Read Cuando la memoria olvida Online

Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Cuando la memoria olvida (6 page)

BOOK: Cuando la memoria olvida
4.65Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Marcos aprovechó esos cuatro primeros años, se centró en los estudios y sacó excelentes calificaciones. Con dieciocho años, una edad en la que ya no necesitaba el permiso paterno, obtuvo una beca para estudiar lo que más le apetecía. Por tanto, hizo lo único que deseaba hacer desde hacía años: mandó a la puñetera mierda las expectativas de su queridísimo padre y se largó con viento fresco.

Así estaba ahora, en Detroit, alojado en la casa familiar de uno de sus muchos compañeros. Tenía un par de semanas por delante antes de partir el domingo y comenzar el trabajo que le habían encargado, y pensaba disfrutar durante cada segundo de ese tiempo.

Depositó el vaso sobre la mesa y miró alrededor buscando alguna diversión. Los labios se levantaron en una sonrisa irónica y hastiada, recordando. Había visto "Pasión de vivir" cuando era un crío en España. Él y sus amigos comentaban flipando en colores con las fiestas que se montaban los americanos ricos cuando sus padres no estaban en casa. Resopló, nada más lejos de la realidad. En as años se había hartado de acudir a ese tipo de fiestas y, en contra de lo que salía por la tele, lo único que hacían los adolescentes americanos era reunirse con sus amigos, hacer una barbacoa, poner una mesa con mucha bebida y... en la piscina si el tiempo acompañaba, o jugar a las cartas si no lo hacía. Nada más... Nada de polvos salvajes en el jardín, ni borracheras bestiales que acababan con la casa destrozada, ni bacanales frenéticas entre amigos. ¡Ni por coño! Al igual que la gente del resto del mundo, cuando los americanos querían disfrutar la de Dios es Cristo, se largaban lejos del hogar paterno.

Observó de nuevo pero nada le llamó la atención. Un grupo de crías tomaban sol en bikini junto a la piscina, unos cuantos tipos charlaban de pie cerca de barbacoa... tomó de nuevo su vaso y dio otro trago. Frunció el ceño pues llevaba demasiados "tragos" encima y quizá debería parar un poco, pero estaba aburrido. Se giró buscando algo que llamara su atención, ese día era la fiesta tradicional yanki por antonomasia ¡Tenía que pasar algo divertido por narices!

Al otro lado del jardín Bruce acarreaba una caja con los petardos y fuegos artificiales que encenderían cuando llegase la hora. En otro punto, cerca de la puerta del garaje, un grupito de personas alborotaban, riéndose y pidiendo a gritos que alguien cantara... Eso podría ser divertido pensó, se les veía más o menos "animados". Dejándose guiar por un presentimiento se acercó a ellos. Eran de los pocos que tendrían su edad, unos veinte años, porque el resto de los allí reunidos no pasaban de ser adolescentes consentidos en busca de fiesta con sus hermanos y primos mayores. Reconoció a una de las primas de Bruce que se había acercado hasta allí para pasar el "gran día". Creía recordar que le había dicho que vivía cerca, un par de casas más abajo. "Genial, una gran familia feliz reunida en la misma manzana", rumió con cinismo.

Estaba a menos de dos metros del grupo cuando captó al completo la conversación y su estómago dio un vuelco.

—No me lo puedo creer, todos los himnos tienen letra —comentaba alguien en inglés.

—El español no —respondió una voz que, aunque cambiada por el tiempo y el idioma, Marcos conocía a la perfección.

—Eso es imposible. ¿Estás segura?

—Bueno, no completamente. Nada hay seguro en esta vida excepto la muerte. Estoy fehacientemente convencida de que no existe una letra para el himno de mi país. No obstante y por no faltar a la verdad ni seguir en la ignorancia mañana mismo indagaré donde sea preciso para confirmar lo que presupongo y en caso de que el resultado fuera negativo y efectivamente existiera letra, os lo haría saber.

