Ciudad abismo (70 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Ciudad abismo
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—Un hombre ya lo hizo —dije, pensando en Quirrenbach—. Me siguió desde la órbita fingiendo no ser de aquí. Lo perdí en la tienda de Dominika. Es posible que volviera con refuerzos. —Vadim, quizá. Pero haría falta un buen truco para confundirlo con una mujer.

—¿Es peligroso?

—Cualquiera que mienta para vivir es peligroso.

Zebra llamó a uno de sus criados de techo e hizo que la máquina nos trajera una bandeja cargada de licoreras de distintos tamaños y colores. Ella me sirvió una copa de vino y yo dejé que el líquido me lavara algunos de los sabores acumulados de la ciudad, que atontara un poco el estruendo de mi mente.

—Estoy muy cansado —dije—. Me ofreciste santuario aquí hace un día, Zebra. ¿Puedo aceptar esa oferta ahora, aunque sea hasta que salga el sol?

Ella me miró por encima del borde de su copa. Ya había salido el sol, pero ella sabía lo que quería decir.

—Después de todo lo que has hecho, ¿crees que mantendré en pie una oferta como esa?

—Soy un optimista —dije, intentando ponerle a mis palabras el tono adecuado de absoluta resignación.

Después le di otro sorbo al vino y comencé a darme cuenta de lo exhausto que estaba en realidad.

30

La expedición a la nave fantasma casi no llega a salir del
Santiago
. Sky y sus dos socios, Norquinco y Gómez, acababan de llegar a la bahía de carga cuando Constanza salió de entre las sombras.

Parecía mucho mayor, pensó Sky, vejez prematura comparada con él. Era difícil de creer que los dos hubieran sido casi iguales; niños que exploraban el mismo país de las maravillas, oscuro y laberíntico. Pero en aquellos momentos las sombras se le grababan en la cara de forma poco favorecedora y enfatizaban las arrugas y pliegues de su expresión habitual.

—¿Os importa que os pregunte adónde pensáis ir? —preguntó Constanza, de pie entre ellos y la lanzadera que les había costado tanto preparar—. No tengo constancia de que nadie deba dejar hoy el
Santiago
.

—Me temo que esta vez no era de tu incumbencia —dijo Sky.

—Sigo siendo un miembro del equipo de seguridad, pequeño gusano desdeñoso. ¿Cómo no va a ser de mi incumbencia?

Sky miró a los otros para que lo dejaran hablar a él.

—Entonces, seré franco. Es un asunto que sobrepasa los canales de seguridad habituales. No puedo ser más específico, pero la naturaleza de esta misión es delicada y diplomática.

—Entonces, ¿por qué no está Ramírez contigo?

—Es una misión de alto riesgo; una posible trampa. Si me cogen, Ramírez perderá a su segundo de a bordo, pero el funcionamiento rutinario del
Santiago
no se verá muy afectado. Y si es un intento genuino de mejorar las relaciones, las otras naves no podrán quejarse de que no les hemos enviado a un miembro de alto rango.

—Pero el capitán Ramírez sabrá algo sobre esto, ¿no?

—Imagino que sí. Él lo autorizó.

—Lo comprobaremos por si acaso, ¿vale? —se levantó la manga para hablar con el capitán.

Sky se permitió un instante de indecisión antes de actuar, tras sopesar los resultados de dos estrategias arriesgadas. Ramírez realmente pensaba que había una operación diplomática en curso; una excusa que permitiría a Sky dejar la nave durante un par de días sin que se hicieran demasiadas preguntas. Le había llevado años preparar el terreno para aquel engaño, falsificando mensajes desde el
Palestina
y manipulando los de verdad. Pero Ramírez era un hombre listo y podría sospechar si Constanza empezaba a demostrar demasiado interés por la validez de la misión.

Así que la empujó a un lado y la tiró al duro y pulido suelo de la bahía de carga. Ella se golpeó la cabeza y se quedó mortalmente quieta.

—¿La has matado? —preguntó Norquinco.

—No lo sé —dijo Sky mientras se arrodillaba.

Constanza seguía viva.

Arrastraron el cuerpo inconsciente por el suelo hasta colocarlo junto a una pila de paletas de transporte destrozadas. Parecería que al explorar la bahía ella sola se había caído una torre de paletas y le había dado en la cabeza.

—No recordará el encuentro —dijo Sky—. Y, si no se le olvida a ella solita antes de que volvamos, la encontraré yo mismo.

—Pero tendrá sus sospechas —dijo González.

—Eso no supondrá ningún problema. He sembrado pistas que hacen que parezca que Ramírez y Constanza se pusieron de acuerdo para autorizar (ordenar) esta expedición. —Miró a Norquinco, que había hecho gran parte del trabajo del que hablaba, pero la expresión del otro hombre se mantuvo impasible.

