Cuando la memoria olvida (3 page)

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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

BOOK: Cuando la memoria olvida
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—Ya saltó la marisabidilla. —Marcos botaba sobre las puntas de sus pies, Intentando ver lo que ocultaba su amiga—. ¿Qué tienes ahí?

—Nada. Bueno, sí. Es que he pensado...

—¿Qué? —Marcos giró alrededor de Ruth intentando ver qué escondía, pero ella seguía sus movimientos quedando siempre frente a él.

—¡Te quieres estar quieto! Vas a conseguir que me maree.

—¿Qué escondes? —La curiosidad lo mataba. ¿Podía ser una tarjeta tardía de San Valentín? ¡Que vaaaa!

—Esto... —Ruth volvió la cabeza hacia sus amigas, Enar y Luka, que la animaron asintiendo. Pili por su parte negó con una mueca. Hizo caso al bando equivocado—. Esto... ¡Toma! —chilló a la vez que le ofrecía un sobre blanco adornado con corazoncitos dibujados con rotulador.

—¿Qué es? —preguntó Marcos, rogando que fuera lo que pensaba.

—Una carta. Pero no te lo tomes en serio... me voy. Chao. —Ruth se dio la vuelta y echó a correr hacia sus amigas, pasó entre ellas y siguió corriendo muerta de vergüenza.

Marcos se quedó parado en el sitio, ensimismado, viendo cómo las muchachas salían corriendo de la plaza y sintiendo el peso de "la carta" en sus dedos. Observó atentamente el sobre. Su nombre aparecía claramente escrito en la letra clara y perfecta de Ruth, con un corazón atravesado con una flecha en cada extremo. Con dedos torpes lo giró buscando la manera de abrirlo sin romperlo. Si era lo que él pensaba que era, lo iba a conservar hasta conseguir su beso.

—Te ha dado una carta tío, fijo que es por San Valentín. ¡Ábrela! ¡A ver que pone! Juer, lo mismo se te declara y todo, ¡qué suertudo! ¡Vamos, a qué esperas! ¡Ábrela ya! —Carlos saltaba intentando coger la tarjeta, mientras Marcos hacía lo imposible por evitarlo.

—Cagón, estate quieto, leches. —En ese momento Carlos se la arrebató, y Marcos le empujó bastante fuerte para recuperarla—. Joder! Es mía. Como la vuelvas a coger te parto la cara.

—Valeeeeee, no te pongas así.

—¿Qué pone? —preguntó Javi intrigado.

—Ni idea, no la he abierto.

—Ábrela. —Javi arqueó las cejas.

—No. Ya vienen los demás, vamos a jugar al fútbol.

—¡Tío! ¿Nos vas a dejar con la intriga? No fastidies, ábrela —arremetió de nuevo Carlos.

—Mira, Cagón te lo voy a decir una vez, así que grábatelo en esa estúpida cabezota que tienes. La carta es mía. La abriré cuando me dé la real gana. Y eso será cuando tú no estés. ¿Lo has captado?

—Vete a la mierda —contestó Carlos ofendido.

—Lo ha captado —sentenció Javi.

Marcos guardó la carta en el bolsillo trasero de los pantalones y se fue con sus amigos a echar el partido de todas las tardes. Durante las dos horas que duró el juego apenas sí prestó atención al balón, solo podía sentir el sobre pegado al culo, quemándole los vaqueros. ¿Qué pondría? Imaginó que sería una "Declaración de amistad" pero según iban pasando los minutos, su imaginación fue componiendo un panorama mucho más "acogedor". Ruth le escribía que le quería mucho como amigo. No. Que le admiraba por su manera de jugar al fútbol. Que le gustaba mucho hacer los deberes con él y que ojalá fueran al mismo colegio. ¡No! Fijo que escribiría que se divertía mucho en su compañía y que le gustaría que pasaran todas las tardes juntos. Exactamente, que quería pasar todo el día con él porque estaba loquita por sus huesos. Mmm, que quería darle un pico.

