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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Cuando la memoria olvida (2 page)

BOOK: Cuando la memoria olvida
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Sonrió para sí mismo ¡Si su padre supiera que era justo con esos niños y en ese barrio donde mejor se lo pasaba, le daría un ataque! Recordó en ese instante a Ruth y su panda; les habían seguido a él y a Javi hasta la plaza "la Consti", y luego les habían espiado (como casi siempre) con los gemelos hechos polvos de hace mil años. Aunque no quisiera admitirlo, le gustaría ser el centro de atención de Ruth "Avestruz" igual que Javi lo era de Pili "Repipi" en fin...

Las palabras de su padre volvieron a sonar en su mente mientras él negaba con la cabeza. Ruth no era pobretona y por las notas que sacaba, las más altas de la clase, quedaba claro que tenía ambición y afán de superación, aunque si tenía que ser sincero... Recordó cómo vestía esa misma tarde, con los pantalones que ya le iban quedando cortos por encima del tobillo, la sudadera grande para que le durara Un par de años, las coletas medio deshechas, un lazo firme todavía en la coronilla y el otro resbalando por la nuca, la cara pintada de bolígrafo y los dedos negros de U mina del lápiz. Corriendo como un rayo tras el balón y chutando a puerta con tal potencia, que el portero, Carlos el "Cagón", en vez de intentar parar el balón se quitaba de en medio. Sonrió divertido, corría casi tanto como él —jamás confesaría que corrían igual de rápido—, saltaba tan alto que tocaba el techo del ascensor, escalaba árboles como una lagartija y... hablaba de tal manera que no había Dios que la entendiera. ¡Mierda! Les hacía parecer idiotas a todos cuando empleaba su tono de "yo lo sé todo y tú no sabes nada", aunque según Javi, eso gustaba a los profesores, pues sus notas no bajaban nunca del sobresaliente. Frunció el ceño irritado. Sus mejores amigos, Javi el "Dandi" —jamás llevaba la ropa descolocada— y Carlos el "Cagón" —le habían puesto el mote por razones obvias—, iban al colegio público San José de Valderas al igual que las mosconas. Pili "Repipi", que era... repipi, Ruth "Avestruz", con su cuello muy largo, Enar "Boca cloaca", la niña que más tacos decía de todo el barrio y por último Luka la "Loca", la persona que podía hacer realidad hasta la travesura más descabellada...

Ruth entró en su casa y saludó con un beso en la mejilla a Ricardo. Su padre era un hombre inmenso, de anchos hombros y barriga tremenda. Era el zapatero remendón del barrio y Ruth estaba orgullosa de él. Cualquiera podía vender unos zapatos, pero su padre no solo los vendía, sino que arreglaba cualquier bota, botín, manoletina o zapatilla que estuviera rota, poniendo tapas, abrillantando, cosiendo y tiñendo si era necesario. Y eso era un arte.

Sus hermanos Darío y Héctor, que estaban en el salón jugando con las construcciones, se levantaron al verla entrar y corrieron a darle varios besos y a rebuscar en sus bolsillos —Ruth siempre encontraba las mejores chapas— hasta que localizaron dos de tónica y tres de coca cola. Tras conseguir su premio se agacharon en la alfombra a disfrutarlo. Con hojas de periódico enrolladas sobre sí mismas habían montado una estupenda carretera para el circuito de chapas. Un libro abierto por la mitad y boca abajo hacía las veces de puerto de montaña y un trozo de papel de plata hacía de río a saltar. Ruth los observó recortar las cabezas de los cromos de la vuelta ciclista a España del año pasado y ponerlos en las nuevas chapas y luego, dio comienzo la carrera, momento que aprovechó para sentarse en el sillón al lado de su padre.

—¿Cómo lo ves, papá?

—Pues no lo sé, cariño —contestó acariciándole las coletas desparejadas— El negocio está flojo, pero imagino que saldremos adelante como siempre.

