—De acuerdo —chilló Williams, el oficial al mando, desde su posición cerca de la parte delantera del poderoso vehículo—, os quiero a todos fuera, ahora. Formad un perímetro alrededor del transporte. ¡Moveros!
El soldado más cercano abrió la pesada puerta blindada de la parte trasera del vehículo y dejó que los demás salieran. En una maniobra bien ejecutada, se desplegaron y formaron un círculo abierto alrededor del transporte, equidistantes los unos de los otros. El conductor permaneció detrás del volante, preparado para sacarlos de allí con rapidez, mientras que Williams permanecía hombro con hombro con los hombres y mujeres bajo su mando.
Cooper se quedó quieto y contempló la ciudad. La lluvia torrencial empapaba la lúgubre escena como si fuera niebla. Vio cómo corría el agua hacia él a través de una alcantarilla. A poca distancia de sus pies yacían numerosos cuerpos en descomposición. El mundo parecía completamente extraño y desconocido. Había estado muchas veces antes en esa ciudad, había conducido por esa misma calle, pero ese día le resultaba irreconocible.
Algunas de las personas se estaban aproximando, surgiendo lentamente de la penumbra. Al principio fueron difíciles de ver a causa de las malas condiciones y también por su apariencia pálida y demacrada, pero se movían de forma silenciosa y extraña en dirección a los soldados. Dios santo, pensó Cooper, prácticamente eran incapaces de moverse en línea recta.
—¿Qué se supone que vamos a hacer ahora? —preguntó nervioso Lance Jackson, un soldado de veintidós años que no aparentaba más de diecisiete. Inquieto, cambiaba el peso de un pie al otro, y sostenía el fusil automático con fuerza contra el pecho. Williams le perdonó su falta de disciplina. Él también estaba asustado, aunque no lo demostraba.
—Controla los nervios, hijo —lo calmó desde justo detrás de él, colocando una mano tranquilizadora en el hombro de Jackson—. Sólo tienes que recordar que esa gente querrá de nosotros ayuda y respuestas, y no estamos en disposición de proporcionarles ninguna de las dos. Mantén la calma y sigue alerta y...
Sus palabras se perdieron al contemplar los primeros cuerpos que se acercaban tambaleándose. Estaban lo suficientemente cerca para que los soldados fueran capaces de distinguir sus caras destrozadas, sus rasgos desfigurados por la enfermedad y la descomposición. Cada uno de los soldados parecía concentrado en alguna de las criaturas que tenía más cerca. Williams contempló cómo una oficinista muerta se tambaleaba vacilante hacia él. Lo que quedaba de lo que había sido una mujer bien vestida alzó la cansada cabeza para mirar en su dirección. Parecía que se fijaba en él con una mirada fría y sin emociones de sus ojos oscuros y hundidos.
—Mierda —maldijo William, bajando la guardia y perdiendo los nervios por primera vez en diecisiete años de servicio activo.
Los cuerpos se siguieron tambaleando en dirección a los soldados cada vez más inquietos. Amanda Brice, que se encontraba a cuatro hombres de distancia a la derecha de Cooper, alzó el fusil y apuntó. Otros hicieron lo mismo. Cooper se aclaró la garganta y preparó su arma.
—Deténganse —gritó Williams a través del megáfono en dirección a la gente que se acercaba—. Quédense donde están. Estamos aquí para ayudarles, pero tienen que hacer exactamente lo que les digamos.
Los cuerpos se acercaron aún más. Williams se preguntó si en realidad podrían oírle.
—Repito —chilló de nuevo Williams—, quédense donde están y no les ocurrirá nada...
Seguía sin haber respuesta.
El cuerpo más cercano se encontraba ya a sólo un par de metros de Brice. Aterrorizada por el aspecto antinatural y sin expresión de la cara escuálida y pálida, apuntó el fusil al aire a unos pocos centímetros por encima de la cabeza del hombre y apretó el gatillo. Ignorando el peligro, el hombre siguió tambaleándose hacia delante. El cabrón ni siquiera había parpadeado, pensó Brice.
—Dios santo —maldijo en voz baja—. ¿Qué demonios les pasa?
Los cuerpos se cernían sobre el círculo de soldados. Desconcertada, desorientada e intentando no dejarse llevar por el pánico, Brice apuntó al cuerpo que tenía delante y disparó una sola bala que impactó en la carne muerta justo por encima de la rodilla derecha de la criatura. Ésta se derrumbó y cayó al suelo, pero inmediatamente empezó a levantarse de nuevo, aparentemente ajena a la herida. Brice se quedó mirándole la cara. No había expresión de dolor o ninguna muestra de cualquier otra emoción, pero era difícil ver nada a través de la decoloración y la desfiguración. Bajó la mirada hacia la pierna herida y vio sangre espesa goteando a coágulos, no fluyendo, del agujero de bala. Le volvió a disparar una y otra vez, el cuerpo se sacudía hacia atrás con cada impacto, pero entre disparos se seguía acercando.