¿Cómo serían los "picos"? Javi decía que molaban mazo. Seguro que era eso. Ruth estaba loca por él y quería que fueran novios como Pili y Javi. ¿Y qué más cosas hacían esos dos? Seguro que Javi no contaba ni la mitad. Marcos paró de correr tras el balón y se quedó quieto en mitad de la plaza. ¡Sí! Ruth quería que fueran más que amigos, seguro que en la carta ponía que quería verle en algún sitio a solas, y fijo que le daría un beso, y lo mismo le dejaba ver si las formas que asomaban bajo sus jerséis eran de verdad o eran bolas de papel colocadas estratégicamente. La curiosidad lo mataba. Se imaginó haciendo algunas de las cosas que hacían en las películas que sus padres no le dejaban ver y que veía a través de la rendija de la puerta del comedor. ¡Ay Dios! Estaba deseando ver qué ponía esa tarjeta. Pasó los dedos por encima del bolsillo del pantalón, tentado de sacarla y leerla en ese mismo instante, imaginando cosas que ningún niño de doce años debería imaginar —y que todos imaginaban—, cuando sintió un empujón en la espalda. Era Carlos.

—Joder Cagón, ¿de qué vas, tío? —respondió Marcos a su vez con otro empujón.

—Eh tío. —Carlos levantó las manos en señal de rendición—. Estás parado en mitad del partido y además se te está marcando el pantalón.

—¿Qué narices dices? —preguntó Marcos sin saber a qué se refería su amigo.

—Te está diciendo que se te nota... —contestó Javi enarcando las cejas y mirándole el pantalón.

—¿Que se me nota qué? —jadeó Marcos mirándose la bragueta. Sí, se le estaba notando "ligeramente"—. ¡Joder! Me voy a sentar un rato.

Se dirigió al banco más alejado que encontró seguido por sus dos amigos, mientras el resto de la panda lo miraba entre sonrisitas y lo abucheaba con frases del tipo: "A Marcos se le escapa el pajarito" "Le da la vuelta al muslo, tendrá algo ver Ruth y su culo", y lindezas por el estilo.

—¿Qué te ha pasado, tío? —preguntó Carlos alucinando.

—Déjame en paz, vale.

—Carlos, ¿has traído agua? —intervino Javi.

—Sí, la tengo en la mochila.

—Vete a por ella, anda —apuntó el "Dandi".

—Y una mierda. En cuanto me largue os vais a poner a rajar sobre "eso". De aquí no me muevo —contestó Carlos, que aunque era un par de años más pequeño que ellos, de tonto no tenía un pelo.

—Mira nene, que te largues, ¿vale? —Lo agarró Marcos por el cuello del abrigo, * veces era un poco macarra.

—Vete a la mierda. —Carlos se deshizo del agarre y se largó enfurruñado.

—Te has pasado Marcos.

—Es un plasta. Cuando se pone así no lo aguanto.

—Yap. —Javi entendía esa situación, Carlos tenía una rara capacidad para colmar la paciencia de cualquiera, y Marcos no tenía nada de paciencia— ¿Qué te ha pasado? —Nada.

—¿Es por la carta?

—Nop.

—Vale.

—Dandi... ¿Qué haces con Pili cuando la llevas a casa y estáis solos en el portal?

—Mmm —pensó Javi mirando a su amigo—, no todo lo que te imaginas que harás con Ruth si en la carta pone lo que piensas que pone —aseveró Javi sin detallar absolutamente nada de lo que Marcos preguntaba, pero entendiendo y compartiendo perfectamente sus pensamientos.

—Idiota —rio Marcos.

—Puede. Pero, un idiota feliz —respondió estallando en carcajadas. —Me largo —dijo Marcos tras unos cuantos empujones amistosos y muchas risas.

—Estás deseando leerla "a solas". —Intuyó Javi viendo a su amigo alejarse. Desde luego las chicas conseguían como nadie que los chicos hicieran idioteces. Idioteces muy agradables, todo hay que decirlo.

Cuando Marcos entró en casa el ruido de las conversaciones ficticias en televisión le dio la bienvenida. Su madre estaba tirada en el sillón del comedor con un pañuelo en la mano viendo por enésima vez el capítulo de la enésima telenovela que había grabado a mediodía.

Luisa grababa todas las telenovelas que echaban en la tele a diario, y las veía una y otra vez. Ya que no tenía "El amor de su vida", cogía el de las sufridas protagonistas. Hija única y mimada, nacida de un matrimonio mayor y con "posibles", se había casado con Felipe, "la mejor elección" según sus progenitores. No estaba enamorada, no le apetecía tener hijos, y sobre todo la aburría hasta la saciedad el papel de ama de casa, no era lo suficientemente dramático.

