La causa, mientras tanto, se había acelerado de manera dramática. Dos meses antes, los peritos psiquiátricos José Antonio Abasolo y Silvia Dulau Dumm, habían entrevistado a Prellezo y lo habían sometido a diversos tests. En el transcurso de los exámenes, el policía se habría quebrado revelándoles que había recibido personalmente de Yabrán la orden de "apretar" a Cabezas. "No de matarlo". Al llevarle el resultado a Macchi, el psiquiatra Abasolo se lo comentó. El magistrado lo sacó con cajas destempladas, recordándole que su tarea era "técnica" y no "judicial". En vez de quedarse quieto, el profesional habló con los periodistas acreditados en Dolores y con los camaristas que ya habían evaluado críticamente la tarea de Macchi. El tribunal de alzada, compuesto por Raúl Pedro Begué, Susana Miriam Darling Yaltone y José Luis Dupuy, decidió tomarle "una testimonial" a los peritos, que —el 3 de junio— reiteraron, esta vez de manera oficial, lo que Abasolo le había comentado informalmente al juez. Los abogados de Don Alfredo pusieron el grito en el cielo y anunciaron que procesarían a los psiquiatras por "violación del secreto profesional".
Tres días después, un estanciero de Cariló, a quien Wenceslao Bunge devaluaba como "parrillero" porque explotaba un restaurante en la estancia Dos Montes, se acercó a Dolores a brindar su testimonio. Era Daniel Cibert, a quien el gobernador Duhalde también había escuchado con atención en ese búnker paralelo al de Castelli, en que se había convertido la quinta de San Vicente. Cibert le confió al Gobernador y al juez lo que le habría dicho Cabezas poco antes de empezar la temporada: que "Yabrán se la quería dar". Cuando Macchi le preguntó por qué no se había presentado antes, Cibert le confesó que tenía mucho miedo, porque el fotógrafo le había revelado que el empresario pertenecía a un grupo extranjero, que andaba en la droga y el lavado de dinero y tenía más poder que el propio Presidente. El juez le otorgó una importancia decisiva a este testimonio. Gabriel Michi, que visitó a Cibert junto con José Luis, no recuerda que el fotógrafo le haya dicho algo tan grave y concreto en su presencia. No descarta que se lo pudiera decir en algún momento a solas, pero no delante de él.
Otro testigo, Ricardo Manselle, dueño del restaurante Mac Papa's, de Martínez, cerca de las oficinas de Ríos, denunció que el sargento había tenido reuniones en su local, con Prellezo y Luna, después del asesinato del fotógrafo. Si era cierto, Ríos le había mentido, porque el 23 de mayo declaró que no vio al policía después de la muerte de Cabezas. El testimonio de Manselle también comprometió a Yabrán, a quien el dueño de Mac Papa's había visto almorzando con Ríos: el empresario dijo que no conocía las oficinas del hombre que conducía su seguridad. Y no se pudo sacar esta nueva losa de encima, a pesar de que dos socios y una mesera del Mac Papa's salieran a desmentir a Manselles en una solicitada. En esos días se descubrió también que el
Cartero
había hecho un viaje a Uruguay, a bordo de un avión de su empresa Lanolec, sin dar el correspondiente parte a las autoridades migratorias argentinas. La salida irregular del país se había producido pocos días después del crimen. Aldo Elías asegura que ese viaje lo hizo al solo efecto de visitarlo en Punta del Este, donde se recuperaba de una operación de triple
by pass.
Probablemente es cierto, pero la excursión generó un mar de conjeturas y sospechas sobre el Hombre Invisible, que insistía en sus manejos misteriosos.
