Cuentos desde el Reino Peligroso (2 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantástico

BOOK: Cuentos desde el Reino Peligroso
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«Yo me enteraría» capta el tono de esta pieza temprana y humorística. Las aventuras de los pequeños perros son travesuras, los animales que los transportan, la gaviota Mew y la ballena Uin, no pasan de condescendientes, e incluso los tres magos que hacen su aparición son de natural bondadoso o, en el caso de Artajerjes, poco competentes. Sin embargo, hay atisbos de cosas más antiguas, oscuras y profundas. El Gran Dragón Blanco al que los perros molestan en la luna es también el Dragón Blanco de Inglaterra en la leyenda de Merlín, siempre en guerra con el Dragón Rojo de los galeses; la Serpiente del Mar recuerda a la serpiente Midgard que dará muerte a Tor el día del Ragnarok; el perro del mar Rover recuerda a un maestro vikingo muy similar al famoso rey Olaf Tryggvason. Hay mito, y leyenda, e incluso historia, en
Roverandom
. Tampoco olvidó Tolkien que incluso para los niños debe haber indicios de peligro en el Reino Peligroso. El lado oscuro de la Luna tiene arañas negras, así como arañas grises, dispuestas a escabechar perros pequeños para guardarlos en la despensa, mientras que en el lado blanco «había moscas espada y escarabajos de cristal con mandíbulas como cepos de acero, y unicornios pálidos con aguijones como lanzas... Y peor que los insectos eran los murciélagos de las sombras», por no mencionar, en el camino de vuelta del valle donde se internan los niños dormidos, que «en las ciénagas había montones de horribles criaturas reptantes» que sin la protección del Hombre de la Luna «habrían apresado rápidamente al perrito». También hay trasgos marinos, y toda una lista de calamidades causadas por los hechizos de Artajerjes. Tolkien había comprendido ya el efecto de la sugestión, de las historias no contadas, de los seres y poderes (como el Nigromante de
El hobbit
) que se mantienen justo fuera de la vista. Independientemente de lo que dicte la lógica, el tiempo empleado en los detalles, incluso cuando no llevan a ninguna parte, no supone «perder el tiempo».

El humor es también el tono dominante de
Egidio, el granjero de Ham
, pero se trata de un humor de un tipo diferente, más adulto e incluso erudito. De nuevo, la historia empezó como un cuento improvisado para los hijos de Tolkien: su hijo mayor, John, recordaba haber escuchado una versión del mismo mientras la familia se refugiaba de una tormenta debajo de un puente, probablemente después de su traslado a Oxford en 1926. (Una de las escenas más importantes de la historia es cuando el dragón Crisófilax sale de debajo de un puente para derrotar al rey y su ejército.) En la primera versión escrita, el narrador es «papá» y un niño lo interrumpe para preguntar lo que es un «trabuco». La historia se amplió de manera uniforme para alcanzar su forma definitiva cuando se leyó ante una asociación de estudiantes de Oxford en enero de 1940, y fue publicada en 1949.

El primer chiste se encuentra en el título, porque tenemos dos, uno en inglés y otro en latín. Tolkien finge haber traducido el relato del latín, y en el «prefacio» imita una especie de introducción académica que es completamente condescendiente. El editor imaginario desprecia el latín del narrador imaginario, considera que la historia es útil principalmente para explicar topónimos y levanta una ceja esnob ante los ilusos que puedan encontrar «atractivos, incluso, al protagonista mismo y sus aventuras». Pero la historia se toma su venganza. El editor muestra su aprobación de los «austeros anales» y los «historiadores del reino de Arturo», pero los «bruscos cambios entre la paz y la guerra» que menciona provienen del principio del romance de
Sir Gawain y el Caballero Verde
, la fuente más maravillosa y menos histórica que se pueda encontrar. Tal como indica el relato, la verdad es que los «romances populares» que con tanto desdén menciona el autor son mucho más fiables que el comentario académico que se les impone. Durante la totalidad de
Egidio, el granjero de Ham
, lo viejo y lo tradicional derrotan a lo académico y lo moderno. Los «Cuatro Sabios de Oxenford» definen un trabuco, y su definición es la del gran
Oxford English Dktionary
, con (en la época de Tolkien) sus cuatro editores sucesivos. No obstante, el trabuco de Egidio desafía la definición y funciona exactamente igual. «Las espadas sencillas y recias» ya no están «de moda» en la corte del rey, y éste le entrega una a Egidio como si no tuviera ningún valor: pero la espada es
Tajarrabos
(o, si se insiste en usar latín,
Caudimordax
), y a Egidio le reconforta tenerla, incluso frente a los dragones, debido a su amor por las viejas historias y las canciones heroicas que también están pasadas de moda.