A los labios de Marcos asomó la primera sonrisa sincera en todo el día. Sin lugar a dudas era "su" Ruth. Nadie se expresaba de manera tan complicada, con tantas palabras y tan adecuadamente usadas, excepto ella. Aunque lo hiciera en un idioma que no era el suyo. Se acercó un poco más alzándose sobre las puntas de sus deportivas para ver qué aspecto tenía, si era igual que como la recordaba.

No lo era, en absoluto.

Había crecido.

Mucho.

Seguía teniendo el pelo negro como la noche, liso y largo que caía libre hasta media espalda. Llevaba una camiseta roja ajustada por encima del ombligo, dejando ver un vientre liso y unos pechos no muy grandes, pero sí muy erguidos, con pezones duros que se marcaban a través de la tela. Unos cordones rosas de bikini emergían por debajo del escote y acababan anudados al cuello, un cuello largo, delgado y grácil, que ya no era el de un avestruz, sino que se asemejaba más al de un cisne. Complacido con lo que veía, siguió recorriendo con la mirada a su antigua amiga, una falda corta que empezaba en la cadera y acababa un poco por debajo de las nalgas, dejaba ver un par de piernas perfectas y largas en las se perdería de buen grado. Las pantorrillas y muslos de músculos delineados le decían que a su amiga le seguía gustando correr detrás de un balón, o al menos hacer ejercicio a menudo. Acabó la revisión en los pies, con las venas marcadas en el empeine, que más que afearlos parecían llamarlo para que los lamiera. ¡Dios! Sí que había cambiado.


Lala lala lalalariro lala
—canturreaba ella el himno español en esos momentos. Parecía que la habían convencido para cantarlo, aunque fuera sin letra. Marcos se rió e incapaz de quedarse callado intervino:

—No seas mentirosa "Avestruz", sí que hay letra para el himno. —Se abrió paso a codazos para a continuación ponerse a cantar frente a ella—: Franco, Franco, se chupa el culo blanco porque su mujer, lo lava con Ariel...

—¿Marcos? —Ruth lo miraba con los ojos abiertos como platos, totalmente sorprendida, aunque al cabo de un segundo reaccionó dando un tremendo bote y saltando a sus brazos—. ¡Marcos! —Volvió a gritar abrazándolo fuertemente, olvidándose por completo de hablar en inglés y pasando automáticamente al castellano—. Solo a ti se te podría ocurrir cantar esa canción delante de la gente.

—¡No me lo puedo creer! ¿Qué haces aquí? —preguntó girando a su alrededor contemplándolo boquiabierta— ¡Jopelines cuánto has cambiado!

—Mira quien fue a hablar... —respondió él usando también el castellano, de tal manera que la hizo enrojecer, memorizando el rostro conocido que apenas había cambiado, con aquellos ojos grandes color miel, boca gruesa, altos y dos divertidos hoyuelos que se formaban en la comisura de la boca cuando sonreía, exactamente igual que ahora—. ¿Cómo es que estás en Detroit?

—Me he tomado un año sabático.

—¿Te has tomado un año sabático? ¿Tú? La misma persona que estudiaba horas para sacar las mejores notas del colegio, que asistía a clases extra escolares tres días a la semana, que cuidaba de la casa y de sus hermanos, y en su tiempo libre ayudaba a su padre en la zapatería. ¡No me lo creo! No sabes lo que significa la palabra "sabático". No va contigo.

—¡Tonto! Pues sí, aunque no te lo creas, me lo he tomado. Pero no eludas mi pregunta, ¿Qué haces tú aquí?

—Vivo aquí. Por ahora.

—¡No! Mecachis, pensaba que residías en Chicago.

—Estuve allí, luego viví en New York, más tarde en Maine, Florida, y bueno... varios sitios más. No he estado mucho tiempo quieto.

—¡Vaya aventura! —exclamó fascinada.

—Ya ves —contestó Marcos con suficiencia.

—Ey chicos, es de muy mala educación hablar en un idioma que nadie entiende —interrumpió Bruce en inglés.

—Aps. Lo siento. —Cambió automáticamente Ruth al inglés.

—No pasa nada. ¿Os conocéis?

