«A la mano que me precedió. —Melisandre había entregado a Alester Florent a su dios en Rocadragón para conjurar el viento que los había de llevar al norte. Lord Florent había permanecido fuerte y silencioso mientras los hombres de la reina lo ataban a la estaca, y tan digno como podía mostrarse un hombre medio desnudo; pero cuando las llamas le lamieron las piernas empezó a gritar, y sus gritos los empujaron hasta Guardiaoriente del Mar, o al menos eso decía la mujer roja. A Davos no le había gustado aquel viento; le parecía que olía a carne quemada y emitía un sonido angustioso al pasar entre los cabos—. Podría haber sido yo.»
—Nadie me ha quemado —tranquilizó a lord Gordic—, aunque en Guardiaoriente estuve a punto de congelarme.
—Así es el Muro. —La mujer les llevó otra hogaza recién sacada del horno. Davos se quedó mirándole la mano, cosa que lord Godric no dejó de advertir—. Sí, tiene la marca, igual que todos los Borrell desde hace cinco mil años. Es hija de mi hija. No la que prepara el guiso, otra. —Partió el pan y ofreció la mitad a Davos—. Comed, está bueno.
Lo estaba. Aunque bien era cierto que a Davos le habría sabido bien un regojo, aquello significaba que estaba allí como invitado, al menos por aquella noche. Los señores de las Tres Hermanas tenían mala reputación, y la de Godric Borrell, señor de Hermana Dulce, Escudo de Villahermana, Amo del Castillo Rompeolas, Guardián de Lámpara de Noche, era de las peores… Pero hasta los señores más taimados, los que provocaban naufragios para saquear los barcos, tenían que respetar las antiguas leyes de la hospitalidad.
«Al menos veré el amanecer —se dijo Davos—. Hemos compartido el pan y la sal.» Aunque lo cierto era que en aquel guiso de la Hermana había especias mucho más extrañas que la sal.
—¿Esto qué noto es azafrán? —El azafrán era más caro que el oro. Davos solo lo había probado una vez, cuando el rey Robert le envió medio pescado durante un banquete en Rocadragón.
—Sí, de Qarth. También lleva pimienta. —Lord Godric cogió un pellizco entre el índice y el pulgar y lo espolvoreó sobre su trozo de hogaza—. Pimienta negra de Volantis, recién molida. No hay nada mejor. Servíos tanta como queráis, si os gusta el picante: tengo cuarenta cofres, además de clavo, nuez moscada y dos marcos de azafrán. Todo lo saqué de una doncella de ojos violeta. —Se echó a reír. Davos advirtió que conservaba todos los dientes, aunque casi todos los tenía amarillos y uno de los superiores estaba muerto y renegrido—. Se dirigía a Braavos, pero un vendaval la arrastró hasta el Mordisco y acabó por estrellarse contra mis rocas. Ya veis que no sois el único regalo que me han traído las tormentas. El mar es cruel y traicionero.
«No tanto como los hombres», pensó Davos. Los antepasados de lord Godric habían sido reyes piratas hasta que los Stark cayeron sobre ellos a fuego y espada; después de aquello, los hermánenos habían dejado la piratería descarada para la gente como Salladhor Saan, y se limitaban a provocar naufragios. Los faros que ardían a lo largo de las costas de las Tres Hermanas debían servir de aviso sobre bajíos, arrecifes y rocas para hacer más segura la travesía, pero en las noches de tormenta o cuando bajaba la niebla, algunos hermánenos se valían de luces falsas para atraer a los capitanes desprevenidos.