Pasadas de moda, quizá, pero no desaparecidas. Durante toda su vida Tolkien se sintió fascinado por los vestigios: palabras, frases y dichos, incluso relatos y poemas, que venían de un pasado prehistórico pero que habían pasado de boca en boca, de manera natural, con frecuencia tergiversados y en general no reconocidos, directamente hasta la experiencia común y moderna. Los cuentos de hadas son un ejemplo obvio que ha sobrevivido durante siglos no gracias a los académicos, sino a las abuelas y las niñeras. Las canciones infantiles también. ¿De dónde vienen? El rey Colé aparece en el «prefacio» de Tolkien (adecuadamente transferido a una pseudohistoria académica) y Crisófilax cita «Humpty Dumpty» cuando sale de debajo del puente. Dos canciones infantiles más se reescribieron como los poemas de «El Hombre de la Luna» en Tom Bombadil. Los acertijos también son vestigios, recitados por anglosajones (todavía tenemos más de cien) y por colegiales modernos. Y luego están los dichos populares, siempre abiertos a revisión —el herrero Sam el Soleado invierte un par en
Egidio, el granjero de Ham
, igual que Bilbo en
El Señor de los Anillos
, con su «no es oro todo lo que reluce»— pero sin desaparecer. Y los vestigios más frecuentes son nombres, de personas y de lugares. Con frecuencia descienden de la antigüedad remota, su significado suele estar olvidado, pero siguen abrumadoramente presentes. Tolkien estaba convencido de que antiguos nombres heroicos pervivían en nombres asociados a su propia familia, y una de las fuentes de inspiración de
Egidio, el granjero de Ham
debe de ser «entender» los topónimos locales de Buckinghamshire de Tame y Worminghall.

Sin embargo, los mitos son los vestigios más grandes, y la venganza más importante de
Egidio, el granjero de Ham
es la venganza de lo mítico sobre lo cotidiano. Porque ¿quién debe decir qué es qué? Son los dragones jóvenes y estúpidos quienes concluyen: «¿Así que los caballeros son un mito?... Siempre nos lo pareció.» Es la estúpida y demasiado civilizada corte la que prefiere la empalagosa imitación de cola de dragón a la cola verdadera. Con el tiempo los descendientes de los cortesanos (insinúa Tolkien) sustituirán sus débiles imitaciones por el objeto real incluso en la fantasía, exactamente igual que Nokes, el cocinero de
El herrero de Wootton Mayor
, con su triste y menguada idea de la Reina de las Hadas y del propio País de Fantasía. Egidio trata con firmeza y justicia con el rey, la corte y el dragón por igual, aunque no debemos olvidar la ayuda que recibe del párroco —un erudito que compensa a todos los demás— y de la heroína no cantada del relato, la yegua gris, quien siempre sabía lo que estaba haciendo, incluso cuando olfateaba con desdén las innecesarias espuelas de Egidio. Él no necesitaba fingir que era un caballero.

