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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El camino de los reyes (125 page)

BOOK: El camino de los reyes
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—Hoy he visto el Día de la Traición —continuó Dalinar—. Los Radiantes abandonaban sus esquirladas y se marchaban. Las armaduras y espadas… de algún modo perdían color cuando eran abandonadas. Parece un detalle extraño para haberlo visto. —Miró a Adolin—. Si estas visiones son fantasías, entonces soy mucho más listo de lo que creía.

—¿Recuerdas algún detalle concreto comprobable? —preguntó Renarin—. ¿Nombres? ¿Emplazamientos? ¿Hechos que pudieran ser localizados en la historia?

—Este último fue sobre un sitio llamado Fortaleza de la Fiebre de Piedra —dijo Dalinar.

—Nunca oí mencionarlo —comentó Adolin.

—Fortaleza de la Fiebre de Piedra —repitió Dalinar—. En mi visión, había una especie de guerra cerca de allí. Los Radiantes habían estado luchando en el frente. Se retiraron a esta fortaleza, y entonces abandonaron allí sus esquirladas.

—Tal vez podamos encontrar algo en la historia —dijo Renarin—. Prueba de que esa fortaleza existió o de que los Radiantes no hicieron lo que viste allí. Entonces lo sabríamos, ¿no? ¿Sabríamos si los sueños son delirios o la verdad?

Dalinar asintió. Nunca se le había ocurrido tratar de demostrarlos, en parte porque al principio había asumido que eran reales. Cuando se dispuso a hacer preguntas, se sintió más inclinado a mantener la naturaleza de sus visiones oculta y en silencio. Pero si supiera que lo que estaba viendo era real…, bueno, entonces al menos podría descartar la posibilidad de la locura. No lo resolvería todo, pero ayudaría mucho.

—No sé —dijo Adolin, más escéptico—. Padre, estás hablando de tiempos anteriores a la Hierocracia. ¿Podremos encontrar algo en las historias?

—Hay historias de los tiempos de los Radiantes —dijo Renarin—. No es algo tan remoto como los días de sombra o las Épocas Heráldicas. Podríamos preguntarle a Jasnah. ¿No es eso a lo que se dedica como veristitaliana?

Dalinar miró a Adolin.

—Parece que merece la pena intentarlo, hijo.

—Tal vez —dijo Adolin—. Pero no podemos considerar como prueba la existencia de un único lugar. Podrías haber oído hablar de esa Fortaleza de la Fiebre de Piedra, y por tanto haberla incluido en tu visión.

—Bueno, es posible —dijo Renarin—. Pero si lo que padre ve son solo delirios, entonces podremos demostrar sin ninguna duda que algunas partes son inciertas. Parece imposible que todos los detalles que imagina los haya obtenido de un cuento o una historia. Algunos aspectos de los delirios tendrían que ser pura fantasía.

Adolin asintió lentamente.

—Yo… Tienes razón, Renarin. Sí, es un buen plan.

—Tenemos que llamar a una de mis escribas —dijo Dalinar—. Para que pueda dictarle la visión mientras la tengo todavía fresca.

—Sí —afirmó Renarin—. Cuantos más detalles tengamos, más fácil será demostrar, o rebatir, las visiones.

Dalinar hizo una mueca, soltó su copa y se acercó a sus hijos. Se sentó.

—Muy bien, ¿pero a quién empleamos para registrar el dictado?

—Tienes un montón de escribanas, padre —dijo Renarin.

—Y son todas esposas o hijas de alguno de mis oficiales —repuso Dalinar. ¿Cómo podía explicarlo? Ya le resultaba bastante doloroso revelar su debilidad a sus hijos. Si la noticia de lo que veía llegaba a sus oficiales, podía quedar debilitada la moral. Si llegaba el momento de revelar estas cosas a sus hombres, tendría que hacerlo con mucho cuidado. Y prefería saber por sí mismo si estaba loco antes de contactar con los demás.

—Sí —asintió Adolin, aunque Renarin todavía parecía perplejo—. Comprendo. Pero, padre, no podemos permitirnos esperar a que regrese Jasnah. Podrían pasar meses todavía.

—En efecto —dijo Dalinar. Suspiró. Había otra opción—. Renarin, envía un mensajero para que venga vuestra tía Navani.

Adolin miró a Dalinar, alzando una ceja.

—Es una buena idea. Pero creía que no te fiabas de ella.

—Confío en que mantenga su palabra —dijo Dalinar, resignado—. Y en que conserve la confianza. Le conté mis planes de abdicar, y no se lo ha dicho a nadie.

Navani era excelente guardando secretos. Mucho mejor que las mujeres de su corte. Confiaba en ellas hasta cierto punto, pero guardar un secreto como este requería alguien enormemente preciso en sus palabras y pensamientos.

Eso implicaba a Navani. Probablemente encontraría un modo para manipularlo utilizando ese conocimiento, pero al menos el secreto estaría a salvo de sus hombres.

