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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

Danza de dragones (169 page)

BOOK: Danza de dragones
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Pero nada de eso había ocurrido.

«Campanillas», volvió a pensar. Sus jinetes de sangre la habían encontrado.

—Aggo —susurró—, Jhogo, Rakharo. —¿Iría Daario con ellos?

El mar verde se abrió y apareció un jinete. Tenía una trenza negra y brillante, la piel oscura como el cobre bruñido y los ojos rasgados como almendras amargas; las campanillas tintineaban en su pelo. Llevaba un cinturón de medallones, un chaleco pintado, un
arakh
en una cadera y un látigo en la otra; de la silla de montar colgaban un arco de caza y un carcaj.

«Un jinete, solo uno. Un explorador.» Era uno de los que cabalgaban por delante del
khalasar
para buscar la caza y la hierba más verde, y rastrear a los enemigos dondequiera que se ocultasen. Si la encontraba allí, la mataría, la violaría o la tomaría como esclava. En el mejor de los casos, la mandaría con las viejas del
dosh khaleen,
donde iban las
khaleesis
buenas cuando morían sus
khals.

Sin embargo, no la vio. Estaba oculta en la hierba, y él miraba en otra dirección. Dany siguió su mirada y vio la sombra en el cielo, con las alas extendidas. El dragón estaba casi a media legua, pero el explorador se había quedado paralizado, hasta que su semental se puso a relinchar de miedo; entonces reaccionó, como si despertara de un sueño, hizo girar su montura y se lanzó al galope por la alta hierba.

Dany lo miró alejarse. Cuando el silenció engulló el sonido de los cascos, empezó a gritar. Gritó hasta quedarse ronca… y Drogon acudió, resoplando columnas de humo. La hierba se inclinó ante él, y Dany se encaramó a su lomo. Sabía que apestaba a sangre, sudor y miedo, pero daba igual.

—Para avanzar debo retroceder. —Apretó las piernas desnudas en torno al cuello del dragón y lo espoleó con el pie. Drogon se lanzó hacia el cielo. Había perdido el látigo, de modo que se valió de manos y pies para hacerlo girar hacia el noreste, por donde se había ido el explorador. Drogon no se hizo de rogar; tal vez oliese el miedo del jinete.

En lo que tardó en latirle el corazón una docena de veces, habían adelantado al dothraki, que galopaba muy por debajo de ellos. A izquierda y derecha, Dany vio lugares donde la hierba estaba quemada y cenicienta.

«Drogon ya ha pasado por aquí», comprendió. Las marcas de sus cacerías salpicaban el mar de hierba verde, como una cadena de islas grisáceas.

Bajo ellos apareció una enorme manada de caballos. También había jinetes, una veintena o más, pero dieron media vuelta y huyeron nada más ver al dragón. Los caballos echaron a correr cuando la sombra cayó sobre ellos, hoyando la tierra con los cascos en un galope desordenado por la hierba, hasta que los flancos se les cubrieron de espuma. Sin embargo, por muy veloces que fueran, no podían volar. Pronto, uno empezó a quedarse rezagado. El dragón descendió sobre él con un rugido, y al instante, el pobre animal estaba en llamas, aunque se las arregló para seguir corriendo, profiriendo un lamento a cada paso, hasta que Drogon se posó sobre él y le quebró el lomo. Dany se aferró con todas sus fuerzas al cuello del dragón para no caerse.

El cadáver era demasiado pesado para llevarlo a la guarida, así que Drogon se lo comió allí mismo, desgarrando la carne carbonizada rodeado de hierba en llamas, aire cargado de humo y olor de pelo quemado. Dany, muerta de hambre, se bajó y compartió su comida, arrancando trozos de carne humeante del caballo muerto con las manos desnudas y quemadas.

«En Meereen era una reina vestida de seda que picoteaba dátiles rellenos y cordero a la miel —recordó—. ¿Qué diría mi noble esposo si me viera ahora?» Hizdahr se quedaría horrorizado, sin duda. Sin embargo, Daario…

Daario se reiría, trincharía un pedazo de carne con el
arakh
y se acuclillaría a su lado para comer con ella.

