—Sí, con Dhamon —respondió Feril.
—Rig está aquí —dijo el enano señalando hacia la costa, donde había una chalupa amarrada a un bloque de granito de forma cónica. Luego señaló a la bahía, donde estaba el
Yunque de Flint—
. Aquél es su barco. Lo compré yo con un trozo de jaspe que me regaló mi tío Flint. Es una larga historia, aunque estoy seguro de que Ampolla te la contará tarde o temprano. Y aquel que está sentado en la costa es su contramaestre, Groller Dagmar.
—Me gustaría devolverle esto —dijo la joven cargando la lanza sobre el hombro derecho. Dio una palmada a la larga espada que llevaba a la cintura—. Esta arma no es pesada ni difícil de manejar, pero Rig debe de ser muy fuerte si usa la lanza.
—Todavía no la ha usado —replicó Jaspe mientras se incorporaba y comenzaba a subir por la escalera. Feril lo adelantó, saltando los peldaños de dos en dos. Estaba ansiosa por volver a ver a Dhamon.
—Ah, el amor —murmuró el enano—. Si han ido a ver a Goldmoon, estarán en la última planta, así que será mejor que empecemos, pues es un largo viaje. ¿Vienes, Groller?
El semiogro, que estaba sentado en la costa junto a Sageth, no se inmutó. El enano inclinó la cabeza a un lado, puso los índices delante del pecho y los flexionó.
—¿Vienes? —repitió haciendo un gesto hacia la puerta.
Groller negó con la cabeza mientras acariciaba el cuello de
Furia.
—No —respondió—. Me gus... ta estar aquí. Me que... daré aquí con el vie... jo. —El semiogro contempló el reflejo de las estrellas que danzaba sobre las olas—. Te espe... raremos a... quí, Jas... pe.
—Como quieras —dijo el enano.
—Así me ahorro la subida —añadió el viejo. Acarició su amada tablilla, que apenas podía leer a la luz de la luna—. A mis piernas no les gustan las escaleras. Además, la luna está baja, perfecta para lo que tenemos que hacer. Debemos destruir los objetos mágicos en tierra sólida, quizás en un sitio como aquél. —Su brazo delgado señaló una llanura al norte de la isla—. Allí no hay edificios ni personas. Tal vez Groller pueda ayudarme a escoger un lugar.
Jaspe cerró la mano derecha, puso el puño sobre la palma de la izquierda, y levantó esta última, como si ayudara a subir al puño. El enano señaló a Sageth y repitió la seña.
Groller echó un último vistazo al barco que se mecía sobre las olas y ayudó a Sageth a levantarse.
—Te ayu... daré —dijo.
—Tardaremos un rato —gritó el enano por encima del hombro—. Goldmoon y yo tenemos muchas cosas que contarnos. Pero iremos a buscaros en cuanto nos pongamos al día.
* * *
Dhamon llevaba unos pantalones holgados con los extremos metidos en las cañas de las botas. Sujetó la alabarda con la mano izquierda y se levantó la pernera del pantalón con la derecha, dejando al descubierto la escama.
Goldmoon se arrodilló frente a él y vio el reflejo de su cara en la escama. Un escalofrío le recorrió la espalda.
—¡Por mi fe en Mishakal! —susurró—. Qué magia perversa. Parece...
Tocó con precaución la escama y se estremeció, como si se hubiera pinchado con una aguja. Luego escuchó con horror el relato de Dhamon sobre el moribundo Caballero de Takhisis.
—Es un maleficio terriblemente poderoso —dijo la sacerdotisa alzando la vista para mirar a Dhamon—. Magia de dragones.
—El caballero dijo que moriría si me la arrancaba —explicó Dhamon.
—¿Crees que podrás hacer algo? —preguntó Ampolla con una expresión de inquietud en su cara angelical.
El marinero miró con curiosidad por encima de la cabeza de la kender. Había oído hablar a Feril y Dhamon de la escama, pero era la primera vez que la veía.