—Ve, Renarin —dijo Dalinar.

Renarin asintió y se puso en pie. Al parecer se había recuperado de su ataque, y se encaminó con pie seguro a la puerta. Cuando se marchó, Adolin se dirigió a Dalinar.

—Padre, ¿qué harás si demostramos que tengo razón y que solo es cosa de tu mente?

—En parte deseo que así sea —dijo Dalinar, viendo la puerta cerrarse tras Renarin—. Temo la locura, pero al menos es algo familiar, algo que puede tratarse. Te entregaría el principado y luego buscaría ayuda en Kharbranth. Pero si estas cosas no son delirios, me enfrento a otra decisión. ¿Acepto lo que me dicen o no? Puede que lo mejor para Alezkar sea que se demuestre que estoy loco. Sería más fácil, al menos.

Adolin reflexionó al respecto, el ceño fruncido, la mandíbula tensa.

—¿Y Sadeas? Parece estar a punto de terminar su investigación. ¿Qué hacemos?

Era una pregunta legítima. Los problemas de Dalinar confiando en las visiones en relación a Sadeas eran lo que lo habían hecho discutir con su hijo en primer lugar.

«Únelos.» No era solo una orden visionaria. Fue el sueño de Gavilar. Una Alezkar unificada. ¿Había dejado Dalinar que ese sueño y el sentimiento de culpa por haberle fallado a su hermano lo llevaran a racionalizaciones sobrenaturales para hacer que se cumpliera la voluntad del antiguo rey?

Se sentía inseguro. Odiaba esa sensación.

—Muy bien —dijo Dalinar—. Te doy permiso para que te prepares para lo peor, por si Sadeas actúa contra nosotros. Prepara a nuestros oficiales y trae de vuelta a las compañías que patrullan en busca de bandidos. Si Sadeas me acusa de haber intentado matar a Elhokar, cerraremos nuestro campamento y nos pondremos en alerta. No pienso permitir que me mande ejecutar.

Adolin pareció aliviado.

—Gracias, padre.

—Espero que no lleguemos a eso, hijo —dijo Dalinar—. En el momento en que Sadeas y yo nos lancemos a la guerra, Alezkar como nación se hará pedazos. Los nuestros son los dos principados que sostienen al rey, y si nos enfrentamos, los demás escogerán bando o se dedicarán a enfrentarse unos con otros.

Adolin asintió, pero Dalinar se retrepó en su asiento, preocupado. «Lo siento, pero tengo que ser precavido», pensó dirigiéndose a la fuerza que enviaba las visiones.

En cierto modo, esto parecía una segunda prueba para él. Las visiones le habían dicho que confiara en Sadeas. Bueno, ya vería qué sucedía.

—… y entonces se desvaneció —dijo Dalinar—. Después de eso, me encontré de vuelta aquí.

Navani alzó su pluma, pensativa. Dalinar no había tardado mucho en relatar su visión. Ella había escrito con experiencia, captando los detalles, sabiendo cuándo hacer más preguntas. No había dicho nada respecto a lo excepcional de la petición, ni había parecido divertida por su deseo de anotar uno de sus delirios. Se había mostrado eficiente y cuidadosa. Ahora estaba sentada ante el escritorio de Dalinar, el pelo rizado y sujeto con cuatro pinzas. Su vestido era rojo, a juego con su pintura de labios, y sus hermosos ojos violeta mostraban curiosidad.

«Padre Tormenta —pensó Dalinar—, sí que es hermosa.»

—¿Bien? —preguntó Adolin. Estaba de pie, apoyado en la puerta de la cámara. Renarin había salido a recoger los informes sobre los daños causados por la alta tormenta. El muchacho necesitaba práctica en este tipo de actividad.

Navani alzó una ceja.

—¿Qué era eso, Adolin?

—¿Tú qué crees, tía?

—Nunca he oído hablar de ninguno de esos lugares ni acontecimientos —dijo Navani—. Pero no creo que esperarais que los conociera. ¿No dijisteis que deseabais que contactara con Jasnah?

—Sí —respondió Adolin—. Pero sin duda tendrás tu análisis.

—Me reservo mi valoración, querido —dijo Navani, poniéndose en pie y doblando el papel presionando con su mano segura mientras alisaba el pliegue. Sonrió, pasó junto a Adolin y le dio una palmadita en el hombro—. Veamos qué dice Jasnah antes de que analicemos nada. ¿De acuerdo?

—Supongo —contestó Adolin. Parecía insatisfecho.

—Pasé ayer un rato hablando con esa joven amiga tuya —le informó Navani—. ¿Danlan? Creo que has hecho una sabia elección. Tiene cerebro dentro de esa cabeza.

Adolin se irguió.

—¿Te gusta?

—Bastante. También descubrí que es muy aficionada a los avramelones. ¿Lo sabías?

—La verdad es que no.

