—
Yes…!
Lo necesito…
¿No había afecto en su mirada?
—Mi mujer… Willy…
En este momento un pensamiento agudo atravesó la imaginación de Maigret. ¿Acaso sir Lampson no se encontraba tan solo y desamparado como el Jean que estaba a punto de morir en su cuadra?
El carretero, al menos, tenía cerca sus caballos y la bruselesa maternal.
—Beba…
Yes…
Se lo ruego… Es usted un caballero…
Casi suplicaba. Le tendía la botella con una mirada avergonzada. Se oía a Vladimir ir y venir por el puente.
Maigret tendió su vaso, pero llamaron a la puerta. Lucas llamó a través de la escotilla:
—Comisario…
Apenas abierta la puerta, añadió:
—Ya está…
El coronel no dijo nada, vio alejarse a los dos hombres con aire lúgubre; cuando Maigret se volvió, le vio vaciar el vaso que le estaba destinado y gritar con voz cascada:
—¡Vladimir!
Cerca de «La Providencia», algunas personas se habían detenido, porque se oían sollozos.
Era Hortensia Canelle, que de rodillas cerca de Jean le hablaba todavía, pese a que desde hacía ya bastantes minutos había dejado de vivir.
Su marido desde el puente, espiaba la llegada del comisario. Saltó hacia Maigret, tan agitado y flaco como siempre, murmurando con angustia:
—¿Qué debo hacer…? ¿Ha muerto…? Mi mujer…
Una imagen que Maigret no olvidaría: en la cuadra, vista desde lo alto y ensombrecida por los dos caballos, estaba el cuerpo casi enroscado sobre sí mismo con la cabeza medio enterrada en la paja. Y la mujer, cuyos cabellos recibían el sol de lleno, repetía de vez en cuando:
—Mi pequeño Jean…
Como si Jean fuese un niño en lugar de un viejo duro como una piedra, con tórax de gorila que había conseguido derrotar a los médicos.
Nadie se dio cuenta, aparte de Maigret, de la muerte de Jean, hasta pasadas dos horas. Mientras se llevaban el cuerpo en una camilla hacia el coche que esperaba, el coronel preguntó con los ojos estriados de rojo, pero con gran dignidad:
—¿Cree usted que me darán permiso para enterrar?
—Mañana…
Cinco minutos después, Vladimir, con su precisión habitual, largaba amarras.
Dos barcos esperaban ante la esclusa de Vitry-le-François, en dirección a Dizy.
El primero avanzaba ya con la pértiga cuando el yate le sobrepasó, esquivó su proa redondeada y penetró en la esclusa abierta.
Hubo protestas. El marinero le gritó al esclusero que era su turno, que reclamaría y cien cosas más.
Pero el coronel, con gorra blanca y traje de oficial, ni siquiera se volvió.
Estaba en pie ante la rueda de cobre del timón, con mirada recta e impasible.
Cuando las puertas fueron cerradas, Vladimir saltó a tierra y tendió los papeles y la propina habitual.
—Pardiez —exclamó un carretero—. Los yates tienen todos los derechos… Con diez francos en cada esclusa…
El canal a la salida de Vitry estaba atestado. Apenas se podía pasar con el bichero por entre los barcos que esperaban.
Y sin embargo, apenas abiertas las puertas, el agua borboteó en la hélice. El coronel, con gesto indiferente, embragó.
El «Estrella del Sur» salió a toda velocidad rozando los barcos, en medio de los gritos y protestas, pero sin tocar ni uno.
Diez minutos después, desaparecía por un recodo y Maigret dijo en dirección a Lucas que le seguía:
—¡Están los dos borrachos perdidos!
Nadie lo sospechó. El coronel estaba correcto y digno con el enorme escudo de oro en medio de su gorra…
Vladimir, con su jersey rayado y el gorro en la punta del cogote, no tuvo ni un movimiento en falso.
Sólo que, si el cuello apopléjico de sir Lampson estaba violáceo, su rostro tenía una palidez enfermiza, sus ojos rodeados de pesadas bolsas y sus labios sin color.
En cuanto al ruso, el menor choque le hubiera arrojado al agua, porque dormía de pie.
