Cuando la memoria olvida (20 page)

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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

BOOK: Cuando la memoria olvida
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El resto ya era historia. Se convirtieron en los mejores amigos y ahora, cuatro años después, conocía a su amiga mejor que ella misma. Se dio la vuelta y se metió en su cuarto. Antes de apagar la luz se miró en el diminuto espejo que colgaba de la pared. No parecía tener la nariz más grande... Gracias a Dios Pinocho sólo era un cuento de niños. Porque si fuera verdad, en estos momentos parecería Cyrano de Bergerac. Siendo sincero —cosa que no sería delante de su amiga—: ¿qué hombre en sus cabales rechazaría a Ruth y su hija? ¡Ninguno! Y Ruth necesitaba desesperadamente alguien que la descontrolase un poco, que la sacara de las responsabilidades, reglas y normas de su vida. Que la hiciera desvariar. ¿Y quién mejor que el hombre del que Ruth hablaba constantemente, contándole todas y cada una de las historias de su infancia una y otra vez? Y que, por si fuera poco, había sido
el donante
involuntario...

CAPÍTULO 15

Muéstrame un obrero con grandes sueños

y en él encontrarás un hombre que puede cambiar la historia.

Muéstrame un hombre sin sueños, y en él hallarás a un simple obrero.

JAMES CASH PENNY

Nunca olvido una cara, Pero en su caso,

estaré encantado de hacer una excepción.

GROUCHO MARX

6 de diciembre de 2009.

"Así que aquí trabaja Ruth", pensó Marcos frente a la entrada del centro de día. El sitio a simple vista parecía bastante acogedor, y el entorno era, cuanto menos, agradable.

Se encontraba ante un edificio de dos plantas rodeado por un muro de piedra acabado en verjas. Se acercó a la puerta de entrada exterior de la finca y llamó al video portero. Tras identificarse, un celador vestido de blanco salió del edificio y le abrió las puertas para al momento volver a cerrarlas con llave.

—No es que intenten escaparse, es que a veces se despistan y si la puerta está abierta... ya sabe.

Recorrieron los escasos metros ajardinados que separaban los muros de la entrada. Una vez allí, Marcos comprobó que para acceder al vestíbulo debía traspasar otras dos puertas. El celador llamó a otro video portero y, pocos segundos después, la primera de las puertas se abrió. Esperaron unos segundos en el descansillo, y cuando la primera puerta estuvo cerrada, pudieron por fin traspasar la segunda. Se encontró en un espacioso vestíbulo de suelos brillantes que no resbalaban en absoluto. Amplios pasillos se abrían desde allí hacia las distintas dependencias, según informaban los carteles indicadores, y al fondo del vestíbulo, justo frente a las puertas, había una enorme recepción, un gran tablón de anuncios indicando las salidas, excursiones y talleres, y cuatro ascensores, dos a cada lado del mostrador. Se encaminó con seguridad a recepción, donde se presentó y solicitó con amabilidad la presencia de la Srta. Vázquez. La recepcionista lo miró extrañada mientras marcaba la extensión en el teléfono y, tras breves segundos, le informó más alucinada todavía que la Srta. Vázquez acudiría en breve.

Marcos había pasado las dos últimas semanas en Las Médulas, una antigua explotación de oro de la época romana situada en El Bierzo (León), fotografiando el increíble espectáculo de la montaña abierta desde su mismo centro. Los contrastes entre roca y vegetación, luz y sombra, ocres y verdes, provocados por la brutal erosión a la que sometieron a la montaña los antiguos romanos en su afán por conseguir el oro, eran subyugadores. Pocas fotografías lo habían emocionado tanto como lo hicieron aquellas. Cuando tornó a Madrid, al piso de su madre, se había sentido en contraposición con la grandeza de Las Médulas, inmerso en un mundo muy pequeño lleno de coches, edificios y carreteras. Durante un par de días fue como si le faltara el aire, aunque poco a poco se habituó de nuevo a la opresión de la ciudad. Según iba eligiendo las fotografías que mejor representasen aquellos parajes agrestes, se le fue ocurriendo un plan; un plan que ahora, observando el acogedor vestíbulo, los talleres del tablón de anuncios y los ancianos que recorrían los pasillos del centro de día, se iba haciendo más y más viable.