—Bien. Odiaría haber hecho todo ese trabajo para encontrarte un medio de complacerla, y descubrir al final que ya lo sabías. Me tomé la molestia de comprar una cesta de melones cuando venía hacia aquí. Los encontrarás en la antesala, vigilados por un soldado aburrido que no me pareció que estuviera haciendo nada importante. Si vas a visitarla esta tarde, creo que serás muy bien recibido.

Adolin vaciló. Probablemente se daba cuenta de que Navani lo estaba distrayendo para que no se preocupara por Dalinar. Sin embargo, se relajó y empezó a sonreír.

—Bien, eso podría ser bueno para variar, considerando cómo están las cosas últimamente.

—Eso pensé. Te sugiero que vayas pronto: esos melones están perfectamente maduros. Además, quiero hablar con tu padre.

Adolin besó afectuosamente a Navani en la mejilla.

—Gracias, Mashala.

Permitía que ella hiciera con él lo que otros no podían: con su tía favorita, era de nuevo como un niño. Adolin sonreía cuando salió por la puerta.

Dalinar se encontró sonriendo también. Navani conocía bien a su hijo. No obstante, su sonrisa no duró mucho, pues se dio cuenta de que la partida de Adolin lo dejaba a solas con Navani. Se levantó.

—¿Qué deseas preguntarme?

—No he dicho que quisiera preguntarte nada, Dalinar. Solo quería hablar. Somos familia, después de todo. No pasamos suficiente tiempo juntos.

—Si deseas hablar, llamaré a algunos soldados para que nos acompañen.

Miró hacia la antesala. Adolin había cerrado la segunda puerta del fondo, impidiendo que viera a los guardias…, y que estos lo vieran a él.

—Dalinar —dijo ella, acercándose—. Entonces no tendría sentido que haya enviado fuera a Adolin. Quería un poco de intimidad.

Él notó que se envaraba.

—Deberías marcharte ya.

—¿He de hacerlo?

—Sí. La gente pensará que esto es inadecuado. Hablarán.

—¿Entonces estás dando a entender que algo inadecuado podría suceder? —dijo Navani, casi ansiosa como una niña.

—Navani, eres mi hermana.

—No estamos emparentados por sangre —replicó ella—. En algunos reinos, una unión entre nosotros sería ordenada por tradición, tras la muerte de tu hermano.

—No estamos en otros reinos. Esto es Alezkar. Hay reglas.

—Ya veo —dijo ella, acercándosele más—. ¿Y qué harás si no me voy? ¿Pedirás ayuda? ¿Harás que me saquen a rastras?

—Navani —dijo él, agobiado—. Por favor. No vuelvas a hacerme esto. Estoy cansado.

—Excelente. Entonces podría ser más fácil obtener lo que quiero.

Él cerró los ojos. «No puedo enfrentarme a esto ahora.» Las visiones, el enfrentamiento con Adolin, sus propias emociones inseguras… Ya no sabía qué pensar.

Poner a prueba las visiones era buena cosa, pero no podía desprenderse de la desorientación que sentía por no poder decidir qué tenía que hacer. Le gustaba tomar decisiones y ceñirse a ellas. No podía hacer eso.

Lo amargaba.

—Te doy las gracias por haber escrito mi visión y por tu disposición para mantener esto en secreto —dijo, abriendo los ojos—. Pero ahora debo pedirte que te marches, Navani.

—Oh, Dalinar —suspiró ella. Estaba tan cerca que podía oler su perfume.

Padre Tormenta, sí que era hermosa. Verla traía a su mente pensamientos del pasado, cuando la deseaba tanto que casi llegó a odiar a Gavilar por haber ganado su afecto.

—¿Es que no puedes relajarte un poquito?

—Las reglas…

—Todo el mundo…

—¡No puedo ser todo el mundo! —dijo Dalinar, con más brusquedad de lo que pretendía—. Si ignoro nuestro código y nuestra ética, ¿qué soy, Navani? Los otros altos príncipes y ojos claros merecen ser recriminados por lo que hacen, y así se lo hago saber. Si abandono mis principios, me convertiré en algo mucho peor que ellos. ¡Un hipócrita!

Ella se detuvo.

—Por favor —dijo él, tenso de emoción—. Vete. No me tortures hoy.

Ella titubeó, pero se marchó sin decir palabra.

Nunca sabría cuánto deseaba él que hubiera puesto una objeción más. En su estado, probablemente habría sido incapaz de seguir discutiendo. Cuando la puerta se cerró, se permitió sentarse en la silla, resoplando. Cerró los ojos.

«Todopoderoso de las alturas. Por favor. Hazme saber lo que debo hacer.»

«¡Debe cogerlo, el título caído! ¡La torre, la corona y la lanza!»

Fechado Vevahach, 1173, 8 segundos antes de la muerte. Sujeto: una prostituta. Pasado desconocido.

Una flecha afilada como una cuchilla se clavó en la madera junto al rostro de Kaladin. Pudo sentir la cálida sangre manar del corte en la mejilla, correrle por la cara, mezclarse con el sudor que goteaba por su barbilla.

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