y por caminos cansados.
Se sentó, y entonó un canto,
demorado en su misión;
y al ver a una mariposa
por esposa la pidió.
Ella, hermosa y despreciándolo,
le devolvió escarnio y burla;
así, pues, estudió hechizos
largos años, forja y runas.
De gasa etérea una trampa
tejió para perseguirla,
de cuero hizo un ala,
y otra con plumón de golondrina.
Y perpleja la atrapó
con hilos de telaraña;
le construyó pabellones
de lirios, y en ellos camas
de flores y de vilanos
para que allí se tendiera;
la vistió con luz de plata
y con fina y blanca seda.
Con gemas formó collares,
pero ella las derrochó
y dio en disputas amargas;
triste, entonces, se alejó
y la dejó marchitándose
mientras trémulo partía,
seguido de un huracán,
con alas de golondrina.
Y pasó los archipiélagos
donde hay montes de oro mágico,
caléndulas, e incontables
fuentes de brillos plateados.
Se entregó a pillaje y guerra,
corsario en costas perdidas,
por Belmaría campeó,
Thelamía y Fantasía.
Se forjó morrión y escudo
de coral y de marfil,
una espada de esmeralda,
y terrible fue su lid
contra los elfos de Aerie
y Faerie, caballeros
de ojos brillantes y rubios
que a desafiarle vinieron.
De cristal fue su armadura,
de calcedonia la vaina;
y en plenilunio, con ébano
y plata talló su lanza.
Venablos de malaquita
y estalactita blandió,
y fue y venció en Paraíso
a muchas moscas-dragón.
Combatió a los Avispones,
Abejas y Zumbacuernos,
y ganó el Panal Dorado;
y ya a su casa volviendo
en barco de gasa y hojas,
de capullos la techumbre,
se sentó y cantó; y bruñó
sus armas con nuevo lustre.
Se demoró por un tiempo
en los islotes perdidos:
y no hallando más que hierba
tomó el único camino,
y volvió, y llegando a casa
con el panal, ¡le vinieron
misión y mensaje a mientes!
En gestas y en sortilegios
ya los había olvidado,
en viaje y torneo, errante.
Ha, pues, de partir de nuevo
y reconstruir su nave,
un mensajero por siempre,
un pasajero cansino,
arrastrado por el viento,
como una pluma: un marino.
Era Mee, la Princesa,
adorable y pequeña;
así lo cantaban los elfos.
Su cabello adornaba
con perlas engarzadas;
de oro y fina seda, un pañuelo
lucía en la cabeza;
y una trenza de estrellas
plateadas su cuello envolvía.
Ligeras telarañas
formaban una capa que en luz de luna refulgía,
y ceñía su talle
con gotas de diamante como bañadas en rocío.
De día caminaba
envuelta en su gris capa
con capucha de azul sombrío;
mas de noche lucía
brillante y cristalina
bajo la bóveda de estrellas:
su calzado era tenue
como malla de peces
cuando pasaba entre centellas
a bailar a su lago,
y a su reflejo helado
de aguas quietas iba a jugar.
Cual luminosa niebla
volando y dando vueltas,
destellaba, como el cristal,
donde sus pies de plata
fugazmente rozaban,
ágiles, la pista de baile.
Miró arriba, hacia lo alto,
al cielo despejado
y a la oscura costa delante;
y girando de pronto
y bajando los ojos,
vio que iba a su par, allá abajo
una Princesa Shee
tan bella como Mee
¡y las dos, pie con pie, danzando!
Era Shee tan liviana
como Mee, iluminada;
pero, ¡qué extraño!, estaba Shee
puesta al revés, inversa,
coronada de estrellas
en un hondo pozo sin fin.
Su brillante mirada
inmóvil contemplaba
los ojos de Mee con sorpresa,
¡era algo extraordinario,
andar cabeza abajo
moviéndose en un mar de estrellas!
Sus pies, únicamente,
se encontraban a veces;
pues dónde estarán los senderos
que llevan al lugar
donde de pie no están,
sino del revés, en el cielo,
nadie puede decirlo,
ni aprenderlo de hechizos
que los elfos puedan lanzar.
Así pues todavía
como entonces, hoy día,
una elfa baila en soledad;
perlas en el cabello,
y con su talle esbelto,
con sus zapatos tenues,
como malla de peces, Mee:
¡como malla de peces,
con sus zapatos tenues,
y con su talle esbelto,
perlas en el cabello, Shee!
Existe un bar, un viejo bar
detrás de un altozano,
donde hay cerveza tan oscura
que un día el Hombre de la Luna
bajó a tomar un trago.
Allí hay un gato borrachín
que en el violín es ducho.
Y su arco sube, y baja, y va
gimiendo aquí, siseando allá,
chirriando cual serrucho.
El posadero tiene un perro
amigo de las bromas.
Si cuenta un chiste algún cliente
alza la oreja y ríe fuerte
y a veces se sofoca.
Y tiene una vaca con cuernos
altiva cual princesa,
que con la música enloquece,
agita el rabo y se estremece,
mientras baila en la hierba.
Los platos, ¡oh!, de plata son,
igual que las cucharas.
Para el domingo, un juego fino
Ja víspera, con todo mimo,
se limpia y abrillanta.
Bebía el Hombre de la Luna,
y ya maullaba el gato.
El perro el rabo se cazaba,
la vaca, loca, y la cuchara
danzaba con el plato.
El Hombre un trago más tomó,
rodando de la silla.
Durmió, y soñaba con cerveza.
Palidecieron las estrellas,
el alba aparecía.
Le dijo al gato el postillón:
«Relinchan muy ansiosos
los blancos potros de la Luna,
pues su amo ronca sin premura
y el Sol saldrá bien pronto».
El gato, entonces, comenzó
su música estridente,
chirriando y serruchando aprisa.
El dueño al Hombre sacudía:
«¡Ya son las tres y veinte!».
Llevaron al Hombre a la Luna,
subiendo la lomada.
Detrás, los potros galopando;
la vaca iba saltando; un plato
huyó con la cuchara.
Pero el violín tocó más rápido,
rugía el perro, andaban
vaca y potros patas arriba,
y del lecho todos salían
a bailar a la sala.
¡Saltó la cuerda del violín!
Reía el perro; un brinco
sobre la Luna dio la vaca;
con el plato huyó la cuchara
de plata del domingo.