—Volved adentro —ordenó Williams, ya de camino hacia el interior del vehículo—. No hay nada que podamos hacer. Salgamos de aquí.
Los soldados se dieron la vuelta y corrieron. A Thompson lo agarraron del brazo cuando las criaturas más avanzadas extendieron las manos y trataron de atraparlo. Empezó a pegarles, alejándolas con los puños y con la culata del fusil. Sin embargo, con la misma rapidez con la que conseguía soltarse, más manos se aferraban a su traje.
Al descubrir de repente que era el único soldado que seguía en el exterior, Cooper intentó ayudar a su camarada y consiguió que lo soltaran. Por el rabillo del ojo vio que los demás habían desaparecido en la parte trasera del transporte, seguidos de cerca por una multitud de criaturas grises. Nubes de humo negro surgieron del tubo de escape del vehículo mientras el conductor se preparaba para irse.
—Vamos —le gritó a Thompson—, ¡muévete!
Desorientado por la masa de caras asquerosas y podridas a su alrededor, Thompson se dejó llevar por el pánico e intentó abrirse paso a través de una muchedumbre cada vez más numerosas, alejándose del transporte. Cooper intentó de nuevo hacerlo volver. Moviendo aún los puños con furia, el primer soldado se abrió camino a golpes a través de las hordas putrefactas; su fuerza encontró poca resistencia. Se abrió camino con rapidez a través de la masa de cadáveres y alcanzó una zona donde eran considerablemente menores en número. Aún rodeado, Cooper miró hacia atrás por encima del hombro y vio que el transporte había quedado prácticamente engullido por muchas más de las repugnantes criaturas. Consciente de que su camino de regreso al vehículo blindado había quedado cortado, Thompson golpeó muchas más veces con la culata del fusil y después se abrió paso por lo que quedaba de la multitud, corriendo hacia las oscuras sombras de los edificios del centro de la ciudad.
—Mierda —explotó Cooper.
El transporte empezaba a abrirse camino a través de la multitud putrefacta y se alejaba con el rugido de su poderoso motor, llenando de ruido el aire de la tarde. Más y más cuerpos se arrastraron detrás de él cuando empezó a acelerar. La situación era peligrosamente impredecible. Cooper sabía que los otros no iban a esperar y que, llegado el caso, tanto Thompson como él eran prescindibles. La prioridad de Williams sería regresar a la base e informar, como le habían ordenado, y no importaba cuántos de ellos regresasen. Siempre que alguien consiguiera volver, se habrían alcanzado los objetivos de la misión. Cooper empezó a correr hacia el vehículo cuando éste comenzó a acelerar, pero ya era demasiado tarde. Dejó de correr incluso antes de alcanzar el borde exterior de la masa de civiles enfermos, sin atreverse a acercarse más, y todo lo que pudo hacer fue contemplar cómo desaparecía el transporte bajo la lluvia torrencial.
Detrás de Cooper, Thompson chillaba de rabia y miedo. Cooper se dio la vuelta y vio cómo el soldado derribaba al suelo a otro cuerpo, después se volvía y corría de nuevo. Maldito idiota, pensó mientras se libraba de otros dos cuerpos que no dejaban de agarrarle. Sin posibilidad de alcanzar el transporte, supo que no tenía más alternativa que seguir a Thompson hacia el centro de la ciudad, con la esperanza de encontrar algún lugar seguro para refugiarse y decidir una forma de regresar. Corrió detrás de él, contemplando cómo seguía alejando a golpes a muchas más de las criaturas débiles y torpes a ambos lados de su camino, y empezó a elaborar planes de huida. Conocía las vías de salida de la ciudad y la ruta hacia la base. Sólo sería cuestión de encontrar un coche o cualquier otra forma de transporte y... ¿qué demonios estaba haciendo Thompson? Había estado corriendo por el centro de una calle en pendiente, flanqueada por tiendas y cafés en ruinas, pero de repente se había frenado. Muchas de las grotescas criaturas avanzaban hacia él desde diferentes direcciones. Sabía que estaban allí, pero no parecía que les prestase atención.
—Por el amor de Dios —le gritó Cooper, con la voz amortiguada por su equipo de respiración, pero lo suficientemente alta para que el otro hombre pudiera oírlo—, ¿qué demonios estás haciendo?
Thompson se arrancó la máscara.
—No voy a volver —le gritó, con el rostro aterrorizado completamente enrojecido—. Mira este maldito lugar, Cooper, es una jodida pesadilla. No voy a volver para enterrarme bajo tierra. Voy a intentar regresar a casa y...
Dejó de hablar abruptamente y se llevó una mano enguantada a la garganta.