Las aventuras de Tom Bombadil también deben su existencia a la iniciativa de la familia de Tolkien. En 1961 su tía Jane Neave le sugirió que publicara un pequeño libro en el que apareciera Tom Bombadil y que las personas como ella pudieran comprar como regalo de Navidad. Tolkien respondió recopilando un puñado de poemas que había escrito en diferentes momentos de los cuarenta años anteriores o más. La mayoría de los dieciséis poemas habían salido a la luz, a veces en publicaciones muy oscuras, en la década de 1920 y 1930, pero en 1962 Tolkien aprovechó la oportunidad de revisarlos profundamente. Para entonces había aparecido
El Señor de los Anillos
, que ya era muy conocido, y Tolkien hizo lo que Niggle había hecho con sus pinturas anteriores: incluyó estas antiguas composiciones en la estructura general de la más grande. De nuevo utilizó el recurso del editor erudito, esta vez alguien que tenía acceso al
Libro Rojo de la Frontera del Oeste
, la recopilación hobbit en la que supuestamente se basaba
El Señor de los Anillos
, y que en esta ocasión había decidido no editar el relato principal, sino los «marginalia», las anotaciones que en la realidad los escribas medievales escribían a menudo en los bordes de sus obras oficiales.

Este recurso permitió a Tolkien añadir poemas que eran evidentemente chistes, como el número 12, «Gato», escrito en 1956 para su nieta Joanna; o poemas que no guardaban relación alguna con la

Tierra Media, como el número 9, «Maulladores», publicado originalmente en
The Oxford Magazine
en 1937 y allí subtitulado «Versos inducidos por las sensaciones al esperar respuesta en la puerta de un académico elevado»; o poemas con los que sí había una conexión, pero una conexión que ahora inquietaba a Tolkien. El número 3, «Errabundo», por ejemplo, se había escrito originalmente al menos treinta años antes, y luego había sido revisado para convertirlo en una canción que Bilbo cantaba en
El Señor de los Anillos
, pero los nombres que allí había no encajaban con las lenguas élficas de Tolkien, cada vez más desarrolladas. En consecuencia, el Tolkien editor explica que, aunque el poema es de Bilbo, éste debió de escribirlo no mucho después de retirarse a Rivendel, en una época en que todavía no conocía mucho la tradición élfica. Para cuando Bilbo compuso la versión de
El Señor de los Anillos
sabía más, aunque Trancos sigue pensando que debería haberlo dejado tranquilo. Otros poemas, como los números 7 y 8, los dos poemas de trolls, o el número 10, «Olifante», se atribuyen a Sam Gamyi, lo cual ayuda a explicar su naturaleza poco seria. Los números 5 y 6, los dos poemas del «Hombre de la Luna», ambos fechados en 1923, confirman el interés de Tolkien por las canciones infantiles: se trata, en la imaginación de Tolkien, de los antiguos poemas completos de los que las canciones infantiles modernas son descendientes tergiversados, y el tipo de canción que habría sido popular en su imaginaria Comarca.

Los dos primeros y los tres últimos poemas de la recopilación, sin embargo, muestran a Tolkien trabajando con mayor profundidad y seriedad. El número 1, el poema del título, también se había publicado en
The Oxford Magazine
, en 1934, pero el número 2, «El paseo en bote de Tom Bombadil», puede ser más antiguo aún. Como
Roverandom
, Bombadil había surgido como nombre de uno de los juguetes de los hijos de Tolkien, pero no tardó en transformarse en una especie de imagen de la campiña inglesa y de sus gentes y sus tradiciones perdurables, poderosas, incluso autoritarias, pero sin interés por ejercitar el poder. En ambos poemas Tom se ve amenazado continuamente, de manera seria por el tumulario, de manera jocosa por el muchacho nutria y por los hobbits que le disparan flechas al sombrero, o molestado por el carrizo y el martín pescador y de nuevo por los hobbits. El da tanta bondad como recibe, o más, pero mientras que el primer poema termina con una nota de triunfo y satisfacción, el segundo lo hace con un tono de pérdida: Tom no volverá.