—Sí —exclamaron los dos a la vez.

Marcos le contó a su compañero la historia compartida y luego guiñándole un ojo, agarró a Ruth por la muñeca y la llevó al jardín. Buscó una sombra libre de gente y se sentó sobre la hierba. Ruth se lo pensó un segundo antes de hacer lo mismo, no estaba acostumbrada a llevar falda, y menos una tan corta que además tenía vida propia y jamás se quedaba en el lugar que le correspondía, es decir, tapándole el trasero. Por lo que sentarse como los indios en el suelo se le tornaba ligeramente complicado, aunque al final recordó que era su amigo Marcos el que estaba esperando, el mismo niño que la había visto llena de barro, con los pantalones rotos y de mil formas mucho más vergonzosas de recordar, así que era imposible que se sobresaltara por verla con "esa ropa", o la ausencia de ella...

—Explícame lo del año sabático. Es que te juro que no me lo creo. No te pega.

—Bueno, hace dos años terminé el bachillerato y al año siguiente obtuve mi título de inglés de la escuela oficial de idiomas. De repente me encontré con mucho tiempo libre. Entre mis hermanos y mi padre me convencieron de que debía apuntalar más mis conocimientos del idioma, y se nos ocurrió que podría vivir un año aquí, interactuando con la población e instruyéndome en una academia especializada. Conseguí un trabajo de
Au pair
con el que sufraga los gastos, y aquí estoy.

—¡Vaya! Ya decía yo que eso de estar sin hacer nada no iba contigo.

—¿Y tú? ¿Qué has hecho estos años?

—Ir de un lado a otro.

—¡No! Vamos, hablo en serio.

—Yo también. Estudié, saqué un título de fotografía gracias a una beca, y desde entonces me dedico a ir de un lado a otro sacando fotos para una revista —comentó después de dar un nuevo trago a su vaso de Jack Daniels.

—¡Vaya! Justo lo que ambicionabas —exclamó entusiasmada—. ¿Trabajas para
National Geographic
?

—No. Vendo mis reportajes gráficos a la revista
Traveling
.

—Aps. Mmm, no conozco esa publicación. Claro que desde que estoy en esta ciudad apenas he leído ninguna revista.

—Está especializada en viajes turísticos, localizaciones paradisíacas y cosas por el estilo. Dentro de dos semanas partiré a Santo Domingo para fotografiar un nuevo complejo Resort.

—¡Genial! ¡Conocerás muchos lugares impresionantes!

—Unos pocos. —Dio un nuevo trago, no le apetecía nada hablar de su trabajo. No le gustaba hacer reportajes que eran más anuncios de hoteles que otra cosa—. ¿Y los demás? ¿Qué ha sido de sus vidas? —cambió de tema.

—Pili y Javi siguen juntos. Están ahorrando para comprarse un piso.

—No sé por qué, pero no me extraña nada —contestó riendo Marcos—, ¿Siguen tan empalagosos como siempre?

—¡Más! —exclamó Ruth entre carcajadas—. Viven en un San Valentín perpetuo.

—¡Me lo imaginaba! ¿Y el resto? ¿Los sigues viendo?

—A Pili y a Luka sí, pero del resto apenas sí sé nada —reconoció mordiéndose los labios. Estaba siempre tan ocupada que casi no tenía tiempo de ver a sus amigos— Luka se dedica a montar exposiciones de pintura.

—¿Pinta? —profirió sorprendido. No se imaginaba a esa diabólica chica pintando.

—¡No! Enmarca cuadros de pintores amateurs y luego los monta en galerías de arte.

—Ah. ¿Sigue igual de... seria?

—¿Luka? Bueno... sigue haciendo de las suyas —reconoció con una sonrisa.

—¿Y "Cagón"?

—¡Se llama Carlos! —le amonestó— No te lo creerías jamás, se ha convertido cetrero.

—¿Cetrero?

—Sí, su abuelo le dejó una casa en ruinas con algunas tierras y Carlos lo ha convertido en una especie de granja de cría de aves rapaces.

