Esto no significa que el herrero haya fracasado. Su pasaporte al Otro Mundo lo ha convertido en una persona mejor en éste, y su vida ha hecho algo por debilitar lo que Tolkien denominó, en un comentario sobre su propia historia, «el anillo de hierro de lo familiar» y el «anillo diamantino de la creencia» en Wootton, la sensación de que todo lo que vale la pena saber se sabe ya. La estrella también ha pasado a otro, de una manera inesperada, y seguirá existiendo. No obstante, el poder de lo banal sigue fuerte y el conflicto principal de la historia es el que se da entre Alf —un emisario del País de las Hadas en el mundo real, igual que el herrero es un visitante en la dirección contraria— y su predecesor como maestro cocinero en la aldea, cuyo nombre es Nokes. Nokes sintetiza mucho de lo que a Tolkien le desagradaba en la vida real. Es triste que tenga una idea tan limitada del País de las Hadas, de lo que hay más allá del monótono mundo de la aldea en las profundidades del bosque, pero es inexcusable que niegue que pueda haber alguien más imaginativo que él e intente que los niños se mantengan a su nivel. Su idea de pastel es que debe ser dulce y empalagoso, su idea de las hadas es que deben ser insípidamente bonitas. A esto se oponen las visiones del herrero de los adustos guerreros elfos regresando de las batallas en las Fronteras Tenebrosas, del Árbol del Monarca, el viento salvaje y la bruja llorando, las doncellas elfas danzando. Nokes se siente amedrentado al final por su aprendiz, Alf, que se revela como rey de Fantasía, pero nunca cambia de opinión. El tiene la última palabra en la historia, la mayoría de los habitantes de Wootton se alegran al ver partir a Alf y la estrella deja la familia del herrero para pasar a la de Nokes. Si el herrero, Alf y el País de Fantasía han ejercido efecto alguno, éste tardará en hacerse evidente. Pero quizá sea así como son las cosas.
Como son en este mundo, es decir. En
Hoja de Niggle
Tolkien presenta su visión de un mundo en otra parte, un mundo en el que caben la Tierra Media, el País de las Hadas y también los deseos de todos los corazones. Sin embargo, aunque presenta una «divina comedia» y termina con una carcajada que sacude el mundo, el relato empezó con temor. Tolkien afirmó en más de una carta que la historia le vino en sueños y que la puso por escrito inmediatamente, en algún momento (hay varias versiones) entre 1939 y 1942. Resulta tanto más plausible cuanto es tan evidente de qué tipo de sueño se trataba: un sueño angustioso, como los que tenemos todos. Los estudiantes que deben hacer un examen sueñan que se duermen y llegan tarde, los académicos que deben realizar una presentación sueñan que llegan al estrado sin nada que leer y la mente en blanco; y el miedo que hay en el centro de
Hoja de Niggle
es sin duda el de
no terminar nunca
. Niggle sabe que tiene un plazo —se trata obviamente de la muerte, el viaje que todos debemos emprender—, tiene una pintura que quiere terminar desesperadamente, pero posterga las cosas una y otra vez y cuando al fin se pone a trabajar en serio primero recibe una llamada que no puede rechazar, y luego se pone enfermo, y después aparece un Inspector y condena su cuadro a servir como desechos, y, cuando empieza a responder, llega el Conductor y le dice que debe irse sólo con lo que pueda coger. Deja incluso la pequeña bolsa en el tren, y cuando vuelve a por ella el tren se ha ido. Este tipo de sueño de una cosa después de otra es muy frecuente. El motivo también es fácil de imaginar, en el caso de Tolkien. Para 1940 llevaba trabajando en la mitología de
El Silmarillion
más de veinte años, y no se había publicado nada a excepción de un grupo de poemas y el
spin-off
de
El hobbit
. Llevaba escribiendo
El Señor de los Anillos
desde Navidades de 1937 y también avanzaba demasiado despacio. Tenía el estudio lleno de borradores y revisiones. Además, puede adivinarse que, al igual que a la mayoría de los profesores, sus numerosas tareas administrativas le parecían una distracción, aunque Niggle (y quizá Tolkien) es penosamente consciente de que se distrae con facilidad y no es un buen gestor de su tiempo.