—No estoy segura —respondió Goldmoon mirando a Dhamon a los ojos—. Me gustaría intentarlo. No creo que debas seguir llevando esta..., esta cosa. Quizá sea arriesgado extirparla, pero ¿me autorizas a hacerlo?
—Por favor.
El antiguo Caballero de Takhisis la miró a los ojos y percibió una presencia en el fondo de su mente, una presencia que no había sentido en los últimos días. La cara de la hembra Roja flotaba ante sus ojos, superponiéndose a la imagen del rostro de la hechicera.
La escama palpitó con más fuerza que nunca. Dhamon sintió que su voluntad se escapaba y su cuerpo comenzaba a arder. Cogió con fuerza la empuñadura de la alabarda y apretó los dientes hasta sentir dolor en las mandíbulas.
—¿Te ocurre algo, Dhamon? —oyó que preguntaba el marinero.
Pero era como si Rig estuviera muy lejos, pues su voz sonaba amortiguada.
—¡No! —gimió Dhamon, resistiéndose a las imágenes del sueño.
Por un instante la cara de la Roja tembló como las llamas, pero luego se hizo más clara y definida, con las escamas brillantes y los ojos oscuros como charcos de magma buceando en los suyos, quemándolo, ocupando todo su campo de visión.
Eres mío, Dhamon Fierolobo,
ronroneó Malys mientras se estiraba en su meseta.
La voz del dragón sonó tan clara y cercana como si la emitiera Goldmoon. Dhamon sacudió la cabeza en un intento por aclarar sus sentidos. Se preguntó si estaría dormido, si volvía a soñar.
Mi vasallo,
silbó el Dragón Rojo.
Mío para...
—No soy vasallo de nadie —respondió Dhamon.
Mi vasallo,
repitió el dragón esta vez más alto, tanto que su voz retumbó en la cabeza de Dhamon.
Un vasallo bajo mi control. ¡Usa tu arma!
—¡Dhamon! —Rig dio un paso al frente y apartó a Goldmoon y a la kender. En ese momento oyó pasos en la escalera—. Espero que sea Palin —dijo, presa de una súbita inquietud.
Con los ojos rojos y resplandecientes, Dhamon dejó caer la pernera de su pantalón sobre la escama. Sintió que sus manos empuñaban la alabarda, sintió que el dragón movía sus miembros. Él era una marioneta, y Malys tiraba de los hilos. Las llamas que salían de la boca de la Roja formaron una corona alrededor de su gigantesca cabeza.
¡El arma! ¡Úsala ya!
—¿Qué haces? —preguntó Rig al ver que Dhamon blandía la alabarda.
Trató de detenerlo, pero el antiguo caballero se zafó y fue directamente hacia Goldmoon, que retrocedía asustada.
—¡Para! —gritó Ampolla—. ¡Dhamon! ¡Déjala en paz!
—Mi fe me protegerá —susurró Goldmoon mientras retrocedía hacia la ventana—. Mishakal me salvará.
Dhamon levantó la alabarda y corrió hacia ella.
Feril entró en la habitación en el preciso momento en que Rig se lanzaba sobre Dhamon y lo arrojaba al suelo, obligándolo a soltar su arma. La kalanesti se quedó atónita, incapaz de entender lo que sucedía. Entonces vio que Ampolla cargaba su honda. ¿A quién apuntaba? ¿A Rig o a Dhamon? ¿Y cómo había empezado todo? Oyó los pasos del enano y de la joven solámnica en la escalera. ¿Qué estaba ocurriendo allí?
—¿Te has vuelto loco? —bramó el marinero.
Dhamon había recuperado la alabarda, pero Rig volvió a arrojarlo al suelo de una patada.
Dhamon sacudió la cabeza y una vez más recurrió a la voluntad que aún conservaba en un lugar pequeño y lejano de su mente para tratar de controlarse.
—¿Loco? —se oyó decir. La voz era suya, pero las palabras no—. ¡Al contrario! ¡Por fin he recuperado la cordura!
