Don Alfredo (70 page)

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Authors: Miguel Bonasso

Tags: #Relato, #Intriga

BOOK: Don Alfredo
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Nadie ha podido establecer hasta el presente el monto exacto de la fortuna de Yabrán: una fuente cercana a la familia la valúa en cinco mil millones de dólares, la misma cifra que publicitó Cavallo y el
Señor Cinco
estimó oficiosamente. Mil millones por arriba de los cuatro mil que le suponía Duhalde. La DGI calcula la herencia familiar en mil millones de dólares. Si el dato es correcto podría inducir a una especulación razonable: los tres o cuatro mil millones de más que le calculan los hombres del Poder podrían corresponder a dinero "en tránsito", que Yabrán habría administrado para terceros. Un fondo colosal que pudo reciclarse de muchas maneras. En cualquier caso conviene recordar que la valuación de la DGI está referida a dinero, bienes y empresas dentro del territorio nacional y no contempla las propiedades de la firma en Uruguay, Chile, Brasil, Estados Unidos y Costa Rica.

En la cresta visible del Imperio todo aparenta estar en orden: las empresas reconocidas como propias están oficialmente conducidas por los hijos varones, con la participación cercana y activa de la madre. Pablo dirige Lanolec y pisa fuerte en todas las operaciones del Grupo. Mariano maneja Yabito, el emporio agropecuario en expansión, cuyo capital rondaría los cuatrocientos millones de dólares. También abrió, con un socio más experimentado, un estudio de abogados. La pequeña Melina figura como vicepresidente de la inmobiliaria Aylmer, pero se la ve más preocupada por sus estudios universitarios y su vida personal: proyecta casarse con Facundo Reggi, novio que había merecido la aprobación de Don Alfredo. Cuando uno de los colaboradores de esta investigación fue a la Inspección General de Justicia, para confirmar la posición de Melina en Aylmer, se encontró con una sorpresa: la carpeta que contenía los cambios de estatutos y directorios a partir de 1994 estaba vacía. Alguien se había llevado todos los documentos.

La vida continúa y los Yabrán tratan de vivirla en escenarios que no les traigan a la memoria los tramos finales de su tragedia. Mariano vendió en cinco millones de pesos la estancia San Ignacio donde se mató su padre y María Cristina Pérez decidió librarse de la Mansión del Águila. La viuda mandó construir una nueva residencia en Martínez, que costó unos cinco millones de dólares y pronto estará en condiciones de ser habitada. Allí guardará posiblemente las cuatro cartas que Alfredo escribió a su familia y nunca se dieron a publicidad. Igual que la misiva enviada por Yabrán a Colella en las horas que precedieron a su muerte. Mensajes decisivos, a los que nadie logró acceder. Tal vez porque encierran claves para descifrar el último de los enigmas de Alfredo Yabrán.

Lo que esta investigación sí pudo comprobar, apoyándose en buena medida en otras preexistentes y muy valiosas (como las de Carlos Dutil y Ricardo Ragendorfer o la de Raúl Kollmann) es que la famosa "pista policial" del caso Cabezas no fue investigada. Por la sencilla razón de que no le convenía al poder político. Al finalizar este libro, el juicio oral por el asesinato de José Luis Cabezas aún parece lejano. El juez José Luis Macchi ordenó cerrar la instrucción en diciembre último, pero las partes apelaron la medida. La decisión la tiene la Cámara de Dolores. El comentario generalizado es que se llevará a cabo en octubre de este año. Pero no sería raro que fuera aplazado hasta después de las elecciones o que se realice en marzo del año próximo, cuando la Argentina ya tenga otro gobierno. Una vez más, no sería conveniente, en términos políticos, que las oscuridades del proceso salgan a la luz en el período preelectoral.

La pregunta ¿quién mató a Cabezas?, que es crucial para su familia, para sus amigos, para todos los que estamos sometidos a los riesgos de informar, parece haber dejado de interesar al gobernador Duhalde. Después de la muerte de Yabrán, la causa se fue apagando. Se levantó el oneroso búnker de Castelli y se apagó el Excalibur. El reclamo de justicia regresó a la sociedad, de donde había partido. El poder está en otra cosa.

Cabe entonces reiterarlo: ¿quién mató a Cabezas?

Si dejamos de lado el inquietante dato aportado por el informante que oculté bajo el apodo Garganta Tres, quedarían dos hipótesis centrales. O tres, si se imagina una combinación que podría tener cierta lógica.

