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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Cuando la memoria olvida (13 page)

BOOK: Cuando la memoria olvida
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—¡Diablos! ¿Y qué hiciste?

—Me salté un trozo de canción, fui directa al estribillo y se lo gruñí al oído... "Mejor te guardas todo eso, a otro perro con ese hueso y nos decimos adiós."

—¿Cogió la indirecta?

—En el mismo momento en que mi rodilla impactó por casualidad con su entrepierna.

—Aps. Está claro, querida, que no tienes ninguna suerte con los hombres.

—Ni falta que me hace. Si lo piensas detenidamente, Jorge, ya tengo todo aquello que un hombre me pueda dar, y sin tener que dar nada a cambio. Tengo mi familia, mi trabajo, mi independencia tanto en lo cotidiano como en lo económico. Mi vida es tal y como la quiero.

—Pero te falta una pizquita de pasión, ¿no crees?

—En absoluto, para eso tengo a Brad —dijo Ruth arqueando varias veces las cejas.

—Brad... sí... Ya decía yo que eso del color fucsia tenía historia. Te has teñido el bigote para que haga juego con Brad —aseveró, consciente de la compulsión de su amiga por tenerlo todo conjuntado.

—¡Me has descubierto! —comentó poniéndose las manos en el corazón y soltando una carcajada— Por cierto, ¿qué hora es?

—Faltan cinco minutos para las doce. ¿Tienes prisa?

—No mucha. Papá está con Iris y Darío, así que no hay problema. Pero aun así, no quiero regresar tarde en exceso; esta noche es la inauguración de la exposición y estoy algo nerviosa.

—No tienes por qué estarlo. Seguro que saldrá perfecta.

—Ya.

—Bueno, creo que ya está. Vamos a ver cómo ha quedado —confirmó Jorge tras retirar un poco del tinte que cubría el bigotito del pubis.

Lavó el tinte con abundante agua, recortó los pelitos más largos con las tijeras, lo peinó amorosamente con los dedos. Comprobó, pinzas en mano, que ningún pelo desobediente hubiera escapado de la cera y por último masajeó con gran cantidad de crema hidratante toda la zona.

—¡Listo! ¿Qué opinas?

Ruth se levantó dirigiéndose hacia el baño. Una vez allí se miró en el espejo de cuerpo entero, prestando atención a su pubis. Estaba perfecto. Totalmente depilado excepto por un pequeño bigotito fucsia que lo dotaba de alegría e irreverencia. Cogió un pequeño espejo de mano de la repisa, subió un pie sobre la taza del inodoro y comprobó detenidamente que todo estuviera como tenía que estar. Libre de vello. Se giró sonriendo a su amigo.

—Jorge, tengo que reconocer que eres un genio.

—Eso ya lo sabía.

CAPÍTULO 10

Nunca desistas de un sueño,

sólo trata de ver las señales que te lleven a él.

PAULO COELHO

Eran las cinco de la tarde cuando Ruth traspasó las puertas de la Galería Estampa. La sala principal estaba repleta de cuadros pintados por sus "niños" y ella sintió un nudo en la garganta que apenas la permitía respirar. Ya estaba hecho. El proyecto en el que ella y sus amigos se habían volcado en cuerpo y alma había finalizado. Todo estaba listo para dar comienzo a la venta de los cuadros que les permitirían —Dios mediante— organizar un campamento para sus "niños".

Ruth trabajaba en una ONG que gestionaba un centro de día para mayores con problemas de Alzheimer, demencia senil, dificultades de motricidad, psicológicas, de memoria... aunque a ella le gustaba pensar que trabajaba en una "guardería para niños grandes", un lugar acogedor y familiar en el que los ancianos pasaban parte del día. El centro abría sus puertas de nueve de la mañana a seis de la tarde, y en ese intervalo de tiempo sus "niños" estaban protegidos, mimados y cuidados.

