Criptozoico (13 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Criptozoico
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—¡Vamos, ya tiene usted bastante por hoy! ¡Relájese, Bush! El curso ha terminado. El capitán Stanhope y yo lo veremos de nuevo mañana por la mañana, a las nueve y media, para darle la información. Hasta entonces, puede usted irse y celebrarlo —se inclinó y sacó una botella de un cajón del escritorio, que extendió solemnemente a Bush—. No imagine que el régimen no tiene tiempo para divertirse, Bush, o no aprecia las cosas buenas de la vida. Vaya a divertirse, y acepte este obsequio con las felicitaciones de los oficiales del curso.

Una vez fuera del recinto, Bush se puso a examinar la botella con cierta curiosidad. Tenía una gran etiqueta a cuadros escoceses con el nombre: “Black Wombat Especial. Genuino Whisky de Arroz del Sur de la India. Elaborado en Madrás a partir de una Receta Prohibida”. Retiró la cápsula metálica y lo olisqueó cautelosamente. Se estremeció.

Regresó al barracón dormitorio con la botella debajo de la túnica. Los Triperos en pleno estaban celebrando el final del curso bebiendo innobles bebidas resinosas en pequeños cubiletes. Acogieron a Bush con una ovación y alegres referencias a la arteria carótida. Dispuestos a empezar su nueva vida como miembros de la recién formada policía mental, trabajando de paisano, tenían una semana de permiso que empezaba al día siguiente. Juraban pasársela bebiendo.

Bush les regaló el Whisky de la Receta Prohibida y al sentarse con ellos descubrió que el sargento Pond estaba allí. Pond, cuyas palabras más amables durante el último mes habían sido para maldecirlos y tratarlos de manada de camellos herniados. Pond, que les ladraba como un sabueso y los acosaba como un terrier.

El sargento Pond apoyó un brazo en el hombro de Bush.

—¡Habbéis sido mi mejorr pelotón, muchachozz! ¿Qué voy a hacerr yo sin vosotross? Otrra mierrda de reclutas, maññana…, que tendrré que limpiarrles los mocos todo el tiemmpo. ¡Vosotrros sois mis amiiigos! —chirriando los dientes, Pond echó algo de la Receta Prohibida sobre el líquido amarronado que flotaba en el cubilete de Bush—. Tú erres mi mejorr amigo, Bush —dijo; su maltratada voz, que irrumpía arrastrándose lentamente, se hizo apenas audible debido a que una banda de música empezó a tocar de pronto mientras algunos de los más brillantes o estúpidos de los allí reunidos empezaban a silbar y a gritar y llevar un ritmo dispar golpeando botes, platos de latón y otros instrumentos.

Armándose de valor, Bush tomó un sorbo del Black Wombat y quedó instantáneamente tres cuartos de borracho.

Cuatro horas más tarde, casi todos los hombres del barracón dormitorio estaban sumidos en un saturado sopor. Pond había desaparecido tambaleándose en la noche, y los miembros del pelotón habían caído en las camas o habían sido echados en ellas por algún compañero compasivo. Un hombre permanecía solo en el sitio más apartado del dormitorio, frente a una ventana abierta de par en par, agarrando todavía una botella y cantando una canción libertina.

…pero la forma en que cogió al mayordomo

fue la más obscena de todas.

Finalmente llegaron el silencio y la oscuridad. Bush permanecía tendido en su cama, insomne bajo un sentimiento de terror ilusoriamente familiar.

—No me estoy muriendo, ¿verdad? —murmuró; le parecía escuchar voces, como si alrededor de su cama hubiera cuatro hombres; dos con chaquetas blancas, dos con negras.

Uno de los hombres decía:

—No puede comprender nada de lo que le dices; se ha volcado completamente en sus propias necesidades. Se imagina que está en otro lugar, quizás en otro tiempo. ¿No es un comprometido insecto?

La idea de insectos fue para Bush un impulso aguijoneante para que se incorporara. La lúgubre y fría sala llena de cuerpos insensibles se extendía en todas direcciones. Los cuatro hombres seguían de pie al lado de su cama. Complaciéndose en su fantasía, dijo:

—¿Dónde creen que estoy, muchachos?

—¡Tranquilo! —lo reprendió uno de los fantasmas—. Despertará a los otros en el pabellón… Sufre usted de anoxia, con las habituales alucinaciones.

—Pero la ventana está abierta —protestó—. ¿Qué lugar es éste, por favor?

—El Hospital Mental de Garfield. Nos estamos ocupando de usted…, creemos que es un huevo amniótico.

—No les comprendo —dijo, y se dejó caer de nuevo, abrumado por sensaciones de embriaguez y futilidad. Esos hombres no podían hacer nada por él ni con él. En la almohada lo aguardaba un insondable pozo de sueño.

A la mañana siguiente llegó a tiempo al barracón de lecciones, pese al estado de su cabeza. Howes y Stanhope llegaron a los pocos minutos. Iban vestidos de civil; el curso había terminado…, hasta que empezara el próximo. En el patio, el disperso Pelotón Diez erraba vestido con ropas poco familiares, preparándose remisamente para la vuelta a casa o al trabajo, gritándose las últimas obscenidades.