Desde el principio, Luisa y su recién estrenado marido se instalaron en el enorme piso de sus padres; era hija única, y por tanto era una tontería comprar una casa cuando al cabo de los años heredaría. Mientras sus suegros vivieron, Felipe se dedicó a intentar llegar lo más alto posible en su oficio —lo malo es que cuando alguien es mediocre por mucho que se esfuerce no suele conseguir pasar de ser eso mismo... mediocre—, a la vez que Luisa vivía como la princesa que siempre le habían dicho que era, y cuando nació su primer y —esperaba— último hijo, los abuelos, gozosos, se dedicaron exclusivamente a él, dejando libre al joven matrimonio. Pero la vida no dura eternamente, y la de los abuelos, ya de por sí mayores, se acabó relativamente pronto complicándolo todo para Luisa, quien de golpe y porrazo se encontró con que tema que ejercer de madre, y lo malo, es que no sabía exactamente cómo cuidar de un chaval que no era hijo bastardo, ni se metía en problemas en el colegio, ni por el contrario era un ejemplo a seguir, adorable y obediente, es decir, algo parecido a los niños de sus telenovelas. Marcos era... normal y corriente. A veces testarudo, pero no lo suficiente como para ser considerado un rebelde, a veces hacía travesuras, pero no lo suficientemente malas como para ser considerado un villano. Aprobaba el curso, pero no sacaba sobresalientes, por tanto ni era un genio ni era un descerebrado... simplemente era "demasiado normal" y en las telenovelas en que basaba las acciones de su vida, eso no pasaba. Al principio intentó comportarse como las madres amantísimas que veía en la tele, pero no resultó bien, a su hijo no le iban los besuqueos indiscriminados, y no encontraba sacrificios desmesurados que hacer por él, como les pasaba a sus heroínas televisivas. Tras un tiempo en que su hijo acabó por esquivarla continuamente, llegó a una solución: en la intimidad del hogar le ignoraba y en la calle, frente a las vecinas, sus atenciones y cariños se volvían desmesurados y sensibleros, más o menos como en los culebrones.

Marcos saludó a su madre y se dirigió a su habitación. Al pasar por delante del despacho de su padre, lo vio encorvado sobre su atril de dibujo, intentando hacer algo que no hubiera hecho nadie antes y que por supuesto consiguiera mantenerse en pie.

Felipe era arquitecto, o eso decía él, porque su trabajo real era de delineante en una empresa del tres al cuarto. Aun así trabajaba durante todos sus momentos libres una edificación de ángulos imposibles y materiales absurdos, con la esperanza de que alguien viera su originalidad y el mundo se rindiera ante su genialidad.

Pasó de largo y casi estaba en su cuarto cuando la voz de su padre lo hizo detenerse. Giró desanimado y se dirigió al despacho. Hoy no había conseguido escaparse. Cada día tenía que hacerle un resumen a su padre sobre el temario que había estudiado en el colegio, los deberes que debía hacer en casa, la gente con la que jugaba y el nivel de notas que esperaba sacar. Marcos por supuesto mentía como un bellaco: el colegio bien, el temario perfecto, deberes unos pocos. Los amigos con los que jugaba en el recreo, eran por supuesto, los más inteligentes de la clase y cuando estaba en la calle, iba con los niños del club social del Parque Lisboa a estudiar a la biblioteca. Jugar al fútbol en la calle ¡jamás! Sabía de sobra que se esperaba de él, y estaba dispuesto a cumplir las expectativas, o al menos eso decía. Porque lo cierto era que pasaba de los curas, de los compañeros y del colegio privado. Que sus mejores amigos vivían en el barrio que su padre más detestaba, y que sabía cómo era la biblioteca por las descripciones que Ruth hacía de ella. Felipe escuchaba atentamente las respuestas de su hijo, intuyendo que, como siempre, tendría que resignarse cuando al finalizar el trimestre, en el boletín de notas las calificaciones no fueran las esperadas, y sufriría porque su zagal ponía todo su empeño pero no conseguía nada más allá de la media. En su mente empezaba a fraguarse la convicción de que el colegio al que acudía su chico, aun siendo el mejor de Alcorcón, no sabía aprovechar todo su intelecto, y poco a poco, se auto convencía de que se hacía imprescindible un cambio de vida, de país. Emigrar a algún lugar donde la enseñanza privilegiada que el dinero de sus difuntos suegros podía comprar diese mejores frutos. Un sitio en el que también él fuera reconocido como arquitecto. Y así paso a paso, comenzó a buscar opciones más adecuadas para su familia.

