El universo sonoro también es espectacular en este sitio. Por las noches hay un coro de grillos con un grupo de ranas a cargo de los graves. En plena noche los perros gimotean porque nadie los entiende. Antes de amanecer todos los gallos que hay en muchos kilómetros a la redonda nos cuentan cuánto mola ser gallo. («¡Somos gallos!», chillan. «¡Somos los únicos que tenemos la suerte de ser gallos!».) Todas las mañanas, al amanecer, hay un concurso de canto de aves tropicales y siempre quedan empatados los diez primeros participantes. Cuando sale el sol, las cosas se tranquilizan un poco y las mariposas se ponen a trabajar. La casa está tan cubierta de hiedra que no sería extraño que un día desapareciera bajo las hojas y yo acabara convertida en una flor de la selva. Lo que pago de alquiler es menos de lo que me gastaba en taxis al mes en Nueva York.
La palabra
paraíso
, por cierto, que viene del persa, significa literalmente «jardín amurallado».
Dicho esto, seré sincera y confesaré que tres tardes metida en la librería local me bastan para descubrir que todas mis ideas sobre el paraíso balinés eran equivocadas. Cuando conocí Bali hace dos años, me dio por contar que esta pequeña isla era la única verdadera utopía del mundo entero, un lugar que sólo conocía la paz, la armonía y el equilibrio desde el inicio de los tiempos. Un perfecto jardín del Edén sin ningún episodio de violencia ni derramamiento de sangre en toda su historia. No sé de dónde me había sacado aquella idea tan estupenda, pero la repetía totalmente convencida.
—Si hasta los policías llevan flores en el pelo —decía, como si eso fuese la máxima prueba.
Sin embargo, lo cierto es que Bali tiene una historia exactamente igual de sanguinaria y tiránica que todos los lugares de la Tierra donde hayan vivido seres humanos. Cuando los reyes javaneses emigraron aquí en el siglo XVI, lo que establecieron fue una colonia feudal con un estricto sistema de castas que —como todos los sistemas de castas que se precien— mostraba una escasa o nula consideración por los desfavorecidos. La economía de Bali se estableció sobre un lucrativo comercio de esclavos (que no sólo se adelantó varios siglos a la participación europea en el tráfico internacional de esclavos, sino que la sobrevivió ampliamente). En cuanto a la política local, la isla estaba sometida a los constantes enfrentamientos entre reyes rivales, que atacaban continuamente (con violaciones y asesinatos en masa) a sus vecinos. Hasta finales del siglo XIX los balineses fueron temidos por los comerciantes y marinos, que los consideraban unos adversarios feroces. (La palabra
amok
, que usó Stefan Zweig como título de una de sus novelas, es una técnica bélica balinesa que consiste en enfrentarse salvaje y alocadamente al enemigo en un cuerpo a cuerpo sanguinario y suicida.) Con un disciplinado ejército de 30.000 soldados los balineses vencieron a sus invasores holandeses en 1848, de nuevo en 1849 y les dieron la puntilla en 1850. Sólo se dejaron vencer por los holandeses cuando los monarcas rivales de Bali rompieron filas y se traicionaron entre sí para lograr el poder, alineándose con el enemigo para conseguir provechosos acuerdos comerciales. Así que vender la historia actual de la isla como un sueño paradisiaco es distorsionar la realidad; no se puede decir que estas gentes se hayan pasado el último milenio tan campantes, sonriendo y cantando alegres canciones.
Pero en las décadas de 1920 y 1930, cuando los viajeros occidentales más enterados descubrieron Bali, optaron por ignorar su pasado sanguinario y decidieron bautizarlo como «La isla de los dioses», donde «todos son artistas» y se vive en un estado de felicidad inmaculada. Este sueño idílico ha calado tan hondo que la mayoría de la gente que llega a Bali por primera vez (incluida yo) se lo tragan. «No le perdono a Dios que no me haya hecho balinés», dijo el fotógrafo alemán George Krauser cuando visitó Bali en la década de 1930. Atraídos por esa belleza y serenidad sobrenatural de la que tanto les hablaban, los turistas más selectos también optaron por viajar a la isla, artistas como Walter Spies, escritores como Noël Coward, bailarinas como Claire Holt, actores como Charlie Chaplin e intelectuales como Margaret Mead (que, sin dejarse engañar por los pechos desnudos, describió sabia y certeramente la cultura balinesa como una sociedad tan remilgada como la Inglaterra victoriana: «No hay ni un gramo de atrevimiento en su sensualidad»).