En el mundo actual, en el que todos los miembros de la familia se veían abocados a trabajar fuera de casa, las familias se enfrentaban a grandes problemas para atender a sus miembros más longevos. En muchos casos no era necesario un ingreso en una residencia, ya que con un poco de ayuda estos mayores podían desenvolverse sin problemas en la sociedad. En otros casos, el ingreso en residencias de ancianos a tiempo completo, se hacía imprescindible. Pero ya fuera por los altos precios que éstas pedían a las familias, o porque las plazas subvencionadas en residencias de la comunidad eran demasiado escasas para el numero de mayores que precisaban de ellas, en muchísimos casos los ancianos se encontraban sentenciados a permanecer encerrados en casa sin ninguna tutela mientras que las familias vivían con el temor de que algo los pasara mientras estaban fuera, trabajando. O en los casos en que la familia podía permitirse un solo sueldo, la mujer acababa convirtiéndose en enfermera agotada y frustrada del mayor a su cargo, y éste a su vez no recibía las atenciones necesarias. Por supuesto sí tenían cariño y amor, pero también eran imprescindibles ejercicios tanto mentales como de sicomotricidad que estas mujeres abnegadas no podían proporcionar al carecer de medios para ello. Por ende, el día a día, se acababa convirtiendo en un martirio para cuidador y paciente.

El centro de día en que ella trabajaba suplía un poco estas carencias. "Sus niños" eran recogidos cada mañana de sus casas por un vehículo adaptado a sus necesidades y trasladados al centro. Una vez allí permanecían "confinados" y bajo vigilancia especializada hasta las seis de la tarde, en que eran devueltos a los domicilios de sus familias. No era una prisión, sino, como bien pensaba Ruth, se asemejaba más a una guardería: los ancianos ocupaban su tiempo en diversos talleres, de memoria, sicomotricidad, músico terapia, pintura, clases de relajación, gimnasia mental, etc. Un día a la semana, aquellos que podían valerse por sí mismos, eran llevados al cine. Todos los martes iban de excursión al mercadillo y cuando las subvenciones y ayudas privadas lo lograban incluso visitaban algún museo o el teatro. Además un gerontólogo tenía consulta en el centro a tiempo completo, llevando así un seguimiento personal de cada "niño".

No era la solución idónea al problema, pero conseguía dar un respiro a sus familias a la vez que hacía sentirse útiles y valorados a los ancianos. Desde que trabajaba en el centro, hacía seis años, todos los años organizaban un campamento para los ancianos que tuvieran más independencia, tanto motril como mental. Durante quince días mágicos, eran llevados a un centro especial en Mombeltran, Ávila, donde además de cambiar de aires, tenían a su alcance cosas que normalmente no hacían en el centro de día. Estaban en plena Sierra de Gredos, en mitad de un valle rodeado de inmensos bosques y montañas. Cada día visitaban un pueblo distinto, recorrían un sendero nuevo en la montaña — apenas un par de kilómetros, más no se podía— y con sólo mirar al cielo de noche podían ver todas y cada una de las estrellas mientras un cuidador especializado les enseñaba los nombres de las constelaciones y les contaba la mitología, a la vez que ellos, como si de verdad fueran niños, exclamaban sorprendidos y soñaban con los ojos abiertos. Pero ese año, el campamento se había convertido en humo. El gobierno había cortado parte de la subvención que les proporcionaba y, por tanto, se habían quedado sin fondos para realizar el del año siguiente. En un arranque de inspiración, Dani, uno de sus mejores amigos, había propuesto montar una exposición con los cuadros que pintaban los ancianos y, con los beneficios que obtuvieran intentarían viabilizar el campamento, más reducido, con menos días, con menos proyectos... Pero un campamento al fin y al cabo.

Cual no fue la sorpresa de Ruth al ver, que no solo sus mejores amigos se volcaban en el proyecto, sino que amigos de amigos, conocidos de las familias de sus "niños", y también desconocidos que se enteraban por terceros se habían puesto manos a la obra, con más proyectos, con más donaciones... Las cuidadoras habían aceptado ir voluntariamente al campamento, sin cobrar su sueldo, y las abnegadas familias de sus ancianos se habían ofrecido para ayudar en cualquier cosa que pudieran. La galería les había prestado gratuitamente el espacio i\v exposición y el novio de Luka había conseguido los materiales para iluminar cada uno de los cuadros. Los clientes de Dani les habían cedido voluntariamente marcos en los que ubicar los lienzos y entre Ruth, Luka y Dani habían montado la exposición. No habían tenido ningún gasto, y el dinero conseguido por cualquier cuadro que se vendiera sería un beneficio limpio. En definitiva, el campamento que en principio se había tornado totalmente inviable, ahora era casi una realidad. Y el último escalón a subir, el último escollo, se derrumbaba frente a sus ojos. Las puertas de la Galería Estampa permanecerían cerradas hasta las seis de la tarde, hora en que se daría por inaugurada la exposición, pero en las aceras ya había gente esperando la apertura. Gente que compraría los cuadros, gente anónima y desinteresada que donaría dinero para lograr el sueño.