El 1° de agosto, una portada de
Noticias
sacudió a la opinión pública y enrareció aún más el aire en torno del personaje. El semanario reprodujo una tarjeta que Don Alfredo le había enviado al sindicalista Oscar Lescano, de Luz y Fuerza, acompañando un jarrón que le mandaba como regalo. La dedicatoria, escrita de puño y letra por Yabrán, decía textualmente: "Muy feliz cumple!!! Si no te sirve de adorno es para que se lo rompas en la cabeza a algún fotógrafo indiscreto". El impacto fue tan grande que la defensa de Yabrán se vio obligada a enviar un escrito a Dolores explicando que se trataba de "una salida jocosa y carente de toda malicia". Más tarde, cuando el empresario volvió a declarar ante Macchi, reiteró la explicación y recordó que el regalo databa de 1993, cuatro años antes de que José Luis Cabezas fuera asesinado. Cuando todavía no le había sacado ninguna foto. Pero el antecedente quedó flotando como otra manifestación de su aversión a periodistas y fotógrafos.
El 29 de agosto, el juez de Dolores ordenó la captura de Ríos, como presunto instigador del crimen. El sargento se entregó el 1° de setiembre. No confesó y se limitó a ratificar su anterior declaración. El 1° de octubre, Macchi le dictó la prisión preventiva y citó a su patrón a una declaración informativa que lo transformaba ya en imputado no procesado. Fuera del tribunal resonaron las palabras del secretario de Seguridad, Carlos Brown: "No estamos seguros de que Ríos sea el techo de la investigación". Sabía lo que hacía: un tiempo antes, el ex interventor en la Bonaerense, Luis Lugones, había reconocido ante un periodista de
Clarín
que no había ninguna prueba seria para involucrar a Yabrán. Cuando Duhalde lo leyó, le prohibió que volviera a hablar con los periodistas sobre el caso.
En la tarde del 10 de octubre, Alfredo Yabrán regresó a Dolores. Llegó sonriente, acompañado por el grupo amistoso que conducía Mouriño, y saludó cordialmente a los oficiales de la Bonaerense que comandaban el gigantesco operativo de prevención, del que participaban 150 efectivos. Pese a la sonrisa ganadora, ni él mismo sabía a ciencia cierta si saldría caminando del juzgado. Declaró durante seis horas. No ratificó sus anteriores declaraciones, pero introdujo algunos matices significativos. Reforzó sus anteriores afirmaciones sobre la autonomía de que gozaba Ríos, tomando creciente distancia del sargento. Tal vez exageraron, pero el comentario de muchos enviados especiales fue tajante: "Lo dejó caer". A diferencia de lo que había dicho en mayo, admitió que usaba vigiladores porque estaba preocupado por su familia, especialmente por sus chicos. Y reveló que esa preocupación había nacido cuando le tocó sufrir de cerca el calvario de su amigo Diego Ibáñez, al que le habían secuestrado y asesinado un hijo. Hubo un súbito cloqueo. Una mano enorme cubriendo el rostro imprevistamente surcado de arrugas. Macchi y los abogados presentes se sobresaltaron. Tardaron unos segundos en comprender que al hombre de hierro se le había escapado un sollozo.
Salió caminando y se lo engulló la noche en una camioneta de vidrios polarizados. Ya no era el Yabrán de mayo.