Mientras el cielo occidental se teñía del color de la piel magullada, Dany oyó caballos que se acercaban. Se levantó, se limpió las manos en los jirones de la camisola y aguardó junto a su dragón.

Así la encontró Khal Jhaqo cuando medio centenar de guerreros a caballo salieron de la nube de humo.

Epílogo

—No soy ningún traidor —declaró el Caballero del Nido del Grifo—. Soy leal al rey Tommen y a vos.

El goteo constante de la nieve derretida que le caía de la capa para formar un charco en torno a sus pies iba subrayando sus palabras. Había nevado casi toda la noche en Desembarco del Rey, y había cuajado por la altura del tobillo. Ser Kevan Lannister se arrebujó en su capa.

—Eso decís vos, pero ¿qué valen las palabras?

—En ese caso, con la espada os mostraré cuán ciertas son. —La luz de las antorchas arrancaba destellos de fuego de la cabellera y la barba de Ronnet Connington—. Enviadme contra mi tío y os traeré su cabeza, junto con la de ese falso dragón.

Los lanceros de los Lannister, con sus capas rojas y sus cascos coronados por leones, estaban alineados a lo largo de la pared oeste del salón del trono. Los guardias de los Tyrell, con sus capas verdes, se encontraban en la pared opuesta. El frío de la estancia era palpable: aunque ni la reina Cersei ni la reina Margaery se encontraban allí, su presencia seguía envenenando el aire, como si fueran fantasmas en un banquete.

Tras la mesa a la que se habían sentado los cinco miembros del Consejo Privado del rey, el Trono de Hierro se alzaba como una gigantesca bestia negra, con sus puntas, filos y zarpas semiamortajados por la oscuridad. Kevan Lannister lo percibía tras él, como un picor entre los omoplatos. No costaba nada imaginar al viejo rey Aerys sentado allí, sangrando por algún corte reciente, mirándolos con el ceño fruncido. Pero el trono estaba desierto. Kevan no había considerado necesaria la presencia de Tommen: era mejor que el chico siguiera con su madre. Solo los dioses sabían cuanto tiempo tenían para estar juntos antes del juicio de Cersei… y, probablemente, su ejecución.

—Ya nos encargaremos de vuestro tío y de ese impostor a su debido tiempo —estaba diciendo Mace Tyrell en aquel momento. La nueva mano del rey se había sentado en un trono de roble tallado en forma de mano, una absurda muestra de vanidad que había encargado su señoría el día en que ser Kevan accedió a nombrarlo para el cargo que tanto ansiaba—. Aquí seguiréis hasta que estemos en condiciones de partir, y entonces tendréis ocasión de demostrar vuestra lealtad.

Ser Kevan no lo discutió.

—Escoltad a ser Ronnet a sus estancias —dijo. No hizo falta que añadiera «Y que no las abandone». Pese a sus estrepitosas protestas, el Caballero del Nido del Grifo seguía siendo sospechoso. Según los informes, los mercenarios que habían desembarcado en el sur estaban al mando de un miembro de su familia.

Cuando el eco de las pisadas de Connington se perdió en la distancia, el gran maestre Pycelle sacudió la cabeza con parsimonia.

—Hace muchos años, su tío estaba justo donde él estaba ahora cuando le dijo al rey Aerys que le entregaría la cabeza de Robert Baratheon.

«Es lo que pasa cuando un hombre se hace tan viejo como Pycelle. Todo cuanto ve y oye evoca escenas de su juventud.»

—¿Cuántos soldados acompañaban a ser Ronnet cuando llegó a la ciudad? —preguntó ser Kevan.