CAPÍTULO 11

la política es el arte de buscar problemas,

encontrarlos,

hacer un diagnostico falso y

aplicar después los remedios equivocados.

GROUCHO MARX

¡Dios! ¿Cómo diablos se había dejado convencer para ponerse ese estúpido traje? ¡Lo odiaba! El pantalón le molestaba, el cinturón se le clavaba, el cuello de la camisa y la corbata lo asfixiaban, la chaqueta le impedía mover los hombros a su antojo y los zapatos le estaban destrozando los pies. Miró de reojo a Carlos, el muy cabrito estaba sonriendo... ¡Claro!, él llevaba unos pantalones de pinzas, una camisa y una cazadora, e iba todo lo cómodo que se podía ir vestido de manera formal.

El ascensor detuvo su descenso y las puertas se abrieron. Marcos salió apresuradamente y recorrió el amplio vestíbulo con pasos rápidos y decididos. En el mismo momento en que traspasó las puertas de cristal tintado, sus manos deshicieron frenéticas el nudo de la corbata y desabrocharon el botón de la camisa. ¡Aire! Necesitaba respirar hondo y sentir el aire recorriendo su garganta. Sintió a Carlos ponerle una mano en el hombro.

—Ya está tío. Respira a gusto.

—Joder, aún no sé cómo mi madre me ha liado para que me pusiera esto —dijo señalando el traje impecable que le caía como un guante.

—Bueno, hay que reconocer que has causado impresión —dijo Carlos sonriendo ante la mirada penetrante y furiosa de su amigo.

Tras unos segundos de inspirar y expirar sonoramente comenzó a sentir frío. Estaba en mitad de la calle en pleno noviembre abrigado solo con una chaqueta. Demonios.

Carlos le había comentado hacía unos días, que tenía concertada una importantísima entrevista con los dueños de un campo de golf que estaba siendo arrasado por pájaros silvestres y palomas. Pretendía conseguir un contrato en exclusiva para su empresa de cetrería, y para eso tenía que convencer a los "mandamases" de que la mejor manera de erradicar a los molestos pájaros era usar sus aves rapaces para marcar el territorio y cazarlos. También le comentó que estos "mandamases'* eran unos esnobs adinerados y que estaba algo nervioso ante la entrevista. A Marcos no se le ocurrió otra cosa que ofrecerse a acompañarlo para que no se encontrara solo ante los lobos, pero el peor error de todos había sido contárselo a su fantasiosa madre. Luisa había decidido que su hijo era el mejor ejecutivo que se podía encontrar en el país y se había empeñado en vestirlo como tal. Resultado: que los jefazos se habían sentido impresionados ante la presencia de Marcos, y habían obviado al verdadero dueño de la empresa. Le habían acosado a preguntas que Marcos no sabía cómo responder y habían acabado negociando con él en lugar de con Carlos. Y a Carlos le había parecido divino, ya que su amigo, más o menos, sabía de los vericuetos de la profesión, y lo que no sabía lo improvisaba, de tal manera que había conseguido un contrato mucho más ventajoso del que pensaba lograr él. Por tanto, todos contentos. O al menos todo lo contento que pueda estar un hombre al borde de la asfixia.

Marcos oteó la calle buscando cualquier cafetería en la que pudiera entrar en calor y tomarse un buen café reconstituyente y la encontró justo cruzando la calle. Los dos amigos se encaminaron hacia allí charlando y riendo por el logro conseguido, cuando pasaron delante de una galería de arte en cuyo escaparate se mostraban diversos cuadros y un gran cartel indicando que se estaba celebrando una exposición a beneficio de un centro de día para mayores. Pasó de largo sin darle mayor importancia.

—Vaya. ¿No te recuerda a Ruth la mujer de este retrato? —preguntó Carlos deteniéndose.