La concentración y la gestión del tiempo es lo que Niggle debe aprender en el Taller, que la mayor parte de los críticos han identificado con una versión del Purgatorio. Su recompensa consiste en descubrir que en el Otro Mundo los sueños se hacen realidad: allí ante él estaba su Árbol, mejor de como lo había pintado y mejor aún de como lo había imaginado, y más allá el bosque y las montañas que sólo había empezado a imaginar. Y sin embargo hay espacio para mejorar, y para hacerlo Ingle tiene que trabajar con su vecino, Parish, quien en el mundo real sólo le había parecido una distracción más. El fruto de su visión conjunta es considerado terapéuticamente valioso incluso por las Voces que juzgan las vidas de las personas, pero aun entonces no es más que una introducción a una visión más grande que los mortales sólo pueden adivinar. Pero todo el mundo tiene que empezar por algún sitio. Tal como la Reina de las Hadas dice en
El herrero de Wootton Mayor
, «Acaso valga más una figurilla que el total olvido de Fantasía», y acaso valga más Fantasía que ninguna sensación de nada más allá del mundo prosaico de lo cotidiano.
Después de todo,
Hoja de Niggk
tiene dos finales, uno en el Otro Mundo y otro en el mundo que abandonó Niggle. El final del Otro Mundo es un final de alegría y risa, pero en el mundo real la esperanza y el recuerdo perecen. El gran cuadro del Árbol de Niggle se usó para tapar un agujero, una hoja fue a parar a un museo, pero también se quemó y Niggle fue olvidado por completo. Las últimas palabras que se dicen sobre él son «no sabía que pintase» y el futuro parece pertenecer a personas como el Concejal Tompkins, con sus opiniones sobre la educación práctica y —recordad que esta historia se escribió como muy tarde a principios de la década de 1940— la eliminación de los elementos indeseables de la sociedad. Si hay un remedio para nosotros, dice Tolkien, subrayando que Niggle utiliza la palabra «en su sentido más literal», será «un don». Un equivalente de «don» es «gracia».
Hoja de Niggle
termina, pues, con lo que Tolkien llama «disca-tástrofe (...) tristeza y fracaso» en «Sobre los cuentos de hadas», y con lo que considera «la más elevada misión» del cuento de hadas y el
evangelium
, la «buena nueva» o Evangelio que hay detrás, y que es la «eucatástrofe», el «repentino y gozoso giro», la «gracia súbita y milagrosa», que encontramos en Grimm, en los cuentos de hadas modernos y, de manera suprema, en los
Cuentos desde el Reino Peligroso
del propio Tolkien. En el poema en inglés medio de Sir Orfeo, que Tolkien editó en 1943/4 (en un folleto anónimo del que, como es normal, apenas sobreviven ejemplares), los barones reconfortan al senescal a quien acaban de comunicar la muerte de su señor, «and telleth him hou it geth, / It is no bot of mannes deth». Así son las cosas, dicen, no puede evitarse o, tal como Tolkien tradujo el último verso en la traducción publicada postumamente de 1975, «la muerte de un hombre ningún hombre puede remediarla». Los barones son compasivos, bien intencionados y sobre todo sensatos: así son las cosas. Pero el poema demuestra que están equivocados, en esta única ocasión, porque Orfeo está vivo y además ha rescatado a su reina del cautiverio en el País de las Hadas. Hallamos el mismo «giro» en
El Señor de los Anillos
, cuando Sam, que se ha tendido para morir en el Monte del Destino después de la destrucción del Anillo, despierta para descubrir que está vivo, a salvo y frente al resucitado Gandalf. Hay alegría en el Reino Peligroso, y también en las Fronteras Tenebrosas, tanto más intensa por los pesares y las pérdidas de la vida real a los que desafía y supera.
Tom Shippey
H
abía una vez un perrito llamado Rover. Era muy pequeño y muy joven, pues de lo contrario se habría portado mejor; y era muy feliz jugando al sol en el jardín con una pelota amarilla, si nunca hubiera hecho lo que hizo.
No todos los hombres viejos con los pantalones rotos son malos: unos son hombres de huesos y botellas y tienen sus perritos; y otros son jardineros; y algunos, muy pocos, son brujos que vagabundean como si estuvieran de fiesta, buscando algo que hacer. El que ahora entra en la historia era un brujo. Llegó a pie por el sendero del jardín, vestido con una vieja y andrajosa chaqueta, con una vieja pipa en la boca y un viejo sombrero verde en la cabeza. Si Rover no hubiera estado tan ocupado ladrando a la pelota, tal vez habría visto la pluma azul clavada en la parte de atrás del sombrero verde y entonces habría sospechado que el hombre era un brujo, como habría hecho cualquier perrito sensato; pero él nunca vio la pluma.