La Pista Yabrán, la oficial, registra notorias irregularidades en su investigación policial y judicial que ya se han detallado. La acusación contra la mayor parte de los detenidos es tan endeble, que la propia fiscal de instrucción, Brignoles de Nazar, sospecha que el tribunal del juicio oral puede concluir mandándolos a sus casas. Un escenario posible es que Ríos salga en libertad y sólo queden presos Prellezo y los
Horneros, y
no por mucho tiempo. Para la mayoría de los observadores, el móvil resulta endeble. Que un hombre de la indudable inteligencia de Yabrán hubiera mandado asesinar a un fotógrafo porque lo mostró caminando por la playa resulta poco creíble. Y menos aún, en el lugar donde él mismo pasaba sus vacaciones. Pero lo que resulta directamente inverosímil es que haya utilizado como ejecutores a un oficialito de la Costa y a cuatro lúmpenes. Un alto oficial de la Federal, consultado en esta investigación, lo consideraba directamente ridículo. "Si Yabrán hubiera querido sacarse de encima a un fotógrafo o un periodista que lo molestaban, habría hecho traer un
killer
de Brasil, que hacía su trabajo y se borraba sin dejar rastros". "La policía es cartesiana y el criminal no", dijo Chesterton con agudeza. A veces hay impulsos irracionales, aparentemente inexplicables, que pueden confundir al investigador. Es verdad. Pero resulta difícil conciliarlos con un hombre frío, lo suficientemente calculador como para convertirse en un "Estado dentro del Estado". Los reiterados hechos de violencia que se le atribuyen, además, no concluyeron en asesinatos. La única excepción —si algún día llegara a comprobarse su responsabilidad— sería el caso del brigadier Echegoyen. Salvo que en ese ejemplo, lo que estaba en juego no era una foto, sino la posibilidad de una denuncia pública referida al narcotráfico. Y, ése sí, suele ser un tema letal. De todos modos, hay quien piensa distinto. Oscar Andreani no lo dirá jamás en público, pero está convencido de que el crimen fue organizado por los jefes de los Tres Círculos. "Esos tipos siniestros de los que Alfredo se rodeaba." Y le aterra y le indigna que hayan elegido como blanco a uno de sus invitados, la noche misma de su cumpleaños.

Cabría pensar también en dos variantes de la misma pista, ambas muy difundidas. Yabrán, molesto por el asedio fotográfico, habría pedido a Ríos que organizara un escarmiento. La clásica paliza. Ríos, a su vez, habría delegado la tarea en Prellezo. Y Prellezo, para quedarse con una mayor tajada de recompensa, habría reclutado a cuatro batatas suburbanos, que, drogados y alterados, asesinaron a José Luis. Es plausible, pero pierde sustento por algunos datos esenciales: el área libre para operar, coordinada con el comisario Gómez y la gran cantidad de vehículos y personas que participaron en el operativo del secuestro. La segunda variante es que Ríos lo haya hecho por su cuenta, para quedar bien con su patrón. Vale la misma observación anterior, con un agregado: salvo que haya sido un traidor, ¿se hubiera atrevido a ordenarlo sin el permiso expreso de Don Alfredo?

La otra gran hipótesis es la "pista policial". Como no fue investigada a fondo, presenta menos evidencias, menos pruebas y testimonios. Aunque, como se vio, sobran los indicios, éstos, sin embargo, no alcanzan para poder establecer una cadena de relaciones que conduzca hacia el autor intelectual. El móvil, no obstante, es mucho más fuerte que en el primer caso: vengar una depuración que puso en peligro los negocios de los "porongas", y advertir al Candidato que una profundización de la purga podía llevarlo a perder la Presidencia. O, quizá, la vida. En ese caso, José Luis Cabezas no habría sido elegido como víctima por lo que presuntamente estaba investigando, sino por el valor emblemático del propio asesinato, que debe leerse como un mensaje a dos puntas: a Duhalde y al periodismo que provocó la purga con las certeras denuncias de la "Maldita Policía". El reparo obvio a esta variante es que el escándalo del crimen podría llegar a echar más luz sobre las actividades criminales de ciertos policías que la purga misma. Es una objeción parcialmente verdadera. La propia índole de la actividad mafiosa supone el crimen como fundamento de su poder, aunque conlleve riesgos, y aun gruesos errores que pueden conducir a derrotas. Si la mafia no mata no es mafia. No genera terror. Los ejemplos de Italia y Colombia son elocuentes.

Ambas pistas tienen, sin embargo, un punto en común: la policía de la provincia de Buenos Aires, a la que se quiere despegar con la simplificación de un oficialito suelto y cuatro malandras. Hay varios policías procesados por el caso Cabezas y es ingenuo pensar que actuaron por su cuenta y sin apoyos. Si algo mostró el crimen con toda claridad es la articulación, cada vez más extendida y profunda, entre "Patas Negras" y delincuentes. Esto se vincula con el tema tan vigente y preocupante de la seguridad y recrea las tendencias represivas de la sociedad, que no son cosa del pasado, como algunos creen.

En ese sentido, la posible connivencia entre policías corruptos y los ex represores que alquilaba Yabrán no sería a priori descartable. Una fuente de esta investigación sugería que una operación de esa magnitud no hubiera podido llevarse a cabo sin que el jefe de la custodia de Yabrán estuviera enterado. Y acaso eso podría explicar un rumor no confirmado, según el cual Pablo Yabrán —el antiguo jefe de contrainteligencia del Grupo— alimentaría dudas crecientes sobre la conducta del sargento. Pero la hipótesis mixta (custodios y "Patas Negras") tampoco fue profundizada en la etapa de instrucción.

Mientras escribía
Don Alfredo
tuve que escuchar muchas veces la misma pregunta: ¿Se mató Yabrán? ¿Es cierto que está muerto?