—Veinte —respondió Randyll Tarly—, la mayoría del antiguo grupo de Gregor Clegane. Vuestro sobrino Jaime se los entregó a Connington, supongo que para librarse de ellos. No llevaban ni un día en Poza de la Doncella cuando uno ya había matado a un hombre y otro estaba acusado de violación. Tuve que ahorcar al primero y castrar al segundo. Si por mí fuera, los habría mandado a todos a la Guardia de la Noche, con Connington a la cabeza. Semejante basura solo tiene cabida en el Muro.

—Los perros se parecen a sus amos —declaró Mace Tyrell—. Estoy de acuerdo en que la capa negra les habría quedado muy bien. No pienso tolerar a hombres de esa calaña en la guardia de la ciudad. —Ya había un centenar de hombres de Altojardín entre los capas doradas, pero era obvio que su señoría no estaba dispuesto a permitir el ingreso de ponientis como contrapeso.

«Cuanto más le doy, más quiere.» Kevan Lannister empezaba a comprender cómo había llegado Cersei a sentir tanto odio hacia los Tyrell, pero no era el momento de provocar una discusión. Randyll Tarly y Mace Tyrell habían llegado a Desembarco del Rey con sus respectivos ejércitos, mientras que la mayor parte de las fuerzas de la casa Lannister seguía en las tierras de los ríos, en número menguante.

—Los hombres de la Montaña siempre fueron buenos luchadores —dijo en tono conciliador—, y puede que nos hagan falta todas las espadas posibles contra esos mercenarios. Si de verdad se trata de la Compañía Dorada, tal como insisten en afirmar los susurradores de Qyburn…

—Llamadlos como queráis —bufó Randyll Tarly—, pero no son más que oportunistas.

—Puede —accedió ser Kevan—, pero cuanto más tiempo dejemos campar a sus anchas a esos oportunistas, más fuertes se harán. Hemos preparado un mapa de incursiones. Gran maestre, por favor.

El mapa era muy hermoso, trazado por un auténtico maestro sobre la más fina vitela, y tan grande que cubría la mesa entera.

—Aquí —señaló Pycelle con la mano llena de manchas. Al subírsele la manga de la túnica quedó a la vista la piel flácida del antebrazo—. Aquí y aquí. A lo largo de la costa y en las islas. En Tarth, en los Peldaños de Piedra, incluso en Estermont. Ahora nos llegan informes de que Connington avanza hacia Bastión de Tormentas.

—Si es que se trata de Jon Connington —apuntó Randyll Tarly.

—Bastión de Tormentas —gruñó lord Mace Tyrell—. No sería capaz de tomar Bastión de Tormentas ni aunque fuera Aegon el Conquistador.

Y si lo consigue, ¿qué más da? Ahora es de Stannis; el castillo pasa de un aspirante a otro, ¿qué nos importa? Lo reconquistaré en cuanto quede demostrada la inocencia de mi hija.

«¿Cómo vas a reconquistar lo que no has conquistado nunca?»

—Comprendo vuestro punto de vista, mi señor, pero…

—Los cargos contra mi hija son sucias mentiras —interrumpió Tyrell—. Insisto, ¿por qué tenemos que representar esta farsa? Que el rey Tommen la declare inocente de inmediato y ponga fin a este sinsentido aquí y ahora.

«Sí, y los rumores perseguirán a Margaery toda la vida.»

—Nadie duda de la inocencia de vuestra hija, mi señor —mintió ser Kevan—. Pero su altísima santidad insiste en que se celebre un juicio.

—¡Adonde hemos llegado! —bufó lord Randyll—. Ahora, los reyes y los más grandes señores tienen que bailar cuando pían los gorriones.

—Estamos rodeados de enemigos, lord Tarly —le recordó ser Kevan—. Stannis está en el norte y los hombres del hierro en el oeste, y ahora hay mercenarios en el sur. Si plantamos cara al septón supremo, también correrá la sangre por los canalones de Desembarco del Rey. Cualquier atisbo de que nos enfrentamos a los dioses arrojará a los beatos en brazos de alguno de esos aspirantes a usurpador.

Mace Tyrell no se dejaba convencer.

