Read Cuando la memoria olvida Online

Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Cuando la memoria olvida (44 page)

BOOK: Cuando la memoria olvida
6.64Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Dios! Eres diabética por mi culpa.

—¿Por tu culpa? ¿Por qué piensas eso?

—El embarazo te provocó la diabetes.

—Por supuesto que no. Si el embarazo me hubiera provocado diabetes estacional, probablemente ahora no tendría ningún problema. Pero no ocurrió. Tenía diabetes antes de quedarme embarazada, solo que no lo sabía, por se complicó todo tanto. Me dio una hipoglucemia tremenda en el primer mes y mis hermanos me llevaron al hospital. Allí, su primera opinión fue desvanecimiento por agotamiento, pero los análisis demostraron que mis índices de glucosa en sangre eran extremadamente bajos. El propio embarazo se encargó de complicarse él sólito. No tuviste nada que ver.

—Pero...

—Y antes de que continúes exponiendo tonterías, te participo que la diabetes suele ser hereditaria, y como tú no eres mi padre, ni mi abuelo, ni ningún familiar, tienes, repito, no tienes absolutamente nada que ver.

—Así que no deberías tener más bebés... —comentó recordando algo que no estaba en el guión, pero que le interesaba sobremanera.

—En principio no es recomendable.

—Tu hermano Darío dijo algo sobre cortarme la po... el miembro si había vuelto a dejarte embarazada...

—¡Dijo eso! Voy a tener que hablar con él seriamente. No puede ir amenazando gente de esa manera —pensó en voz alta.

—¿Por qué lo dijo?

—¿Por qué? Por nada. No te puedes imaginar las cosas que se le pasan a mi hermano por la cabeza...

—Ajá... Porque imagino que cumpliste tu... aviso, ¿no?

—¿Mi aviso?

—Cuando dijiste que te tomarías la píldora esa del día después.

—Ah, eso. No. No me la tomé, pero no pasa nada, en el hospital me han afirmado que no estoy embarazada. —"Tanto disgusto por miserable desarreglo hormonal"... suspiró Ruth.

—Te abandoné cuando más me necesitabas —retomó Marcos de nuevo su oración.

—Pero si fui yo la que partí de Estados Unidos. ¿Cómo, por el amor de Dios puedes decir que me abandonaste?

—Te alejé de mí con mis malos modales y mis palabras groseras. —Esa frase era de Luisa, pero sonaba cojonuda para ese momento.

—¡Por todos los santos! —exclamó Ruth a la vez que bajaba la cabeza y golpeaba con ella repetidamente la mesa muy flojito.

—¡Te pasa algo!

—¡Sí! Me están entrando unas ganas incontenibles de asesinarte.

—¿Por qué? Joder, me estoy disculpando, ¡coño! ¡No hay quien te entienda! —exclamó Marcos saliéndose del guión—. Esto, perdona por el arrebato. — Volvió al redil.

—Vale, creo que lo entiendo —dijo Ruth alucinando en colores—. ¿Alguien le ha dicho que no debo alterarme?

—La diabetes es una enfermedad en la que las emociones cuentan mucho.

—Por tanto, no quieres alterarme.

—Esto...

—Y para no alterarme, lo que haces es disculparte constantemente e impedir que tengamos una conversación coherente entre adultos.

—Bueno, yo...

—Resulta que he venido aquí para dialogar sobre cuestiones importantes que nos incumben a los dos...

—Sí, claro...

—Y como tú no paras de expresar estupideces no alcanzamos ningún punto clave en el diálogo... de hecho ni siquiera tenemos un diálogo. Y eso Marcos, me está alterando de mala manera. Así que, por favor, madura un poco y habla claro.

—¿Quieres que hable claro? —preguntó él suavemente.

—Sí.

