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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

El cebo (13 page)

BOOK: El cebo
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—Cállate ya, Monte, jodido español
son of a bitch
—canturreó Nacho.

Sonreí como se esperaba de una damisela rodeada de caballeros con buen humor. Yo no conocía ni un solo
perfi
que no bromeara constantemente, quizá debido a que se pasaban la vida examinando el horror al microscopio. Bromeaban aún más que los forenses... y pensar eso me llevó a mi siguiente pregunta.

—¿Creéis que tiene conocimientos forenses?

Montemayor alzó las cejas y Nacho resopló.

—Acabaríamos antes si te dijéramos qué es lo que no sabe —respondió el primero, muy serio—. Está al tanto de las novedades en recogida de muestras, utiliza los mejores sistemas de degradación de ADN y borrado dactilar, escanea el cuerpo al final... ¿Qué más quieres? Domina la informática, posee conocimientos médicos...

—Como todo el mundo hoy día —apuntó Nacho—. El actual acceso a la información nos convierte a todos virtualmente en expertos de lo que queramos.

—Por lo tanto, eso no indica que sea médico o policía...

Los perfiladores cambiaron una mirada entre sí.

—En eBay venden degradantes de ADN de última generación —recordó Nacho.

—Un chaval de inteligencia media podría saber lo mismo que él si se lo propone, Diana —añadió Montemayor.

Estuve un rato tecleando, y al incorporarme sorprendí a Nacho mirándome los pechos, sueltos bajo mi camiseta de tirantes. Me sonrió sin rubor y le devolví la sonrisa. Fue como si quisiera decirme: «Trabajo y placer no son incompatibles».

—¿Todo esto que me habéis explicado es la parte buena, o ya estamos en la muy mala? —pregunté.

Nacho se removió provocando reflejos opalinos en su aterciopelado traje.

—Ni siquiera hemos empezado con la mala,
honey.
¿Tú qué dices, Monte?

—Digo que la parte mala comienza cuando sabes que es experto en psinomas.

—¿Qué?

Ambos me miraban asintiendo en silencio. Montemayor cerró la carpeta con los rostros de las víctimas usando un puntero y la dejó flotar en el aire.

—Estamos convencidos de que conoce el mundo de los cebos y nos elude, Diana. Desde luego, con él no funcionan los trucos clásicos. Veamos, por ejemplo, el vestuario. Ya sabes que el fílico de Holocausto realiza la captura en el momento de elección. Eso está demostrado. El acecho puede demorar, pero la captura siempre sucede de inmediato a la elección, y por tanto la apariencia de la víctima es clave, ¿vale? —Asentí. Ya conocía ese dato—. Pero no todas las apariencias son holocáusticas puras. La francesa, Sabine Bernard, vestía este abrigo... —Montemayor movió el puntero sobre la carpeta. En la penumbra de la habitación, uno de los cuartos de trabajo de los
perfis
en Los Guardeses, se formó la imagen de un maniquí con abrigo. Monte lo hizo girar en las tres dimensiones—. Observa las áreas descartadas por el estudio cuántico. Este abrigo no engancha a un Holocausto, apunta más a un Aspecto. Otro ejemplo: la estudiante de intercambio alemana Silke-Hedrun Lang. Vestía ropa casual y el pantalón era muy holgado, tal que así. —Señaló los puntos rojizos sobre el borde del pantalón fantasma que había sustituido al abrigo—. Esa borrosidad sexual de cintura para abajo gusta a uno de Caída. Pero Nadia Jiménez, la prostituta a la que secuestró un mes después, iba casi desnuda, con una especie de top de colores y gafas de diseño, el disfraz que atrae a los de Exhibición. El fílico de Holocausto no se siente tentado por las piernas desnudas.

Yo estaba confusa.

—Entonces, ¿por qué nos hacéis salir disfrazadas para el Holocausto?