Se fueron antes de que Constanza pudiera volver en sí. Normalmente, Sky hubiera arrancado los motores de la lanzadera nada más salir de la bahía de atraque, pero aquello habría hecho que su partida resultara mucho más obvia. En vez de ello, le dio un pequeño empuje a la lanzadera mientras estaba escondida detrás del
Santiago
(lo bastante para ponerla a cien metros por segundo con respecto a la Flotilla) y después apagó los motores. Con las luces de la cabina casi apagadas y manteniendo un estricto silencio en las comunicaciones, se alejaron hacia la parte de atrás de la nave principal.

Sky observó el casco pasar junto a ellos como un acantilado gris. Había tomado medidas para esconder su ausencia del
Santiago
(y, dado el ambiente de paranoia predominante, no había mucha gente dispuesta a hacer preguntas incómodas), pero no había forma de ocultar totalmente la partida de una nave pequeña a las otras naves. Sin embargo, Sky sabía por experiencia que los barridos de sus radares estaban concentrados en la detección de misiles que se movieran entre las naves y no en algo que se fuera quedando atrás lentamente. De hecho, como ya estaban envueltos en la carrera por deshacerse de carga de la nave, era normal que se descartara el equipo de más. La basura solía lanzarse a la deriva delante de ellos, de modo que la Flotilla nunca se chocara contra ella al frenar, pero aquel era un detalle menor.

—Iremos a la deriva durante veinticuatro horas —dijo Sky—. Eso nos pondrá nueve mil kilómetros por detrás de la última nave. Después podremos encender los motores y el radar y acelerar hasta el
Caleuche
. Aunque vean nuestra llama de propulsión, estaremos muy por delante de cualquier lanzadera que envíen tras nosotros.

—¿Y si realmente envían algo? —preguntó Gómez—. Puede que solo tengamos unas cuantas horas de gracia. Un día, como mucho.

—Entonces será mejor que usemos bien nuestro tiempo. Unas cuantas horas bastarán para subir a bordo y averiguar lo que le pasó. Unas cuantas horas más nos darán el tiempo necesario para encontrar los suministros intactos que tenga: equipo médico, piezas para las cabinas de durmientes, lo que quieras. Dentro de la lanzadera podemos meter lo bastante como para que suponga una diferencia. Si encontramos demasiado para llevárnoslo, la retendremos hasta que el
Santiago
pueda enviar una flota mayor de lanzaderas.

—Hablas como si pudiéramos ir a la guerra por ella.

—Quizá merezca la pena, Gómez —respondió Sky Haussmann.

—O quizá la limpiara hace años una de las otras naves. Lo has pensado, ¿verdad?

—Sí. Y creo que eso también sería un motivo razonable para una guerra.

Norquinco, que casi no había hablado desde el despegue, examinaba un diagrama general de desconcertante complejidad perteneciente a una de las naves de la Flotilla. Era el tipo de cosa en la que podía enfrascarse durante horas, con los ojos vidriosos, sin parar para dormir ni comer hasta haber resuelto el problema de forma satisfactoria. Sky envidiaba aquella firme devoción a una sola tarea, aunque le repelía la idea de permitirse ser tan obsesivo. El valor de Norquinco para él era muy específico: una herramienta que podía aplicar a ciertos problemas bien definidos con resultados predecibles. Si se le daba algo complicado y arcano a Norquinco, estaba en su elemento. Inventarse un modelo plausible de cómo podrían ser las redes de datos internas del
Caleuche
era exactamente ese tipo de problema. Nunca podría ser nada más que una suposición bien fundamentada, pero Sky no dejaría que nadie más la hiciera.

Repasó lo poco que sabían sobre la nave fantasma. Lo que sí estaba claro es que el
Caleuche
debía haber sido una parte reconocida de la Flotilla, construido y lanzado al espacio junto con las otras naves desde la órbita de Mercurio. Su construcción y lanzamiento nunca podrían haberse mantenido en secreto, aunque alguna vez tuviera un nombre más prosaico que el de un barco fantasma mitológico. Habría acelerado a velocidad de crucero con las otras cinco naves y, por un tiempo (quizá muchos años), habría viajado con ellas.

Pero había pasado algo durante aquellas primeras décadas de viaje a Cisne. Mientras las revueltas políticas y sociales sacudían el sistema natal, la Flotilla se había ido quedando cada vez más aislada. El sistema natal se quedó meses y después años luz atrás, hasta que la comunicación real se hizo difícil. Las actualizaciones técnicas siguieron llegando y la Flotilla había seguido enviando informes, pero los intervalos entre aquellas transmisiones se habían hecho cada vez mayores y los mensajes cada vez menos entusiastas. Aunque seguían llegando mensajes desde casa, a menudo los acompañaban otros mensajes contradictorios; prueba de que existían facciones en conflicto con diferentes agendas y que no todas incluían el que la Flotilla llegara a salvo a Final del Camino. De vez en cuando se recogía un boletín de noticias generales y las naves de la Flotilla llegaron a conocer la inquietante verdad de que había facciones que negaban que las naves existieran. En general, aquellos intentos por reescribir la historia no se tomaban en serio, pero resultaba desconcertante que hubieran conseguido una tribuna.