—Vale. Pues mira bonita, creo que estás como una jodida cabra, manda huevos que una mujer supuestamente adulta se abandone de tal manera que acabe tirada en el suelo de su puñetera casa con un ataque de hipoglucemia o como cojones se diga. Has dicho que te están entrando ganas de matarme. Vale, cojonudo. Pues te lo voy a poner facilito, si quieres matarme, vuelve a sufrir una cosa de esas y me llevarás a la tumba directo. —Se inclinó sobre la mesa—. Me arrebataste media vida cuando te vi tirada en el suelo el otro día. Hasta que Jorge me llamó para decirme que estabas bien, lo único en que pensaba era en tirarme desde el Viaducto de Segovia y acabar con mi miseria de una vez por todas. Pase las peores horas de mi estúpida vida hasta que me llamaste el martes y pude oír tu voz. Así que, "Avestruz", si quieres matarme, ya ves si lo tienes fácil.

—Entiendo.

—¿Entiendes?

—Sí. —"Entiendo que me quieres un poquito bastante", pensó Ruth feliz—. Y ya que está todo aclarado, voy a exponerte un par de cosas.

—Ajá. —¿No estaba enfadada? ¡Mujeres! Haría falta una vida para entenderla... estaría encantado de dedicársela—. Soy todo oído.

—He hablado con Iris. —Ante la sorpresa de Marcos, decidió explayarse un poco—. Soy consciente de que eres su padre y de que tienes todo el derecho del mundo a disfrutar de ella en la misma medida que yo.

—Ajá. —Se había quedado sin palabras.

—Le he confirmado que eres su progenitor y que ambicionas asumir una relación paterno-filial con ella.

—¿Se lo has dicho con esas palabras? —Porque si era así, lo más probable es la niña no se hubiera enterado de nada.

—No exactamente, he utilizado otros términos. ¿Por qué?

—No, por nada, simple curiosidad. Continúa.

—Ella está de acuerdo. —Ruth frunció el ceño—. No. No estoy siendo sincera.

—¡¿No?! —exclamó decepcionado.

—No está de acuerdo. Está encantada, emocionada, frenética, embargada por la felicidad.

—¡Vaya! Eso es... estupendo. Maravilloso. Extraordinario —comentó Marcos un nudo en la garganta.

—Desde luego que lo es —confirmó Ruth—. Quiere verte hoy mismo.

—¿Dónde está? —preguntó Marcos levantándose de un salto de la silla.

—Está con Héctor, esperándonos. Pero antes... tengo una condición.

—Te escucho. —Se sentó reprimiendo las ganas de estrangularla. ¡Le ponía la miel en los labios y luego se la quitaba!

—Verás, te aseguro que confío en ti —comenzó Ruth dubitativa.

—Entiendo. —Acababa de ver la luz.

—¿Perdón?

—No he hablado con ningún abogado ni nada por el estilo. Siento haber amenazado con hacerlo, pero ya sabes cómo soy, y cuando pierdo los nervios tengo una bocaza enorme que más me valdría sellar con cemento. Mi intención más fue pleitear por la niña. —"Más bien pretendía enamoraros a ti y a Iris y quedarme con las dos", pensó.

—¡Eso ya lo sé! —exclamó ella sonriendo—. Y por cierto, no me gustaría en absoluto que sellaras tu enorme bocaza con cemento, en ocasiones tus labios son muy... satisfactorios.

—Están a tu entera disposición. —¿Ruth estaba coqueteando? Aún podía conservar la esperanza.

—Ejem —carraspeó ella— Nos estamos alejando del tema.

—Acerquémonos pues.

—Como te iba diciendo, hay una condición.

—Adelante —contestó poniéndose serio.

—Quiero que estés muy seguro de hasta dónde quieres llegar.

—¿A qué te refieres?

—No quiero que le des falsas esperanzas, que le digas que siempre estarás a su lado si vas a marcharte fuera, que asegures que vas a estar un día a una hora y luego no estés. Si solo quieres estar con ella de forma ocasional, me parece perfecto; si lo que quieres es verla a diario, me parece estupendo. Pero no le digas que la verás todos los días y luego dilates tus visitas. En resumen, quiero que sepas con absoluta certeza lo que puedes y quieres ofrecer a tu hija y actúes en concordancia.

—Lo haré. Estoy totalmente de acuerdo con tu condición. No os defraudaré a ninguna de las dos.