—Seguro que sí, papá. No todo el mundo puede comprarse zapatos nuevos cuando lo único que necesitan los viejos son tapas y un poco de tinte.

—Por supuesto, cariño, por supuesto —contestó abstraído su padre besándola en la frente.

Al cabo de un momento se dirigió al baño y se duchó. Luego preparó el baño para sus hermanos pequeños, y con algún que otro pescozón logró convencerlos de los beneficios de una buena higiene. Cuando los hubo dejado en la bañera, con una esponja bien llena de jabón a cada uno y la firme promesa de frotarse codos y rodillas, se fue a la cocina. Ricardo ya había comenzado a hacer la cena, así que ella fue sacando las viandas que compondrían el cocido del día siguiente. Esa era más o menos su rutina diaria. A la salida del colegio recogía a sus hermanos e iban los tres a por la merienda que su padre tenía guardada bajo el mostrador de la zapatería, dejaban las mochilas en la tienda y comían su bocadillo sentados en un banco de la plaza. En días normales, los tres se quedaban jugando hasta las seis y media: Ruth vigilando a sus hermanos, y éstos buscando modos de burlar su vigilancia. Luego subían a hacer los deberes y cuando su padre entraba en casa tras cerrar la tienda, ella se duchaba mientras Ricardo corregía los deberes a los pequeños. Preparaba el baño para ellos y los ponía en vereda, para a continuación ayudar a su padre con la cena y la comida del día siguiente. Ponían entre los dos la lavadora, tendían o recogían la ropa y vuelta a por sus hermanos. Cenaban y a dormir.

Ruth adoraba a su padre. Estaba convencida de que era el mejor padre del mundo. Del universo. Apenas se acordaba ya de su madre... un arrullo dulce, el aroma a jabón de lagarto en sus manos, el pelo suave que ella peinaba una y otra vez con su cepillo de juguete... poco más. Una foto en blanco y negro era la única imagen que tenían de ella. Se acercó a la habitación de matrimonio antes de irse a la cama y cogió el retrato que siempre estaba en la mesilla de su padre, en el que se veía a una mujer rubia, delgada y bajita, con una sonrisa preciosa en los labios, vestida de novia. Ricardo la abrazaba por la cintura mientras la miraba tan absorto como ella a él. Exudaban felicidad en cada uno de sus gestos, felicidad que se truncó demasiado pronto. Justo después de tener a Héctor, enfermó y lo que era un catarro normal y corriente se trocó en neumonía mortal. Dejó un marido desolado y tres niños que tuvieron que aprender a vivir sin ella tic repente. Ruth se convirtió en "madrecita" con siete años, Darío en hermano mayor con cuatro y Héctor fue nombrado "quitapesares" oficial de la casa, í Inundo alguien de la familia sentía que la tristeza se instalaba en su pensamiento, que el desasosiego hacía presa en su corazón, cogía en brazos al bebé, ese bebé de pelo rubio tan parecido a su madre, con esa sonrisa adorable y esas manitas regordetas, y se consolaba pensando que parte de María estaba con ellos. Héctor era la viva imagen de su madre, al contrario que Darío y Ruth, que con el pelo como la noche y los ojos miel, eran clavados a Ricardo.

Ruth dio un beso al retrato y se fue a la cama pensando en que cuando fuera mayor sería una gran escritora y escribiría un libro dedicado a mamá.

CAPÍTULO 02

Las mujeres prefieren tener razón

a ser razonables.

OSCAR WILDE

Los niños siempre consiguen lo que se proponen

y siempre, incluso en lo más absurdo, tienen razón,

aunque no la tengan...

ETIEN

Un año después.

15 de febrero de 1992.

—¿Y si se la jugamos? —preguntó Luka con su mejor mirada de "Lo que se me acaba de ocurrir".

—No sé Luka. No creo que tengas razón. Cada cual en San Valentín regala lo que quiere a quien quiere, y eso incluye a Marcos y su inexistente carta —respondió Ruth algo molesta, pero totalmente sincera.

