sonrióle muy cordial. «
¡Buen día y noche tenga usted!
¿Cómo va su salud?»
Ella todo dejó caer
y huyó gritando: «¡Uhh!».
Pot el Alcalde estaba allí
y oyó la horrible voz;
se puso rosa y carmesí
y bajo tierra huyó.
Herido el Troll en su bondad
«¡No huyáis!», les suplicó;
mas se escondió la vieja Banz
debajo del colchón.
El Troll hasta el mercado fue
y recorrió los puestos;
salta la oveja que lo ve
y el ganso escapa al vuelo.
Se atragantó el Granjero Hogg,
Bill le arrojó el cuchillo,
Garra el perro la vuelta dio
rogando escapar vivo.
Sentóse el Troll triste a llorar
delante de las Celdas.
A Perry Guiños vio llegar,
que le dio una colleja.
«¿Cómo es que lloras, grandullón?
¡Ven afuera en seguida!»
Rió al pegarle un empujón
y al ver que sonreía.
«¡Oh, Perry Guiños», gritó el Troll,
«vamos a ser amigos!
¿Aceptarás mi invitación?
¿Tomarás té conmigo?».
Saltando, Perry se agarró
de su ancha espalda: «¡Venga!».
Y en las rodillas del buen Troll
tuvo esa noche cena.
Manteca, crema y confitura,
bizcochos y tostadas;
comió el Guiños hasta la hartura,
¡los botones saltaban!
Ya la marmita en el fogón
cantaba al calentarse,
un mar de té se le sirvió
y tomó hasta anegarse.
Tirantes ya chaqueta y piel
descansaba en silencio
y dijo el Troll: «Te enseñaré
el arte confitero,
a hacer crocante y dulce pan
y dorados tortones
y luego en cama dormirás
y almohada de plumones».
«Joven Guiños, ¿dónde has estado?»
«Me fui a tomar el té,
y comí tanto pan tostado
que casi reventaré.»
«¿Mas dónde en la Comarca, amigo,
o fue tal vez en Bree?»
Repuso envanecido el Guiños:
«No os lo voy a decir».
«Yo sé», dijo Curioso Jack.
«Lo vi cuando partió
a los montes de Más Allá
en el hombro del Troll.»
Y todos en un tris partieron
en carro, poney o asno
a las colinas; pronto vieron
la chimenea humeando.
Y comenzaron a llamar:
«¡Troll, un pastel hornea,
para nosotros, dos o más!
¡Hornea, Troll, hornea!».
«¡Marchad a casa!», dijo el Troll.
«Jamás os invité.
Sólo en jueves cocino yo
y para dos o tres.
»¡Marchad! Mi casa es muy pequeña,
debe haber un error,
y no hay pasteles, torta o crema,
¡Perry se los comió!
Tú Jack, y Hogg, y Pot y Banz,
mas ya no os quiero ver.
Sólo Guiños puede pasar:
¡fuera de aquí el tropel!»
Ahora bien, con tanto pan
Guiños mucho engordaba
y ni la ropa le iba ya
ni el sombrero le entraba;
pues los jueves, en la cocina
tomaba Perry el té,
y el Troll más chico
parecía según crecía aquél.
Llegó a ser Perry un confitero
sin par, dice el cantar.
Sus tortas muy famosas fueron
desde Bree hasta la Mar.
Mas nunca hubo pan tan crujiente
ni una crema batida
cual la que el troll todos los jueves
con el té le servía.
Los Maulladores viven en sus sombras
como tinta, húmedas y negras,
y lenta y suave su campana toca
cuando te devora la ciénaga.
La ciénaga te traga, si te atreves
a golpear, llamando a su puerta,
mientras miran las gárgolas, sonrientes,
y derraman aguas infectas.
Junto al podrido pantanal lodoso
lloran los sauces encorvados
y los cuervos se yerguen tenebrosos,
y en sus sueños siguen graznando.
