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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El Dragón Azul (29 page)

BOOK: El Dragón Azul
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Palin y Usha la siguieron de inmediato. Cuando la kalanesti llegó junto al enano, sintió que se elevaba junto con sus tres amigos. Mientras ascendía hacia las copas de los árboles, la red se cerró con fuerza, hundiéndose en la piel de los aventureros. Las ramas espinosas les desgarraron la ropa y los llenaron de rasguños.

La red se detuvo a más de seis metros por encima del suelo y comenzó a balancearse. Las ramas protestaron con crujidos.

—Yo no la toqué —se quejó Jaspe.

Miró hacia abajo y apretó los dientes para contener las náuseas. Tenía la sensación de que el estómago iba a escapársele por la boca.

Feril también miró hacia abajo y luego a sus compañeros. Usha se aferraba con tanta fuerza a la red que tenía los nudillos blancos. Palin intentaba mover las piernas. El hechicero llevaba consigo la daga que había cogido en los Eriales del Septentrión. Jaspe también tenía un cuchillo y un martillo amarrado a la cintura. Quizá entre los dos pudieran cortar la red; luego treparían a una rama y bajarían por el tronco. Debajo, algo se movió entre los arbustos y finalmente salió al claro. Feril tiró de la manga de Palin y señaló a la qualinesti que los miraba.

La elfa vestía un largo vestido verde, de un tono casi idéntico al de los helechos. Tenía el cabello corto de color miel y sus azules ojos observaban con curiosidad a los tres amigos.

—Espías del dragón —declaró después de mirarlos un rato—. Estáis perdidos.

Más de una docena de elfos salieron de entre el follaje para unirse a ella. Varios de ellos llevaban arcos y apuntaron con sus flechas a Palin y sus amigos. La qualinesti levantó una mano y los señaló.

—¡Esperad! —gritó Palin asomando parte de la cara por un agujero de la red—. ¡No somos espías! No trabajamos para los dragones; luchamos en contra de ellos. Yo soy Palin Majere y...

—¿Majere? —dijo la qualinesti rápidamente—. ¿Uno de los pocos sobrevivientes de la batalla con Caos?

—¡Sí, luché en el Abismo! —respondió Palin—. ¡Y seguiré luchando!

—Eso si te perdonamos la vida. —La elfa estaba directamente debajo de la red—. Parece que tenemos al hechicero más famoso de Krynn atrapado en nuestra red —comentó a los demás elfos. Luego clavó la mirada en Palin—. Por lo visto, nos has tomado por idiotas.

—¡Es verdad! —exclamó Feril—. ¡Es Palin Majere!

La mujer la miró con furia.

—Una kalanesti —dijo en voz alta—. Huida de Ergoth del Sur. ¿Acaso eres espía del Blanco?

—No os haremos ningún daño —aseguró Palin con serenidad.

—Eso ya lo sé. Después de todo, tú y tus amigos hechiceros salvaron a nuestra raza de Muerte Verde. Y todavía ayudais a algunos qualinestis a escapar de los dragones. Cuando no estáis atrapados en una red, naturalmente.

La elfa soltó una carcajada y sus compañeros la imitaron.

—¿Conque tú te has enfrentado a Muerte Verde? —preguntó uno de los arqueros a Feril.

Los que estaban a su lado rieron y su risa sonó como el rumor del viento entre las hojas.

—También estamos en contra de Beryl... y del Blanco de Ergoth del Sur —añadió Feril. Giró la cabeza y murmuró a Palin:— La resistencia está formada por grupos desperdigados de qualinestis, unidos por una red. He oído que vigilan a los dragones y atacan con precisión militar a sus esbirros.

—Luchamos contra todos los señores supremos —gritó Usha.

—¿Y cómo esperáis vencer a los grandes dragones? —preguntó la mujer con voz cargada de escepticismo—. Cuatro personas contra los dragones.

—Somos más —dijo Jaspe. La elfa murmuró una orden a un arquero, que bajó el arco y se perdió entre la vegetación—. ¡Los demás no están aquí porque han ido a Ergoth del Sur y a Schallsea! Vaya, ¿para qué me molesto en hablar? Ni siquiera me escucháis.

—¿Qué prueba de confianza podéis ofrecernos? —replicó la elfa—. ¿Cómo vais a demostrar que lo que decís es cierto? Responded rápidamente o mis hombres lanzarán sus flechas.