—En cuanto Paxter Redwyne limpie los mares de hombres del hierro, mis hijos volverán a tomar las Escudo. La nieve o Bolton se encargarán de Stannis. En lo que respecta a Connington…

—Si es que se trata de él —apuntó lord Randyll.

—En cuanto a Connington —prosiguió Tyrell—, ¿qué victorias ha conseguido para que le tengamos tanto miedo? Tuvo ocasión de aplastar la Rebelión de Robert en Septo de Piedra y fracasó, igual que ha fracasado siempre la Compañía Dorada. Puede que algunos corran a unirse a sus filas, sí; mejor para el reino, que se librará de unos cuantos imbéciles.

Ser Kevan habría dado cualquier cosa por compartir aquella seguridad. Había conocido a Jon Connington muy por encima: era un joven orgulloso, el más impetuoso de la bandada de jóvenes señores que se congregaban en torno al príncipe Rhaegar Targaryen y competían por su favor.

«Arrogante, pero competente y activo.» Eso y su habilidad con las armas fueron el motivo de que Aerys, el Rey Loco, lo nombrara mano. La pasividad del viejo lord Merryweather había permitido que la rebelión arraigara y se extendiera, y Aerys buscaba a alguien joven y vigoroso para contrarrestar la juventud y el vigor de Robert.

—Demasiado pronto —había declarado lord Tywin cuando la noticia sobre la elección del rey llegó a Roca Casterly—. Connington es demasiado joven, demasiado atrevido, tiene demasiada hambre de gloria.

La batalla de las Campanas demostró que estaba en lo cierto. Ser Kevan había dado por hecho que, después de aquello, Aerys no tendría más remedio que recurrir de nuevo a Tywin, pero prefirió confiar en lord Chelsted y lord Rossart, y lo pagó con la vida y la corona.

«Pero todo eso fue hace mucho tiempo. Si de verdad se trata de Jon Connington, será un hombre diferente. Mayor, más duro, más curtido…, más peligroso.»

—Puede que la Compañía Dorada no sea lo único que tiene Connington. Se dice que trae un aspirante Targaryen.

—Otro impostor, nada más —bufó Randyll Tarly.

—Es posible. Y también que no lo sea. —Kevan Lannister estaba allí, en aquella misma estancia, cuando Tywin Lannister depositó los cadáveres de los hijos del príncipe Rhaegar al pie del Trono de Hierro, envueltos en capas rojas. La niña seguía reconocible: sin duda era la princesa Rhaenys, pero el niño… «Un espanto sin rostro, una masa de huesos, sesos y sangre con unos cuantos mechones de pelo rubio. Ninguno de nosotros lo miró con mucha atención. Tywin dijo que era el príncipe Aegon y confiamos en su palabra»—. Hay otras noticias que llegan del este, sobre otra Targaryen de cuya sangre no duda nadie: Daenerys de la Tormenta.

—Tan loca como su padre —declaró lord Mace Tyrell.

«¿Ese mismo padre al que Altojardín y la casa Tyrell apoyaron hasta el amargo final y más allá?»

—Es posible —asintió ser Kevan—, pero al oeste está llegando mucho humo, señal de que hay fuego en el este.

—Dragones. —El gran maestre Pycelle ladeó la cabeza—. Los mismos rumores corren por Antigua; son tantos que no podemos dejarlos de lado. Una reina de pelo de plata con tres dragones.

—Al otro lado del mundo —apuntó Mace Tyrell—. La reina de la bahía de los Esclavos, ¿no? Por mí, que se la quede.

—En eso estamos de acuerdo —dijo ser Kevan—, pero lleva la sangre de Aegon el Conquistador y dudo que se conforme con quedarse en Meereen. Si se le ocurre cruzar a esta orilla y aunar fuerzas con lord Connington y ese príncipe, impostor o no… No, tenemos que acabar de inmediato con Connington y con el aspirante, antes de que Daenerys de la Tormenta venga al oeste.

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