequeña expedición. Pero debe llevarse a cabo en secreto absoluto. El valor estratégico de esa nave está más allá de todo lo imaginable. Habrá suministros en ella. Componentes. Máquinas. Medicinas. De todo lo que nos ha faltado desde hace décadas. Y todavía más, tendrá antimateria y probablemente su sistema de propulsión todavía funcione. Por eso quiero que venga Gómez. Pero también te necesitaré a ti. No espero que haya nadie vivo dentro, pero tendremos que entrar; calentar los sistemas y evitar su seguridad.

Norquinco lo miró asombrado.

—Yo puedo hacerlo, Sky.

—Bien. Sabía que no me defraudarías.

Le contó a Norquinco que partirían hacia la nave fantasma en cuanto pudieran conseguir una lanzadera sin que nadie sospechara su intención real… un problema que en sí requeriría una planificación cuidadosa. También estarían fuera varios días y nadie debía darse cuenta. Pero el riesgo, pensó, valdría la pena. La nave iba tras ellos como un señuelo, los invitaba a saquear las riquezas que transportaba. Tan solo Sky sabía de la existencia de la nave fantasma.

—¿Sabes? —murmuró Payaso, de nuevo junto a él—. Sería un crimen ignorarlo.

Cuando Sky me dejó (el episodio, como siempre, solo había ocupado un instante del tiempo real), metí la mano en el bolsillo para coger la pistola y, al hacerlo, me pregunté sobre el significado fálico de aquel gesto. Después me encogí de hombros e hice lo único que parecía razonable, que era caminar hacia la luz y la entrada que llevaba al barrio de la Canopia en el que me habían depositado.

Entré en el interior con forma de plaza e intenté andar con pasos orgullosos, como si aquello pudiera proporcionarme cierta confianza. El lugar estaba igual de lleno que Escher Heights, aunque eran bien pasadas las doce de la noche. Pero la arquitectura no tenía nada que ver con lo que había visto hasta el momento. Ya había visto algunos indicios en el sitio en el que Waverly me había tratado y en las geometrías que se suponían domésticas en las habitaciones de Zebra. Pero allí, aquella yuxtaposición curvilínea de topologías descoordinadas, tubos estomacales, paredes y techos pastosos había alcanzado extremos retorcidos.

Me dediqué a pasear durante una hora, estudiaba las caras de la gente y me sentaba de vez en cuando junto a algún estanque de carpas (estaban por todas partes), para dejar simplemente que los recientes acontecimientos me dieran vueltas en la cabeza. Seguía esperando que uno de los patrones me pareciera más cierto que los demás, y entonces sabría lo que estaba pasando y cuál era mi papel en todo aquello. Pero los patrones eran tímidos e incompletos, había fragmentos perdidos e inquietantes asimetrías que estropeaban su veracidad. Quizá un hombre más inteligente que yo podría haber visto algo, pero yo estaba demasiado cansado para buscar sutilezas astutamente escondidas. Solo conocía los acontecimientos superficiales. Me habían enviado hasta allí para matar a un hombre y, a pesar de que las probabilidades estaban en mi contra, había estado a tan solo unos metros de él antes de empezar a buscarlo de verdad. Tendría que haberme sentido entusiasmado, aunque no hubiera conseguido aprovechar el momento. Pero lo que en realidad tenía era la desagradable sensación de que algo iba mal, como si hubiera sacado cuatro ases en la primera mano de un juego de póquer.

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