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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Cuando la memoria olvida (17 page)

BOOK: Cuando la memoria olvida
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Deslizó las manos por las caderas y lamió con fruición cada recodo de su piel hasta encontrarse con el encaje del liguero. Lo desabrochó con facilidad y continuó el lento recorrido. Los gemidos femeninos se filtraban como música en sus oídos. La sentía vibrar bajo él, respirar agitadamente, jadear. Llegó hasta el punto exacto en que la tela del tanga cubría la piel y se detuvo en seco. Dio un par de besos en el límite de la tela y subió buscando los labios de la mujer.

Ruth emitió un gruñido y le tiró del pelo indicándole claramente que no sería tan bien recibido en su boca como en su clítoris. Marcos optó por ignorarla y colocó los labios en su oído.

—Quien quiere recibir, también tiene que dar —susurró sonriendo a la vez que se tumbaba de lado, frente a ella. El aliento tibio se coló hasta el tímpano de Ruth haciéndola vibrar.

¡Caray! Le había vuelto a pasar otra vez. Estaba tan perdida en sus propias sensaciones que se había olvidado por completo de él.

Bajó una mano, tímida pero segura, por el torso masculino, deteniéndose ligeramente en las tetillas, recorriéndolas con las uñas rápidamente hasta sentir que su respiración se agitaba más todavía. ¡Bien! Siguió descendiendo por el abdomen, rebasó la cintura y dio con la engomada polla. La acarició levemente, y sintiendo cómo se tensaba un poco más, la recorrió desde la punta hasta la base, lentamente, mirándole a los ojos sin perder ningún detalle de la expresión que mostraba su cara. Deseo. Lujuria. Pasión.

Sintió los dedos firmes y cálidos de él explorándola por encima del tanga, correspondiendo a sus caricias.

Ruth lo rodeó con la mano y presionó. El pene dio una sacudida. Él exploró la espalda femenina con la mano que tema libre. Ella acarició con el pulgar de la otra mano las tetillas cubiertas de vello. El presionó contra su vulva.

Ella apretó los dedos que rodeaban su pene, subiéndolos y bajando, arrastrándolo a cotas de placer inesperadas.

Marcos encontró el hilo del tanga que se hundía entre las nalgas femeninas y lo siguió, enterrando un dedo entre ellas, presionando donde sabía que reaccionaría.

Ruth jadeó sin poder evitarlo, arqueó las caderas y rodeó con una pierna la cadera masculina.

Marcos aprovechó el momento y deslizó los dedos por debajo del mini tanga, recorriendo con avidez la suavidad del pubis depilado. "Casi depilado", rebatió para sí mismo notando un fino cúmulo de vello suave y corto. ¿Qué demonios? Sin poder evitarlo, agarró el tanga y dio un tirón rompiendo una de las tiras que lo mantenían en su sitio. Bajó la mirada para ver la causa de su desconcierto, y perdió la razón.

¡Dios! En su coño suave y depilado había un ¿bigotito? Fucsia. Un bigotito tentador y sorprendente que le instaba a hacer algo al respecto.

Lo acarició de manera reverente con un dedo. Era real, no lo estaba imaginando.

El instinto asumió su lugar en la mente de Marcos y ambos perdieron el control.

La empujó hasta que quedó boca arriba sobre la cama, le separó las piernas bruscamente, se colocó entre ellas y descendió hasta el decorado pubis. Apretó con los dedos el bigotito, lo recorrió con la mirada, y hundió su cara sobre él.

La primera embestida de la lengua la dejó sin aliento; la segunda la hizo jadear. Las demás simplemente la volvieron loca. Ni siquiera fue consciente del momento en que apoyó los pies sobre los hombros fornidos de su amante y lo agarró del sedoso cabello rubio. Sí notó en cambio cuando él colocó las manos bajo su trasero, con las palmas y los dedos abarcando las nalgas, el pulgar hundido en el interior de sus muslos, separándolos más todavía, alzando su vulva hacia él. La recorrió con lametones poderosos haciendo que ella se arqueara casi inconsciente. Encajó la lengua en la vagina, besó con deleite la vulva y succionó con fuerza el clítoris. Ruth se sentía morir. Todo su cuerpo temblaba descontrolado e impaciente.