—Las tormentas han sido muy clementes con vos al traeros a mis puertas —comentó lord Godric—. En Puente Blanco os habríais encontrado un recibimiento muy frío. Llegáis tarde. Lord Wyman tiene intención de hincar la rodilla, y no precisamente ante Stannis. —Bebió un trago de cerveza—. En lo más hondo de su corazón, los Manderly no son norteños. No hace más de novecientos años que llegaron al norte, cargados con su oro y con sus dioses. Habían sido grandes señores en el Mander, pero se pasaron de la raya y las manos verdes los derribaron. El rey lobo se quedó con su oro, aunque a cambio les concedió tierras y les permitió conservar a sus dioses. —Mojó un trozo de pan en el guiso—. Si Stannis cree que el gordo cabalgará a lomos del venado, lo espera un chasco. Hace doce días, la
Estrellaleón
hizo parada en Villahermana para llenar los depósitos de agua. ¿Conocéis esa galera? Velas escarlata, un león dorado en la proa… Y estaba llena de Freys que iban a Puerto Blanco.
—¿Freys? —Era lo último que habría esperado Davos—. Teníamos entendido que los Frey mataron al hijo de lord Wyman.
—Cierto —asintió lord Godric—, y la ira del gordo fue tal que juró que solo se alimentaría de pan y vino hasta que llegara la hora de la venganza. Pero antes del anochecer ya estaba atiborrándose de almejas y pasteles. Los barcos circulan sin cesar entre Puerto Blanco y las Hermanas. Nosotros les vendemos cangrejos, pescado y queso de cabra, y ellos nos venden madera, lana y pieles. Por lo que tengo entendido, su señoría está más gordo que nunca, con juramento y todo. Las palabras no son más que aire, y el que sale de la boca de Manderly significa tan poco como el que le sale del trasero. —El señor arrancó otro trozo del pan para empaparlo en el fondo de la hogaza—. Los Frey le llevaban al gordo imbécil un saco de huesos. Por lo visto se considera cortés entregar a un hombre los huesos de su hijo muerto. Si hubiera sido hijo mío, habría correspondido a su cortesía dándoles las gracias antes de colgarlos, pero el gordo es demasiado noble para eso. —Se metió el pan en la boca, masticó y tragó—. Los Frey pararon aquí y los invité a cenar. Uno de ellos se sentó ahí mismo, donde estáis vos. Rhaegar, dijo llamarse. Casi me reí en su cara. Comentó que había perdido a su esposa, pero que iba a buscarse otra en Puerto Blanco. Los cuervos mensajeros habían estado atareados; lord Wyman y lord Walder habían cerrado un acuerdo y tenían intención de sellarlo con un matrimonio.
Davos se sintió como si su anfitrión le hubiera dado un puñetazo en el estómago.
«Si eso es verdad, mi rey está perdido. —Stannis Baratheon necesitaba Puerto Blanco desesperadamente. Invernalia era el corazón del norte, pero Puerto Blanco era la boca. Desde hacía siglos, su estuario no se congelaba ni en lo más encarnizado del invierno, lo que representaría una baza considerable en los meses siguientes. También era de vital importancia la plata de la ciudad. Los Lannister disponían de todo el oro de Roca Casterly, y habían adquirido por matrimonio las riquezas de Altojardín. Sin embargo, las arcas del rey Stannis estaban vacías—. Al menos tengo que intentarlo. Tal vez haya alguna manera de impedir ese enlace.»
—Tengo que llegar a Puerto Blanco —dijo—. Señoría, os suplico que me ayudéis.
Lord Godric empezó a comerse la hogaza que hacía de cuenco, arrancando pedazos con sus enormes manos. El guiso había ablandado el pan duro.
—No me gustan los norteños —dijo—. Dicen los maestres que la Violación de las Tres Hermanas sucedió hace dos mil años, pero Villahermana no olvida. Antes de aquello éramos un pueblo libre y nos gobernaban nuestros reyes. Después tuvimos que hincar la rodilla ante el Nido de Águilas para librarnos de los norteños. El lobo y el águila lucharon por nosotros durante mil años, hasta que entre los dos dejaron en los huesos a estas pobres islas. En cuanto a vuestro rey Stannis, cuando era consejero naval de Robert envió una flota a mi puerto sin mi permiso y me obligó a ahorcar a una docena de buenos amigos, hombres como vos. Hasta amenazó con ahorcarme a mí si encallaba algún barco porque Lámpara de Noche se quedaba sin luz. Tuve que tragarme su arrogancia. —Se tragó también un buen pedazo de pan—. Y ahora viene al norte todo humildad, con el rabo entre las piernas. ¿Por qué voy a ayudarlo?