—Es un cerdo, digas lo que digas. Mucho juega al rescate conmigo, mucho échame un cable con los deberes de mates, pero luego que te den por culo —despotricó Enar dándole una vuelta de tuerca más al asunto—. Para pedirte favores siempre está dispuesto, pero para mostrarse agradecido no; pues que le den. Vamos a joderle vivo.

—Por favor Enar, no seas tan bestia —se inmiscuyó Pili a pesar de la mirada asesina de Enar—. El día de San Valentín es cosa de enamorados y solo se regala a tu novio, no a un amigo. Si Marcos no le ha mandado ninguna tarjeta a Ruth, será porque no está enamorado. —Pili llevaba dos meses saliendo "en serio" con Javi (todo lo "en serio" que pueden salir dos niños de doce años) y todo se la volvía amor...

—Mira tú quién fue a hablar, "Doña le amo y no puedo vivir sin él", eres vomitiva. Claro, tú has tenido tu cartita y tu regalito, normal que no quieras que Ruth tenga lo suyo... Eso significaría perder protagonismo. —Enar podía ser una verdadera víbora cuando se lo proponía, es decir, casi siempre.

—¡Eres una...! —comenzó a insultar Pili, solo para ser cortada de golpe por Ruth.

—Eh, vamos. No discutamos, no merece la pena.

—Tú misma tía, si quieres que se siga riendo de ti, adelante. Pero si fuera yo, se lo haría pagar. No puede tenerte siempre a su disposición para jugar o hacer deberes y luego no mandarte ninguna tarjeta por San Valentín —siguió Enar dale que te pego.

—Es que no tiene nada que ver una cosa con la otra. Además yo tampoco le he mandado ninguna tarjeta —reflexionó Ruth ecuánimemente.

—Pero todavía puedes mandársela —dijo Luka con aire misterioso haciendo que sus amigas la mirasen: Ruth con espanto, Pili divertida y Enar maliciosa—. «Marcos "Cara de asco" no tenía obligación de mandarte nada, pero podía haberlo hecho... tú no tienes por qué mandarle nada, pero vas a hacerlo... Escuchad lo que se me ha ocurrido. —Y para bien o para mal, todas la escucharon.

Carlos, Javi y Marcos estaban sentados en un banco de la plaza esperando a los demás para echar el partido de cada tarde.

—¿De verdad te dio un beso en los morros cuando le diste la carta? —Carlos estaba flipando con lo que contaba Javi que hizo "su novia" cuando le dio los regalos de San Valentín.

—Un piquito —contestó Javi aturullado y más rojo que un tomate.


Juer
tío, pero eso está genial. Si yo tuviera novia, le escribiría una tarjeta todos los días para que me diera mogollón de besos —jadeó Carlos ante la imagen que planeaba en su mente.

—Cagón, no te pases tío, a ti no te besa una tía ni aunque le regales tu colección de cromos —se burló Marcos.

—Ni a ti, no te jode —resopló Carlos.

—Hombre... si te hubieras atrevido a mandarle algo a Ruth... —comentó Javi risueño.

—¡Qué chorrada! ¡Que me lo mande ella a mí! —respondió Marcos molesto. El día anterior había estado a punto de escribir una tarjeta, pero al final se lo había pensado mejor. Ahora a la vista del resultado obtenido por el "Dandi", tenía ganas de darse de tortas por idiota.

—Hablando del rey de Roma... —Javi señaló hacia la entrada de la plaza, por la que en esos momentos aparecían las chicas.

