El coche de bomberos que desapareció (6 page)

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Authors: Maj Sjöwall y Per Wahlöö

Tags: #Novela negra escandinava, #Novela negra

BOOK: El coche de bomberos que desapareció
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—¡Demonios!

Y Ingrid:

—¡Eres tan torpe!

Y la voz de Inga haciéndolos callar.

Alargó la mano para alcanzar los cigarrillos y las cerillas, pero tuvo que apoyarse sobre un codo y extraer el cenicero escondido bajo un montón de libros. Había estado leyendo en la cama acerca de la batalla de Tsushima hasta las cuatro de la mañana, y el cenicero estaba lleno de colillas y de cerillas apagadas. Siempre que se sentía incapaz de levantarse para vaciarlo antes de dormirse, acostumbraba esconderlo bajo un libro para no oír las profecías de Inga sobre la probabilidad de que un buen día se despertasen todos muertos, abrasados, como consecuencia de su funesta manía de fumar en la cama.

Su reloj marcaba las nueve y media, pero era sábado y tenía el día libre. Libre en un doble sentido, pensó satisfecho, sintiendo un ligero remordimiento. Iba a quedarse solo en el apartamento durante dos días. Inga y los niños se iban con el hermano de Inga a su
cottage
de Roslagen, y se quedarían allí hasta el domingo por la noche. Martin Beck estaba también invitado, pero como un final de semana solo en casa era un raro placer que no tenía intención de sacrificar, se había excusado alegando que tenía trabajo y no podía ir.

Acabó su cigarrillo antes de levantarse y luego se llevó el cenicero al lavabo y lo vació en la taza. Prescindió del afeitado y se puso sus pantalones caqui y su camisa de pana. Luego volvió a colocar el libro sobre Tsushima en el estante, transformó rápidamente la cama en un sofá, y entró en la cocina.

Su familia estaba sentada alrededor de la mesa, desayunando. Ingrid se levantó, fue a buscar una taza para él y le sirvió el té.

—Oye, papá, tú puedes venir también, ¿no? —dijo la joven—. Mira que día tan maravilloso hace. No es tan divertido cuando tú no vienes.

—No puedo, lo siento —contestó Martin Beck—. Hubiera sido muy divertido, pero...

—Papá tiene trabajo —intervino Inga con voz agria—. Como de costumbre.

De nuevo sintió remordimientos de conciencia. Luego pensó que se divertirían más si él no iba, porque el hermano de Inga siempre aprovechaba su presencia como excusa para sacar el alcohol y emborracharse. El hermano de Inga, cuando estaba sobrio, no era una persona especialmente interesante, pero cuando se emborrachaba era casi insoportable. Tenía, sin embargo, un rasgo positivo y era el de que, por principio, nunca bebía solo. Martin Beck, siguiendo el curso de estas reflexiones, llegó a la conclusión de que en realidad estaba haciendo una buena acción quedándose en casa y descansando, puesto que su ausencia forzaría a su cuñado a no emborracharse.

Acababa de llegar a esta favorable conclusión cuando su cuñado llamó al timbre de la puerta y cinco minutos más tarde Martin Beck pudo empezar a celebrar el deseado fin de semana.

Resultó tan perfecto como lo había imaginado. Inga le había dejado comida en la nevera, pero salió de todas maneras para comprar algo de comer. Entre otras cosas, una botella de coñac Grönstedts Monopole y seis cervezas fuertes. Luego dedicó el resto del sábado a construir la cubierta del modelo del Cutty Sark, que no había tenido tiempo de tocar hacía varias semanas. Para cenar comió croquetas frías, caviar y camembert sobre pan integral y se bebió dos cervezas. Tomó también café y coñac y miró un antiguo film americano de gángsters en la televisión. Se preparó luego la cama y se metió en el baño a leer
La dama del lago
de Raymond Chandler, tomando de vez en cuando un sorbo del coñac que había colocado a su alcance sobre el asiento del WC.