Elena se dirigía hacia la salida del vestíbulo cuando lo vio frente al corcho de los anuncios. Redujo sus pasos hasta que los tacones dejaron de resonar en el vestíbulo y lo observó a conciencia. Era guapo. Mucho. Alto y delgado. Vestido con una chaqueta de cuero que había visto épocas mejores, una camiseta azul de cuello vuelto bajo una camisa a cuadros abierta y unos pantalones vaqueros que se ajustaban perfectamente a unos muslos bien formados y que delineaban a la perfección una entrepierna que en reposo no estaba nada mal. ¡Cómo sería cuando estuviera en marcha! Ojos azules, aunque posiblemente fuera por las lentillas, igual que los suyos, y nariz un poco grande pero totalmente operable. El pelo, quizás un poco demasiado largo, rubio con reflejos dorados, caía liso pero con volumen hasta casi la cintura. Se lo imaginó sobre ella, sobre sus pechos perfectos talla 100 copa D, haciéndola cosquillas en la cintura, talla treinta y ocho, y se le hizo la boca agua, con su labio superior relleno con colágeno para potenciar volumen. Sí. Decididamente el café que pensaba tomarse podía esperar.

—¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó con voz ronca, sugestiva, sensual.

Marcos se volvió para quedar de frente a una mujer espectacular. Lo primero que le llamó la atención de ella fueron sus tetas. Unas tetas grandes y firmes que casi estaban a la altura de la barbilla, escasamente tapadas por un top negro con rayas rojas. Lo segundo su pelo, una melena de un imposible caoba no natural. Lo tercero, su cintura de avispa marcada por un cinturón negro de cuero con incrustaciones de brillantes (imaginaba que falsos). Y lo último sus piernas, apenas ocultas bajo una minifalda negra ajustada, de vampiresa, o al menos así se lo parecía a él, largas y torneadas, que terminaban en unos pies delicados calzados con unos zapatos de tacón altísimo. En definitiva una mujer que pedía guerra a gritos.

—Estoy esperando a la Srta. Vázquez, no creo que tarde mucho. Gracias —contestó Marcos pasando de ella olímpicamente. Había tenido algunas experiencias con mujeres de ese tipo y siempre se había sentido como un pobre colegial que no daba la talla. Tanta sensualidad a flor de piel y golpe bisturí, en la cama terminaba convirtiéndose en afectación para conseguir la postura que mejor partido sacase a sus increíbles formas y entre eso y los gemidos perfectamente acompasados y las muecas de placer que no arrugaban ni un ápice la piel, él acababa dudando de si el orgasmo de su pareja había sido ficticio o real.

—¿Te refieres a Ruth? —Elena lo miró de arriba abajo, empezando por los ojos azules y terminando en la ingle, sitio en que se demoró un par de segundos, los justos para lamerse los labios—, ¿Para qué quieres verla? —Imposible que tal espécimen tuviera algo que ver con el espantapájaros de su secretaria.

—Hay un proyecto del que quiero hablarle.

—¿Qué tipo de proyecto? —preguntó echando los hombros hacia atrás, marcando pecho.

—Preferiría comentárselo a ella primero —contestó Marcos pensando que Victoria Beckham era mucho más natural que la mujer que tenía enfrente.

—No sé qué te habrá contado Ruth, pero ella es simplemente una empleada más, de hecho es mi secretaria, así que cualquier proyecto relacionado con el centro debes hablarlo antes conmigo.

—Entiendo. De todas formas acaba de salir del ascensor, así que, si te parece bien, os lo comento a las dos a la vez. —Increíble, esa mujer había conseguido caerle fatal en menos de dos minutos—. Hola Ruth.

—Buenos días Elena. —Ruth inclinó la cabeza a modo de saludo y después se dirigió a Marcos—. ¿Qué proyecto dices que tienes en mente?