—Tío, estoy helado. No me andes con chuflas ahora —respondió Marcos acercándose a su amigo con la intención de echar un rápido vistazo y seguir camino a su meta... El calor de la cafetería.

—Es clavada —aseveró Carlos.

—Seguro —ironizó antes de mirar el retrato más detenidamente—. Mmh, sí que se parece.

—Ya te lo decía.

Los dos amigos recorrieron con la mirada los cuadros del interior de la galería desde el escaparate, buscando más rostros conocidos, y fueron recompensados con otro hallazgo. Un lienzo en acuarela, en el que se veía a un hombre y una mujer en una pradera de hierba a la sombra de lo que parecía un sauce llorón, estaban sentados en el suelo, uno frente al otro, y entre ellos había una hilera de cartas, como si estuvieran jugando.

—Que me aspen si ese de ahí no es Ricardo —comentó Carlos plantando su dedazo en el cristal del escaparate.

—¿El padre de Ruth? Pues yo diría que sí. Y la que está jugando al tute con él es ella.

—¿Al tute? Eso no parece el tute.

—Pues será el mus —respondió sin prestar atención a su amigo. Su mente estaba concentrada en cuántas posibilidades había de que dos modelos desconocidos fueran idénticos a su amiga y su padre... Y si tenía que ser sincero con él mismo, no creía que hubiera muchas. Sin pensárselo dos veces, se dirigió a la puerta de la galería y entró con Carlos pisándole los talones.

—¿Qué haces? —siseó su amigo.

—Mirar a ver de dónde han sacado los cuadros.

—Los han pintado los ancianos del centro de día al que van destinados los beneficios.

—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó extrañado Marcos. —Lo he leído en el cartel de la entrada.

—Aps. Bueno, pues ya que estamos aquí, vamos a dar un garbeo. Al fin y al cabo no desentonamos —dijo señalando sus ropas trajeadas y mirando a los demás asistentes a la exposición.

Carlos se encogió de hombros y siguió a su amigo. Se estaba calentito allí, así que, por él perfecto. Vagaron por la sala observando cada cuadro y dieron con otra pintura en que también estaba retratada su antigua amiga. "Demasiadas coincidencias", pensó Marcos. Observó una escalera que subía a la planta alta en un extremo de la galería y se dirigió hacia allí. Subió los primeros escalones y sin ningún disimulo revisó el rostro de todas y cada una de las presentes hasta que dio con el objeto de su búsqueda. Allí estaba ella, vestida con un traje de falda hasta la rodilla y chaqueta gris marengo, totalmente clásico y aburrido. Acompañaban el conjunto unos zapatos de salón del mismo color y un discreto collar de pequeñas perlas. El pelo, retirado de la cara, se estiraba conformando un moño clásico en la nuca, otorgando el punto y final a su aspecto nada destacable. Se la veía relajada, rodeada de lo que Marcos supuso que era un grupo de amigos. Agudizó más sus sentidos. Sí. La rubia que estaba a su lado vestida de manera impoluta era la "Repipi"... ¿Pili? Sí. Justo enfrente, una mujer de pelo castaño y mirada traviesa bromeaba con un hombre imponente. El hombre no tenía ni idea de quién era, pero la sonrisa taimada de la mujer no podía pertenecer a otra persona que a la "Loca"... Luka. Cerca de ésta, una mujer mayor intentaba contener el entusiasmo de una niña de unos doce años que no dejaba de dar saltitos sobre sus pies. No conocía a ninguna de las dos. El grupo lo cerraban dos hombres, el primero, alto y delgado como un junco y con el pelo negro y de punta, que abrazaba a Ruth por los hombros a la vez que le decía algo al oído que la hacía reír a carcajadas. Ni idea de quién era. El segundo era un mastodonte. La persona más alta de toda la exposición, con unos hombros que ocupaban más espacio que dos mujeres juntas —dos mujeres no muy delgadas—, el pelo cortado al rape y unas manos enormes que abrazaban con cariño la cintura delgada de la "Repipi". Lo observó detenidamente: la raya del pantalón estaba planchada justo en el centro, la camisa sin una sola arruga, los zapatos brillantes incluso en los talones, la corbata con un nudo impecable y sujeta con un alfiler en el centro exacto de la camisa... No podía ser otro que el "Dandi".

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