Cuando la memoria olvida (5 page)

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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

BOOK: Cuando la memoria olvida
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—¿Y si encuentras otro amor en ese lugar? —preguntó esperanzada, se estaba dando como la mujer que lo había dado todo por su hijo y marido y a la vez abandonaba por otra.

—Eso no sucederá nunca —respondió Felipe, aunque rectificó en el momento cuando vio la decepción en los ojos de su mujer e intuyó cual era su deseo—. Pero en caso de que ocurriera, Marcos, que te adora sobre todas las cosas, despechado por mi falta de honor y mi villanía, te escribirá desesperado contándotelo, esperando el consuelo que solo su consagrada y amorosa madre puede darle.

—Y cuando fuera un hombre de provecho acudiría de nuevo a mi lado, vilipendiándote y odiándote. Contando al mundo lo que me has hecho, demostrando a todos qué clase de madre soy. —Luisa representaba con lágrimas de cocodrilo en los ojos, adoptando el papel de mujer despechada y abandonada que pensaba asumir en breve— Porque tu amante te hará olvidar a tu hijo, y él se verá solo, humillado y abandonado, pero allí estaré yo, desde la distancia enjugaré sus lágrimas, le daré ánimos consiguiendo que sea un hombre mejor, y cuando vuelva buscaremos venganza... —continuó ella entrando totalmente en su papel de mujer desesperada y entristecida, fabricándose poco a poco su propio culebrón, ajena al hecho de que su marido, satisfecho por haber conseguido su plan, abandonaba la habitación dispuesto a poner en marcha todos los engranajes.

En vista de que en un futuro cercano Felipe se buscaría una amante y la abandonaría del todo —era la única condición de Luisa—, decidieron comenzar discretamente los trámites de separación. Felipe no lo había planeado así, pero era un golpe de suerte que no pensaba desaprovechar. Él obtenía la custodia del crío y una pensión mensual para sus estudios hasta su mayoría de edad, además de una cierta cantidad inicial y única, para el viaje y los gastos previstos durante los primeros seis meses fuera de España. La única condición para conseguirlo todo, era que el asunto de la separación se hiciera en el más absoluto secreto para que Luisa pudiera crear la historia que más la convenciera. Felipe se lo notificó a Marcos cuatro días antes de partir, sin apenas más explicaciones, mientras Luisa entusiasmada se encerraba en su habitación y comenzaba a dar forma a la historia que contaría a todas sus vecinas. Ese guión ideado por ella que la haría parecer como la más sufrida y atormentada de las heroínas de sus culebrones favoritos.

Días después la panda se encontró en La Plaza de la Constitución. El colegio había terminado oficialmente, al menos para los que habían aprobado todas las asignaturas. Chicos y chicas comparaban sus notas y gritaban a los cuatro vientos los planes para el verano.

Carlos se iría al pueblo a pasar los tres meses de verano con su abuelo y Pili estaría quince días de vacaciones en la Coruña, en el apartamento de sus tíos. Javi, Luka y Ruth pasarían todo el verano en Madrid, e irían los fines de semana a La Pedriza a bañarse en el río. Enar, por su parte, se iría a la playa con su madre, pues su padre había encontrado trabajo en una terraza de verano en Torrevieja, Alicante. Marcos no abrió la boca para decir adonde iría: su padre se lo había prohibido terminantemente tras contarle por encima cómo sería su nueva vida. ¡Abominable!

Había pasado las últimas setenta y dos horas sin prestar atención a nada, sin apenas dormir ni comer, totalmente desesperado, buscando una solución que sabía no existía y sintiéndose como la mierda más grande del mundo. Sólo cuando estaba con sus amigos lograba sonreír, aunque ese viernes, el mismo día de su partida, la charla excitada y alborotada de sus colegas le estaba dando dolor de cabeza. El fabuloso verano que una semana antes se mostraba como el mejor de su vida, se había convertido en humo. Sus planes de convencer a su viejo con cualquier mentira descabellada para que le dejara ir a La Pedriza algún fin de semana ya no servirían para nada. Su intención de pedir salir a Ruth se volvía una quimera ridícula e imposible. ¡Se le agotaba el tiempo! Se marcharía en apenas dos horas. Para siempre. O al menos hasta que cumpliera los dieciocho y fuera mayor de edad. Entonces haría lo que realmente le diera la maldita gana.

