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Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman

Tags: #Ensayo, Humor

Cómo no escribir una novela (6 page)

BOOK: Cómo no escribir una novela
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La ciencia ha ido más allá, y ahora se da por supuesto que leer una página tras otra en las que un personaje se dedica a construir muros con los ladrillos de su angustia es tan interesante como oír a alguien real contar sus sueños reales.

Un buen sistema es permitirse sólo un sueño por novela. Luego, cuando llegue la revisión final, lo quitas y en paz.

La segunda discusión en la lavandería

Esas escenas que se repiten

—¡No puedo creer que sólo dos semanas después de nuestra boda me hagas esto! —gritó Synthia—. ¡Tienes un futuro muy prometedor en la empresa hidráulica de tu familia y tú te pones a trabajar en ergonomía sin ni siquiera comentármelo!

—Es mi vida, no la tuya. Es mi carrera profesíonal —dijo Jack, su rabia estaba sacando lo mejor de sí mismo.

Synthia empezó a gritar:

—¿Y qué pasa con todo lo que me prometiste, que lo compartiríamos todo, que lo haríamos todo juntos? Todas las noches te vas a fiestas que organizan esos amigotes tuyos de la ergonomía y yo me quedo aquí, en la lavandería, lavándote la ropa. Es como si te avergonzaras de mí y no te importara mi opinión.

—Te dije que te compraría una lavadora secadora después de pagar el préstamo de mis estudios.

—¿Te crees que ése es el problema, Jack? ¿No tienes nada más que decirme? —dijo Synthia, y se apartó de él.

(Diez páginas después, tras una escena en la oficina de Relaciones Laborales de la nueva empresa donde trabaja Jack y otra noche de parranda con sus amigotes de la ergonomía:)

—¡Hola, cariño! Esos tipos son una pasada. Y aún tienes que oír lo mejor —dijo Jack, llegando tarde a la lavandería.

Synthia lo ignoró y continuó plegando la ropa.

—Bueno —suspiró Jack—. ¿Y qué pasa ahora?

—Nada, pero tendrías que haberme advertido de que te quedarías trabajando hasta tarde, o haberme invitado a ir contigo y esa panda de nuevos amigos tuyos tan simpáticos.

—Es por lo de la lavadora secadora, ¿no es verdad? Ya sabes que ahora voy mal de dinero.

—Oh, Jack… —dijo Syinthia, y se puso a llorar.

NUNCA escribas dos escenas que cuenten lo mismo. Nadie quiere, bajo ningún concepto, tener que leer una serie de escenas en las que el héroe va a varias entrevistas de trabajo y nunca consigue el puesto, ni una sucesión de citas fallidas para ilustrar que ese personaje, decididamente tiene mala suerte en el amor.

Q
UÉ NOCHE LA DE ANOCHE

Los personajes mantienen una larga conversación para describirse el uno al otro todas las cosas que han hecho en la última escena. Incluso si en esa escena acaban de matar a
Godzilla
segundos antes de que destruyera la central atómica, esta segunda escena sigue siendo la misma, por más que la contemos de otra forma.

V
AMOS A LA LAVANDERÍA A HABLAR DE ELLO

Los personajes empiezan hablando en casa, y luego van a la lavandería para seguir hablando de lo mismo. Incluso en el caso de que lo que se diga en la lavandería contenga nueva información, lo que cualquiera leerá son dos escenas que cuentan lo mismo.

¿Y pasa algo más?

Cuando demasiados recuerdos empantanan la historia

Joe vio a Anne esperando en la esquina e inmediatamente recordó el día en que se conocieron. Ella tenía entonces dieciocho años, acababa de terminar el instituto y estaba paseando a su perrito en el peor barrio de la ciudad. Él fue tan caballero que le ofreció llevarla en su coche.

Ahora ella lo vio y dudó. Él echó el freno. Ella llevaba el mismo vestido verde de algodón que cuando fueron al Caribe. Nunca olvidaría ese viaje. El tiempo fue perfecto los primeros días. Y entonces los cielos se abrieron. Pero ellos se lo pasaron muy bien.