La juerga acabó en la década de 1940, cuando el mundo entró en guerra. Los japoneses invadieron Indonesia y los felices expatriados tuvieron que huir de sus jardines balineses atendidos por sus bellos sirvientes. En la lucha por la independencia indonesia que se desencadenó tras la guerra Bali acabó tan dividida y devastada por la violencia como el resto del archipiélago y en la década de 1950 (según un estudio llamado
Bali: el paraíso inventado
) todo occidental que se atreviese a poner un pie en la isla tenía casi que dormir con una pistola bajo la almohada. En la década de 1960 la lucha por el poder convirtió Indonesia en un campo de batalla entre nacionalistas y comunistas. Tras el fallido golpe de Estado que hubo en Yakarta en 1965 llegaron a la isla tropas de soldados nacionalistas encargados de depurar a los balineses comunistas. En cosa de una semana, contando con la colaboración de la policía y las autoridades locales, las tropas nacionalistas dejaron un reguero de sangre en todas las aldeas de la isla. Al acabar la siniestra matanza, unos cien mil cadáveres se amontonaban en los hermosos ríos de Bali.
Fue en la década de 1960 cuando renació el sueño de un paraíso legendario, cuando el Gobierno indonesio decidió reinventarse Bali como «La isla de los dioses», eslogan de una gran campaña publicitaria que tuvo un éxito enorme en el mercado internacional. Los turistas que regresaron a Bali eran un grupo de intelectualoides (la isla nunca fue un bastión militar tampoco) a los que les interesaba la belleza artística y religiosa de la cultura balinesa. Se pasaron por alto los aspectos más tétricos de su historia. Y así hasta hoy.
Después de pasar varias tardes leyendo sobre este tema en la biblioteca local me quedo un poco desconcertada. Un momento, me digo a mí misma. ¿Para qué había venido yo a Bali? Para hallar el equilibrio entre el placer terrenal y la devoción espiritual, ¿no? Pero ¿estoy en el sitio adecuado? ¿Es verdad que los balineses llevan una vida más pacífica y equilibrada que nadie en el mundo? La verdad es que parecen equilibrados, eso sí, con tanto baile, oración y celebración y tanta belleza y tanta sonrisa, pero no acabas de saber muy bien qué hay detrás de todo eso. Es verdad que los policías llevan una flor en la oreja, pero Bali es un hervidero de corrupción, como el resto de Indonesia (el otro día lo pude comprobar cuando di a un funcionario uniformado varios centenares de dólares de dinero extraoficial para que me alargara ilegalmente la extensión del visado a cuatro meses). Los balineses viven, literalmente, de esa imagen que tenemos de ellos como las personas más pacíficas, místicas y artísticamente expresivas del mundo, pero ¿qué parte de la leyenda es verdad y qué parte forma parte de su economía nacional? ¿Cuánto puede llegar a saber una extranjera como yo sobre las tensiones ocultas que pueda haber tras esos «rostros relucientes»? Aquí pasa igual que en el resto del mundo. Si miras la imagen de cerca, las líneas se difuminan y se convierten en una masa ambigua de brochazos borrosos y píxeles entremezclados.
De momento lo único que puedo decir es que estoy encantada con la casa que he alquilado y que los balineses han sido amabilísimos conmigo, sin excepción. El arte y las ceremonias de este país me parecen hermosos y tonificantes, cosa en la que ellos parecen estar de acuerdo. Esa es mi experiencia de un lugar que probablemente sea mucho más complejo de lo que yo sospecho. Pero lo que los balineses tengan que hacer para mantener su equilibrio vital (y ganarse el pan) es cosa suya. Lo que yo he venido a hacer es trabajarme mi propio equilibrio interno y, de momento, me sigue pareciendo un entorno adecuado para conseguirlo.