En diciembre se concretó el acontecimiento que Domingo Cavallo había soñado: el Exxel Group compró en seiscientos cinco millones de dólares las empresas del Grupo. El
holding
conducido por Juan Navarro Castex se quedó con OCA, que previamente fagocitó formalmente a su hermana OCASA; con Villalonga Furlong y sus acciones en Interbaires y EDCADASSA (a las que se les respetó el contrato de concesión, pese a la privatización general de los servicios aeroportuarios). Yabrán retenía para su familia el dinero, difícilmente calculable; las tierras y ganados de Yabito; los taxis aéreos de Lanolec; los hoteles de Bosquemar Emprendimientos Turísticos y los inmuebles de Aylmer. El Correo Argentino lo había ganado Franco Macri, en sociedad con el correo británico. El
Cartero
no llamaría dos veces; no había segunda chance. Algunos argentinos informados recordaron que Juan Navarro había estado en Juncadella, igual que Yabrán, y conjeturaron que no se había producido una transferencia real de empresas, sino otro pase de magia a los que nos tenía acostumbrados el Hombre Invisible. En un cierto sentido era así, sólo que Don Alfredo ya no mandaba. La Operación Exxel Group había sido comandada por el
Virrey
Todman en persona, secundado —en carácter de "veedor"— por un hombre rubio, joven, con cara de
cowboy,
que se desplazaba en un auto con dispositivos sofisticados a lo James Bond; tenía dos
masters
en la Universidad de Belgrano; había sido condecorado con la medalla al valor que otorga la United States Air Force por su investigación del atentado contra la AMIA y había sido enviado a la patria a recuperarse de sus fatigas, en un lugar tan especial como Langley, Virginia, donde tiene sus cuarteles generales la CIA. Un intelectual. Un cuadro. Autor de un libro titulado
Tráfico de narcóticos
y de dos interesantes tesis sobre la Argentina: "Relación civil-militar en el gobierno de Carlos Menem" (1993) y "El reciente rol del Estado en las inversiones socioeconómicas en Argentina". El oficial de contrainteligencia Frank Holder, actual responsable de la seguridad del Exxel Group, que estaba en la Argentina en los meses que antecedieron y sucedieron al crimen de Cabezas y el desplome de Yabrán.
El final llegó rápido. Algunas fuentes sostienen que el juez Macchi había liberado a Silvia Belawsky a cambio de que su ex marido hablase. Como Prellezo siguió mudo, la Belawsky volvió a la cárcel y el 15 de mayo de 1998 recordó lo que había olvidado el año anterior: que Yabrán estaba detrás del crimen. Un año después, el juez de Dolores Luis Filomeno (que reemplazó al recién ascendido José Luis Macchi) volvió a dejarla en libertad aunque vinculada a la causa. La Cámara ordenó dar marcha atrás y la mantuvo presa. Don Alfredo volvió sobre los pasos que había dado en 1962 el turquito ambicioso que hacía trampas en Larroque. Según uno de los policías que hizo inteligencia sobre los
Fogelman
boys,
"fue un movimiento fetal gigantesco, parecido al de Hitler en el búnker". Frank Holder se lo comentaría a un periodista con otra fórmula poética: "Yabrán debía irse del país y se quedó. Era un temerario. Por eso le pasó lo que le pasó".
Es una tarde transparente de otoño. Hemos caminado un rato por Plaza Francia. Subimos la cuesta, bordeada por muros y enredaderas, que lleva a la elegante residencia del embajador británico. Doblamos la esquina de la calle Gelly, que alguna vez fue ametrallada por un avión despistado de la Marina. Torcemos morosamente por un costado de la plaza, hacia la pequeña barranca de Austria. A Garganta Tres le gustan los espacios abiertos. Las charlas peripatéticas. Pasa un perro. Una madre corre detrás de su bebé patizambo. Se escuchan a lo lejos los gritos de unos muchachos que juegan al fútbol, el motor en sordina de los autos que corren por Libertador, la gente del domingo. Un domingo placentero como tantos. Garganta Tres se apoya en la balaustrada de piedra. Abajo se adivina, oscura, la fuente circular que pobló las ensoñaciones de mi infancia. Está vacía, sucia, pintarrajeada. Atardece sobre el rostro anguloso y triste de Garganta. Sus ojos claros, acuosos, apuntan hacia los jardines de la Biblioteca Nacional, pero no la miran. Miran hacia adentro, hacia un recuerdo preciso que ha vacilado en relatarme.
—Fue el 27 —dice de improviso, mirando sin ver la acera de enfrente—. El 27 de enero, o el 28. Tres días después del asesinato de Cabezas. Sí, estoy seguro. A lo sumo sería el 1° de febrero. El hombre pasó por Buenos Aires y nos encontramos, como solemos hacerlo frecuentemente. Él trabaja para la inteligencia de su país. No importa qué país. Un país europeo. A veces cambiamos figuritas.