¡Dios! Su sabor lo estaba matando. La primera vez había sido demasiado impaciente, había estado demasiado deseoso de conseguir su propio placer y en consecuencia se había perdido todos los detalles y sensaciones que ahora le recorrían. Ruth tenía un sabor especial, dulce y salado a la vez, fluido y espeso. Un aroma único y delicioso que lo estaba volviendo loco. Hundió más la lengua en ella, buscando obtener todo el preciado néctar que fuera capaz. Sintió los espasmos recorrerla, avisándole de que estaba cerca, casi tan cerca como él. Trazó con los labios la forma de su vulva, descendiendo hacia el perineo, deteniéndose en ese pequeño tramo de piel que la hacía temblar descontrolada, a la vez que inhalaba profundamente la fragancia dulce que emanaba de ella. Penetró su vagina con un dedo, moviéndolo en círculos, notando lo resbaladiza que estaba. Añadió otro más, observando embelesado la belleza de la piel al cerrarse sobre ellos. Impregnándose los oídos de los gemidos y jadeos que ella emitía. Cuando la sintió tensarse y presionarle los hombros con los pies a la vez que arqueaba la espalda, Marcos se medio incorporó y, apoyando un codo en la cama, sacó los dedos de la vagina y puso en su lugar su pene dolorido, penetrándola bruscamente a la vez que deslizaba la mano entre los cuerpos y acariciaba el clítoris sin compasión, casi con violencia. Ruth clavó los talones en la espalda masculina. El trasero estaba totalmente despegado del colchón y las manos engarriadas en la almohada. Jadeó bruscamente. Marcos retiró la mano situada entre los cuerpos y la colocó estratégicamente.

Cuando Ruth lo sintió presionar con un dedo en la entrada de su ano, estalló. Los espasmos de su vagina estrujaron el pene, que se impulsó salvajemente, bombeando con fuerza y sin pausa hasta que un grito líquido brotó de él. Marcos presionó una vez, dos, tres veces más contra el paraíso y luego se dejó caer a un lado completamente agotado.

¡Joder! ¿Lo que había sentido había sido un orgasmo o una explosión nuclear?

Miró las facciones relajadas de Ruth, los ojos cerrados, la respiración agitada.

Una palabra se abrió camino por los vericuetos de su mente hasta asomar a sus labios. Los apretó con fuerza para impedir que se escapara y volara libre hasta el oído de Ruth. Era la típica palabra exaltada y falsa que acudía a la mente cuando finalizaba el orgasmo. O eso pensaba, ya que él jamás había pensado en esa palabra. Bueno, sólo una vez... hacía siete años.

Mía.

La observó intrigado. Era la misma Ruth de siempre, pero a la vez no lo era. Se quitó el condón y se tumbó de lado apoyado en un codo. No sabía por qué, pero no quería perderse la visión angelical de su amiga dormida. Los rasgos de su cara se habían afilado con el tiempo. Estaba más delgada y pequeñas arrugas decoraban sus ojos. Antes de taparla con la manta recorrió nuevamente su cuerpo. Sonrió al ver el bigotito fucsia que tanto lo había excitado... Jamás se hubiera podido imaginar a Ruth, seria y circunspecta, con esa sexualidad alocada y divertida. Posó un dedo allí y recorrió el vello suave para a continuación subir lentamente por el pubis depilado hasta el abdomen liso y perfecto... Bueno, no tan perfecto. Bajo la escasa luz de la habitación pudo advertir pequeñas y tenues líneas pálidas. ¿Estrías? Hizo memoria... sólo salían cuando alguien engordaba rápidamente y luego bajaba de peso. Frunció el ceño. Estaba claro que Ruth había seguido, o seguía una dieta. Estaba demasiado delgada. ¡Ya se encargaría él de que se alimentara adecuadamente! O no. ¿Por qué iba a encargarse él de eso? Por la puñetera palabra que no dejaba de dar vueltas en su mente. Mía.