Los oficiales se sentaron en el banco más cercano a Bush, y Stanhope empezó a hablar con un tono directo.

—Sabemos que se sentirá honrado con la misión que el gobierno le ha encomendado. De todos modos, antes de decirle de qué se trata, creemos necesario darle alguna explicación general.

Vivimos un tiempo de gran inseguridad, nacional e internacional, de lo que debe ser usted consciente. La nueva teoría del tiempo ha trastocado el
statu quo
. Es particularmente así en Occidente…, América y Europa, que por razones históricas siempre se han preocupado por todo lo relativo al tiempo. En Oriente, las cosas han seguido en buena parte como siempre. El concepto de duración significa otra cosa para los chinos o los indios que para nosotros.

El general Peregrine Bolt ha tenido que intervenir y tomar el control debido a que este país nuestro estaba al borde de la ruina económica. Se necesitaba una mano fuerte durante un largo tiempo, hasta que nos ajustáramos a las nuevas condiciones. Mientras tanto, nos hallamos en la paradójica posición de tener que aceptar ayuda de Oriente.

La dolorida cabeza de Bush lo incitó a decir:

—De ahí el Black Wombat Especial, supongo —observó que Stanhope permanecía impasible en tanto Howes captaba la referencia.

—Verá usted que es imperativo que no se produzcan nuevas rupturas capaces de trastocar el orden que estamos intentando edificar.

—¿A qué tipo de rupturas se refiere?

Stanhope pareció embarazado. Howes dijo:

—A veces las ideas son peores que las revueltas armadas. Como intelectual, usted tendría que saberlo.

—No soy un intelectual.

—Lo siento. Suponga que surge ahora una nueva y conflictiva idea acerca de la naturaleza del tiempo. Podría enviarnos de vuelta adonde estábamos hace unos meses…

La comprensión empezaba a abrirse camino en Bush. Aquellos dos hombres parecían tan inofensivos, tan
marginales
(y Stanhope no era en realidad demasiado brillante), pero estaban sentados allí como dos tíos perversos junto a la cabecera de un chico enfermo, contándole tétricos cuentos de hadas que podían revelar todo el secreto de… de los temores del régimen, y por consiguiente de Bolt; de las neurosis de la época. Fue algo en el rostro de Howes lo que suscitó esa sensación; estaba siendo tan franco como se atrevía, y al mismo tiempo ocultaba algo: el clásico dilema de un hombre inteligente en una sociedad totalitaria.

Howes dijo a Bush:

—Es una cuestión de tiempo, ya lo sabe usted. Todo lo que es el hombre, y todo lo que ha edificado, aunque, como dice el capitán Stanhope, eso es más cierto en Occidente que en Oriente, se funda en la idea de que el tiempo es monodireccional: como el fluir del agua a través de una esclusa, por poner un ejemplo. Pero ésta era una idea inventada por el hombre, y lo poco que sabía de la verdad lo mantuvo retenido en las oscuras profundidades de su ser, la submente, tal como la llamamos. Ocasionalmente, algunos atisbos de la verdad se abrían camino para aterrarlo. Experiencias precognitivas o sueños, percepciones extrasensoriales, la impresión del
déjà vu
, y así… Casi todo lo que podía ser descartado como magia o superstición eran filtraciones de ese tipo, y contradecían directamente la preciosa teoría del tiempo monodireccional. Por cuya razón todo el mundo se reía tan vehementemente de ellas…

—¿Y cuál es su alternativa al tiempo monodireccional?

—El tiempo co-continuo, Usted lo conoce, cree en él. Usted ha seguido la Disciplina Wenlock. Siendo lo que es el espacio-tiempo, pasado y presente están a la par en términos de energía. Imagine un mundo sin rasgos propios, sin día ni noche ni procesos orgánicos: no tendríamos en él base alguna para establecer ningún concepto del tiempo, ni siquiera uno tan incorrecto como el monodireccionalismo, debido a que no habría forma de establecer diferencias temporales desde un punto de vista humano. El error, el concepto mismo del flujo del tiempo, reside en la conciencia humana, no en el universo externo: ese credo es lo que origina que hablemos de viaje mental en lugar de viaje temporal, como algunos originalmente habrían preferido. Así es el descubrimiento de Wenlock y lo que nos da algo sobre lo cual trabajar. Cualquier otra teoría rival debe ser aplastada, en el caso de que amenace con devolvernos al caos.

—Debo suponer entonces que existen teorías rivales —ya sabía lo que iba a seguir antes de que Stanhope le respondiera (era su campo, el mundo de la seguridad, mucho más simple que el reino de la especulación):

—Usted sabe que existen teorías rivales… El renegado Silverstone, un antiguo colega de Wenlock, está divulgando peligrosos y falaces desatinos.

—Herejías, ¿eh?