—Hola, Anne —dijo cuando ella se metía en su Ford Fromage—. ¿Cómo lo llevas?

—No lo sé —respondió ella sonriendo y encogiéndose de hombros.

Eso era muy propio de ella. Y de su madre, recordó Joe. Conoció a la madre de Anne antes de conocerla a ella. Fue en 1963, cuando él sólo tenía ocho años…

Aquí todo lo que se nos cuenta es el punto de vista de un personaje sobre cosas que no están pasando. Es como intentar salir de casa con alguien que está dándose cuenta todo el rato de que se ha dejado algo dentro. Y que siempre recuerda que se ha olvidado otra cosa. Si la acción echa el freno cada dos por tres, la trama no tiene ninguna posibilidad de llegar a ninguna parte.

Ese móvil tan cómodo

Las últimas décadas del siglo XX trajeron dos cambios que modificaron para siempre la vida de los escritores. El primero fue la caída del comunismo, que amenazó con poner fin a las novelas de espías, junto con el complejo industrial militar, porque ya no tenían
raison d’être
. Por suerte, los escritores del género, como el Pentágono, no tardaron en encontrar a nuevos malvados.

El segundo cambio trajo mayores dificultades. Con la introducción del teléfono móvil docenas de situaciones habituales en escritores de novelitas de quiosco a céntimo la palabra de repente quedaron obsoletas.

¿Que el protagonista tiene un enfrentamiento con el asesino en un almacén abandonado de Brooklyn? Tranquilos, saca el móvil y llama a la policía. ¿Que un monstruo lo ha acorralado en una choza de los Apalaches? Bien, ¿operará su compañía ahí?

La terrible verdad es que incluso si la situación crítica sucede en el Himalaya, el lector actual tenderá a pensar: «¡Vaya!, ¿no tiene cobertura?» Y no le faltará razón.

Los escritores de principios y mediados de los noventa recurrían a métodos primitivos: el personaje se dejaba el teléfono o se quedaba sin batería cada dos por tres. Pero llegó un día en que los lectores, los escritores y los teléfonos se hicieron más sofisticados. A continuación algunos trucos habituales ordenados por categorías.

Olvidarse el teléfono

Dentro del arsenal de soluciones verosímiles, ésta viene a ser el hacha de piedra. Sin embargo, un hacha de piedra es útil en ocasiones, y olvidarse el teléfono a veces es plausible. Por ejemplo, el protagonista se ve rodeado por un fuego o está a punto de que se lo trague una inundación, y huye corriendo a las cuatro de la mañana. En estos casos, dar muchas explicaciones muy complejas o describir una excusa muy elaborada hace que la cosa sea menos creíble. La clave es que el personaje tenga que salir de casa deprisa y corriendo mucho antes de que necesite el móvil.

Perder el teléfono

¿Ha estado tu personaje suspendido de un helicóptero? Si lo más cerca que ha estado de esta escena ha sido de camino al trabajo en tren o en autobús, tus lectores no se lo tragarán.

Uno de los malos nos rompe el teléfono

Como este hecho es muy propio de un malo es un truco muy viable y muy parecido al tradicional: «¡Jim, han cortado la línea del teléfono!» No obstante, ten en cuenta que un móvil no tiene cables y que para dejarlo sin línea se requiere algo más elaborado.

El típico tiburón que se traga el móvil

Si el antagonista de tu personaje es un tiburón, conviene hilar muy fino. Obsérvese lo mucho que se parece el hecho de que un tiburón pase casualmente por tu escena a «Señorita, es que un tiburón se me comió los deberes». Esto es aplicable a los osos, los zombis o los monstruos de los pantanos aficionados a la electrónica.

Quedarse sin batería o sin señal

La manera más fácil de cortar por lo sano para el autor, la más segura de que el libro fracase.

Secuestro tecnológico por una posesión demoníaca, un
hacker
adolescente o un ordenador Hal a lo
2001: Una odisea del espacio

Es una solución genial si el género lo permite, de lo contrario, evítalo.