Se sentía muy bien y no pensaba ni en su trabajo ni en su familia.

Cuando acabó de bañarse, se puso el pijama, apagó todas las luces excepto la de la lamparilla que estaba sobre su mesa escritorio y continuó leyendo y bebiendo coñac hasta que se sintió soñoliento y empezó a invadirle una sensación de embriaguez; y entonces se fue a la cama.

El domingo durmió hasta muy tarde, luego se sentó en pijama y se puso a trabajar en su modelo de barco, y no se vistió hasta la tarde. Por la noche, cuando la familia regresó, llevó a Rolf y a Ingrid al cine y vieron un film de vampiros.

Fue un final de semana logrado. El lunes por la mañana se sintió descansado y lleno de energía, y se puso en seguida a trabajar sobre el asunto de la identidad real de Göran Malm y a investigar qué cosas eran las que podían pesar sobre su conciencia. Pasó la mañana en los despachos de varios colegas en la comisaría de policía y luego hizo una breve visita al juzgado. Cuando regresó para relatar el resultado de sus investigaciones, no encontró a nadie a quien explicárselo, porque todo el mundo se había ido a comer.

Llamó a la Comisaría Sur y se sorprendió de que le contestara directamente Kollberg, que solía ser el primero en salir a comer, especialmente los lunes.

—¿Cómo es que no estás fuera comiendo?

—Estaba a punto de hacerlo —dijo Kollberg—. ¿Dónde estás tú?

—Estoy en el despacho de Melander. Vente aquí y come conmigo, así sabré dónde estás. Cuando Melander y Rönn aparezcan, podremos tener una idea ligeramente más clara acerca de Göran Malm. Si Melander es capaz de apartarse del lugar del incendio. De todos modos, he descubierto algo sobre Malm.

—Muy bien —dijo Kollberg—, Acabo de estar con Benny y le he estado instruyendo, por decirlo de algún modo. Si eso es posible —añadió.

Benny Skacke era su último recluta. Había ingresado en la Sección de Homicidios hacía dos meses, para reemplazar a Ake Stenström. Stenström tenía veintinueve años cuando murió y sus colegas le consideraban como un hombre inseguro, especialmente Kollberg. Benny Skacke tenía dos años menos.

Martin Beck cogió la grabadora de Melander y, mientras esperaba a los otros, puso la cinta que había sacado del juzgado. Buscó una hoja de papel y tomó unas notas mientras escuchaba.

Rönn llegó a la una, y quince minutos después Kollberg abrió la puerta bruscamente y dijo:

—Bueno, vayamos al grano.

Martin Beck le cedió su silla y él se colocó junto al armario archivador.

—Se trataba de robos de coches —explicó—. Y de negocios con coches robados. Durante el año pasado, el número de robos de coches sin detectar aumentó de tal modo que hay motivos para creer que una banda o varias bandas importantes y bien organizadas se ocupaban de la venta de los coches robados. Y probablemente también de sacarlos fuera del país mediante contrabando. Malm era probablemente una de las piezas de la máquina.

—¿Una pieza pequeña o grande? —preguntó Rönn.

—Pequeña, diría yo —aclaró Martin Beck—. Incluso, muy pequeña, en realidad.

—¿Qué hizo para que le cogieran? —quiso saber Kollberg.

—Espera un momento y empezaré desde el principio —dijo Martin Beck.

Cogió sus notas y las puso a su lado, encima del archivador. Entonces empezó a hablar fácilmente y con fluidez.