Garganta Tres sonríe melancólico, con unos dientes amarilleados por el tabaco que ya dejó.
—No sé por qué, pero tiene confianza en mis evaluaciones políticas. Él, de vez en cuando, me suelta algún chisme. Orientaciones, operaciones, globos de ensayo, vaya usted a saber. El caso es que yo también le tengo confianza. Dentro de ciertos límites, claro. Hasta ahora nunca me vendió pescado podrido. Nos vimos entonces. Recuerde la fecha: habían pasado muy pocos días después del asesinato de este muchacho. Y el tipo me dice: "Hoy se terminó Yabrán". ¿Cómo?, le digo. "Hoy se terminó Yabrán", insiste. En aquel momento, usted recordará, había rumores sobre Yabrán en relación con el crimen, pero parecían tonterías, nada serio, puro aire caliente. Yo paro la oreja y él continúa: "Le tendieron la cama que hacía falta para que saliera de la cueva. Porque la táctica de Yabrán consiste en demostrar, desde el silencio, que un gran poder lo protege. Era imprescindible que rompiera el silencio y se mostrara. Se expusiera. Eso ya lo habían empezado con Cavallo pero tenían que acabarlo. De manera definitiva". Entonces, para demostrarme que no eran simples especulaciones, sino información, agregó: "Los que piensan que Yabrán mandó matar a Cabezas no saben que hubo una llamada en el medio. Una operación sobre otra operación. Algo compleja, pero no imposible de armar. Los que decidieron la operación, estudiaron prolijamente los antecedentes, el entorno, la circunstancia política y las posibles reacciones de los personajes. Luego actuaron. El primer paso consistió en tirarle encima al periodista y el fotógrafo para que él reaccionara. Y lo consiguieron. Yabrán no mandó matar al fotógrafo. Quiso que le dieran un castigo ejemplar; que lo golpearan, que le quemaran el auto. Pero alguien se metió en el medio e intoxicó la operación de Yabrán. Alguien montó la operación sobre la operación, sabiendo que el asesinato generaría una gran repulsa social y una tormenta política, en la que Yabrán, finalmente, terminara fuera del correo y los aeropuertos, fuera de todos los negocios (de fronteras, de documentos) que son interesantes por sí mismos, pero mucho más interesantes por las posibilidades que brindan como sistema, como estructura, como caja. Él no puede ser, usted comprenderá, un Estado dentro del Estado". ¿Y quiénes lo hicieron?, pregunté, descontando la respuesta. "Fueron los americanos", respondió este señor. "La CIA."
Garganta me mira. Adivina lo que estoy pensando.
—Sí, ya sé que parece inverosímil, una novela de la Guerra Fría al estilo LeCarré. El que no es inverosímil es el personaje que me lo dijo. Tan real como usted, como yo o como esa señora del tapado marrón sentada en el banco. Y no sólo es real. No acostumbra decir tonterías. Pero hay motivos sobrados: estuvo detrás del Cóndor, se peleó con Federal Express, lo suponían asociado con Al Kassar en la triangulación de drogas y armas que hace Siria, pensaban que dominaba al propio Presidente... Pero sobre todo, lo que decía este hombre: la caja. Le querían romper el
holding y
fracturar el imperio. Necesitaban hacerlo. No podían dejar en sus manos el monopolio de ciertos servicios estratégicos. Y tenían apoyos grandes acá adentro. Voluntarios e involuntarios. Usted sabe cómo se arman estas cosas: no todos los actores son conscientes de que lo son. Actúan de acuerdo con sus intereses. De manera primaria. Y el autor de la obra, el que hace el
casting,
lo sabe. Sabe que, en cierto modo, van a responder como autómatas.