Cuando el hombre se agachó y recogió la pelota —por un momento pensó convertirla en una naranja, incluso en un hueso o en un trozo de carne para Rover—, Rover gruñó y dijo: —¡Déjala! —Sin ni siquiera un «por favor». Por supuesto, el brujo, por ser brujo, lo entendió perfectamente, y contestó a su vez:
—¡Calla, tonto! —Sin ni siquiera un «por favor».
Luego se metió la pelota en el bolsillo, sólo para fastidiar al perro, y se volvió. Lamento decir que inmediatamente Rover le mordió los pantalones, y le arrancó un buen trozo. Tal vez también le arrancó un trozo al brujo. En cualquier caso, el hombre se puso súbitamente furioso y dijo:
—¡Idiota! ¡Anda y conviértete en un juguete!
Y al momento empezaron a ocurrir las cosas más extrañas. Para empezar, Rover era sólo un perro pequeño, pero de repente se sintió mucho más pequeño. La hierba pareció hacerse monstruosamente alta y se agitó muy por encima de su cabeza; y un largo trecho a través de la hierba, como el sol que se eleva sobre los árboles de un bosque, pudo ver la enorme pelota amarilla, donde el brujo había vuelto a dejarla. Oyó el clic de la cancela cuando el hombre salió, pero no pudo verlo. Intentó ladrar, pero sólo le salió un pequeño sonido, demasiado pequeño para que pudiera oírlo la gente común; y supongo que ni siquiera un perro lo habría percibido.
Tan pequeño se había hecho el perro que, si entonces hubiera llegado un gato, estoy seguro, habría pensado que Rover era un ratón y se lo habría zampado. Tinker lo habría hecho. Tinker era el gato negro "y grande que vivía en la misma casa.
Nada más pensar en Tinker, Rover empezó a sentir un miedo espantoso en todo el cuerpo; pero los gatos se esfumaron pronto de su mente. De repente desapareció el jardín alrededor de él y Rover se sintió transportado no sabía a dónde. Cuando volvió la calma, comprobó que estaba en la oscuridad, encima de un montón de cosas duras; y allí estaba él, en una caja que le parecía sofocante, muy incómoda a la larga. No tenía nada para comer o beber; pero, peor aún, comprobó que no podía moverse. Al principio pensó que era porque estaba muy apretado, pero luego descubrió que, durante el día, podía moverse muy poco, y con mucho esfuerzo, y además únicamente cuando nadie miraba. Sólo después de medianoche podía andar y menear el rabo y, aun así, un poco tieso. Se había convertido en un juguete. Y como no había dicho «por favor» al brujo, ahora tenía que estar todo el día quieto y suplicar. Ese era su castigo.
Después de lo que le pareció un tiempo muy largo y oscuro, Rover intentó una vez más ladrar con suficiente fuerza para que la gente le oyera. Luego trató de morder las otras cosas que estaban con él en la caja, estúpidos, pequeños animales de juguete, hechos sólo de madera o plomo, no perros auténticos encantados como Rover. Pero su situación no era nada buena: no podía ladrar ni morder.
De repente, alguien llegó y quitó la tapa de la caja y dejó que entrara la luz.
—Habría sido mejor poner esta mañana algunos de estos animales en el escaparate, Harry —dijo una voz, y una mano se introdujo en la caja—. ¿De dónde vino éste? —dijo la voz cuando la mano asió a Rover—. No recuerdo haberlo visto antes. En la caja de tres peniques no hay nada que merezca la pena, seguro. ¿Has visto alguna vez algo que parezca tan real? ¡Mírale el pelo y los ojos!
—¡Márcalo a seis peniques —dijo Harry—, y ponlo en la parte de delante del escaparate!
El pobre pequeño Rover tuvo que permanecer toda la mañana allí, en la parte delantera del escaparate, bajo el fuerte sol, y la tarde entera, hasta cerca de la hora del té; y todo el tiempo tuvo que estar quieto y hacer ver que suplicaba, aunque en su interior estaba realmente muy enfadado.