—Os ofrecemos esta prueba de confianza —dijo Palin. Respiró hondo y les contó la verdad sobre la búsqueda de los objetos mágicos y de sus intenciones de recuperar la magia para Krynn—. Ahora nos dirigíamos hacia el viejo fuerte, la antigua torre —concluyó—. Dicen que allí se encuentra uno de esos objetos, un cetro de madera conocido como el Puño de E'li.

—Buena historia —repuso la elfa—. Si es verdad, es una misión de locos. En ese sitio sólo os aguarda la muerte. Hasta nuestros mejores guerreros evitan entrar en esa torre en ruinas. ¿Qué más da, entonces, si os matamos aquí? —añadió haciendo una seña a los arqueros para que aprestaran sus arcos.

—¡No! —exclamó Usha—. ¿Por qué os negáis a creernos?

—Sólo creemos en nosotros mismos.

—Es lógico que no os fiéis de los desconocidos, y no os pido ningún tratamiento especial —declaró Palin.

—Retenedme aquí. Soy la esposa de Palin y también estuve en el Abismo y vi morir a los dragones. Yo os serviré de garantía de que él ha dicho la verdad. Permitidle ir al fuerte para encontrar lo que hemos venido a buscar.

La qualinesti inclinó la cabeza hacia un lado.

—Seas quien seas, es obvio que eres valiente. —Frunció los finos labios y se llevó un delgado dedo a la barbilla—. Pero ¿crees que tu oferta es suficiente? —Cerró los ojos y arrugó la frente, como si sopesara la cuestión.

—No hagas esto —susurró Palin a su esposa con voz cargada de inquietud—. Mi magia...

—¿Prefieres que nos maten? —respondió Usha en voz baja—. ¿Crees que tu magia es más rápida que esos arqueros?

—Trato hecho —aceptó por fin la elfa, sorprendida por la actitud protectora de Palin—. Hechicero, el viaje hasta el fuerte es largo para aquellos que no conocen el bosque. Te daré tres semanas para cumplir tu descabellada misión. Si para entonces no has regresado a este claro con pruebas de que lo único que quieres de estas tierras es el cetro, sabremos que has fracasado o que eres un espía. Como castigo, mataremos a tu mujer. Y, si sigues con vida, te buscaremos para acabar el trabajo.

La elfa hizo una seña a los arqueros, que bajaron los arcos y retrocedieron hacia los árboles. Un instante después, ella también había desaparecido entre la vegetación.

La red se sacudió con violencia y descendió como una roca. Sin sitio para maniobrar en la estrecha trampa, los cuatro amigos no pudieron prepararse para el golpe. El suelo pareció subir a su encuentro y el impacto del choque fue feroz. Feril cayó sobre su hombro, aplastándose el brazo, y Usha encima de ella. Palin aterrizó en parte sobre su estómago y en parte sobre Jaspe.

El hechicero desenvainó la daga y comenzó a cortar la red. Unos instantes después estaban libres. Los cuatro movieron las extremidades con cuidado para asegurarse de que no se habían roto ningún hueso.

Palin abrazó a su esposa.

—Soy yo quien debería quedarse, no tú.

—Estaré bien; no te preocupes. Tú eres el único que ha estado en la torre con anterioridad.

—Eso fue hace años, cuando ayudé a Gilthas a encontrar la guarida de Beryl, pero el lugar ha cambiado demasiado. Si pudiera representármelo con la suficiente claridad para transportarnos allí...

—Estaré bien, de veras. Tú asegúrate de no perder el tiempo.

El hechicero miró los ojos dorados de su esposa igual que había hecho años atrás, antes de aventurarse en el Abismo durante la guerra de Caos.

—No hay rastro de ellos —dijo Jaspe.

No vio huellas en el suelo y advirtió que la hierba pisoteada volvía a su posición original.

—Están cerca, vigilándonos —afirmó Feril.

Palin cogió la barbilla de Usha con una mano temblorosa, besó a su esposa y la miró a los ojos por última vez.

—Volveremos a tiempo —prometió.

—Entonces marchémonos ya —sugirió el enano mirando alrededor con una expresión de inquietud en su ancha cara.