—Alrededor de las diez de la noche del veinticuatro de febrero. Göran Malm fue detenido en un control de carretera, unos tres kilómetros al norte de Södertäje. Se trataba de un control de tráfico rutinario, y él había tomado esa dirección por casualidad. Conducía un Chevrolet Impala, modelo mil novecientos sesenta y tres. El coche parecía normal, pero como resultó que Göran Malm no era el dueño del mismo, compararon su número de registro con los de la lista de coches robados. El número estaba, en efecto, en la lista, pero según ésta pertenecía a un Volkswagen y no a un Chevrolet. Parece ser que al coche se le había dado un número falso, y por equivocación o por casualidad, resultaba ser un número sospechoso. En el primer interrogatorio, Malm dijo que el propietario, amigo suyo, se lo había prestado. El nombre del propietario era Bertil Olofsson. El nombre fue citado por Malm y era el mismo que figuraba en el carnet del coche. Resultó que el nombre de Olofsson no era desconocido para la policía. En realidad, se le había considerado durante un tiempo uno de los complicados en el asunto de robo de coches. Unas semanas antes de la detención de Malm, habían conseguido algunas pruebas contra Olofsson, pero no habían podido cogerle. Todavía no se le había encontrado. Malm mantuvo que Olofsson le había prestado el coche porque tenía que irse al extranjero y no iba a necesitarlo durante un tiempo. Cuando los muchachos que sospechaban de Olofsson y habían empezado a buscarle, oyeron lo de Malm y supieron que la policía lo había detenido por casualidad, intentaron retenerlo bajo custodia. Estaban convencidos de que Malm y Olofsson eran cómplices en alguna medida. Cuando fracasaron —bueno, Malm no fue retenido finalmente, como te explicaré—, encargaron a Gunvald, con el consentimiento de Hammar, la vigilancia de Malm. Esperaban así llegar hasta Olofsson, quien a su vez podría descubrir la banda. Si existía tal banda. Y si Olofsson y Malm pertenecían a ella.

Martin Beck cruzó el cuarto y aplastó su cigarrillo en el cenicero.

—Bueno, eso es todo —dijo—. No, no lo es. El certificado de registro y la licencia estaban por supuesto falsificados, y muy hábilmente por cierto.

Rönn se rascó la nariz y preguntó:

—¿Por qué soltaron a Malm?

—Por falta de pruebas —contestó Martin Beck—. Espera a oírlo todo —se inclinó sobre el magnetófono—. La acusación pedía que se retuviese a Malm bajo custodia como sospechoso de complicidad. La petición se basaba en el supuesto de que Malm podía complicar la investigación si se le dejaba en libertad.

Puso en marcha la grabadora e hizo pasar la cinta rápidamente.

—Aquí está. «Interrogatorio de Malm por el fiscal.»

FISCAL. Bien, señor Malm, usted ha oído mi exposición ante el tribunal en relación con lo ocurrido esa noche, es decir, el veinticuatro de febrero de este año. ¿Quiere usted hacer el favor de explicarnos lo ocurrido con sus propias palabras?

MALM. Bueno, fue tal como usted dijo. Yo iba conduciendo por la carretera de Södertäje y me encontré con un coche de la policía, uno de esos controles de carretera, me detuve y... cuando la policía vio que el coche no era mío, me llevaron a la comisaría.

F. Está bien. Veamos, señor Malm, ¿por qué estaba usted conduciendo un coche que no era suyo?

M. Bueno, tenía que ir a Malmö a ver a un compañero y como Berra me había...

F. ¿Berra? Se refiere usted a Olofsson, ¿verdad?

M. Sí, en efecto. Berra, o Olofsson, me había prestado su coche para un par de semanas. Yo tenía que ir de todos modos a Malmö. Así que aproveché la ocasión de disponer del coche y no tener que hacer el viaje en tren. Además, es más barato. De modo que cogí el coche y me puse en camino. ¿Cómo iba yo a saber que el coche era robado?