—¡Por Dios! jamás me imaginé al "Cagón" cerca de nada que pudiera hacerle daño, eso de las rapaces se ve muy peligroso —se burló dando otro trago al vaso dejándolo vacío.

—¡Marcos! No seas malvado.

—¿Yo? —respondió con cara inocente—. ¡Siempre!

—¡Tonto!

—¿Y "Boca cloaca"? ¿Qué ha sido de ella?

—¿Enar? Está casada y tiene una niña —contestó pensativa. De la panda, era la que menos había cambiado su manera de ser, y a quien más le había cambiado la forma de vida.

—¡No ¡odas!

—¡Marcos! Hay muchos sinónimos de ese término que puedes usar perfectamente, sin tener que caer en lo chabacano —le reprendió muy seria. No le gustaban las palabrotas, menos cuando había tantas expresiones adecuadas que podían usarse en su lugar.

—Mierda Ruth, no lo hagas.

—¿Qué no debo hacer?

—Empezar a hablar como una marisabidilla. Lo estabas haciendo muy bien ira ahora, ¿sabes? Casi parecías normal.

—¿Qué quieres decir con que "casi" parecía normal?

—Pues que por unos instantes estaba entendiendo perfectamente todo lo le decías, no empieces ahora con tus palabras raras y tus sinónimos. —Siempre le había cabreado la facilidad de Ruth para cambiar todas las palabras de una frase sin cambiar el significado de la misma. Hacía parecer idiotas al resto de los mortales que hablaban "normal y corriente". Esa era una de las cosas por las que discutían siempre de niños; la otra era el afán de Marcos por ponerle mote a todo el mundo, y en ese momento con una copa de más, o varias, le parecía Importante dejar clara su opinión.

—¿Quieres que parezca normal? —preguntó Ruth poniéndose de pie y mirándole con las manos apoyadas en las caderas, resaltando esos pezones marcados que lo estaban volviendo loco— Vete. A. Freír. Espárragos. ¿Es lo suficiente normal para ti?

Se dio media vuelta alejándose de la tentación de dar un pisotón al césped. Ese engreído no había cambiado nada en absoluto. Seguía sacándola de quicio al igual que cuando eran niños. Si los demás no sabían usar el léxico inigualable con que su idioma les beneficiaba, ella no tenía la culpa.

Sintió las manos de él posarse sobre sus hombros un segundo antes de que ese cuerpo cálido y masculino se pegara a su espalda. La mejilla oscurecida por la falta de afeitado pegada a su oído, y el susurro aterciopelado de su aliento entrando en su mente consiguieron que se detuviera.

—Ey, "Avestruz", no te enfades.

—No me llames avestruz —respondió enfadada, con las manos pegadas al costado para no volverse y soltarle un guantazo. Habían pasado ocho años y él seguía metiéndose con ella, con su cuello y con su manera de expresarse.

—Tienes razón, ya no te pega el mote. Te va mejor "Cisne" —dijo separándole el pelo de la nuca para luego lamérsela lentamente.

—¡Marcos! ¿Se puede saber qué estás haciendo? —De un bote se alejó de él totalmente patidifusa—. ¿Qué mosca te ha picado?

—Ey, no te excites, era una broma —contestó comprobando que la camiseta de baloncesto que llevaba le tapara lo suficiente, no era cuestión de que le pillara la mentira por culpa de su tremenda erección.

—Pues no me ha hecho ninguna gracia.

—Lo siento —dijo con una media sonrisa que dejaba claro que no lo sentía en absoluto.

BOOK: Cuando la memoria olvida
4.65Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Steal Your Heart Away by Gina Presley
Opening Atlantis by Harry Turtledove
Very Hungry Zombie by Michael Teitelbaum
The Skin by Curzio Malaparte
Sasha by Joel Shepherd
La Reina Isabel cantaba rancheras by Hernán Rivera Letelier
The Winter Folly by Lulu Taylor
Westlake, Donald E - Novel 42 by A Likely Story (v1.1)
The Music Trilogy by Kahn, Denise