—No se burle, Bush. No se trata de herejía sino de traición. Silverstone es culpable de traición por difundir ideas calculadas para trastocar la seguridad del Estado. Debe ser eliminado.

Bush adivinó lo que venía a continuación. Los locos que lo habían visitado esa misma noche habrían podido adivinarlo. Por la propia naturaleza de su pensamiento, Silverstone debía ser un experto viajero mental. El régimen necesitaba otro tan bueno como él para extirparlo… Y ése era Bush.

Howes debió haber leído la expresión de Bush, ya que dijo:

—He ahí su misión, Bush, y espero que se muestre digno de tal honor. Tiene que perseguir a Silverstone y matarlo. Sabemos que está en algún lugar a lo largo del tiempo, probablemente bajo un nombre supuesto; le daremos toda la ayuda que necesite —abrió su cartera portadocumentos con un chasquido, sacó un grueso legajo y se lo dio a Bush.

—Tendrá usted cuarenta y ocho horas de permiso, y luego se le dará su equipo y se le pedirá que viaje mentalmente hasta que halle al traidor Silverstone. Nos ocuparemos de que a su padre no le falte nada; apreciará el Black Wombat. Usted estudiará estos documentos y se familiarizará con el caso Silverstone lo mejor que pueda… Y no tema, que nosotros no le infligiremos las traicioneras teorías de ese hombre.

Captando una punta de ironía en la voz de Howes, Bush levantó la vista, pero viendo la impasibilidad con que el oficial permanecía, volvió a bajar los ojos hacia el dossier.

En la cubierta había una fotografía de Silverstone, una de las pocas que se conocían. Mostraba a un hombre de largos cabellos blancos y descuidado bigote gris. Su nariz era larga y aguileña. Aunque en la foto los ojos eran serios y abstraídos, una semisonrisa vagaba por los labios. La última vez que Bush lo vio, llevaba los cabellos teñidos y más cortos, y se había afeitado el bigote; pero no tuvo ninguna dificultad en reconocer a Stein.

—Veré lo que puedo hacer, caballeros —dijo—. Me gustará cumplir esta misión.

Los capitanes se levantaron y le estrecharon la mano.

8 UNAS PALABRAS DE WILLIAM WORDSWORTH

Un destartalado camión trasladó a Bush desde el cuartel hasta la casa de su padre. Llevaba junto a su equipaje media caja de Black Wombat Especial, señal de la gratitud gubernamental.

Se detuvo en la acera a contemplar el camión hasta que se perdió de vista. La primavera había derivado en un polvoriento verano, y el camión era apenas capaz de abrirse camino a través del polvo. Si no se organizaban de nuevo los servicios municipales, la calle terminaría finalmente obstruida. Los hierbajos y los cardos crecían en los bordes. En el jardín del dentista, los tocones de los cerezos desaparecían bajo el profuso perejil silvestre y las ortigas…, como indicadores de un cambio monodireccional.

Bush permaneció un rato ante la puerta, saboreando el sentirse lejos de la horrible vida del Pelotón Diez. Era casi como haber escapado de una camisa de fuerza. No podía entrar todavía en la pequeña casa; parecía demasiado restrictiva, y necesitaba tiempo para respirar. Necesitaba tiempo para respirar… Se echó a reír, pensando en un móvil que podía construir con relucientes fragmentos de metal que representarían minutos y segundos aspirados a través de un par de jaulas para pájaros. Era algo sencillo en lo que podría trabajar hasta que se hubiera recuperado.

Después de ocultar la caja de whisky entre el perejil silvestre, echó a andar calle abajo en la misma dirección que había tomado el camión. No se veía a nadie. Era como si faltara color en la escena. Pensó en el sexo. Trató de recordar a la señora Annivale y a Ann, pero apenas le fue posible evocar sus rostros. Tanto y de tal modo se había arrastrado el último mes que en su cuerpo ya no quedaban pulsiones sexuales; ni siquiera el recuerdo de una pierna y un muslo acogedoramente doblados lograron atormentarlo… Interpretaba la locura de la disciplina militar como un síntoma de que la humanidad estaba profundamente enferma; ¿cómo, si no, las generaciones habrían tolerado aquella aniquilación de la voluntad individual? En ese momento experimentaba una de las consecuencias de ese severo sistema monástico.

Se paseó por las calles transversales, descubrió un viejo estanque al final de una de ellas y se maravilló de no recordarlo. Permaneció un rato contemplando los lodosos bajíos repletos de desechos, botas sumergidas y ruedas y latas…

Unas voces llegaron a sus oídos. Junto al estanque se levantaba un edificio en ruinas; las voces parecían partir de allí. Se quedó a escuchar y pronto captó el nombre de Bolt.

—Sería mejor que intensificáramos el tratamiento, ¿no?

—¡…antes de que lo haga Bolt!

—Cuanto antes. Esta misma tarde, si conseguimos hacer pasar el mensaje; lo único que nos tiene detenidos es la falta de libras, chelines y peniques. Yo me encargaré del contacto.

Mencionaron otro nombre. ¿Traición? O quizá dijeran Gleason.

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