Miró a sus amigos y sólo sintió envidia. A los trece años sentía que el suelo se abría bajo sus pies para caer en un pozo sin fin. No le apetecía pasar sus dos últimas horas en el barrio con ellos. Tampoco quería pasarlas solo. Sentía la necesidad de hablar con alguien, de cagarse en todo lo cagable e insultar a todo lo insultable; de contar a los cuatro vientos la injusticia que sus padres estaban cometiendo. Su mirada se centró en Ruth, que vestía unos pantalones cortos de deporte y una camiseta medio desteñida por los lavados, una coleta que al principio del día estaba alta en la cabeza reposaba ahora medio deshecha en su larga nuca. Por mucho que lo intentara, seguía siendo el chicazo de siempre. Por mucho que las tetas le hubieran crecido —no mucho la verdad— y que el culo le hubiera aumentado, seguía siendo la marisabidilla que corría como un diablo tras el balón y tema todo planificado y bajo control. La misma chica a quien todos los de la panda le contaban sus más íntimos secretos porque sabían a ciencia cierta que tenía los labios sellados. Su amiga más íntima, con la que se metía en cada frase y a la que admiraba en silencio.

Ruth notaba a Marcos extraño, demasiado circunspecto. Llevaba un par de días sin llamarla "Avestruz" y eso, aunque lo agradecía, también la intrigaba. Se mostraba alejado de todos y no participaba en el éxtasis vacacional ni gritaba sus planes para el verano. Lo observó detenidamente: había crecido, ya no era tan "delgado y desgarbado, el pelo lo tenía un poco más largo y los pantalones cortos mostraban a un muchacho que ya no era solo rodillas y tobillos, sino también muslos y pantorrillas —muy bien formadas, por cierto—. La camiseta le quedaba pegada al cuerpo y, al ser sin mangas, dejaba al descubierto unos brazos, que aunque finos todavía, insinuaban lo que algún día podrían llegar a ensanchar. Se entretuvo un rato mirándole la parte del abdomen. Con el uniforme escolar habitualmente no se le notaba esa tabletilla de chocolate que ahora se vislumbraba claramente. Cuando se quiso dar cuenta comprobó que la atención que prestaba al muchacho era claramente correspondida por él. Se puso roja... ¡Ay, Dios! ¿Qué pensaría de ella?

Marcos no pensaba en nada definido. Sólo sabía que quería largarse de allí en contados momentos y que no se quería ir solo. Ruth lo estaba mirando. Bien.

—Avestruz —la llamó.

—¿Qué? —contestó ella sonriendo al oírle usar su mote, para al segundo siguiente poner cara ofendida— Te he dicho innumerables veces que no me llames así.

—¿Te vienes a dar una vuelta?

—¿Ahora?

—Síp.

—Bueno. —Se encogió de hombros mientras preguntaba a los demás—. ¿Se viene alguien?

—¡No! —La exclamación de Marcos fue claramente escuchada por el resto de panda—. Tú sola.

—¿Yo sola? —Roja como un tomate, Ruth miró a sus amigas. Enar la miraba enfurruñada, Luka sonreía divertida y Pili arqueaba las cejas mientras asentía con la cabeza disimuladamente según ella, y claramente para el resto del mundo—. Bueno...

Marcos echó a andar hacia la salida de la plaza y Ruth le siguió, avergonzada y expectante entre los silbidos, abucheos y comentarios subidos de tono del resto de la panda. Lo mismo la pedía salir...

Caminaron en silencio durante media hora hasta llegar a El Kaura, fuera del barrio, de San José de Valderas y del Parque Lisboa. Lejos de todo.