—Porque el estudio cuántico del vestuario revela que, entre el cincuenta y el setenta por ciento, la elección
es de Holocausto
—indicó Montemayor—. Pero el resto pertenece a filias distintas. Hemos tratado de incorporar algunos de esos detalles a vuestro disfraz, sin mucho éxito hasta ahora...

—¿Y de dónde proceden esas otras filias?

—Espera. Te mostraremos más ejemplos.

Otro rápido tecleo y el aire se cuadriculó. Un panal de celdas rectangulares, en cada una de ellas un elemento de decorado: farolas, aceras, muros.

—El escenario tampoco encaja en todos los casos —continuó Montemayor—. Hubo un testigo en el rapto de la estudiante polaca Suvienka Zajac, en mayo pasado. La vecina de un piso miraba a la calle cuando la vio entrar en un coche...

—Se fijó en la marca y el color del vehículo, la pobre —terció Nacho—, pero era una señora mayor, claro. No estaba al tanto de la nueva tecnología de las portátiles de «tuneado» rápido. Yo tengo una. Cabe en un maletero. Es la leche: puedes llevarte el coche al campo y dejarlo irreconocible en media hora. Y eso sin contar con los medios sofisticados de... Oh, perdón,
dear professor.
Lo he interrumpido.

Montemayor suspiró antes de proseguir, manipulando la escena en el aire.

—Suvienka estaba esperando el autobús, y la eligió en ese instante. Observa el decorado. El muñeco muestra la posición del personaje: estaba cerca de la esquina. Bastante enmarcada, diría yo, y a poco que viera el coche acercarse se daría la vuelta, así, con lo cual la probabilidad de que el Holocausto la elija se incrementa... Pero, mira, desde este ángulo, o desde este, las dos direcciones posibles por las que el coche pudo acercarse... —Movió el cuerpo del maniquí femenino en varias direcciones y lo descompuso en partes que, a su vez, adoptaron otras posiciones: cintura, pechos, piernas—. ¿Ves? El escenario en que la eligió no es holocáustico puro, está mezclado con Aura o Sigilo, incluso contando con las microconductas de la víctima... Desde luego, el verdugo que capturó ahí
no
era un Holocausto, me juego el sueldo de un año.

—No te juegues una mierda o no nos creerá nadie —objetó Nacho.

Montemayor lo ignoró.

—Y en la elección de Gerrit van Oosten...

Decidí interrumpirle.

—Puede que no sean
esos
los momentos
exactos
de elección. —Me detuve, avergonzada ante la expresión de
los perfis
—. Bueno, claro, vosotros sabéis más...

—El psinoma, querida Diana, es matemáticas —replicó Montemayor con frialdad—. Tú lo vives desde el punto de vista de la actriz en el escenario, pero quien te contempla reacciona de manera exacta y cuantificable,
siempre.

—Sherlock Holmes ya es demasiado «elemental»,
dear
Watson —señaló Nacho—. Hoy cada crimen es una ecuación que resuelven los ordenadores cuánticos.

—Se acabaron los detectives, policías, forenses... —apostilló Monte, sentencioso—. Ya solo quedan ordenadores, perfiladores, cebos y Shakespeare.

—Vale —acepté.

—Oh, no, no vale —amenazó Nacho, en broma—. Nos ha ofendido, señorita Blanco.

—Te contaremos, mejor, las cosas que te incumben —decidió Montemayor mientras yo respondía, con fingida humildad, «lo siento mucho, señor Puentes».

De pronto flotaron horrores puros en la oscuridad.

—Genitales de víctimas. —Montemayor señaló las holografías—. Los objetos inorgánicos en vagina pueden ser de dos clases: faloides y no faloides. Los fílicos de Holocausto nunca introducen objetos no faloides: sencillamente, esa no es su manera de gozar. Pero en la vagina de Suvienka Zajac había más de quince cristales rotos de botella empujados uno a uno con pinzas. Los cristales son objetos no faloides, pero en los
gestos
de introducción había un porcentaje inusual de Holocausto. Para que te hagas una idea: es como si Nacho manejara las pinzas, tú introdujeras los cristales un poco y yo otro poco más... y cada uno de nosotros se influyera psinómicamente con el psinoma del otro. En la vagina de Verónica Casado, en cambio, había
solo
tentativas...