Los tres últimos poemas son reelaboraciones de originales anteriores que han adquirido una oscuridad temática mucho mayor. «El tesoro» (que se remonta a 1923) describe lo que Tolkien denominaría en
El hobbit
«la enfermedad del dragón», la codicia y la actitud posesiva que domina sucesivamente a elfo, enano, dragón y héroe y que los lleva a todos —como a Thorin Escudo-de-Roble en
El hobbit
y al rey elfo Thingol
Capagrís
en
El Silmarillion
— a la muerte. En «El último navio» vemos a Tolkien oscilando entre dos impulsos: por un lado, el deseo de escapar de la mortalidad y viajar a las Tierras Inmortales como Frodo, y por otro la sensación de que esto no es sólo imposible, sino en última instancia inoportuno: lo correcto es dar la vuelta y vivir la propia vida, como Sam Gamyi. Puede que sea correcto, pero, tal como descubre Arwen, si no hay manera de deshacerla, es una elección amarga. Por último, «La campana de mar» nos recuerda por qué hay que ser precavido en el Reino Peligroso. Quienes han viajado hasta allí, como el narrador del poema, saben que no se les permitirá quedarse, pero cuando regresan se sienten abrumados por un sentimiento de pérdida. Tal como Sam Gamyi dice de Galadriel, los habitantes del País de las Hadas pueden no querer hacer daño, pero siguen siendo peligrosos para los mortales normales. Quienes se los encuentran pueden no volver a ser los mismos. En la ficción editorial de Tolkien, aunque el narrador no debe identificarse con Frodo, el escriba hobbit que llamó al poema «El sueño de Frodo» estaba expresando el miedo que despertaron en la Comarca los acontecimientos apenas comprendidos de la Guerra del Anillo, así como (en realidad) el sentimiento de pérdida y vejez del propio Tolkien.

Estos temas son más intensos en el último relato publicado de Tolkien,
El herrero de Wootton Mayor
. Empezó con la petición de un editor, en 1964, para que Tolkien escribiera un prefacio destinado a una nueva edición ilustrada del relato «La llave dorada» del autor Victoriano George MacDonald. (Tolkien había alabado la historia en su ensayo «Sobre los cuentos de hadas» casi veinte años antes.) Tolkien accedió, empezó a trabajar en el prefacio y llevaba unas cuantas páginas cuando empezó a ilustrar su argumento sobre el inesperado poder del País de las Hadas con una historia sobre un cocinero que intenta hacer un pastel para una fiesta infantil. Pero en ese punto interrumpió el prefacio, que no retomó nunca, y escribió la historia en su lugar. Una versión desarrollada se leyó ante un amplio público en Oxford el 28 de octubre de 1966, y el relato se publicó el año siguiente.

El título es casi agresivamente sencillo, incluso más que
Egidio, el granjero de Ham
, y el mismo Tolkien advirtió que parecía un anticuado cuento de colegio. El nombre de Wootton, no obstante, aunque perfectamente común en Inglaterra, tiene un significado, como antaño tuvieron todos los nombres. Significa «el pueblo del bosque» y la segunda oración confirma que se encontraba «en la espesura del bosque». Los bosques y florestas, tan importantes para Tolkien, reaparecen desde el Bosque Negro hasta Fangorn, y una de sus características recurrentes (y realistas) es que en ellos las personas pierden los modales y el camino. Da la impresión de que esto es cierto por lo que respecta a los habitantes Wootton Mayor, o a muchos de ellos: un poco pagados de sí mismos, fáciles de contentar, preocupados sobre todo por la comida y la bebida: no son cualidades del todo malas, pero sí limitadas. A esto el herrero es una excepción. En la fiesta de los niños que la aldea celebra cada veinticuatro años, se traga una estrella, y esta estrella es su pasaporte al País de las Hadas. La historia sigue la vida del herrero, describe alguna de sus visiones y experiencias en el País de las Hadas, pero también nos lleva a través de repetidas celebraciones hasta que el herrero tiene que ceder la estrella y permitir que la metan en un pastel para que algún otro niño lo suceda. El herrero sabe, cuando deja el País de las Hadas por última vez, que «su camino lo llevaba de nuevo al desamparo». Se encuentra en la misma posición, aunque con más aceptación, que el narrador de «La campana de mar». La historia es «un adiós a la Tierra de las Hadas».

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