F. ¿Cómo fue que Olofsson le prestara su coche para tanto tiempo, sin más? ¿No lo necesitaba también él?

M. No. Me dijo que se iba al extranjero y que por tanto no lo necesitaba.

F. Ah, es verdad; debía marcharse al extranjero. ¿Cuánto tiempo tenía que estar fuera?

M. No me lo dijo.

F. ¿Albergaba usted la intención de usar el coche todo el tiempo que él estuviera ausente?

M. Sí. Siempre que tuviera necesidad de hacerlo. En caso contrario debía guardarlo en su parking particular. Vive en uno de esos edificios con aparcamiento propio.

F. ¿Ha regresado ya Olofsson?

M. No, que yo sepa.

F. ¿Sabe usted dónde está?

M. No. Quizás esté en Francia o dondequiera que pensase ir.

F. Señor Malm, ¿tiene usted coche propio?

M. No.

F. Pero usted tuvo uno, ¿no es así?

M. Sí, pero hace mucho tiempo.

F. ¿Acostumbraba usted a usar con frecuencia el coche de Olofsson anteriormente?

M. No, sólo lo he usado esa vez.

F. ¿Cuánto tiempo hace que conoce usted a Olofsson?

M. Alrededor de un año.

F. ¿Se veían a menudo?

M. No. Nos veíamos sólo de vez en cuando.

F. ¿Qué quiere usted decir con lo de «de vez en cuando»? ¿Una vez al mes? ¿Una vez a la semana? ¿O con qué frecuencia?

M. Bueno, quizás una vez al mes, o dos veces.

F. ¿De modo que se conocían bastante bien?

M. Bueno, bastante.

F. Para que Olofsson le prestara su coche tan fácilmente, deberían conocerse bastante bien.

M. Sí, claro.

F. ¿Cuál era la profesión de Olofsson?

M. ¿Cómo?

F. ¿Cómo se ganaba Olofsson la vida?

M. No lo sé.

F. ¿No lo sabe, después de haberle tratado durante un año?

M. No. No hablábamos nunca de eso.

F. ¿Qué hace usted para ganarse la vida?

M. Ahora, nada especial... en este momento, quiero decir.

F. ¿Qué acostumbraba hacer?

M. Cosas diferentes. Depende de lo que uno consigue.

F. ¿Qué es lo que hacía últimamente?

M. Lavaba coches en un garaje en Blankenberg.

F. ¿Cuánto tiempo hace de eso?

M. Pues el verano pasado. Luego el garaje cerró en julio y tuve que dejarlo.

F. ¿Y después, ha buscado algún otro trabajo?

M. Sí, pero no lo había.

F. ¿Y cómo se las ha arreglado sin trabajo, durante... vamos a ver, cerca de ocho meses?

M. Bueno, no ha sido muy fácil.

F. Pero debe de haber conseguido dinero en alguna parte, ¿no es verdad, señor Malm? Usted tiene que pagar el alquiler y un hombre ha de comer.

M. Es que tenía algo ahorrado y he ido pidiendo prestado a uno y a otro.

F. A propósito, ¿qué iba a hacer en Malmö?

M. Iba a buscar a un compañero mío.

F. Antes de que Olofsson le ofreciera prestarle el coche, pensaba ir a Malmö en tren, según dijo. ¿Podía pagarse este gasto?

M. Bueno, yo...

F. ¿Cuánto tiempo hacía que Olofsson tenía ese coche? El Chevrolet.

M. No lo sé.

F. Pero usted debió de fijarse en el coche que tenía cuando le conoció.

M. No me fijé.

F. Señor Malm, usted ha trabajado bastante en coches, ¿verdad? Se dedicaba usted a lavarlos, según dijo. ¿No es extraño que no se fijara en el tipo de coche que su amigo tenía?

M. No, no pensé en ello. De todos modos, yo había visto su coche muy pocas veces.

F. Señor Malm, ¿no se trataba en realidad de que usted iba a ayudar a Olofsson a vender el coche?

M. No.

F. Pero usted sabía que Olofsson comerciaba con coches robados, ¿no es cierto?

M. No, no sabía nada de eso.

F. No hay más preguntas.

Martin Beck desconectó el magnetófono.

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