—Eso espero —dijo Ruth muy seria.

—No te arrepentirás de esto, te lo prometo.

—Bien. —Ruth se mordió los labios. Quería creerle, de hecho le creía, pero solo el tiempo le mostraría si hacía bien o no—. He pensado que en las primeras citas lo mejor es que estemos los tres juntos, así evitaremos que Iris se muestre tímida o se aturulle.

—¿Tímida? ¿Iris? No me ha parecido una niña especialmente tímida. — Marcos sonrió, su hija parecía más bien lanzada y sin pelos en la lengua.

—Nunca se sabe —comentó Ruth incómoda, ni ella misma se creía que Iris fuera tímida.

—De todas maneras, no se me ocurre ninguna manera mejor de pasar mi tiempo que en vuestra compañía.

—¡Adulador!

—Solo estoy siendo sincero. —Se levantó y depositó un ligero beso en la boca de su amiga, su amante, su mujer—. ¿Puedo ver a Iris ya?

—Sí, sí. Claro. Vamos —respondió ella tocándose los labios con los dedos. ¿Estaba coqueteando otra vez? ¿O era una declaración de intenciones?

Salieron de la cafetería y caminaron apenas unos metros hasta llegar al parque en el que les esperaban. Iris estaba montada en un columpio mientras Héctor los observaba atentamente. La niña vio a su madre y se bajó de un salto para después echar a correr riendo feliz.

—¡Mamá! —gritó dándola un sonoro beso en la mejilla—. Has traído a papá, ¡genial! —Luego se dirigió a Marcos y le tiró de los pantalones—. Agáchate, no está bien que me hagas romper el cuello para mirarte. Ya que tú tienes la culpa por ser tan alto, tienes que arrodillarte y ponerte a mi altura.

—Como desees —obedeció Marcos arrodillándose.

—Así está mejor. Soy Iris. ¿Lo he hecho bien mamá? —preguntó a su madre, sin esperar respuesta volvió a centrar su atención en Marcos—. Mamá siempre dice que es de buena educación presentarse antes de empezar a hablar y yo soy muy educada. De verdad de la buena. Me niego a que te cases con mamá —afirmó enseguida. Siguiendo su costumbre, cambiaba de un tema a otro en la conversación a misma rapidez que rompía sus pantalones jugando al fútbol.

—¡Iris! —exclamó Ruth tapándose la boca sorprendida.

—¡Pero si es verdad. No puedes casarte con él. Verás papá. ¿Puedo llamarte así? Claro que sí, si no, no estarías aquí, eso es lo que dicen los "Repes". Son mis mejores amigos, ¿sabes? Bueno también el "Sardi", pero menos, porque a veces se porta mal conmigo y se chiva cuando le pego. Uis. Lo cierto es que no le pego nunca, pero nunca, nunca, lo sabe todo el mundo mundial —dijo de corrido mirando madre—, de verdad de la buena. Mamá dice que jugabas al fútbol de pequeño, porque ya les he dicho que a partir de ahora serás nuestro portero, y espero que bueno, porque estoy hartita de que la "pandilla Basurilla" nos marque goles el rato. Es un rollo. No puedes casarte con mamá hasta que no escales la torre alta del castillo más alto, lo malo es que no tenemos castillos más altos, pero "Marqués de las paperas" puede valer. Lo malo es el dragón, porque el único dragón de por aquí es un dinosaurio y está en el burguer del que "corta ingleses", y no echa fuego ni nada; vamos, un asco, pero los "Repes" y yo hemos decidido que si escalas el "castillo de las paperas" sólo hará falta que te subas al dinosaurio y le rasques las narices... Si haces eso te podrás casar con mamá; si no, "ajo y agua". ¿Le das? —preguntó subiéndose a la silla del columpio. Marcos la siguió sin dejar de sonreír y la empezó a empujar muy flojito—. ¡Más fuerte! —Marcos obedeció—. ¡Ah! Y cuando vayas a escalar el castillo no te olvides de ponerte azul.