El antiguo Caballero de Takhisis dio un salto y golpeó con ambos puños el estómago del marinero. Fue un golpe brutal, alimentado por la fuerza de la Roja, e hizo que Rig se doblara y cayera de rodillas.
Haciendo gala de su destreza, Ampolla arrojó una andanada de piedrecillas a Dhamon. Pero los reflejos del antiguo caballero eran más rápidos que nunca y esquivó los proyectiles mientras se agachaba para recoger su arma.
—¡Dhamon! —Feril corrió hacia él—. ¿Qué te pasa?
Cuando sus dedos se cerraron sobre la empuñadura de la alabarda, Dhamon sintió un calor abrasador en las palmas de las manos. El arma le quemaba la piel.
Es un arma del Bien,
silbó Malys.
Y ahora tus actos distan mucho de ser bondadosos.
Dhamon se concentró para obligar a sus dedos a soltar la empuñadura y rezó para que Rig se levantara, para que Feril lo detuviera.
No lo hagas,
dijo Malys.
Tu piel sanará y podrás empuñar esa arma. Te enseñaré a controlar el dolor. Tú y la alabarda sois míos. ¡Úsala!¡Mata a la elfa!
—¡No! —gritó Dhamon al tiempo que sus brazos trazaban un arco y dirigían la alabarda hacia la kalanesti.
Una expresión de horror cruzó por la cara de Feril, que se arrojó al suelo para esquivar el golpe. Y, desde aquel pequeño y lejano lugar de su mente, Dhamon vio con horror cómo la empuñadura caía sobre la nuca de su amada. Feril perdió el conocimiento.
—¡Guardias! ¡Guardias! —gritó Ampolla mirando hacia la escalera—. ¡Detente, Dhamon, por favor!
Pero Dhamon no se detuvo. Se dirigía a Rig, que se levantaba con el alfanje en la mano.
—Nunca me has caído bien —dijo el marinero con los dientes apretados—. Sólo te soportaba para no molestar a Feril y a Palin.
¿Antiguo
Caballero de Takhisis? ¡Nos engañaste a todos! —Saltó hacia la derecha para esquivar un golpe de la alabarda. La hoja atravesó la holgada manga del marinero y le laceró el brazo. Rig sintió una intensa punzada en el hombro que se irradió hacia el pecho y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para seguir sujetando el alfanje—. Será mejor que no la hayas matado —añadió mientras esquivaba un segundo golpe y echaba un vistazo a Feril.
Esta vez Dhamon se vio forzado a saltar a un lado para esquivar el alfanje de Rig. El marinero retrocedió, blandió su arma en la mano derecha y metió la izquierda en el escote en «V» de su camisa. Sacó dos dagas, apuntó y se las arrojó a Dhamon.
La primera daga pasó por encima del hombro de Dhamon y cayó cerca de Goldmoon, que parecía estar rezando o recitando un encantamiento. La segunda se alojó en el hombro izquierdo del antiguo caballero. Dhamon sintió el dolor, así como todavía sentía el intenso calor de la alabarda en las manos, pero Malys no le permitió más titubeos. Lo obligó a dar un salto al frente y a blandir el arma otra vez.
Esta vez la alabarda alcanzó a Rig en el estómago, del que manó un brillante hilo de sangre. El marinero se llevó la mano izquierda a la herida y retrocedió unos pasos.
—¡Por la barba de Reorx! —exclamó Jaspe—. ¿Qué pasa aquí?
—¡Es Dhamon! ¡Ve a buscar a los guardias! —gritó Ampolla mientras arrojaba otra lluvia de piedrecillas. Esta vez dio en el blanco y los proyectiles rebotaron contra el pecho de Dhamon—. ¡Tenemos que detenerlo!
Más dolor. Dhamon quería encogerse, escapar, curarse, echar a Malys de su mente. Deseaba que Feril estuviera bien y no quería hacer daño a nadie más.
El antiguo caballero se volvió hacia Goldmoon.
—¡La sacerdotisa! —exclamó Malys con la voz de Dhamon.