A bordo de «La Providencia» todo estaba cerrado y silencioso. Los caballos, a cien metros de la gabarra, estaban atados a un árbol.
Y los marineros se habían ido a la ciudad, a encargarse trajes de luto.
Georges Joseph Christian Simenon (Lieja, 13 de febrero de 1903 - Lausana, 4 de septiembre de 1989) fue un escritor belga en lengua francesa. Simenon fue un novelista de una fecundidad extraordinaria, con 192 novelas publicadas bajo su nombre y una treintena de obras aparecidas bajo 27 seudónimos. Los tirajes acumulados de sus libros alcanzan 550 millones de ejemplares.
Nació en Lieja, oficialmente el 12 de febrero de 1903. Su vida comienza regida por el misterio, pues en realidad nació el viernes 13 de febrero, pero fue declarado como nacido el 12, por superstición. Simenon nació en el tercer piso del 26 (actualmente 24) de la «rue Léopold», en Lieja. Fue el primer hijo de Désiré Simenon, contador de una oficina de seguros, y de Henriette, ama de casa, decimotercera hija nacida en una familia acomodada, quienes se casaron el 22 de abril de 1902. A finales de abril de 1905, la familia se mudó al 3 de la «rue Pasteur» (actualmente 25 de la «rue Georges Simenon») en el barrio de Outremeuse. Encontramos la historia de su nacimiento al comienzo de su novela
Pedigree
. La familia Simenon era originaria del Limburgo belga, una región de tierras bajas cercanas al río Mosa, encrucijada entre Flandes, Alemania y los Países Bajos. La familia de su madre era también originaria de Limburgo, pero del lado holandés, región llana de tierras húmedas y de brumas, de canales y de granjas. Por el lado de su madre, descendía de Gabriel Brühl, campesino y criminal de la banda de los verts-boucs que azotó Limburgo a partir de 1726, desvalijando granjas e iglesias durante el régimen austríaco, y que terminó colgado en septiembre de 1743 en el Patíbulo de Waubach. Esta ascendencia explica quizás el particular interés del comisario Maigret por las gentes sencillas convertidas en asesinos.
A diferencia de muchos autores de hoy, quienes intentan construir una intriga lo más compleja posible —como en un juego de ajedrez— Simenon propone una intriga simple, con un argumento y personajes definidos, y un héroe dotado de humanidad, obligado a ir al borde de sí mismo, de su lógica. El mensaje de Simenon es complejo y ambiguo: ni culpables ni inocentes absolutos, sólo culpabilidades que se engendran y se destruyen en cadena. Las novelas del escritor sumergen al lector en un mundo rico de formas, colores, olores, ruidos, sabores y sensaciones táctiles; al que se entra desde la primera frase...
En la estación de Poitiers, en la que había cambiado de tren, ella no pudo resistir. (...) Hacía realmente calor. Era agosto y el expreso que la había traído desde París estaba rebosante de gente que se iba de vacaciones. Revolviendo furtivamente en su bolsa para buscar una moneda, balbuceó: Sírvame otra.
Extraído de Tía Jeanne
El crítico Robert Poulet ha dicho: «Casi todos sus relatos comienzan por cien páginas magistrales a las que se asiste como a un fenómeno natural y en las cuales se encuentra infaliblemente ante una determinada cantidad de materia viva de la que otro Simenon se apoderará para extraer dramas y sorpresas bastante menos hábilmente». Él también ha precisado que Simenon era mejor en la pintura de estados que en la de acciones, definiendo su universo como estático.
Fuera del Comisario Maigret, sus mejores novelas están basadas en intrigas situadas en pequeñas ciudades de provincia en las que incuban sombríos personajes de apariencia respetable, pero dedicados a oscuras empresas, en una atmósfera hipócrita y agobiante, de la que los mejores ejemplos son las novelas «Les Inconnus dans la maison» y «Le Voyageur de la Toussaint», pero también «Panique», «Les Fiançailles de M. Hire», «La Marie du port» y «La Vérité sur bébé Donge».
Bibliografía (sólo con Maigret)
Novelas