«Porque es vuestro rey legítimo —pensó Davos—. Porque es fuerte y justo, porque es el único que puede devolver la paz al reino y defenderlo de los peligros que nos acechan desde el norte. Porque tiene una espada mágica que brilla con la luz del sol. —Las palabras se le atravesaron en la garganta. No conmoverían al señor de Hermana Dulce; no lo acercarían ni un paso a Puerto Blanco—. ¿Qué respuesta quiere? ¿Debería prometerle el oro que no tenemos? ¿Un esposo noble para la hija de su hija? ¿Tierras, títulos, honores?» Lord Alester Florent había intentado aventurarse en aquel juego, y la consecuencia había sido que el rey lo había mandado quemar.
—Parece que la mano ha perdido la lengua. No le gusta el guiso de la Hermana, ni la verdad. —Lord Godric se limpió los labios.
—El león está muerto —dijo Davos con voz pausada—. Ahí tenéis la verdad, mi señor. Tywin Lannister ha muerto.
—¿Y qué?
—¿Quién gobierna ahora en Desembarco del Rey? No será Tommen; es un chiquillo. ¿Ser Kevan, tal vez?
—En ese caso ya estaríais cargado de cadenas. —La luz de las velas hizo saltar chispas de los ojos negros de lord Godric—. Quien gobierna es la reina.
«Alberga dudas —comprendió Davos—. No quiere acabar en el bando perdedor.»
—Stannis defendió Bastión de Tormentas contra los Tyrell y los Redwyne. Arrebató Rocadragón a los últimos Targaryen. Acabó con la Flota de Hierro en Isla Bella. El niño rey no podrá nada contra él.
—El niño rey tiene a sus órdenes todas las riquezas de Roca Casterly y el poder de Altojardín. Tiene a los Bolton y a los Frey. —Lord Godric se frotó la barbilla—. Pero… en este mundo solo hay una cosa segura: el invierno. Ned Stark le dijo eso a mi padre en este mismo salón.
—¿Ned Stark estuvo aquí?
—Sí, al principio de la Rebelión de Robert. El Rey Loco había enviado hombres al Nido de Águilas para que se cobraran la cabeza de Stark, pero Jon Arryn se mostró desafiante. Sin embargo, Puerto Gaviota se mantuvo leal al trono, y para volver a Invernalia a convocar a sus vasallos, Stark tuvo que cruzar las montañas hasta los Dedos y conseguir que un pescador lo ayudara a cruzar el Mordisco. Hubo una tormenta y el pescador se ahogó, pero su hija consiguió traer a Stark a las Hermanas antes de que se hundiera la barca. Dicen que la dejó con una bolsa de plata y un bastardo en la tripa. Ella le puso Jon en honor a Arryn.
»Como sea, el caso es que mi padre estaba sentado aquí, donde estoy ahora mismo, cuando lord Eddard llegó a Villahermana. Nuestro maestre quería que le enviáramos a Aerys la cabeza de Stark como muestra de lealtad. Habríamos conseguido una suculenta recompensa, porque el Rey Loco era generoso con quienes lo complacían. Pero para entonces ya sabíamos que Jon Arryn había tomado Puerto Gaviota. Robert fue el primero en coronar la muralla y mató personalmente a Marq Grafton. «Este Baratheon no le tiene miedo a nada —recuerdo que dije—. Lucha como solo puede luchar un rey.» Nuestro maestre se rió de mí y nos dijo que estaba seguro de que el príncipe Rhaegar derrotaría a aquel rebelde. Fue entonces cuando Stark dijo aquello: «En este mundo solo hay una cosa segura: el invierno. Puede que nos maten, sí, pero ¿y si vencemos?» Mi padre le permitió conservar la cabeza, pero al despedirse le dijo: «Si perdéis, nunca estuvisteis aquí».