Goldmoon tenía la espalda apoyada contra la ventana y lo miraba con expresión desafiante.
—Lucha —dijo en voz apenas audible—. Lucha contra quienquiera que se haya apoderado de ti. He penetrado en tu espíritu y sé que eres fuerte y bueno. ¡Puedes luchar contra el que te domina!
No lo suficientemente fuerte,
dijo Malys a Dhamon.
La quiero muerta.
Dhamon dio un paso hacia Goldmoon y luego otro. Oyó que Rig volvía a moverse a su espalda; su oído, ahora extraordinariamente sensible, le permitió seguir las pisadas del marinero en el suelo de mármol. De súbito, el antiguo caballero empujó la alabarda hacia atrás y golpeó con el mango el estómago herido del marinero.
Con su aguzado sentido del oído oyó el gemido de Rig, el chasquido del alfanje en el suelo, el ruido del corpachón que se desplomaba. Luego oyó los pasos del enano y de alguien más, una persona que fue incapaz de identificar. Oyó el sonido de nuevos proyectiles de piedra y sintió su roce en la mejilla.
Le dolía todo el cuerpo, tanto que no entendía cómo seguía en pie. Pero Malys le infundía una fuerza sobrehumana.
¡Mata a la sacerdotisa!
—¡Dhamon! ¡Es Goldmoon! ¿Acaso has perdido el juicio? —dijo Jaspe mientras corría a interponerse entre Dhamon y la sacerdotisa.
Ampolla también corría, pero para Dhamon no supuso ningún esfuerzo levantar la pierna, darle en la cara con la bota y hacerla volar por los aires. Al mismo tiempo, sus manos se movían hacia delante y hacia arriba, blandiendo la candente alabarda mágica.
La hoja descendió en arco, reflejando la luz de las estrellas que se filtraba a través de la ventana, danzando hacia el pecho del enano.
Jaspe levantó el martillo con la intención de parar el golpe, pero fue inútil. El enano no había estado en el bosque cuando el arma de Dhamon había atravesado las espadas de los Caballeros de Takhisis como si fueran de tela.
Jaspe vio que la hoja descendía, vio el martillo que se elevaba para defenderlos a él y a Goldmoon, vio cómo la alabarda cortaba el grueso metal y continuaba su mortífero curso. La hoja le atravesó el pecho, causándole un dolor desgarrador, y la sangre comenzó a esparcirse a su alrededor. El enano lanzó un sollozo involuntario y se agarró el pecho húmedo y caliente. Después experimentó un frío intenso y la oscuridad lo envolvió.
—Mi fe me protegerá —susurró Goldmoon, con los ojos cerrados, mientras Dhamon se acercaba.
Ahora Malys movía las piernas de su vasallo muy lentamente, saboreando el momento. A su espalda, Dhamon oyó el silbido de una espada y la respiración agitada de una mujer. ¿Quién?
Giró la cabeza porque Malys quería saber quién estaba allí. Era una mujer joven e insegura, vestida con la detestada armadura de los Caballeros de Solamnia. La joven se encogió y blandió la espada.
Mátala,
ordenó Malys.
Dhamon miró fijamente la armadura, la Corona y el Martín Pescador grabados en el peto. Sir Geoffrey Quick lo había salvado en el pasado, lo había convertido al Bien. ¿Acaso esta solámnica podría salvarlo también?, ¿matarlo antes de que él continuara derramando sangre?
¡No puedes luchar contra mí!,
silbó Malys en su cabeza.
¡Eres mío!
La mujer se desplazó hacia la derecha y comenzó a moverse en círculos. Miró el cuerpo del enano y notó que Rig, Feril y Ampolla estaban inmóviles.
—¡No matarás a Goldmoon! —gritó Fiona Quinti—. ¡Seas quien seas, ya has terminado de matar!
La joven, que se había colocado delante de la sacerdotisa, levantó la espada y, con un movimiento limpio y ágil, la dirigió hacia el pecho de Dhamon.