El contable hindú (39 page)

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Authors: David Leavitt

BOOK: El contable hindú
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Y pronto nos deshicimos de los pijamas.

Sexta parte
Partición
1

Una vez más, está preparando un
rasam
en su habitación de servicio. Estamos a mediados de enero de 1916. Lleva dos jerséys y una bufanda de lana especialmente hechos para él, le explicó Hardy, por un escritor que, tras haber desarrollado un insomnio agudo a consecuencia de las preocupaciones de la guerra, se dedica a la calceta como forma de pasar las largas noches. Ahora el escritor produce más de veinte bufandas a la semana, la mayoría de las cuales envía a las tropas de Francia. Ésta, sin embargo, la hizo especialmente para Ramanujan cuando se enteró de lo mucho que le costaba sobrellevar el invierno inglés. La bufanda es verde y naranja. «No, no verde y naranja», se corrigió Hardy a sí mismo cuando se la entregó a Ramanujan, «menta y azafrán; Strachey me insistió en que le dijera menta y azafrán.» En realidad, el tono del verde es más el de las hojas de plátano que el de las de menta, mientras que el naranja carece de ese toque dorado del azafrán. Recuerda a los mangos maduros o a la cúrcuma. Precisamente, Ramanujan está echando la cúrcuma en un cuenco con una cuchara. Las lentejas del
rasam
reposan en otro cuenco. Al quitarles las piedrecitas con la punta de los dedos, tal como su madre le enseñó a hacer, se le caen unas cuantas sobre la superficie de la mesa. Mientras las junta barriéndolas con la mano, las cuenta. Siete lentejas. ¿De cuántas maneras se pueden dividir siete lentejas? Bueno (hace la prueba), se pueden dividir en siete partes de una cada una, o en una de seis y una de una, o en una de cinco y dos de una, o en una de cinco y una de dos, o en una de cuatro y una de tres, o en una de cuatro y una de dos y una de una, o en tres de dos y una de una, o…

Quince en total. Sí, se pueden dividir siete lentejas de quince maneras distintas.

¿Y de cuántas maneras se pueden dividir ocho lentejas? Saca con cuidado una lenteja del cuenco y la pone sobre la mesa con las otras.

Ocho partes de una cada una, una de siete y una de una, una de seis y una de dos, una de seis y dos de una …

Veintidós maneras. ¿Y nueve?

Treinta maneras.

Sigue calculando. No come. Ya son más de las doce cuando ha conseguido averiguar el número de maneras en las que se pueden dividir veinte lentejas, y para entonces hay lentejas por todos lados, en el suelo y debajo del hornillo. Pronto descubrirá que algunas han emigrado hasta su cama. Se agarran a las fibras de la bufanda que le ha hecho el famoso escritor. Todo este año su señora de la limpieza se las encontrará en el recogedor cuando barra. Y en 1994, un estudiante de ingeniería de Yakarta, intentando recuperar una lentilla perdida, sacará una de una rendija entre las tablas del suelo.

El
rasam
sigue sin hacerse. Seiscientas veintisiete maneras.

2

Por la mañana, va hasta las habitaciones de Hardy. Cuando se quita el abrigo, las lentejas se le caen del forro.

—¿Le pasa algo? —pregunta Hardy—. Parece agotado.

—Me pasé la noche cocinando. Voy a dar una cena. El martes que viene. Me pregunto si me haría el honor de asistir.

—Pues claro —dice Hardy—. ¿Qué se celebra?

—Que Chatterjee se va a casar.

—¿Ah, sí? Me alegro por él. Y ahora vamos con los números redondos.

—Sí, los números redondos.

Hardy se acerca a la pizarra. Actualmente intenta que Ramanujan se centre en la demostración de que casi todos los números n se componen aproximadamente de log log n factores primos. Hardy está especialmente empeñado en completar esta demostración, no sólo porque su resultado será su primera publicación juntos, sino porque, si la terminan, tendrá la sensación de que por fin ha conseguido convertir a Ramanujan a su propia religión: la religión de la demostración.

El problema, como siempre, es que Ramanujan no se concentra. Juguetea con su pluma y no para de sonarse la nariz.

—¿Está seguro de que se encuentra bien? —pregunta Hardy. Ramanujan asiente con la cabeza.

—Se lo pregunto porque parece un poco distraído. ¿Es por la cena?

—Qué va. Son las lentejas.

—¿Qué lentejas?

—Las del
rasam
. —y Ramanujan se pone a explicarle que, mientras preparaba los ingredientes para el
rasam
, se dedicó a contar las lentejas, y eso le hizo pensar en las particiones.

