Cuando la memoria olvida (8 page)

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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

BOOK: Cuando la memoria olvida
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Marcos se giró al oír un golpe seco a su espalda e intentó asimilar la visión que se mostraba a sus ojos. Ruth, con su bikini rosa y el pelo alborotado estaba sentada —si es que a esa postura se le pudiera llamar "sentada"— en el suelo. Aposentada sobre una pierna doblada bajo el culo y la otra estirada todo lo larga que era —y eso era mucho, Ruth no era nada bajita, pasaba del metro setenta— la espalda pegada al lateral de la cama y la cabeza totalmente echada hacia atrás reposando sobre el colchón, con una mano masajeándose el trasero y la otra levantada por encima de la cabeza. Los dedos abiertos en abanico bajo la lámpara del techo.

—¿Qué ha pasado?

—¿Te has fijado alguna vez, que según la perspectiva los objetos más pequeños pueden ganar en tamaño a los más grandes?

—¡¿Qué?!

—Mira —dijo Ruth bajando las manos y dando unos golpecitos en el suelo a su lado. Marcos se acercó dejándose caer donde le indicaba—, echa la cabeza hacia atrás y estira la mano frente a tus ojos —dijo adoptando de nuevo la postura anterior. Marcos la imitó vacilante—. Ahora, mira la lámpara.

—Aja. —Obviamente se veía más grande la mano que la lámpara. Desde luego Ruth no había descubierto América. La miró fijamente—. ¿Estás borracha?

—¿Yo? ¿Qué va? —Comenzó a reírse sin poder parar, con esa risa incontenible y contagiosa de quien no sabe exactamente por qué se ríe—. Si acaso un poquito. Un poquito así. —Juntó los dedos índice y pulgar de la mano y los separó escasamente un centímetro.

—¿Segura? No será un poquito así —respondió él poniendo los brazos en cruz, con las manos todo lo separadas que podían estar.

—Nooooo —dijo entre sacudidas. "¡Dios mío!", pensó entre risa y risa, "me voy a asfixiar si sigo riéndome así". Apenas la daba tiempo a respirar entre carcajada y carcajada.

—Que va —ironizó Marcos—. Anda, súbete a la cama, a ver si tumbada se te pasa un poco.

—Vale. —Apoyó una mano en el colchón y se puso de pie para a continuación dejarse caer en el suelo—. ¡Dile al suelo que deje de moverse! —Y volvió a estallar en carcajadas.

—Jodeeer. —La levantó en brazos y la depositó con cuidado en la cama— No me lo puedo creer, no has bebido tanto.

—No estoy borracha, es un efecto peculiar de la rotación terrestre. —Se moría de la risa. No podía parar—. Ha sido fulminante, estaba sentada en la hierba tan tranquila y cuando me he levantado todo ha empezado a girar... y no para de moverse... es como un tiovivo. Eso demuestra que la tierra se mueve. ¡Bravo! Ya lo dijo Galileo, "y sin embargo se mueve"

—¡Dios! —exclamó Marcos dejándose caer en la cama a su lado. Él estaba algo "alegre", pero ella lo superaba con creces.

Jamás la había visto así de chispeante. Claro que cuando aún vivían en el mismo barrio eran demasiado pequeños como para emborracharse. Se dejó llevar por su hilaridad, riéndose a carcajadas con ella sin comprender por qué. Sólo sabía que se sentía en la más absoluta gloria con su antigua amiga. Imágenes de su infancia se sucedieron en su mente y salieron de sus labios, provocando más carcajadas. Ella saltando histérica con una lagartija dentro del jersey, él saliendo empapado de la piscina con su ropa echada a perder porque ella lo había empujado, chicos y chicas buscando moras en los árboles, que siempre acababan en la ropa y el pelo tras la batalla campal en la plaza; ella con las coletas llenas de barro al día siguiente de darle la carta de San Valentín, él con la carta entre las manos, temeroso de abrirla a la vez que deseando saber lo que ponía. Imaginando...

—Me sentó fatal lo de la carta, sabes.

—¿La carta con la mierda dentro?