Sobre los Montes Mercerros, por fatigoso camino,
donde son grises los árboles, en un valle enmohecido,
a la orilla de un estanque sin viento y marea, oscuro,
sin ver el sol ni la luna, hay Maulladores ocultos.
Los Maulladores moran en sus sótanos
húmedos, fríos y profundos,
y encerrados en ellos, cuentan oro
con sólo un candil moribundo.
Mojada la pared, gotea el techo;
por sobre el suelo, sus pisadas
van suavemente, con un chapoteo,
furtivamente hacia la entrada.
Espían con malicia; van buscando
un hueco sus sensibles dedos,
y cuando han terminado, con un saco
se llevan y guardan tus huesos.
Sobre los Montes Mercerros, por la senda solitaria,
allende el pantano Sapio, y la sombra de la araña,
por los árboles colgantes, cruzando la hierba de horca,
con Maulladores te encuentras, Maulladores te devoran.
Tan gris como un ratón,
enorme cual mansión,
la nariz de culebra,
mi pie la tierra quiebra.
Si avanzo por el pasto,
los árboles aplasto.
Con cuernos por caninos
por sureños caminos
llevo mis orejotas.
Desde épocas remotas
yo camino sin rumbo
pero nunca me tumbo,
ni aun agonizante.
Yo soy el Olifante,
y entre todos resalto,
tan grande, viejo y alto.
Si logras encontrarme,
no podrás olvidarme.
Y aunque si no me has visto
no admitirás que existo,
soy el viejo Olifante:
la verdad ambulante.
¡Mirad, ahí está Fastitocalón!
Un islote, bueno como malecón,
aunque esté tan desolado.
¡Vamos, dejemos el mar! ¡Y bailemos,
o corramos, o al tibio sol descansemos!
¡Ved, gaviotas allí se han posado!
Mas... ¡cuidado!
Ellas no se hunden en el mar.
Pueden posarse, pavonearse por el lugar:
pues tienen la misión de alertar,
por si alguien fuese tan osado
de atracar en esa tierra marchita,
aunque fuese tan sólo un momento,
a descansar de la humedad y el movimiento,
o a poner al fuego una marmita.
¡Ah! Inconscientes que sobre EL amarráis
y pequeñas hogueras aviváis,
¡y el té pretendéis preparar!
Puede que Su caparazón sea grueso,
y parece dormir; mas EL es avieso
y ahora flota en el mar maliciosamente;
y cuando EL oye los pies de un marino,
o percibe el tenue calor repentino,
sonriente,
desciende al fondo,
y dándose la vuelta con rapidez
los vuelca, y se ahogan por su estupidez,
perdiendo la vida en lo más hondo,
a causa de su inocencia.
¡Tened prudencia!
Muchos monstruos hay en el mar profundo,
mas ninguno es como EL, tan tremebundo,
Viejo Fastitocalón, por cuerno protegido,
de cuya especie los demás se han ido,
de los Peces-tortuga el más viejo.
Si quieres, pues, salvar el pellejo,
escucha mi advertencia:
presta atención a las leyendas del mar,
¡siempre costas conocidas procura pisar!
O, con solaz, tus días termina en la Tierra Media
¡sin tragedia
y en paz!
El gato, ante su plato, hace rato
que sueña: al parecer,
devora en leche y en escabeche
ratones a placer;
mas es posible que, tigre libre,
vaya vagando, cuando,
erguido y furtivo, oye un rugido:
van riñendo y bramando
sus enjutos y ajados congéneres,
guardando en su guarida
del Este, para fiesta de bestias,
gente gorda y mullida.
El enorme león grandullón, cimitarra afilada
en la garra, y sangrientos e hirientes
dientes en la quijada;
el leopardo pardo, aquel que apresa
por sorpresa, veloz,
cayendo en vuelo del cielo al suelo,
fugaz, voraz, feroz,
allí junto al gemir de la jungla