Read El Avispero Online

Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaca

El Avispero (55 page)

BOOK: El Avispero
10.87Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

West pasaba a toda velocidad por los mismos lugares poco recomendables que Brazil había recorrido momentos antes. No demasiado lejos venía Hammer, con Cahoon pegado a sus parachoques. El banquero contemplaba con ojos como platos una realidad muy alejada de la suya.

—Te costará unos cincuenta, muchachito —le dijo Veneno a Brazil.

El reportero no tenía tanto en su banco pero no pensaba decírselo.

—Veinticinco —regateó, como si estuviera acostumbrado a hacerlo.

Veneno dio un paso atrás y estudió al periodista mientras pensaba en Cabeza de Panocha, que estaría en su furgoneta observando lo que sucedía. Aquella mañana le había echado la bronca y le había pegado. Le había hecho daño en lugares que nadie podía ver, por culpa de lo que el Rubito había escrito en el periódico. Veneno empezaba a aborrecer a Cabeza de Panocha y tomó una decisión que tal vez no era muy acertada, teniendo en cuenta que los dos ya se habían cargado a un tipo rico aquella noche, que su cuota semanal ya estaba cubierta y que había policía por todas partes.

Parecía divertida por algo que a Brazil se le escapaba.

—¿Ves esa esquina de ahí? —dijo ella, y señaló el lugar—. ¿Ese viejo edificio de apartamentos? Ya no queda nadie allí. Nos encontraremos ahí atrás, no conviene que sigamos hablando aquí.

Veneno miró hacia el oscuro callejón del otro lado de la calle, donde Cabeza de Panocha observaba la escena desde su furgoneta sin ventanas aparcada entre las sombras. Sabía lo que ella se traía entre manos y eso lo excitaba y lo animaba a volver a matar porque cada vez le llevaba menos tiempo recuperar la calma y ponerse de nuevo en situación. Cabeza de Panocha sentía por el Rubito una rabia insaciable, más excitante que el sexo. Estaba impaciente por ver a aquel soplón de mierda cagarse en sus bonitos vaqueros y suplicar de rodillas ante el todopoderoso Cabeza de Panocha. En toda su vida despreciable, rastrera, asquerosa y llena de odio, jamás había deseado tanto destrozar a alguien, y aquello le puso al límite de excitación.

West distinguió el coche de Brazil. Vio a la prostituta separarse del vehículo mientras el reportero reanudaba la marcha, llegaba hasta la esquina y doblaba a la derecha. Al instante vio asomar del oscuro callejón, como una anguila, la vieja furgoneta sin ventanas.

—¡Dios! —exclamó presa del pánico—. ¡No, Andy!

Cogió el radiotransmisor, pisó el acelerador a fondo y conectó las luces destellantes del coche policial.

—¡Unidad 700 solicita refuerzos! —gritó por la radio—. Bloque 200 de West Trade. ¡Rápido!

Hammer escuchó el mensaje y aceleró.

—Mierda —masculló.

—¿Qué coño está pasando? —Cahoon estaba en alerta roja, a estilo militar, dispuesto a eliminar al enemigo.

—No lo sé, pero no es nada bueno. —Hammer conectó las luces e hizo sonar la sirena mientras adelantaba coches.

—¿Tienes un arma de sobras a mano? —preguntó Cahoon.

Se sentía otra vez en los marines, lanzando granadas contra los coreanos del Norte y arrastrándose entre la sangre de sus compañeros. Nadie pasaba por un trance semejante y seguía siendo el mismo. Nadie se metía con Cahoon porque éste sabía algo que los demás no sabían. Había cosas peores que la muerte, y el miedo a morir era una de ellas. Se desabrochó el cinturón de seguridad.

—¡Vuelve a ponértelo! —le gritó Hammer mientras volaban.

West buscaba un lugar donde hacer un viraje de ciento ochenta grados y finalmente se dio por vencida. Saltó la franja central de cemento entre botes y bamboleos, y los neumáticos chirriaron cuando volvió a acelerar en dirección contraria. Había perdido de vista a Brazil, a la chica y la furgoneta. West nunca se había sentido más frenética y asustada.

—¡Por favor, Señor, ayúdame! —suplicó con fervor—. ¡Por favor, Señor!

Brazil dio la vuelta tras las ruinas fantasmales de vieja madera grisácea y ventanas rotas como bocas abiertas, desdentadas y negras, en las que no había rastro de vida. Se detuvo y permaneció sentado en silencio. Miró alrededor, cada vez más nervioso. Tal vez la idea no había sido tan brillante. Introdujo la mano en un bolsillo de los vaqueros y de pronto, cuando estaba efectuando inventario de billetes arrugados, la joven prostituta apareció en la ventanilla, con un cigarrillo en una mano, un trapo en la otra y una sonrisa que aumentó los recelos de Brazil. Era la primera vez que advertía la locura que reflejaban sus ojos. O quizás esta vez había algo distinto.