—¿Me has mandado alguna otra?

—No. Ains, lo siento. No fue idea mía.

—Lo imagino. Luka, ¿verdad?

—Sí. —Sonrió Ruth, a la que poco a poco se le iba pasando el mareo, aunque todavía perduraba la sensación de poder hacer lo que le diera la gana sin consecuencias que suele otorgar la ingesta inmoderada de alcohol.

—La mierda que había dentro... ¿De dónde la sacasteis? —preguntó sonriendo.

—De la calle. Era de perro. La cogimos con un palo y la untamos en el papel.

—Por supuesto. ¡Joder! —Volvió a estallar en carcajadas—. Yo imaginando una carta de amor, y vosotras metiendo mierda dentro.

—¿Imaginabas una carta de amor? —Se puso seria de golpe. Jamás se lo hubiese figurado.

—Sí. —Se giró hasta quedar tumbado de lado en la cama, frente a ella—. Supongo que estaba influenciado por la incipiente relación entre Pili y Javi, o yo que sé... Pero la cuestión es que imaginaba que en ese papel me declarabas tu amor eterno. —Sonrió recordando—. Al menos al principio.

—¿Al principio?

—Sí, desde que me la diste hasta que la abrí pasaron un par de horas, ¿sabes? No quería que nadie viera lo que ponía, y por si no lo recuerdas, me la diste justo en mitad de la calle con toda la panda alrededor.

—Aps. Sí. Estaba tan avergonzada que cuando reuní el valor, no me paré a pensar si era el mejor momento. —Le miró curiosa— Así que al principio pensaste en una declaración de amor... ¿Y después?

—Se me desbocó la imaginación.

—¡Qué!

—Eso mismo. De la declaración de amor, pasé a montármelo contigo en el portal de tu casa.

—¡No!

—¡Sí! ¿De qué te sorprendes? Era un preadolescente, tenía las hormonas alteradas y mucha envidia de lo que supuestamente hacía el "Dandi" con la "Repipi" —comentó sin pensar en los alias. Poco a poco su mente retrocedía a aquellos tiempos.

—¿En serio? —Al ver su gesto de aprobación y su mirada picara, no pudo evitar preguntar— ¿Qué pensaste exactamente?

—¿Quieres saberlo todo?

—Todo, no te guardes ni una coma. —Ruth se tumbó de lado, ahora estaban cara a cara, totalmente inmersos uno en el otro.

—Pensé que me pedirías salir —comentó sonriendo y retirándole un mechón de pelo que la caía sobre la frente— Después fui un poco más allá. —La acarició la mejilla con los dedos—. Imaginé que me presentabas en tu casa como tu novio. —Le recorrió los labios entreabiertos con el pulgar—. Que me dabas un beso de buenas noches en el portal cada día. —Se acercó despacio, hasta quedar a un centímetro escaso de su boca y le dio un ligero beso, un "pico" como aquellos que había soñado hacia tantos años—. Que me dejabas tocarte bajo el sujetador. —Sus dedos recorrieron la grácil curva del cuello, bajando por los cordones del bikini hasta el triangulo rosa que cubría esos pezones orgullosos que llevaba toda la tarde admirando. Los sentía bajo la palma de su mano tal y como los había imaginado, erguidos y suaves—. Que me dejabas darte un beso de "tornillo"...

Recorrió los labios femeninos con la lengua hasta que estos se abrieron bajo las caricias; recorrió los dientes y el paladar hasta que el apéndice femenino respondió, intercambiando saliva y placer. La mano se abrió paso bajo el bikini, sopesando la carne que había debajo, alzándola y masajeándola, el pulgar jugando con el pezón, rotando a su alrededor y pellizcándolo suavemente. Si el tiempo pasó, Marcos no lo notó de tan inmerso que estaba en ese paraíso, que para qué negarlo, era su paraíso particular.

Ruth se dejó llevar por las sensaciones, por el beso, por el calor. Disfrutó embistiendo con la lengua la boca de su antiguo amigo, sintiéndolo tan cerca que casi se quemaba contra su piel, esperando a ver qué más pasaba. Pero como invariablemente le sucedía con los chicos con quienes salía, los dedos masculinos se habían quedado pegados a sus pechos. Suspiró mentalmente ¡siempre igual!