Marcos sonrió para sus adentros. Su amiga podía haber cambiado con el paso de los años, pero si algo había permanecido inmutable era su desmedido sentido de la responsabilidad. La única información que tenía para localizarla era que trabajaba en ese centro, y sabía de sobra que si se presentaba por las buenas en su horario de trabajo, que por cierto no tenía ni idea de cuál era, ella lo ignoraría por completo. Jamás dejaría de realizar su trabajo por charlar con un viejo amigo. Pero si le ponía un buen cebo, acudiría, y eso era lo que había hecho. Había mandado un mensaje con la recepcionista; un mensaje con poca información que Ruth se apresuraría a confirmar. Un posible proyecto que daría publicidad al centro y que lo mismo incluso generaba beneficios. Y Ruth no había tardado ni cinco minutos en bajar a informarse.

—Es algo que he estado pensando estas dos últimas semanas, desde que fui a la exposición benéfica, aunque creo que lo mejor es hablarlo en algún sitio más privado.

—Vamos a mi despacho y me lo cuentas —dijo Elena despidiendo a Ruth de paso— Yo me haré cargo de esto querida, puedes seguir con tus cosas.

—Muy bien. —Ruth frunció el ceño, no le gustaba la idea de no estar presente. Elena tendía a ir demasiado a su aire, pero era la jefa y no le quedaba otra que obedecer así que, se giró para volver al ascensor.

—¡Espera! —exclamó Marcos—. No te lo tomes a mal... ¿Elena? —Se llamaba así, ¿verdad?—. Pero me gustaría que Ruth estuviera presente. Nos conocemos desde hace años, y sinceramente, a veces soy algo obtuso y cuesta entenderme. Ella me traducirá en caso de que me líe con los términos. —Terminó guiñando un ojo cómplice.

¿Obtuso? ¿Marcos? ¡Ja! Era la persona más directa que conocía, pero si Elena se tragaba la mentira, por ella perfecto. Y ya fuera porque se la tragó, o porque se dio cuenta de que Marcos no iba a ceder, Elena consintió.

Subieron a la segunda planta y entraron en un despacho amplio, con grandes ventanales y paredes pintadas en blanco con alguna que otra imitación de Andy Warhol. El mobiliario constaba de una mesa enorme y vacía sobre la que yacía abandonado un ordenador apagado y nada más. Ningún papel por medio, carpeta,
post-it
o bolígrafo. Completaban la estancia un sillón giratorio de director tras la mesa, y dos butacas bastante cómodas. Elena ocupó el primero y Marcos y Ruth los otros dos.

Marcos no podía evitar mirar de reojo a su amiga. Volvía a ser la bibliotecaria aburrida. Vestía una chaqueta negra sin forma, una falda del mismo color justo por debajo de la rodilla; ese tipo de falda aburrida, ni con vuelo ni ajustada sino todo lo contrario, con el largo que peor podía quedar a cualquier pierna, medias color carne y zapatos de tacón bajo. El pelo estaba recogido de nuevo en un moño clásico y aburrido. No se la veía ni rastro de maquillaje en la cara, ni en las uñas. Vamos... era la mujer invisible. No pudo evitar preguntarse si llevaría liguero, y cómo sería esta vez su ropa interior... ¿Tanga de encaje negro? ¿Mini braguitas con algún letrero divertido? Demonios. Le encantaría saberlo.

—Bien, os pongo en antecedentes —comenzó a hablar antes de que sus neuronas bajaran a la ingle con tanta especulación sobre interiores— Trabajo como fotógrafo para una publicación que tiene como premisa realizar reportajes que sirvan para dar a conocer el país, ya sea en paisajes, cultura, turismo, sociedad etc. Desde el día en que asistí a la exposición, una idea ronda por mi cabeza. Poca gente conoce los "intríngulis" de este tipo de centros. Para ser francos, todos sabemos de las residencias geriátricas y tal, lugares a tiempo completo donde los ancianos están internos. Pero ¿centros de día? No dudo que haya muchos, pero son completamente desconocidos. Cuando alguien menciona centro y ancianos, piensa directamente en geriátricos, pero esto no es exactamente un geriátrico. ¿Me equivoco?

—No —contesto Ruth, que entendía completamente a qué se refería. Poca gente tomaba en serio un centro de día.