—Tenía quince años, desde luego —intervino Nacho—. Es la
teenager
por excelencia del grupo. Hay Holocaustos que no penetran a la víctima si es muy joven...

—Concedido, querido discípulo. Pero en las articulaciones rotas volvemos a tener problemas. Las articulaciones pueden romperse de manera abierta o cerrada, siendo el primer caso todas aquellas que facilitan el acceso a genitales. Para el verdugo, es una manera de decir «he roto tus cerraduras». El Espectador emplea maquinaria pesada para quebrar las cabezas del fémur y el húmero y descoyuntar las articulaciones de las extremidades. Pero en varias víctimas hubo luxaciones y amputación de falanges. —Movió los dedos de la mano izquierda adelante y atrás—. Lo cual son formas cerradas, no holocáusticas, discípulo, aunque el análisis muestra también mezcla con Holocausto...

Montemayor se extendió algo más, poseído ahora por cierto sentimiento de orgullo herido ante Nacho. Habló de las «tentativas de taladro», las «perforaciones inacabadas» y los «hiper-desgarros», y lo ilustraba todo con imágenes. Me quedé hipnotizada mirándolas. Incluso dejé de escuchar la perorata médica de Monte. A lo largo de mi carrera había cazado, o ayudado a cazar, una decena de monstruos, pero todavía seguía sintiendo el mismo asombro que el primer día, el mismo pavor, aquel asco infinito ante la visión de sus demenciales obras. ¿Por qué?, me preguntaba. Y aunque sabía que la explicación era el psinoma, seguía haciéndome la misma pregunta.
¿Por qué?

Cuando discutían la forma de cortar el esfínter anal, los detuve.

—Chicos, me temo que no tengo toda la mañana. ¿Cuál es el resumen?

—Díselo tú, Nacho —indicó Montemayor—. A mí no me gusta dar malas noticias.

—¿Sabes, Diana —preguntó el aludido—, por qué lo llamamos «el Espectador»?

—Porque es un experto en elegir con la mirada. Eso es lo que se dice.

—Eso es lo que piensa mucha gente en el departamento... Pero, en realidad, lo apodamos así porque se limita a dejar que actúen
otros,
aunque él siempre mantiene el control. —Me quedé mirándole—. Sí: otros le
ayudan.

—Un momento —dije—: si usa cómplices y les permite elegir, entonces tendría que aparecer en el análisis cuántico un conjunto compacto de psinomas diferentes. Estaríamos hablando ya de un grupo de dos o tres criminales, o de una banda...

—Hay excepciones, pero en general es cierto —concedió Montemayor—, y ahí está lo jodido: hay
rastros
de otros psinomas, pero, según el ordenador, no los
suficientes.

—¿Y traducido para los ignorantes? —pregunté con un hilo de voz.

—Utiliza a otros, está claro. Pero de una manera tan extraña que no sabemos qué relación tienen entre sí, y ni siquiera si son
personas distintas.
Los denominamos «empleados». Siguen sus directrices, y a veces obran por su cuenta, tanto en la elección como en los juegos posteriores, pero se detienen en puntos específicos y a veces reciben influencia directa del Espectador. Es una técnica muy astuta, lo nunca visto. Por eso creemos que su conocimiento del psinoma es muy notable. Nos esquiva continuamente.

—Ignoramos cuántos «empleados» utiliza —intervino Nacho—. Pero no se trata de un grupo organizado ni
xana, folie à deux.
Es más bien una simbiosis.

—¿Múltiple personalidad? —sugerí, y al verles negar de inmediato supe que habían anticipado la pregunta.