La naturaleza le había dotado con unos pechos no muy grandes, pero sí muy erguidos y con unos pezones oscuros y duros, siempre inhiestos que llamaban totalmente la atención al sexo opuesto, pero que a ella solo le provocaban el más absoluto aburrimiento. Cada vez que tenía una cita, el hombre en cuestión la besaba para a continuación posar las manos sobre sus tetas, y una vez allí se dedicaba a masajearlas, apretarlas, girar los pezones, pellizcárselos, etc. Y si por casualidades del destino Ruth se sentía condescendiente y le dejaba continuar con los intentos, después de diez minutos de sobeteos aburridísimos, el tipo simplemente bajaba la cabeza a los pechos, para lamerlos y mordisquearlos, momento en el que Ruth invariablemente abría los ojos, suspiraba y se separaba del macho encelado. Tras la cuarta cita, le había quedado totalmente diáfano, que si tras quince minutos de atención ilimitada a sus senos el tipo no se había dado cuenta de que eso no la excitaba, es que el espécimen en cuestión no era la persona idónea para ella.

Hombres que no se molestaban en buscar el placer de las mujeres había miles. ¡Y a ella le tocaban todos! Poseía innumerables zonas erógenas en su cuerpo, pero ellos se dedicaban a la única que no lo era. Sus pechos. Y visto lo visto, Marcos no iba a ser la excepción que confirmara la regla. Abrió los ojos al notar que los labios masculinos bajaban por su cuello en dirección a "donde siempre" y suspiró. Mejor iba pensando la mejor manera de decirle a su amigo de la infancia que mejor lo dejaban y seguían como colegas. ¡Prefería seguir virgen a la espera de un buen orgasmo, que perder la virginidad sin conocer d orgasmo! Mmm, eso no era cierto, no había disfrutado de ningún orgasmo inducido por otra persona, pero orgasmos provocados por ella misma, ya había tenido varios...

Abrió la boca para decir "hasta aquí hemos llegado" y en ese momento Marcos se pegó a ella. ¡Mierda! ¡Tenía una erección de caballo!

Entre las brumas del placer, Marcos notó que solo su respiración era jadeante, que solo él se estaba poniendo "cardiaco". ¡Demonios! debería haber caído antes en ello. Ruth no era igual a nadie, no se comportaba como ninguna otra persona. ¡Joder! Ni siquiera hablaba como el resto del mundo, por tanto algo tan normal como ponerse cachonda porque la tocasen las tetas no iba con ella.

Lo que más le gustaba y atraía de su amiga era esa "diferencia", esa manera de ser especial y única que la hacía inigualable. Sonrió complacido con el pezón que tanto le había fascinado entre los labios. Se lo iba a pasar de maravilla buscando zonas que la hicieran jadear. Con esa idea en mente, y también, por qué no decirlo, buscando alivio, se pegó a ella haciendo que su pene hinchado y dolorido presionara contra su vientre, para a continuación ponerse a la tarea.

Ruth cerró de golpe la boca al notar la mano de Marcos deslizándose por su costado, lejos de sus pechos, en dirección a su espalda, quizá debería dejarle unos minutos más antes de cortarle...

Sólo por si acaso.

La mano que aún jugaba con su pezón también abandonó su ocupación, bajando por su vientre y rodeándola por las caderas para acabar posándose abierta sobre la parte baja de su espalda.

Todavía tumbada de lado, Ruth cerró los ojos ante la avalancha de sensaciones. Unos dedos recorrían lentamente su columna vertebral, deteniéndose en la nuca para volver a bajar mientras la mano abierta en la base de la espalda se deslizaba por debajo del bóxer del bikini, recorriendo las nalgas, apretándolas y moviéndose en círculos. Cuando al final ambas manos coincidieron en su trasero, un pequeño gemido escapó de los labios femeninos.

Marcos se frotó contra ella complacido con la reacción. Puso una mano en cada nalga y hundió los dedos en la grieta entre ellas, separándolas y juntándolas rítmicamente. Ruth jadeó.