No sé qué edad tiene mi amigo el curandero. Se lo he preguntado, pero no está seguro. Creo recordar que, cuando estuve aquí hace dos años, el traductor dijo que tenía 80. Pero Mario se lo preguntó el otro día y le dijo: «Creo que 65, no estoy seguro». Cuando le pregunté en qué año nació, me dijo que no recordaba haber nacido. Sé que ya tenía sus años cuando los japoneses ocuparon Bali durante la Segunda Guerra Mundial, así que ahora debería tener en torno a 80. Pero, cuando me contó la historia de que se había quemado el brazo de joven, le pregunté en qué año fue y me dijo: «No lo sé. ¿En 1920?». Suponiendo que tuviera veinte años en 1920, ¿qué tendría ahora? ¿Unos 105 o así? Vamos, que está en algún punto entre los 65 y los 105 años.
También he descubierto que dice tener más o menos años según el humor del que esté ese día. Cuando está muy cansado, suspira y dice: «Puede que 85 hoy», pero, si está más contento, dirá: «Creo que hoy tengo 60». Bien pensado, es un sistema para calcular la edad tan bueno como cualquiera. Es decir, a juzgar por cómo te encuentras, ¿qué edad dirías que tienes? ¿Hay algo más que tenga alguna importancia? A pesar de todo no pierdo la esperanza de llegar a averiguarlo. Una tarde decido ir al grano y le pregunto por las buenas:
—Ketut, ¿cuándo es tu cumpleaños?
—El jueves —contesta.
—¿Este jueves?
—No. Este jueves, no. Un jueves.
El dato parece prometedor..., pero ¿no hay más información que ésa? ¿Un jueves de qué mes? ¿En qué año? Vete a saber. Además, en Bali es más importante el día de la semana en que uno nace que el año. Por eso, Ketut, aunque no sabe la edad que tiene, me explica que el santo de los niños nacidos en jueves es Siva el Destructor y también los protegen dos espíritus animales: el león y el tigre. El árbol oficial de los niños nacidos en jueves es el banyán. El ave es el pavo real. El nacido en jueves habla mucho, interrumpe a los demás, puede ser agresivo y tiende a ser guapo («un ligón o ligona», según Ketut), pero tiene bastante buen carácter, una memoria excelente y la sana intención de ayudar a los demás.
Cuando sus pacientes vienen a verlo con problemas serios de salud, dinero o pareja, él siempre les pregunta en qué día de la semana han nacido para poder prepararles el ensalmo o el medicamento adecuado. Porque, según Ketut, hay personas que «tienen enfermo el cumpleaños» y hay que hacerles un reajuste astrológico para que recuperen el equilibrio. El otro día una familia del barrio de Ketut llevó a su hijo a verlo. El niño tendría unos 4 años o así. Cuando le pregunté qué pasaba, Ketut me explicó que a la familia le preocupaba que «este niño muy agresivo. Este niño no obediente. Portarse mal. No hacer caso de nada. Todos en su casa, hartos. Y también, el niño, a veces, muy mareado».
Ketut pidió a los padres que le dejaran tener al niño en brazos. Se lo sentaron en el regazo y el niño apoyó la espalda en el pecho del anciano, tranquilo y sin miedo. Tratándolo con cariño, Ketut le puso la mano abierta en la frente y cerró los ojos. Después le puso la mano abierta en la tripa y cerró los ojos. Entretanto, sonreía al niño y le hablaba en voz baja. El reconocimiento se acabó enseguida. Ketut devolvió el niño a sus padres y los tres se marcharon poco después con una receta y un recipiente de agua bendita. Entonces Ketut me contó que les había preguntado en qué circunstancias nació el niño y le habían dicho que con «mala estrella» y en sábado, un día auspiciado por espíritus potencialmente malignos, como el de un cuervo, un búho, un gallo (que convierte al niño en «peleón») y una marioneta (que lo hace estar «mareado»). Pero no todo era malo. Al haber nacido en sábado, el cuerpo del niño también tenía el espíritu de un arco iris y el de una mariposa, cuya presencia convenía fortalecer. Había que hacer una serie de ofrendas para que el niño pudiera recuperar el equilibrio.