—Le he estado dando vueltas a la cabeza, y pienso que sería buena idea hacer un reportaje sobre ello: la ayuda que presta a la sociedad, las ventajas y desventajas... En fin, realmente no sé bien cómo tramitarlo todavía, me haría falta recopilar información, conocer la historia de los ancianos, de los trabajadores, los prolegómenos de la gestión, etc. Cuando recopile esa información, mi tención es pasarla a la revista y ver si a ellos les parece tan interesante como a mí, y en caso afirmativo, sería cuestión de poner en marcha el proyecto. Para eso necesito autorización del centro y de las familias de los ancianos que saldrían en reportaje.

—Es muy interesante —comentó Ruth entusiasmada, viendo a la claras que el reportaje se traduciría en que más gente conocería la labor de los centros de día, que quizá consiguieran más benefactores, y que con mucha, muchísima suerte, la burocracia lo mismo dejaba de congelarles las subvenciones. Aunque eso sería más un milagro que otra cosa.

—¿Y qué ganamos nosotros? —preguntó Elena.

—Bien, veamos. —Marcos procedió a explicarle a Elena lo que Ruth había visto desde el primer momento.

Elena escuchaba desapasionadamente, prestando más atención a sus uñas de porcelana, perfectamente esculpidas, que a todos esos chismes sobre dar a conocer el centro, y cuando terminó la explicación, preguntó lo que verdaderamente importaba.

—Sí, todo eso está muy bien pero, ¿qué beneficio económico saca el centro? Y no me vengas con posibles donantes.

—Bueno, beneficio económico, ninguno. La publicación para la que trabajo no paga por reportaje. De hecho, ninguna publicación paga a los protagonistas de los reportajes, a no ser que sean personajes públicos y exclusivas rosas. —Marcos se estaba hartando de tanta tontería. ¿Qué narices se pensaba esa Victoria Beckham de pacotilla?

—Pues entonces, sinceramente no le veo ningún... —comenzó Elena.

—Creo que el Sr. García estará muy interesado en la propuesta —interrumpió Ruth.

—¿Perdona? —exclamó Elena irritada. ¿Quién se creía que era esa pedorra para interrumpirla?

Ruth miró a Elena totalmente consciente de que tenían cosas que hablar y que sería totalmente contraproducente que debatieran en presencia de Marcos. Por tanto, con una sonrisa en los labios solicitó a su amigo unos minutos a solas con su superiora y lo acompañó su propio despacho, para al segundo siguiente entrar en el de Elena y cerrar la puerta.

¡Joder como se nota quién curra y quién no! Pensó Marcos al sentarse en la única silla del despacho de Ruth. Era un cuadrado de dos metros por dos metros y la pared en la que se abría la puerta estaba enteramente ocupada por estanterías metálicas del suelo al techo llenas de archivadores de la A a la Z y libros contables. Dos mesas en forma de "L" se adueñaban del espacio restante. La pared que quedaba libre estaba pintada en un tono blanco normal y corriente y de ella colgaban varias acuarelas y óleos sin enmarcar que supuso estaban pintados por los
niños
de Ruth. Frente a él, justo sobre la mesa más grande, se abría una pequeña ventana con cortinas venecianas blancas que daba a un jardín con bancos por el que paseaban los residentes. Sobre las mesas, aparte del ordenador y el teclado, miles de papeles, cuadernos, carpetas y lo que parecían apuntes se amontonaban en pilas ordenadas simétricamente a la espera de ser despachadas. Pegados al monitor
post-it
de colores recordaban citas con el Sr. García, horarios de talleres, ideas, y mil cosas más. Le llamó la atención un cubilete redondo de plástico lleno de lápices perfectamente afilados, bolígrafos y rotuladores fosforitos. Lo cogió, y comprobó sonriendo que era un bote de Cola-cao forrado con un folio de papel blanco pintado. Una casa, un árbol más grande que la casa y flores enormes e imposibles, dibujadas con lápices de cera de vivos colores y trazo infantil. Era como si hubiera sido decorado por un niño pequeño. Lo observó más detenidamente. El artista había dejado su firma en la base, aunque era casi ilegible, no por que estuviera borrada, sino porque de las cuatro letras, cada una era de un tamaño y usaba indistintamente mayúsculas y minúsculas. Sonrió al leerlas, Iris.

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