—Creo que acabo de encontrar uno de tus puntos erógenos —susurró.

Extendió una mano sobre el culo, colocando el dedo anular en el mismísimo centro y presionó, el dedo se hundió entre las laderas gemelas. Ruth se tensó jadeante, a la vez que alzaba una pierna colocándola sobre la cadera del hombre, permitiendo el acceso a sitios muy interesantes. Marcos aprovechó la oportunidad que se le brindaba e impulsó su pene enfundado en los vaqueros contra el monte de Venus. La mano que le quedaba libre se deslizó por el perineo hasta que un dedo impaciente penetró en la vagina, notó la humedad, aún escasa y continuó su camino hacia el clítoris.

El anular de la derecha acosaba el anillo de músculos que cubría el ano, apretando y aflojando rítmicamente, tentándolo para luego retirarse, mientras el pulgar de la izquierda trazaba espirales sobre el clítoris, consiguiendo que Ruth emitiera gemidos agitados.

¿Quién lo iba a imaginar? Pensó Marcos al descubrir que su razonable y formal amiga se derretía cada vez que él apretaba ese orificio prohibido. Empujó el dedo contra el ano mientras con la otra mano pellizcó nuevamente con el índice y el pulgar el clítoris, y fue premiado con un jadeo entrecortado, a la vez que el pequeño botón se erguía y endurecía, arrancando a Marcos de sus cavilaciones y haciéndole perder toda mesura. La tumbó boca arriba en la cama, de un par de tirones se deshizo de sus vaqueros, para a continuación agarrar con dedos nerviosos los bóxer rosas y bajárselos. Por último desató el nudo de la parte de arriba del bikini y la liberó de él. Cuando la tuvo desnuda, la observó fijamente durante un segundo que duró toda la eternidad.

Ruth estaba perdida en su mirada, en los estremecimientos que había producido en su cuerpo. Si esto era el principio de lo que podía hacerla sentir, quería más. Mucho más. Sus finos dedos femeninos jamás la habían trasportado hacia el placer de esa manera, y ni hablar de los hombres, que por lo normal solo la inducían a bostezar. Pero Marcos lo estaba haciendo francamente bien.

Hasta ese momento.

Le abrió bruscamente las piernas y se colocó sobre ella, el pene duro como el granito presionando en la entrada de su vagina, intentando abrirse camino en su interior.

—¡Espera! —gritó Ruth de repente alerta. Era demasiado pronto, él no sabía...

—No puedo —jadeó Marcos al sentirla alrededor de su pene— ¡Dios! Qué estrecha eres.

Presionó de nuevo intentando meterse por completo en su interior, pero algo no iba bien, estaba muy cerrado. "No está lo bastante húmeda", pensó frenético. Se paró arrodillándose sobre la cama y, sin pronunciar palabra, hundió la cabeza en el pubis, lamiendo con fruición el clítoris, azotándolo con la lengua a la vez que metía un par de dedos en la prieta vagina. Ruth abrió más las piernas dejando escapar un sonido. ¡Dios! Era maravilloso. Lo que le estaba haciendo no tenía comparación con nada que hubiera sentido antes. Los dedos resbaladizos por los fluidos se deslizaron hacia el trasero, y notó el índice presionando contra el ano a la vez que la lengua presionaba contra el clítoris. Ruth arqueó la espalda, el dedo entró ligeramente en oscuro orificio a la vez que la lengua se introducía en la vagina. Jadeó, estaba a poco de algo, algo tan grande como no había sentido en su vida. Los dedos y la lengua la abandonaron justo cuando empezaba a sentir los primeros espasmos del orgasmo, dejándola excitada y muy frustrada. Marcos se situó de nuevo sobre ella y penetró profundamente con una sola embestida. Ruth se mordió los labios para gritar ante el dolor que la recorrió cuando su himen se desgarró. Él ni siquiera dio cuenta. Jadeaba como un poseso sobre ella, entrando y saliendo sin parar un segundo, sin dejarla tiempo ni espacio para recuperarse.

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