No es la primera vez que hablan sobre las particiones. De hecho, tienen la teoría de las particiones en mente (aunque de un modo bastante disperso) desde que Hardy recibió la primera carta de Ramanujan y se topó con un enunciado sobre la serie
theta
cuya inexactitud permitía enfocar la cuestión desde un ángulo nuevo realmente sorprendente. Calcular p(n) —el número de particiones de un número— es fácil cuando n es 5 o 7; el problema es que, a medida que el número va siendo más alto, p(n) aumenta a un ritmo asombroso. Por ejemplo, el número de particiones de 7 es 15, mientras el número de particiones de 15 es 176. Así que ¿cuál es el número de particiones de 176?

476.715.857.290.

Y entonces, ¿cuál sería el número de particiones de 476.715.857.290?

—¿Y adónde le han llevado las lentejas?

—Tengo una idea sobre una fórmula para calcular el número de particiones de un número. Aunque sea un número muy alto. —Se levanta—. ¿Puedo?

—Claro. —Hardy borra la pizarra, y Ramanujan se acerca a ella. Empieza a trazar diagramas: puntitos que representan las lentejas. Luego escribe la serie
theta
de su primera carta. Entonces Hardy menciona la función generadora que descubrió Euler, y que lleva a las series de potencia:

Y se van por las ramas. En la pizarra afloran los primeros términos de la fórmula en bruto. Se podría pensar que lo que intentan construir es una especie de máquina en la que encajar una bola decorada con un número entero —
n
— para verla salir unos segundos después decorada con un segundo número entero:
p(n)
. Y, sin embargo, ¡cuántas transformaciones debe sufrir la bola durante el transcurso de su viaje! ¡Y qué elementos más inesperados hay que emplear en la construcción de la máquina! Números imaginarios, n, funciones trigonométricas. Una vez más se demuestra que una pregunta sencilla requiere una respuesta muy complicada.

A mediodía Hardy está agotado pero eufórico. Quiere hacer una pausa para comer, y luego volver inmediatamente al trabajo, aunque Ramanujan pone alguna objeción:

—Tengo que atender otros asuntos —dice.

—Ah, muy bien —dice Hardy, con la voz cargada de impaciencia—. Pero trate de estar aquí mañana temprano. Esto es muy interesante. Estamos en el buen camino.

A la mañana siguiente Ramanujan llega tarde, despeinado y con un olor amargo.

—Estuve preparando el
rasam
—dice a modo de disculpa.

—Creía que lo había preparado la otra noche.

—Eso pretendía, pero las lentejas…

—No entiendo por qué le está costando tanto preparar ese
rasam
en concreto —dice Hardy, mientras borra la pizarra.

—Porque no es un
rasam
corriente. Es un
rasam
muy complicado. Con tomate. Y hay que hacer mucha cantidad.

—Vamos a dejar la cocina un momento y a centramos en asuntos más importantes, ¿de acuerdo? —Y Hardy empieza a escribir. Quiere hablar del teorema de Cauchy y de algunas ideas que ha tenido respecto a la circunferencia unitaria sobre el plano complejo que, aunque a primera vista no parecen guardar ninguna relación en absoluto con las particiones, pueden iluminar en realidad el camino que andan buscando. Se pone a hablar y, a pesar de que aparentemente Ramanujan se entera de todo, no dice prácticamente nada. Por lo visto, la cena lo tiene obsesionado. Cuando Hardy le pregunta más tarde qué piensa preparar, no contesta. Pero está claro que necesita ingredientes exóticos, porque a la mañana siguiente desaparece (dejando una nota muy breve) para regresar por la tarde (el portero se lo cuenta a Hardy) cargado con tres abultadas bolsas de papel. ¿Ha ido a Londres entonces? Y aparte de a Chatterjee y a su prometida, ¿a quién más piensa invitar?

—Vendrá la señorita Chattopadhyaya —dice Ramanujan—. Está estudiando ética en el Newnham y es la hermana de una distinguida poetisa. Y también Mahalanobis.

—¿Y Ananda Rao?

—Pensé invitarlo, pero es demasiado inmaduro.

—¿Y los Neville?

Ramanujan titubea.

—No creo que sea el tipo de celebración que le guste a la señora Neville.

—¿Lo dice en serio? Pues yo creo que le encantaría.

—Le digo que no. Estoy seguro.

Hardy decide dejar el tema.