Recorrió con un dedo el camino hasta sus pechos, jugueteó un poco con los pezones y siguió subiendo hacia la clavícula. En ese momento Ruth se movió ligeramente. "¿Se está despertando al fin la bella durmiente?", pensó Marcos. ¡Bien! Porque tenía una pregunta que hacerle, una pregunta que le estaba carcomiendo.

Le acarició los labios y ella movió la cabeza. Dibujó el arco de sus cejas y ella le dio un manotazo. Marcos sonrió: Ruth estaba amodorrada, pero consciente.

—¿Cómo aprendiste a poner un condón con la boca? —preguntó a boca jarro.

—Mmm —contestó ella girándose de lado para evitar a la mosca que la estaba molestando.

—Ruth... —Marcos pegó su torso a la espalda femenina y alojó su polla a medio revivir en las nalgas—. ¿Cómo aprendiste a poner un condón con la boca? —reiteró su pregunta a la vez que presionaba contra su trasero.

—Mmm, Jorge —respondió acercándose al calorcito que caldeaba su espalda. Hacía frío.

—¿Jorge? —Marcos y su pene se quedaron quietos mientras esperaban alguna otra respuesta.

—Mmm. Jorge me enseñó y practiqué con Brad. —Hundió la cabeza en la almohada y se dejó llevar por el sueño.

—Ah. —No se le ocurrió otra cosa que decir. Mejor no seguir indagando.

Jorge y Brad... ¡Joder! ¿Para qué coño había preguntado? Miró su verga flácida y confundida, se tumbó boca arriba en la cama y cerró los puños mientras por su mente circulaban pensamientos a toda velocidad. Al cabo de unos segundos había tomado una decisión. No importaba. Para nada. Ella misma lo había dicho quitándole las palabras de la boca: "Sexo seguro y sin compromiso" y "Continuar con la rutina", que significaba lo mismo que "Cada uno a su aire". Así que, sin problema. Y si alguna vez se cruzaba con ella acompañada de algún mamón hijo de puta llamado Brad o Jorge, ya se ocuparía de partirle la cara y dejarle sin dientes.

CAPÍTULO 13

¿A quién va usted a creer?

¿A mí, o a sus propios ojos?

GROUCHO MARX

Un sonido suave y grave se propagó en el ambiente helado de la habitación, recorriendo el espacio vacío antes de apagarse. El silencio reinó de nuevo.

El sonido inoportuno volvió surgir de algún punto tras la espalda de Ruth. Se elevó en el aire por un breve instante y se extinguió.

La mujer resopló incómoda por el ruido que amenazaba con despertarla.

Instantes después el mismo sonido molesto se manifestó estoico provocando que un gruñido irritado surgiese de los labios femeninos.

Abrió los ojos confusa. Esperó un segundo, dos. El ruido no volvió a repetirse. Cerró los ojos e intentó volver a conciliar el sueño.

El sonido chirriante y fastidioso aprovechó que Ruth cerraba los ojos para mostrarse en todo su apogeo.

Se sentó indignada en la cama. Necesitaba dormir y para eso era indispensable el silencio.

Miró a su alrededor en busca del causante y cuando lo encontró se quedó de piedra.

Marcos estaba a su lado en la cama. Boca arriba. Roncando.

La mente de Ruth se despejó de golpe. Estaba en la pensión. Y eran las... "ni idea" de la madrugada.