—Sal —dijo ella, acompañando sus palabras con un gesto. —Antes quiero ver el dinero.

Brazil abrió la puerta y se apeó, al tiempo que un motor rugía detrás de ellos. Una vieja furgoneta sin ventanas se les venía encima a toda velocidad, dando botes. Brazil se metió de nuevo en el BMW y puso marcha atrás, pero demasiado tarde. La furgoneta le impidió el paso, y delante no había más que un solar lleno de zarzas y una profunda hondonada. Atrapado, Brazil vio que se abría la puerta del conductor de la furgoneta. Luego vio la figura grande y fea del transexual de cabellos color calabaza trenzados como pelos de una panocha y pegados a la cabeza. El tipo saltó del vehículo con una sonrisa diabólica y se encaminó hacia Brazil, con una pistola de grueso calibre en una mano y agitando un bote de spray en la otra.

—Hemos pescado un encanto —dijo Cabeza de Panocha a Veneno—. Me parece que nos vamos a divertir. Enséñale qué hacemos con los chivatos.

—No soy ningún chivato —le aseguró Brazil.

—Es un periodista —terció Veneno.

—¡Un periodista! —exclamó Cabeza de Panocha con tono burlón, incapaz de controlar su rabia mientras los recuerdos de los artículos sobre la Viuda Negra volvían a su mente y centelleaban y le enfurecían una vez más.

Los artículos que había escrito eran lo que Brazil tenía más lejos de su mente mientras pensaba a toda prisa. Veneno se echó a reír y abrió una navaja.

—Sal del coche y dame las llaves. —Cabeza de Panocha se acercó más a su presa y apuntó al Rubito entre los ojos con una pistola del cuarenta y cinco.

—Está bien, está bien, no dispares, por favor. —Brazil sabía cuándo mostrarse colaborador.

—Vaya, pero si tenemos a un mendigo… —Cabeza de Panocha soltó un ruido áspero y horrendo que quería ser una risotada—. «Por favor, no dispares» —lo imitó.

—Rajémoslo primero. —Veneno aguardó junto a la puerta del BMW con la navaja a punto para clavársela al periodista donde más le doliera.

Brazil apagó el motor. Al coger las llaves con dedos torpes se le cayeron al suelo. Las buscó a tientas en el momento en que West doblaba la esquina con un chirrido de neumáticos y asomaba tras los apartamentos abandonados. Sonaron unos disparos, ¡pam-pam! ¡pam-pam! La sirena del coche patrulla de West aullaba frenética mientras se oían cuatro disparos más. Hammer apareció unos segundos después de West. También había oído los disparos y había conectado la sirena mientras los refuerzos acudían desde las cuatro esquinas de la Ciudad de la Reina y convertían la noche en una zona de guerra de destellos rojos y azules.

West había sacado el arma al tiempo que saltaba de su coche. Su compañera Hammer estaba detrás de ella, con la pistola amartillada a punto para disparar. Las dos mujeres volvieron la vista a la furgoneta aparcada y con el motor en marcha. Observaron los dos cuerpos ensangrentados y sin respiración, caídos junto a una navaja abierta y un bote de spray. Distinguieron a Brazil que empuñaba la pistola prestada del treinta y ocho, como si sus víctimas pudieran hacerle daño. El arma saltaba en sus manos temblorosas. Cahoon se acercó más a la escena del crimen, contempló los cuerpos y después dirigió una mirada en torno al iluminado perfil de rascacielos donde se alzaba su edificio. West se acercó a Brazil, le quitó con precaución el arma de las manos y la guardó en una bolsa para pruebas junto con varios casquillos.

—Está bien —le dijo ella.

Brazil parpadeó sin dar crédito a sus ojos, que se cruzaron con los de ella.

—Andy —dijo—, esto es muy traumático. Lo sé muy bien porque he pasado por ello, pero voy a ayudarte en cada paso del camino. Ahora estoy aquí para ti.

Lo abrazó. Andy Brazil hundió sus dedos en los cabellos de ella, cerró los ojos y la estrechó con fuerza.

BOOK: El Avispero
10.87Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Book of Human Skin by Michelle Lovric
First Hero by Adam Blade
Avenger by Frederick Forsyth
Ordinary Sins by Jim Heynen