3

Los días siguientes, Ramanujan sólo se preocupa de la cena. No puede concentrarse en nada más, cosa que a Hardy le resulta totalmente frustrante. Al fin y al cabo, quién sabe cuánto durará la fase de fermentación creativa en la que se encuentra… Esos episodios son especialmente involuntarios. Un día te despiertas listo para realizar la gran obra de tu vida, y al siguiente, por ninguna razón concreta, descubres que tanto tu inspiración como tu energía se han esfumado. Le gustaría que Ramanujan lo comprendiera. Aunque sabe que, si se tratara de Littlewood, le daría más margen de maniobra. De hecho, el éxito de su colaboración con Littlewood se debe en gran parte a su disposición a concederse mutuamente toda la libertad del mundo. Así que ¿por qué con Ramanujan siempre le invade esta sensación de que, en cierta forma y en recompensa por haberlo traído a Cambridge para empezar, Ramanujan le debe constantemente todo el provecho de su genialidad? Sabe que andarse con semejantes exigencias es absolutamente irracional. En definitiva, y como todo el mundo le recuerda a cada paso, Ramanujan tiene sus propias necesidades. Y algunas no tienen nada que ver con las matemáticas.

Por fin es martes. Como era de esperar, Hardy no ve a Ramanujan en toda la mañana. Trabaja a solas, y luego resuelve los pasatiempos del nuevo ejemplar del Strand. Después de comer, lo que hace en el Hall, queda con Neville y con Russell para hablar sobre la creciente crisis de la UCD. Neville no comenta nada de la cena. ¿Es posible que no se haya enterado?

Cae la tarde. Hardy se baña, se afeita, les da brillo a sus zapatos, se pone una corbata y una chaqueta. Está a punto de salir cuando recuerda que se ha olvidado de llenar de agua el cuenco de Hermione, y entonces se acuerda de que Hermione está muerta. El cuenco descansa ahora sobre la repisa, al lado del busto de Gaye, que esta noche parece mirarlo más enfadado de lo habitual.

—¿Y qué le voy a hacer? —le pregunta—. Todavía no estoy preparado para tener otro gato…, aunque la hermana de la señora Bixby…

Pero está harto de hablar con los muertos. Así que baja las escaleras, sale al aire frío de New Court, recorre la pequeña distancia que le separa del Bishop's Hostel, y sube la escalera prácticamente igual a la suya que lleva a las habitaciones de Ramanujan. Al otro lado de la puerta se oye un murmullo de voces en un idioma irreconocible. Llama con los nudillos, y Ramanujan (la cara recién lavada, la chaqueta apretada a la altura de los botones, tirante sobre su torso) le hace pasar.

Inmediatamente cesan todas las conversaciones. Hardy mira alrededor, asombrado. El sillón y el escritorio han sido hechos a un lado para dejar espacio a una larga mesa de comedor cubierta con un mantel blanco, sin duda un préstamo del College para la ocasión. También se han colocado sillas del Hall y cubiertos y tarjetas. La mesa es tan grande, y la habitación tan pequeña, que apenas hay sitio donde ponerse. Los invitados de Ramanujan están arrinconados o pegados a la pared. Y totalmente callados.

Ramanujan lleva a Hardy hasta uno de ellos, una mujer de piel oscura de unos treinta años, elegantemente vestida con un sari verde y azul entreverado de hilos de oro.

—¿Le puedo presentar a la señorita Chattopadhyaya?

La señorita Chattopadhyaya le tiende la mano.

—¿Cómo está usted? —le dice.

—Muy bien, gracias —responde Hardy—. ¿Y usted?

—Muy bien, gracias.

¡Ya empezamos con las lindezas! En vez de tenderle la mano, Mahalanobis (que lleva un turbante) hace una inclinación de cabeza; aun así, el gesto es prácticamente idéntico al que Hardy acaba de tener con la señorita Chattopadhyaya. En cambio Chatterjee, que debe de provenir de un ambiente más sofisticado, le saluda con la soltura de un hombre educado en una escuela de pago: una palmada en la espalda, el saludo de un viejo colega, tras el que le presenta a su prometida, la señorita Rudra (¡vaya nombres los de estos indios!), que tiene una boca juvenil y fresca a la que se lleva repetidamente la mano, como para reprimir un ataque de risa. Es estudiante, le informa Chatterjee todo orgulloso, de la escuela de magisterio de Cambridge. Se casarán a finales de mes. Es difícil, sus familias están tan lejos… Ante la mención de las familias la señorita Rudra se lleva la mano a la boca, mientras que Chatterjee, cuya fibrada musculatura apenas se distingue bajo la chaqueta y la camisa de vestir, le apoya la suya en la espalda.

Entretanto Ramanujan se ha metido en la habitación de servicio, de la que emana toda una mezcla de aromas: un olor amargo, humo, el picante del comino y la dulzura mohosa del cilantro en polvo. Hardy le sigue. La mesita está atiborrada de comida; además del
rasam
en su olla plateada, hay también tortas blancas (¿de arroz?) al vapor, y triángulos de pasta rellena, y yogur con pepino y tomate, y patatas fritas, y un asado rojo.

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