—Igual que no he estado yo —dijo Davos Seaworth.
Llevaron ante él al Rey-más-allá-del-Muro con las manos atadas y una soga al cuello.
El otro cabo de la soga iba amarrado a la silla de montar del corcel de ser Godry Farring. El Masacragigantes y su montura iban acorazados con acero nielado; Mance Rayder solo vestía una túnica fina que le dejaba las extremidades expuestas al frío.
«Podrían haberle dejado la capa —pensó Jon Nieve—, la que le remendó aquella salvaje con tiras de seda roja.» No era de extrañar que el Muro llorase.
—Mance conoce el bosque Encantado mejor que ningún explorador —le había dicho Jon al rey Stannis, en un último intento de convencerlo de que el Rey-más-allá-del-Muro les sería más útil vivo que muerto—. Conoce a Tormund Matagigantes; ha luchado contra los Otros; ha tenido en su poder el Cuerno de Joramun y no lo ha hecho sonar. No destruyó el Muro cuando tuvo ocasión.
Pero sus palabras encontraron oídos sordos. Stannis no se había inmutado. La ley era clara: la deserción se pagaba con la muerte.
Bajo las lágrimas del Muro, lady Melisandre alzó las pálidas manos.
—Todos debemos escoger —proclamó—. Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, señores y plebeyos; nuestras decisiones tienen el mismo valor. —Al oír su voz, Jon Nieve casi percibió el olor de anís, nuez moscada y clavo. Estaba junto al rey, en un cadalso de madera situado sobre el foso—. Escogemos la luz o escogemos la oscuridad. Escogemos el bien o escogemos el mal. Escogemos a los dioses verdaderos o a los falsos.
Mientras Mance Rayder caminaba, el viento hizo que la espesa melena castaña le tapara la cara. Se la apartó de los ojos con las manos atadas, sin dejar de sonreír. Pero cuando vio la jaula, de repente perdió el coraje. Los hombres de la reina la habían construido con árboles del bosque Encantado, con brotes y ramas flexibles, con troncos de pino pegajosos por la resina y con dedos de arciano blancos como huesos. Las habían doblado y enroscado hasta tejer un entramado de madera, que habían colgado a bastante altura sobre un foso profundo lleno de leños, hojas y astillas. El rey salvaje retrocedió ante su visión.
—No —gritó—. Piedad. No es justo, no soy el rey, no…
Un tirón de la cuerda por parte de ser Godry zanjó las protestas, y el Rey-más-allá-del-Muro no tuvo más remedio que avanzar a trompicones.
Perdió el equilibrio, y Godry lo llevó a rastras el resto del trayecto. Mance estaba cubierto de sangre cuando los hombres de la reina lo empujaron a la jaula. Después, media docena de hombres de armas aunaron esfuerzos para elevarlo ante la mirada de lady Melisandre.
—¡Pueblo libre! Aquí tenéis a vuestro rey de las mentiras. Y aquí está el cuerno con el que aseguró que derribaría el Muro. —Dos hombres de la reina presentaron el Cuerno de Joramun, negro con bandas de oro viejo, seis codos de punta a punta. Las bandas doradas estaban grabadas con runas, la escritura de los primeros hombres. Joramun había muerto miles de años atrás, pero Mance había encontrado su tumba bajo un glaciar, en las cumbres de los Colmillos Helados. «Y Joramun hizo sonar el Cuerno del Invierno, y despertó a los gigantes de la tierra.» Según Ygritte, Mance no había llegado a encontrar el cuerno.
«O mentía, o Mance ni siquiera reveló el secreto a los suyos.»
Mil cautivos observaron entre los listones de la empalizada cómo alzaban el Cuerno de Joramun. Todos vestían harapos y estaban medio muertos de hambre. En los Siete Reinos los llamaban «salvajes»; ellos se autodenominaban «el pueblo libre». No parecían libres ni salvajes; solo hambrientos, asustados y aturdidos.