Los chicos se giraron como impulsados por un resorte, cada uno con un pensamiento especifico en mente: Carlos imaginándose a las chicas rodeándole y besándole gracias a las múltiples cartas que escribiría; Javi buscando una excusa para desaparecer con Pili y obtener otro "piquito"; Marcos por su parte echando un poco de menos a las chicas de antaño, aquellas que se dedicaban a observarlos escondidas tras los arbustos y que los seguían a todas partes. Ahora ya no eran tan divertidas, o mejor dicho, eran divertidas de otra manera, o al menos eso aseguraba Javi. Pili y Ruth eran las que más habían cambiado, o a las que más se les notaba. Y vaya si se les notaba. Les habían crecido las tetas y ensanchado el culo, se peinaban el pelo de manera distinta cada día y ya no querían jugar al fútbol, ni al rescate, ni a "churro—media manga—manga entera" con ellos. Se ponían faldas por debajo de la rodilla, que al doblar la esquina y desaparecer de la vista de las vecinas cotillas, subían hasta que se les veía una buena porción de muslo. Además se pintaban la boca en cuanto se alejaban de la plaza, se sentaban muy juntitas en el banco y los miraban fijamente para luego hablar entre ellas en susurros, como contando secretitos, para a continuación reírse como tontas. ¡No las entendía ni su padre! Bueno... Javi decía que él sí entendía a Pili, pero claro, él estaba como loco porque llegaran las siete de la tarde y acompañarla a su casa, ya que una vez solos en el portal, y siempre según él, Pili le dejaba besarla en la boca.

Centró su atención en Ruth: ya no llevaba las coletas desarregladas, aunque su pelo seguía mal cortado, ni tampoco vestía con pantalones pequeños y jerséis grandes, sino con pantalones ceñidos, faldas cortas y chaquetas de punto que se ajustaban —y tanto que se ajustaban— a sus incipientes formas. Se abofeteó mentalmente un par de veces por no haberle mandado una tarjeta por San Valentín y así haber conseguido su beso, y después puso cara de fastidio. Tanta minifalda y tanta tontería, cuando lo que tema que hacer Ruth era calzarse las deportivas y ponerse a jugar con él. ¡Mierda! Los partidos no eran lo mismo sin sus chutes ni sus discusiones por el juego limpio. De hecho, echaba tanto de menos su compañía que últimamente se inventaba problemas con las mates para subir a su casa y hacer los deberes juntos... Aunque ni los libros ni los deberes eran los mismos ya que él iba a "Nuestra Señora de la Caridad", un colegio privado, ¡de curas!, y ella iba al San José de Valderas, público y mixto... ¡Lo que daría él por ir a un cole mixto... con ella!

Las chicas se detuvieron a unos pocos metros del banco y comenzaron a hablar entre susurros con abundantes codazos de Luka y Enar a Ruth. Algo tramaban. Al final Ruth pareció decidirse y se enfiló directa hacia Marcos. Se paró pensándoselo un segundo, para a continuación alzar la mano e indicarle con el dedo índice que se acercara.

Marcos se quedó parado, hasta que un empujón nada discreto de Carlos casi le tiró del banco. Se dirigió suspicaz hacia Ruth y esperó a que ella dijese algo.

—Hola. —Ruth se mordió el labio inferior a la vez que procuraba tocar lo menos posible la carta que mantenía oculta a su espalda.

—¿Qué pasa, "Avestruz"? —preguntó Marcos desconfiado a la vez que miraba por encima del hombro de la chica para ver qué ocultaba a la espalda.

—Jopelines, te he dicho que no me llames así —contestó Ruth enfurruñada. Marcos tenía la mala costumbre de llamar a todo el mundo por motes que él mismo inventaba. Y casi siempre atacaban el punto débil del aludido. Ruth odiaba su mote, ¡ella no tenía el cuello largo!

—Y yo te he dicho mil veces que no digas esa cursilada. Nadie te va a tomar en serio si cuando te enfadas en vez de decir un buen "joder" dices un repipi "jopelines".

—Vaya, pues lo siento, pero no veo la necesidad de mancharme los labios diciendo esas palabras, que o no significan nada, o significan justo lo contrario de lo que quiero decir.

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