Marcos sonrió complacido al ver a su padre asentir sin dudar de sus palabras y fue corriendo a su cuarto. Cerró la puerta y, por si las moscas, encajó la silla del escritorio bajo el picaporte. Una vez seguro de que nadie podría invadir su intimidad, sacó la romántica carta del bolsillo y la miró detenidamente.

No había cambiado, el sobre seguía lleno de corazoncitos rosas, y su nombre continuaba escrito en la preciosa caligrafía de Ruth. La acercó a su nariz y olfateó, esperando percibir algún rastro de colonia o algo de ese estilo romántico y tontorrón que tanto gustaba a las chicas. Pero el único olor que le llegó fue como a caca. Extrañado, volvió a olería, efectivamente, el sobre olía a mierda. Pensó un instante en los posibles motivos. Se la había metido en el bolsillo trasero del pantalón, cierto, pero que él supiera no se había tirado ningún pedo ni se había sentado encima de ningún excremento. Dejó la tarjeta sobre el escritorio y se quitó los pantalones, mirando atentamente la parte trasera de éstos... Estaba limpia, sin ningún resto orgánico. Cogió la carta de nuevo, ahora ya bastante escamado y la abrió con cuidado. Dentro había un papel rosa doblado en cuatro. Lo sacó y vio que estaba adornado con más corazoncitos, muchas "X" y un par de "O", que según Javi (que era el entendido en chicas del grupo) significaban "besos" y "abrazos" respectivamente. Atrás quedó olvidado el mal olor y la premonición de que algo no cuadraba, y volvieron las imágenes de Ruth escribiendo, citándole en un sitio apartado, esperando con los ojos cerrados y los labios semiabiertos un beso.

Se rascó la cabeza, y giró el papel aún doblado. Lo miró atentamente por delante y por detrás, conjeturando sobre lo que habría escrito en él. Una sonrisa soñadora apareció en su cara. Se sentó en la cama con su tesoro entre los dedos, imaginándola corriendo tras el balón, vestida de nuevo de chicazo y con sus coletas desbaratadas. Luego la imagen cambió de golpe: Ruth le esperaba sentada en un banco de la plaza que quedaba bastante oculto entre los arbustos. Llevaba un vestido de verano de tirantes —le daba lo mismo que estuvieran en pleno invierno— y le esperaba con una sonrisa en la boca. La imagen cambió otra vez: ahora estaban en el portal de su casa, él la acompañaba como hacía Javi con Pili, y ella le recompensaba con un "piquito"; luego subían al piso y hacían los deberes juntos, riéndose con las trastadas de sus hermanos pequeños mientras Ricardo le preguntaba a EL qué quería ser de mayor y quedaba fascinado con sus respuestas y su claridad de futuro, animándole a que estudiara lo que le gustaba y a que buscara más allá de las profesiones altamente cualificadas y remuneradas que su padre le obligaba a sopesar para su futuro. Luego se sentaría a cenar con todos y charlaría de la liga, los estudios o la última película de Stallone, en familia, todos juntos. Justo lo contrario que sucedía en su casa. No sabía qué le gustaba más de Ruth, si ella como persona o ella como parte de su cariñosa y entrañable familia. Se pasó de nuevo los dedos por el pelo a la vez que giraba sobre la cama hasta quedar boca abajo y desdobló el papel. Tenía algo dentro, algo pegado, no, untado. Acercó más la cara al papel. ¿Qué demonios? Parecía que habían untado ¿paté? ¿Nocilla? ¿Una mezcla de ambos? Entornó los ojos y acercó la nariz al pegote. Dios, qué mal olía. Se fijó un poco más. ¡Joder! ¡Una mierda! Literal, había untado una puñetera mierda en el papel, justo debajo de unas de líneas escritas a bolígrafo.

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