Las encuestas demuestran que millones de argentinos lo suponen disfrutando de su gigantesca fortuna en una playa del Caribe. Y esa fantasía, instalada en el imaginario social contra todas las evidencias, volvió a reproducirse hace poco tiempo, cuando estaba por cumplirse el primer aniversario de su muerte. El empresario postal José Ongaro, siguiendo los pasos de Leo Gleizer, volvió a lanzarla a los medios, alcanzando los quince minutos de fama que prescribía Andy Warhol. Pero no fue el único. Alguien le habría llevado a Franco Caviglia un video, tomado en el entierro de Yabrán, que abonaría esta creencia. Allí se podría apreciar a varios deudos hablando entre sí despreocupadamente. Un equipo de sordomudos —aseguran— habría leído los labios de esos familiares, descifrando diálogos que permitirían reforzar la hipótesis del hombre que fingió su muerte.

Algunos buches de los servicios recorrieron las oficinas de varios encumbrados personajes "revelando" que el
Amarillo
"vive escondido en Siria". La prueba sería que dos de sus hijos, Pablo y Mariano, habrían hecho un reciente viaje a las tierras de Hafez el Assad y Monzer Al Kassar. Cavallo, que perdió con Yabrán a su gran antagonista, habría sido uno de los receptores del mensaje. Pero no le otorgaría crédito. El hombre que sacó a la luz al
Amarillo,
no sólo cree que está muerto, sino que se desmembró el imperio y, lo más importante: que se desarticuló la estructura que le permitía cobrar peaje a las mercaderías que ingresaban al país y circulaban sin tropiezos por el territorio, incluyendo armas y drogas. Cavallo, dicen los que lo conocen bien, cree que Yabrán, como Al Kassar, fue un hombre clave en la estrategia del presidente sirio Hafez el Assad para triangular armas, drogas y dinero a lavar, a través de la Argentina. Ambos habrían sido recomendados por Assad a Menem, en 1989, cuando el entonces candidato viajó al país de sus padres en busca de apoyos financieros para su campaña. Eso explicaría ese supuesto temor de Menem frente a Yabrán, que Cavallo le atribuyó en más de una oportunidad. Esa triangulación —a juicio del ex Ministro— ya no tendría el soporte de los aeropuertos y los correos privados y por lo tanto no sería factible. Siria, especula, habría buscado otras alternativas. También se suele molestar cuando le dicen que actuó contra Yabrán, por mandato de Federal Express y La Embajada. "Yo hice lo que hice para que éste fuera un gran país y no se desangrara por los narcos como Colombia. Acá, el único chupamedias de Estados Unidos que yo conozco es Wenceslao Bunge y estaba al lado de Yabrán", argumenta en privado con su clásica vehemencia.

El
Amarillo
sigue siendo tema en las altas esferas oficiales. Hace un tiempo Alberto Pierri contó, en rueda de íntimos, que Carlos Menem lloró cuando se enteró del escopetazo en San Ignacio y juró que el suicidio de su amigo le iba a costar la Presidencia a Duhalde. "Voy a hacer todo lo posible para que no llegue", le habría confesado a Pierri.

El
Señor Cinco
sigue sin revelar cuál fue su participación real en las jornadas que precedieron a la muerte de Yabrán. Y se molesta con los periodistas que le atribuyen alguna amistad con el
Amarillo.
"Si yo le corté el contrato a OCA con la SIDE", suele ufanarse, recordando el pleito que le entabló la empresa violeta. Pero se permite, en privado, algunas reflexiones sobre la caída de Yabrán que van en contra de las alianzas estratégicas del gobierno que integra: "A Yabrán lo liquidó el
establishment.
¿Usted piensa que si no hubiera sido un turquito le habrían hecho todo lo que le hicieron? ¿Usted piensa que se lo hubieran hecho a un Anchorena? No, mi amigo, yo los conozco bien: el
establishment
no perdona".

En agosto de 1998, cuando este libro era un proyecto, recorrí con Daniel Enz los verdes pagos de Yabrán. Quería encontrar respuestas a las clásicas preguntas: ¿está muerto?, ¿lo mataron?, ¿lo indujeron al suicidio? Y la más importante: ¿quién era realmente Alfredo Yabrán?

El viaje no me defraudó. Volví con más ganas que nunca de investigar y de ponerme a escribir el libro. Enz resultó ser un formidable cicerone y me permitió abrir muchas puertas y asomarme a la saga faulkneriana de los Yabrán.

Una mañana limpia y templada, llegamos frente al chalet del
Toto
Yabrán, en Larroque. Yo sabía que era un hombre difícil y que hasta ese momento se había negado a conversar con los periodistas, a los que consideraba responsables de la muerte de su hermano. Pero confiaba en Daniel y en sus buenos contactos. Nos acompañaba
Toli
Paiva, el cuñado de
Toto,
ese alucinante personaje que había participado en la autopsia. De puro bonachón,
Toli
estaba convencido de que su terrible cuñado me abriría las puertas y me convidaría con uno de sus famosos asados.

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