—¿Azul? —Ahí se había perdido por completo. Lo demás, más o menos lo había captado. Más menos que más. Pero eso le acababa de sobrepasar.

—¡Pues claro! —exclamó poniendo los ojos en blanco—. Jopetas no te enteras nada. ¿Pero qué pasa? ¿Tengo que explicártelo todo?

—Bueno yo...

—A ver, ¿te quieres casar con mamá o no?

—Me gustaría muchísimo.

—¿Y mamá es una princesa o no?

—Las dos sois las princesas más bonitas del mundo.

—Puag, no te pongas "empagaloso". Pues si mamá es una princesa... ¿con quién se casan las princesas? A ver... ¿con quién?

—¿Con los príncipes? —respondió Marcos un poco dudoso.

—¡Sí! Con los príncipes... ¡Azules! Si vas de verde ya no serás un príncipe azul, serás un príncipe ¡Verde!

—Pero Shrek era un ogro verde y se casó con la princesa Fiona —disintió Marcos divertido. Su hija era una verdadera joya. Acababa de enamorarse perdida y totalmente de ella.

—¿Sabes "Coleta"?, me estás empezando a caer bien. ¡Empuja más fuerte flojeras!

—¿Coleta?

—Coleta. Papá. Príncipe azul o verde. ¿Qué más da? Es un nombre, que Jopetas. ¡No iras tú también a ponerte pesado con eso de los motes!

—En absoluto. Yo le puse uno a tu madre —susurró conspirador Marcos.

—¿Sí? ¡Dímelo!

—Avestruz —musitó Marcos guiñándola un ojo.

—¡Avestruz! Si no le pega ni con cola. Qué mote más malo. Los míos son mejores.

Ruth y Héctor se abrazaban el uno al otro muertos de la risa y emocionados a partes iguales. No había duda de que padre e hija se compenetraban a la perfección.

CAPÍTULO 41

El mejor legado de un padre a sus hijos

es un poco de su tiempo cada día.

O. A. BATTISTA

Ruth apagó el ordenador. Acaba de actualizar los últimos datos de la cuenta y no sabía qué más hacer. Estaba aburrida y furiosa, sobre todo furiosa. Con pensar en todo el trabajo que seguramente se estaría acumulando y ella estaba en casa sin hacer nada, le entraban unas ganas tremendas de gritar. Pero no había modo. Los archivos, cuentas, extractos y demás informes llegaban con cuenta gotas. Darío aseguraba que traía todo lo que Sara le daba, pero Ruth no creía ni por un momento que eso fuera cierto... O Darío escondía parte de su trabajo o Sara se había compinchado con su hermano y estaba guardando miles y miles de archivos pendientes de actualizar. ¡Mecachis!

Darío se había salido con la suya. En exceso.

Tras hablar largo y tendido con su endocrino y su médico de cabecera, había logrado convencer a ambos de que estaba a un paso de la muerte. Resultado: ¡tres semanas de baja en casa! Desde el día 5 de enero hasta el día de hoy, 23 de febrero. En reposo. Haciendo nada.

Sacó la agenda en que apuntaba sus controles de azúcar. No es que el reposo fuera la panacea que todos creían. Sí, vale. Estaba más compensada, pero aún así sus niveles seguían subiendo y bajando a su antojo. No había bajado de sesenta hipoglucemias ni había rebasado los ciento setenta en hiperglucemia, lo cual estaba muy bien para su historial, pero aún así, Darío no estaba conforme. La quería dentro de los límites, de ochenta a ciento diez. Y eso, para un diabético era imposible. Menos mal que esa misma mañana su médico de cabecera había entendido a razones y le había concedido el alta, con muchos reparos, pero alta al fin y al cabo. El próximo lunes se incorporaría al centro. Solo faltaban dos días. ¡Gracias a Dios!

BOOK: Cuando la memoria olvida
6.64Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Champion of Mars by Guy Haley
The Ka of Gifford Hillary by Dennis Wheatley
Darker Water by Lauren Stewart
Bones Never Lie by Kathy Reichs
Eyeless In Gaza by Aldous Huxley
The Betrayal by Pati Nagle