—¿Thompson? —le gritó, pero Thompson no respondió. Se quedó parado y se balanceó durante un momento, rodeado por los cadáveres, que se abalanzaban sobre él, pero a los que no prestaba atención; después cayó de rodillas como si alguien le hubiera golpeado en las piernas, y empezó a toser y a convulsionarse con violencia. Doblado sobre sí mismo por un dolor repentino y abrasador, se agarró el cuello cuando los tejidos de la garganta se le empezaron a hinchar y a llagar, cortando las vías de respiración. Cuando Cooper llegó a su lado, ya se estaba asfixiando con la sangre que le corría por la tráquea y le anegaba los pulmones. Yacía sobre el suelo sucio, y se agitaba y convulsionaba cerca de los pies de Cooper, escupiendo sangre carmesí sobre el asfalto mojado. Levantó la mirada hacia él con unos ojos grandes, saltones e impotentes y entonces se quedó inmóvil, aunque sus miembros se agitaban ocasionalmente.
Cooper levantó la mirada y vio que ya estaba rodeado; los cuerpos se arrastraban hacia él desde todos los ángulos posibles. Le dio un golpecito a Thompson con la bota y entonces, seguro de que su compañero estaba muerto y de que no podía hacer nada por él, reinició la carrera hacia las profundidades de la ciudad.
La lluvia caía con más fuerza que antes, cubriendo todos los sonidos a su alrededor, golpeando el suelo con tanta dureza que parecía que volvía a saltar desde el pavimento. Cooper subió corriendo por una cuesta hacia una galería comercial pequeña y cuadrada, llena de tiendas devastadas y restos humanos en descomposición. Allí había aún más de los sorprendentes supervivientes (si realmente era eso lo que eran), pero sus reacciones fueron uniformemente lentas: entorpecidos y retrasados por lo que fuera que les hubiese ocurrido dos semanas antes. Cuando Cooper se abría camino a empujones a través de ellos, todo lo que podían hacer era darse dolorosamente la vuelta y tambalearse detrás de él, intentando agarrar el aire donde él acababa de estar. Como soldado, su deber era defender y proteger a esa gente, pero estaba claro que se encontraban más allá de cualquier esperanza. «Olvida el uniforme», se dijo mientras corría. Como ser humano, sus prioridades se habían vuelto infinitamente más simples y más egoístas. Jode a todo y a todos... Necesitaba alejarse del infierno irreconocible en que se había convertido la ciudad y cuidar sólo de sí mismo. Su propia seguridad era la única preocupación que le quedaba.
Un brusco giro a la derecha le condujo por un callejón estrecho y oscuro entre dos altos edificios de oficinas y un complejo igualmente alto de pisos de lujo en el centro de la ciudad. En este espacio tan reducido, la lluvia parecía resonar con mayor fuerza que antes. Tenía por delante a algunas personas, que avanzaban hacia él. El callejón era estrecho, y Cooper sabía que iba a ser difícil pasar a través de ellas, pues su número representaba un problema importante. Una mirada rápida por encima del hombro reveló que aún más le habían seguido desde la otra dirección. Estaba atrapado, y aunque las lastimosas criaturas parecían individualmente débiles y poco importantes, había demasiadas para no considerarlas como una amenaza. Sin embargo, por la misma razón, no tenía ningún deseo de causarles daño. Era evidente que ya habían sufrido lo suficiente. Estaban débiles y mal alimentadas, víctimas inocentes que no habían hecho nada malo. Había pasado tiempo suficiente en diversas zonas de guerra por todo el mundo para reconocer el daño causado a la población local siempre que se veían envueltos los militares.
A medio camino del callejón, en un entrante, se encontraba un gran cubo de la basura, metálico y de forma cilíndrica, al que se subió Cooper. Desde allí pudo alcanzar una escalera de incendios metálica. Subió hasta una ventana del primer piso, que rompió con una patada de sus pesadas botas. Con cuidado, pasó a través del cristal roto («vigila el maldito traje», se gritó a sí mismo) y se encontró en una oficina grande y diáfana. Había más personas silenciosas en el interior, todas en las mismas condiciones que las que vagaban por las calles empapadas de lluvia. Inmediatamente se dieron la vuelta y empezaron a moverse hacia él, siguiendo todos sus movimientos con sus ojos oscuros y velados. ¿Por qué seguían estas personas en el trabajo? ¿Por qué no se habían ido a casa para estar con sus amigos y con sus familias? ¿Realmente llevaban allí casi tres semanas...?
—Miren —empezó a decir, intentando averiguar qué les podría decir—, por favor, no tengan miedo. No les voy a...
Era inútil. Las personas en el edificio estaban en una situación tan terminal y catatónica como las que se encontraban en el exterior. Cooper miró con un horror creciente a la cara de la más cercana. En su momento había sido una atractiva becaria, pero la piel ampollada, purulenta y desgarrada de la mujer estaba cubierta de un tono azul verdoso antinatural. Mechones de su larga cabellera habían desaparecido de un lado del cráneo. Cooper bajó la mirada hacia uno de los cadáveres sin vida desplomado sobre un escritorio cerca de él. Aunque estaba mirando a través de un visor tintado, se le ocurrió que los cuerpos que se seguían moviendo y los que no lo hacían parecían estar en las mismas condiciones físicas. Lo había visto antes cuando se encontraba en el campo de batalla en servicio activo. Se trataba de la apariencia inconfundible de la muerte. Dios santo, esa gente se estaba pudriendo...