—¿Por qué le has puesto la mano en la frente y en la tripa? —le pregunté—. ¿Para ver si tenía fiebre?
—Le miro la mente —me dice Ketut—. Para ver si tiene malos espíritus en la mente.
—¿Qué clase de malos espíritus?
—Liss —me contesta—. Soy balinés. Creo en la magia negra. Creo que los malos espíritus salen de los ríos y van contra las personas.
—¿Ese niño tiene malos espíritus?
—No. Sólo tiene enfermo el cumpleaños. Su familia va a hacer un sacrificio. No hay problema. ¿Y tú, Liss? ¿Tú haces práctica de meditación balinesa todas las noches? ¿Tienes limpia la mente y limpio el corazón?
—Todas las noches —le aseguré.
—¿Tú aprendes a sonreír hasta con el hígado?
—Hasta con el hígado, Ketut. Tengo una gran sonrisa en el hígado.
—Bien. Esta sonrisa te hará una mujer guapa. Te dará energía para ser muy guapa. Puedes usar esta energía, la «energía guapa», para conseguir las cosas que quieres en la vida.
—¡Energía guapa! —repito, encantada con la expresión, como una Barbie mística—. ¡Yo quiero tener energía guapa!
—¿También haces todavía meditación india?
—Todas las mañanas.
—Bien. No olvides tu yoga. Es bueno para ti. Es bueno que tengas las dos formas de meditación: la india y la balinesa. Las dos diferentes, pero buenas de igual manera. Es lo mismo-mismo. Si piensas en la religión, casi todo es lo mismo-mismo.
—No todos están de acuerdo en eso, Ketut. A la gente le gusta discutir sobre Dios.
—No es necesario —me dice—. Tengo una buena idea para usar si conoces a alguien de una religión distinta que quiere discutir sobre Dios. Mi idea es, tú escuchas todo lo que la persona te dice de Dios. Nunca discutas sobre Dios. Lo mejor es decir «Estoy de acuerdo contigo». Entonces vas a tu casa y rezas lo que tú quieres. Ésta es mi idea para que las personas estén en paz con la religión.
Me doy cuenta de que Ketut va siempre con la barbilla levantada y la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás, hecho que le da un aire entre enigmático y elegante. Como un impertinente rey anciano, contempla el mundo por encima del hombro. Tiene la piel lustrosa, de un tono dorado oscuro. Está casi totalmente calvo, pero lo suple con unas cejas excepcionalmente largas y algodonosas que parecen a punto de salir volando. Aparte de los dientes que le faltan y la quemadura del brazo derecho, parece estar en plena forma. Me ha contado que de joven bailaba en las ceremonias del templo y que era un hombre bello. Le creo. Sólo come una vez al día, el típico guiso balinés de arroz con pato o con pescado, un plato muy sencillo. También toma todos los días una taza de café con azúcar, sobre todo para celebrar el hecho de que puede permitírselo. Cualquiera de nosotros llegaríamos a los 105 años con una dieta como la suya. Según me cuenta, se mantiene fuerte meditando todas las noches antes de acostarse para atraer la energía sana del universo hacia el centro de su cuerpo. Dice que el cuerpo humano no contiene nada más, ni nada menos, que los cinco elementos de la creación —agua
(apa)
, fuego
(tejo)
, viento
(bayu)
, cielo
(akasa)
y tierra
(pritiwi)
— y sólo hay que concentrarse en esta realidad durante la meditación para recibir la energía de todos estos elementos que nos mantendrán fuertes. Demostrando que tiene muy buen oído para las expresiones idiomáticas en inglés, me dice: «El microcosmos se convierte en el macrocosmos. Tú, el microcosmos, te conviertes en lo mismo que el universo, el macrocosmos».