El Kaura era un parque, aunque su descripción coincidía más con un descampado vacío de personas y caminos, un lugar alejado de los edificios y rodeado por un par de carreteras apenas transitadas, un sitio donde los "mayores" iban con sus novias a darse el lote y a hacer "otras cosas". Ruth miró intranquila a su acompañante. ¿Qué pretendía llevándola hasta allí? Marcos paró de caminar y se apoyó en el tronco de un árbol mirándola fijamente antes de soltar la bomba.

—Me voy.

—¿Te vas? —repitió ella como una cotorra, totalmente sorprendida—. ¿Adónde?

—A "Yankilandia".

—¿Qué?

—Pero no se lo cuentes a nadie, paso de dar explicaciones. Prométemelo.

—Te lo prometo —contestó ella levantando la mano derecha y poniendo la palma sobre su corazón como había visto hacer mil veces a los de la tele.

—Me voy esta noche con mi padre. A partir de ahora viviremos en Chicago —dijo con una sonrisa sesgada que mostraba toda su repulsión.

—¿Por qué?

—El viejo opina que allí tengo un futuro mejor que aquí.

—¿Y a tu madre le parece bien? —Por lo poco que sabía de su madre, le había dado la impresión de que era una mujer muy apegada a su casa y bastante apática.

—Le parece de puta madre, siempre y cuando yo me vaya con el viejo y la dejemos a ella aquí a su aire.

—¡¿Tu madre se queda?!

—Sí. Quiere vivir sin cargas, y resulta que yo soy una carga.

—¡NO! ¿Te lo ha dicho ella?

—Claro que no, pero a ver si no por qué otro motivo no viene con nosotros. Es lo que hay.

—¡Jopelines! —gritó Ruth totalmente aturullada. Lo que contaba Marcos no podía ser verdad.

—¿Jopelines? —repitió el sonriendo, el día que Ruth dijera un insulto sería el fin del mundo.

—Pero... ¿Por qué? No lo entiendo.

—Ya te enterarás —dijo guiñándola un ojo—, seguro que será el culebrón del verano. Mi vieja se va a ocupar de que todo el mundo sepa que mi padre me lleva a un colegio exclusivo con su dinero, y si no he oído mal a mi madre cuando la da por murmurar sola, mi padre tiene una amante allí...

—Pero... jopelines, eso suena a... a culebrón —dijo Ruth sin entender absolutamente nada. —Ya lo sé.

—¿Y no vas a hacer nada?

—¡Joder! —Marcos se movió tan rápidamente que cuando Ruth se quiso dar cuenta, la sujetaba por los brazos y la zarandeaba rabioso—. Ella quiere hacer de madre sacrificada y amantísima, y de paso deshacerse de mí, por tanto mi padre me va a llevar a "Yankilandia" y me va a meter en un puto colegio interno con gente que no conozco y con la que no podré hablar porque ni siquiera hablan mi idioma. ¡Es que no lo entiendes! ¿Qué crees que puedo hacer yo para impedirlo? —aulló en una última sacudida para a continuación abrazarse a ella y comenzar a llorar.

Y Ruth sinceramente no lo entendía, no comprendía nada de lo que la estaba contando. Pero se abstuvo de comentárselo e hizo lo único que en esos momentos podía hacer. Lo abrazó con toda su fuerza y dejó que llorase tranquilo. Y Marcos lloró, a veces en silencio, a veces con sollozos incontenibles, pero siempre con la certeza de que su amiga jamás contaría nada, ni sus llantos, ni sus secretos.

Al cabo de un rato se recompuso y logró separarse del tierno abrazo que tanto lo había consolado. Ruth le miraba con sus enormes ojos llenos de preguntas, con respuestas que jamás salieron de sus labios. La agarró de la mano, y en silencio, así como habían llegado, abandonaron El Kaura. Si alguien los hubiera visto así, cogidos de la mano como dos niños enamorados habría sonreído con ternura.