—Cada personalidad tendría el mismo psinoma y los «empleados» no existirían —explicó Montemayor.

—Es, ante todo, un Holocausto —dijo Nacho—. Les ata la cara, así y así. —Colocó los dedos en aspa sobre sus propios ojos—. Usa una cuerda muy fina para rodear la cabeza. La presencia de esperma degradada en el rostro y sobre la cuerda indica que este escenario final le calienta mucho. Es un grandísimo Holocausto, además de un grandísimo hijo de puta. Pero existen rastros de otros psinomas colaboradores...

—¿Y no podría estar imitando los efectos de varios psinomas distintos?

Montemayor sonrió. Nacho, más respetuoso (o quizá con deseos de no ofenderme para invitarme luego a salir), se limitó a ignorar mi «burrada».

—Nadie
puede imitar los efectos de un psi-no-ma, Dia-ni-ta —deletreó Montemayor—. Tan solo el hecho de atarles la cara posee billones de marcas distintivas psinómicas llamadas «microespacios». Tú eres una Labor. Si quisieras atarle la cara a alguien,
nunca
lo harías como un Holocausto, ni aunque dispusieras de un ordenador cuántico.

—Pero le ayudan
otros
—protesté—. ¿Por qué no se nos ha informado a los cebos de que el Espectador es más de una persona?

Fue la primera vez que noté a Montemayor irritado.

—Porque
no son más
de una persona, ni
tampoco
una sola. No pongas esa cara, es lo que hay. No sabemos
qué es.
Si os decimos que vais a ver a dos o tres personas en un coche, quizá nos equivoquemos, quizá se turnen. Pero tampoco parecen varias personas a la vez sino algo así como un solo cerebro dividido en compartimientos. Podríamos estar ante una filia nueva, pero si fuera así, ¿por qué esa cantidad de Holocausto?

—¿Y qué ocurrió con Elisa? ¿Ha sido él... o ellos?

—Es pronto para saberlo. El ordenador central está analizando los microespacios de los escenarios donde pudo desaparecer. Tardará una semana. El Circo era de baja probabilidad, pero suponemos que es posible.

—¿Y yo? —dije—. Me propongo recorrer las áreas de riesgo estas tres noches. ¿Cuánto me calculáis?

—Unos treinta años, tirando por lo bajo —dijo Nacho. Le mostré el dedo medio.

—Alta probabilidad de encontrártelo —respondió Monte rascándose la calva—. No estamos diciendo que te elegirá
a ti,
eso depende de sus «empleados» y del genial truco que utilizan. Pero la probabilidad de que coincidáis es mayor del ochenta por ciento. Incluso aunque haya capturado a Elisa, saldrá a elegir de nuevo. Tiene hambre todavía. Mucha. Y no olvidemos que si Elisa intenta engancharlo y fracasa, acabará con ella muy pronto, porque disrupcionará. Le dará demasiado placer. No le durará tres días.

Nacho Puentes mostró la punta de la lengua apoyándola en el labio superior antes de hablar: habían diseñado, dijo, nuevos ejercicios para las etapas de elección y secuestro que yo podía aprender en cuestión de horas. Me los pasarían al
note.

—Si realmente estás decidida a intentarlo —agregó.

Me quedé callada un instante, la vista fija en el
notebook.
De improviso una imagen me había poseído: cuerpos desnudos en los escenarios del sótano, mis compañeras y yo actuando como si posáramos, intentando gustar. «Oh sí, yo
voy a ser
la elegida, no ellas.
Yo.»
El olor de la piel caliente bajo los focos, cuerpos contoneándose... convertidos luego en aquel puzzle de holografías forenses. Un súbito cansancio me invadió entonces. Me entraron tentaciones de cerrar el
note,
levantarme y marcharme, olvidarme del Espectador y del maldito sacrificio, la repugnante inmolación a la Diosa Justicia. Pero entonces pensé en Vera, y fue como si respirara aire puro.

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