Se hacía ineludible un regreso inmediato a su casa. Con su familia. Con sus irresponsables hermanos que a saber Dios si habrían hecho caso a sus sugerencias —órdenes—. Se levantó apresurada, recogió su ropa del suelo y comprobó la desgracia acaecida a su blusa favorita, llegando a la conclusión de que podría coser unos botones nuevos. El sujetador y las medias, aunque descolocados, permanecían sobre su cuerpo. El tanga roto colgaba de su cadera y la falda necesitaba un arreglo en la cremallera y un botón nuevo. Se quitó el tanga y lo guardó en una bolsita que llevaba en el bolso con la finalidad de intentar arreglarlo más tarde, se vistió colocándose la ropa como buenamente pudo y se trenzó el pelo. Ya se ducharía al llegar a casa y comprobar que no había sucedido ninguna catástrofe.

Sus dedos tocaban la puerta cuando recordó que Marcos seguía en la cama, ¿dormido? Se giró para comprobarlo. Sí, dormido. Reflexionó unos segundos.

Si se marchaba sin decir nada, él pensaría que había vuelto a huir. Lo cual no era cierto.

Si le despertaba, quizá se enfadara por interrumpir su sueño. Lo cual le importaba un bledo, Mmm.

Se acercó a la cama, apoyó una mano en el hombro masculino y lo sacudió con vigor.

—¡Qué! —exclamó Marcos abriendo los ojos sorprendido.

—Es tarde, me tengo que ir. Chao.

—Mmm. Vale —contestó bajando los párpados.

Pasados unos segundos Marcos oyó abrirse y cerrarse la puerta. Eso lo puso en guardia. Abrió los ojos de nuevo y se encontró la habitación vacía. No lo había soñado. Ruth se había ido. Al menos se había despedido. Y lo que era mejor: sabía dónde encontrarla.

—¿Pero no habíamos decidido odiarlo amargamente de por vida? —emergió la voz de Luka a través del auricular del teléfono.

—Eso, eso —contestó Pili con la voz distorsionada por el anticuadísimo móvil que tenía.

—No. Yo había decidido odiarlo amargamente, vosotras simplemente decidisteis acompañarme en el sentimiento. Y no me parece en absoluto correcto. La historia va conmigo, no con vosotras. Ese hecho, si nos atenemos a la verdad os daréis cuenta de que de no ser por lo que yo os conté, el recuerdo que mantendríais de Marcos no sería el mismo que el que tenéis ahora —rebatió Ruth, la última componente de esa "llamada telefónica a tres"

—¿Qué? Déjate de chorradas. ¿Te jodió la vida y ahora has decidido que no fue para tanto?

—En realidad no hizo lo que dices. —Ruth se resistía a decir tal palabrota—. Mi perspectiva de vida se vio modificada por consecuencias ajenas a mi voluntad.

—¡Ajenas a tu voluntad! Echar un polvo de mierda, que el tipo te diga que pasa de todo y tener un bebé, no son consecuencias ajenas a tu voluntad. ¡Es una putada!

—¿Estás dando a entender que Iris es una
inconveniencia
? —Como Luka siguiera con ese vocabulario iban a tener un serio enfrentamiento.

—¡No! No tergiverses mis palabras. Iris es la releche, lo mejor. Pero que el cabronazo ese te diera la patada... Esa es la putada —bufó Luka.

—Y si además de darte la patada, resulta que no vale un pito en la cama... pues más motivo todavía para odiarle —apoyó Doña "Javi es perfecto en todo lo que hace".

—Nos estamos alejando del asunto. La cuestión no es si era aceptable o no en la cama, ni si se desentendió o no de las potenciales consecuencias.

—¿Potenciales? —resopló Luka.

—La cuestión es —continuó Ruth sin permitir que su amiga siguiera por ese camino—, que nuestro comportamiento cuando lo vimos en la galería fue de todo menos amigable.

—¿Y por qué tenía que ser amigable? ¿Lo odiamos, no? —Pili estaba totalmente perdida.

—Sí. Y ese es el problema. No tenéis motivos para odiarlo, no os hizo nada.

—¡Te lo hizo a ti! —exclamó Luka

—Se portó fatal contigo —chilló Pili casi a la vez que su amiga.

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