Cuando llegaron al barrio, Marcos era consciente de que el tiempo se le agotaba y a pasos agigantados, tendría que salir corriendo para llegar a tiempo a su casa y partir hacia su nueva vida, pero se resistía a hacerlo. Aún le quedaba una última cosa por hacer, algo que había planeado, y que se había convertido en humo por culpa del viaje. Algo que costara lo que costara iba a realizar. Acompañó a Ruth hasta su portal, y una vez dentro se apoyó contra la pared mirándose las puntas de las deportivas. El flequillo le caía sobre los ojos ocultando sus pensamientos.

—Había planeado pedirte salir este fin de semana —soltó de repente haciendo que Ruth se pusiera otra vez colorada como un tomate.

—Vaya. Genial. —Por primera vez en su vida Doña Conozco Todas las Palabras del Diccionario, se había quedado muda.

—Sí. Pero como me voy esta noche, ya no va a ser posible. —Alzó la mirada y fijó en el rostro de su amiga, grabándoselo en la memoria.

—Lógico. —"¿Lógico?", ¿por qué había dicho eso? Tenía que haberle animado a hacer algo... Lo que fuera. Ay Dios, sin palabras y sin cerebro. "Menuda tonta estoy resultando ser", pensó aturullada.

—Así que... ¿Por qué no nos ahorramos toda esa tontería infantil y nos damos un beso sin más?

—¿Un beso? —¿Quería besarla? ¿A ella? Frunció el ceño—, ¿Dónde?

—¿Dónde crees tú?

Marcos inclinó la cabeza y posó suavemente sus labios sobre los de ella. Fue un beso esporádico, infantil, inocente e inexperto. Pero aun así, fue "El Beso", ese primer ósculo que ninguno de los dos olvidaría jamás. Con las bocas cerradas, apretando uno contra otro, sin moverse, sin caricias, pero lleno de ternura. Cuando finalizó al cabo de escasos segundos, ninguno pronunció palabra alguna. Se miraron fijamente para, a continuación, con una inclinación de cabeza despedirse, Dios sabía hasta cuándo.

CAPÍTULO 04

De toda memoria solo vale

el don preclaro de evocar los sueños.

ANTONIO MACHADO

Somos nuestros recuerdos.

4 de julio de 2001.

Marcos dejó caer el cigarro al suelo observándolo mientras se consumía lentamente sobre la hierba. El humo ascendía perezoso en un fino hilo que contaminaría un poco más el ambiente de la ciudad. En Detroit, al igual que en toda "Yankilandia", fumar era algo peor que una herejía. Por esa única razón fumaba él.

Cogió la botella de Jack Daniels que le pasó Bruce y buscó un vaso que no estuviera demasiado sucio. Sobre la mesa situada en mitad del jardín vio uno que más o menos cumplía sus expectativas. Echó un par de dedos de Bourbon y dio un trago que le quemó la garganta. Arrugó el entrecejo, con un par de hielos estaría mejor, pero a falta de pan... Sonrió complacido al darse cuenta de que a su mente todavía acudían refranes españoles.

Habían pasado ocho años desde la última vez que pisó suelo español. Ocho largos años en los que había ido de un sitio a otro. Primero Chicago con sus altos edificios, su gente respetable y su instituto privado, elitista, uniformado y rígido. Poco tiempo después New York, con su mezcla de culturas y personas, viviendo en un apartamento mal ventilado, estudiando en un instituto público lleno de bandas, subsistiendo con la pensión que le pasaba Luisa para supuestamente pagar el colegio elitista al que no iba, mientras Felipe buscaba "La Empresa" que se diera cuenta de todo su potencial. Por supuesto, cuando las empresas vieron todo ese potencial, relegaron al hombre a su antiguo puesto de delineante. Por tanto Felipe y Marcos se trasladaron a otro sitio en busca de un puesto mejor. Y a otro. Y a otro. Y todas las empresas encontraron lo mismo en Felipe. Mediocridad.

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