Un carácter peculiar

Un personaje puede rechazar tener móvil porque defiende unas estrafalarias teorías acerca de los riesgos de desarrollar un cáncer si uno se lo lleva mucho al oído, pero esto sólo funciona cuando ese personaje vive una aventura —tráfico de drogas y medicamentos, exposiciones a radiaciones— que le puede llevar a creerse teorías de ese tipo. No permitas que tu heroína, una agente de estrellas de Hollywood, odie a muerte esos cachivaches.

Situar la trama en el pasado

Ideal. Sin embargo, cuando la acción transcurre a principios del siglo XX la precaución aconseja que el personaje haga una llamada al principio de la novela («—Operadora, póngame con Butterfield 8 —dijo él, con el primitivo aparato apoyado en la cara.») para poner en antecedentes a los jóvenes lectores, que pueden tener la vaga impresión de que los teléfonos móviles son un invento de Galileo.

3
FINALES

Y Jesús vivió feliz por siempre jamás

¿Y qué pasa si, pese a todos tus denodados esfuerzos, tu historia empieza con unas premisas muy atractivas y mantiene el clímax mediante escenas sorprendentes y plenas de significado? Tranquilo. Aún puedes ahuyentar a los editores escribiendo un final poco creíble y de lo más tonto. A continuación te exponemos algunos de nuestros finales favoritos.

Pero aquí podría caer un meteorito, ¿verdad?

Cuando el autor hace trampas

Hacía apenas trece semanas Rafael había sido otro profesor adjunto de Simbolología más, sin otro interés que publicar los suficientes artículos de su especialidad, los simbologismos, obtener una plaza fija y empezar a pensar en la jubilación.

Y entonces conoció a Fafnir, la hermosa y exótica extranjera que sostenía que tenía pruebas que demostraban la existencia de una sociedad secreta que había guardado un secreto simbolológico durante dos mil años. Ese secreto los había hecho correr peripecias por tres continentes y habían sido puestos a prueba por muchas situaciones de gran peligro, a la par que cada uno de ellos había descubierto nuevas facetas de sí mismo, y de sí misma, y se habían enamorado, aunque todavía no habían consumado su amor.

Pero ahora, allí donde estaban, se hallaban acorralados al borde de un acantilado sin posibilidad de huir ante la mortal Cosa que se les venía encima y de la que no podrían escapar, si bien aún tenían unos pocos momentos para comentar lo desesperado de su situación y darse un beso de despedida antes del final.

De repente, oyeron el sonido de las aspas de un helicóptero que sobrevolaba sus cabezas.

—Mira —dijo Fafnir, señalándolo.

Subieron por la escalerilla de cuerda que les tendieron y escaparon por poco de la Cosa que los estaba amenazando tan amenazadoramente. Cuando ya estaban en el compartimento de los pasajeros se quedaron mirando atónitos al acomodado industrial que los evaluó enarcando las cejas.

—Así que ustedes son la pareja que ha provocado todo este lío, ¿no?

—¿Quién es usted? —preguntó Rafael, que no pudo dejar de admirar las lujosas prendas del hombre.

—Me llamo Barrington Hewcott, soy el hombre más rico del mundo y me pareció que esto había ido demasiado lejos. Así que ahora siéntense, los devolveré a casa en un periquete.

Los finales son el último refugio de lo imposible, o eso parece por todas esas situaciones disparatadas que el autor pretende colarnos como finales normales.

El lector confía en que el protagonista resuelva sus problemas por él mismo, y se siente decepcionado cuando no es así. Es más, si se introduce un elemento previamente no mencionado para solucionar una situación, el autor está cambiando de pronto las reglas de su mundo de ficción. Esto es tan divertido como cuando alguien, repentina y unilateralmente, modifica las reglas de un juego. Es como si el autor dijera: «Sabes, acabo de darme cuenta de que mi trama no funciona, así que voy a añadirle algo que no tiene nada que ver, ¿de acuerdo?»

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