Demasiado tiempo y distancia
, pensó Sky, mientras las palabras se repetían en su cabeza como un mantra. Tantas cosas se reducían a eso, al final.

Y aquello también significaba que las naves de la Flotilla se habían hecho cada vez menos responsables ante otros grupos, salvo ellas mismas; que resultaba más sencillo eliminar de forma colectiva la verdad sobre lo ocurrido con el
Caleuche
.

El abuelo de Sky o, mejor dicho, el padre de Titus Haussmann, debía saber exactamente lo ocurrido. Le había contado parte de la verdad a Titus, pero quizá no toda, y puede que cuando muriera el padre de Titus ni siquiera él estuviera seguro de lo que había ocurrido en realidad. Solo podían especular. En opinión de Sky, había dos escenarios posibles. En el primero, se habría producido una disputa entre las naves que había terminado con un ataque al
Caleuche
. Incluso podrían haber llegado a usar las armas nucleares para diseño paisajístico: aunque Titus había dicho que el eco en el radar de la nave fantasma encajaba con el perfil de una de las naves de la Flotilla, podría estar seriamente dañada. Después, las otras naves podrían haberse sentido tan avergonzadas de su actuación como para decidir borrarlos de los archivos. Una generación tendría que vivir con la vergüenza, pero no la siguiente.

La otra idea, la que más le gustaba a Sky, era menos dramática pero, quizá, más vergonzosa. ¿Y si algo había ido terriblemente mal en el
Caleuche
? ¿Una plaga a bordo de la nave, por ejemplo? ¿Y si las otras naves hubieran decidido no ofrecerles ayuda? Cosas peores se habían visto en la historia y, ¿quién podía culpar a los otros por temer la contaminación?

Quizá fuera vergonzoso. Pero era perfectamente comprensible.

Lo que también quería decir que tendrían que tener mucho cuidado. Asumiría que cada situación era potencialmente letal. De igual modo, aceptaría los riesgos que entrañara, ya que el premio era tan grande. Pensó en la antimateria que llevaba la nave, todavía dormida en su reserva de contención, esperando el día en que debería usarse para frenarla. Puede que aquel día todavía llegara, pero no de la forma en que sus diseñadores lo habían previsto.

O, ya puestos, ninguna de las otras naves.

Dentro de unas horas se habrían escapado del cuerpo principal de la Flotilla. Una vez el haz del radar del
Brasilia
se detuvo sobre ellos, como los dedos de una persona ciega tocando un objeto poco familiar. El momento fue tenso y, mientras los examinaba, Sky se preguntó si, después de todo, no habría cometido un fatal error de juicio. Pero el haz se fue y no regresó. Si el
Brasilia
había supuesto algo debía haber aceptado que el eco del radar era solo un trozo de basura en retroceso; una máquina irreparable lanzada al vacío.

Después se quedaron solos.

Resultaba tentador encender los propulsores, pero Sky mantuvo la calma y se mantuvo a la deriva durante las veinticuatro horas que había prometido. No llegaron transmisiones del
Santiago
, lo que parecía garantizar que su ausencia todavía no había creado problemas. Si no fuera por la compañía de Norquinco y Gómez, hubiera sido el momento más solitario (más alejado de la compañía humana) de toda su vida. Qué terrorífico hubiera resultado aquel aislamiento para el niño pequeño al que tanto miedo le dio la oscuridad al quedar atrapado en la guardería. Era casi impensable haberse alejado tanto de casa por voluntad propia.

Pero esta vez tenía un propósito.

Esperó hasta el segundo exacto y después encendió de nuevo los motores. La llama ardió con un color lila intenso, limpio y puro frente a las estrellas. Procuró evitar dirigir el chorro de propulsión directamente hacia la Flotilla, pero no había forma de esconderlo del todo. No importaba mucho; ya tenían ventaja y, decidieran las otras naves lo que decidieran, Sky llegaría al
Caleuche
primero. Lo consideraría un pequeño anticipo de la gran victoria, cuando hiciera que el
Santiago
llegara a Final del Camino antes que los demás. Estaba bien recordar que todo lo que hacía en aquellos momentos solo era parte de un plan mayor.

Pero había una diferencia, claro. No cabía duda de que Final del Camino estaba allí fuera; sabía que aquel mundo era real. Pero solo tenía la palabra de Titus de que el
Caleuche
existía.

Sky encendió el sistema de radar de fase de largo alcance y (tal y como había hecho antes el
Brasilia
) alargó una mano para tocar la oscuridad.

Si estaba allí, lo encontraría.

—¿Es que no puedes dejarlo en paz? —preguntó Zebra.

—No. Aunque me sintiera preparado para perdonarlo (que no lo estoy), tendría que saber por qué me provocó de aquella forma; qué esperaba sacar con eso.

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