No vio a la qualinesti, pero sabía que Feril estaba en lo cierto. Sentía una especie de hormigueo en la nuca que le indicaba que los estaban mirando. Su túnica estaba cubierta de barro y con manchas de hierba, y la red había dejado marcas rojas en su cara. Sus compañeros tenían un aspecto igualmente desaliñado.

Palin señaló hacia el este.

—Por aquí.

* * *

Una semana después encontraron el fuerte. Habían pasado dos veces por ese lugar, y sólo la insistencia de Palin en que la torre se encontraba cerca había impedido que continuaran la búsqueda en otro sitio.

La torre estaba oculta en una grieta en la cuesta rocosa de una colina cubierta de musgo. Era como si el bosque y la tierra quisieran devorar el edificio para evitar que los humanos mancillaran la belleza primigenia del lugar. El musgo había teñido de verde los escasos fragmentos de piedra visibles, por lo que parecían formar parte de la colina. Densas matas de helechos rodeaban el edificio y una maraña de plantas trepadoras ascendía desde los cimientos hasta las almenas, que se alzaban a más de quince metros del suelo del bosque. Otras plantas caían desde la cima de la colina hasta la base, ocultando casi completamente el edificio con un manto verde.

Los monos araña subían y bajaban por las plantas trepadoras, y docenas de loros amarillos y anaranjados anidaban en las hendiduras de la roca. Algunas enredaderas de tallo estaban separadas de lo alto de la torre, como si un mono o un gorila las hubiera usado para trepar. En la base, una sombría abertura cubierta por una cortina de lianas permitía adivinar la entrada.

Feril y Palin miraron fijamente el edificio mientras Jaspe se abría paso entre los arbustos que obstruían el paso.

—¿Venís?

El enano apartó una resistente planta de grandes hojas, ajeno a los titubeos de la kalanesti.

La puerta de madera, combada a causa de la humedad y el tiempo, estaba entreabierta.

—Alguien ha estado aquí —murmuró Feril.

—Tal vez los elfos de la resistencia —especuló Palin—. Puede que esa mujer haya mentido cuando dijo que sus hombres evitaban este sitio.

—¿Y si ha sido el dragón? —se preguntó Jaspe en voz alta.

Palin respiró hondo, abrió la cortina de hojas, y tiró del oxidado picaporte.

La vieja puerta se abrió con un suave crujido, revelando el oscuro interior. Un par de ojos dorados los observó desde las sombras.

20

Rumbo a Schallsea

—Estás pensando en ella, ¿no? —Ampolla, que estaba junto a la borda, miró a Dhamon y le repitió la pregunta. Al no recibir respuesta hizo una mueca de disgusto—. Pues yo en tu lugar pensaría en ella. Es preciosa, lista y puede hablar con toda clase de animales. Tiene tatuajes y es evidente que está enamorada de ti. Yo también he pensado mucho en ella, sobre todo en los últimos días.

Dhamon se dio por vencido y asintió con un gesto.

—Sí, estaba pensando en ella.

Contemplaba la costa de Abanasinia, concretamente una ciudad llamada Zaradene, a la que se acercaban con rapidez. Rig se proponía pasar la mayor parte del día allí para cambiar la gavia de mesana y reabastecerse de agua fresca y fruta antes de continuar hacia la Escalera de Plata, en Schallsea.

El marinero maniobró hacia uno de los muelles de aguas profundas. Zaradene era una ciudad bastante grande, cuya economía dependía sobre todo del comercio marítimo. Los muelles estaban atestados de barcos: en su mayoría goletas de dos y tres palos, aunque también había algunas carabelas. Sólo los barcos grandes podían cruzar las traicioneras aguas que separaban Ergoth del Sur de Abanasinia. Un par de imponentes galeones mercantes habían atracado en el puerto y en aquel momento la tripulación se dirigía a la costa en chalupas.

Los muelles más pequeños se hallaban llenos de barcas pesqueras locales: algunas eran grandes y se encontraban en excelente estado —recién pintadas y con varios remeros a bordo—; otras, precarias balsas de madera que a duras penas se mantenían a flote.

Atardecía, y había mucho trajín en el puerto. Los pescadores vendían sus mercancías a toda clase de clientes: desde hombres y mujeres que se llevaban uno o dos pescados para cenar, hasta taberneros que los compraban por cajas. Jóvenes con vestidos multicolores bailaban, entreteniendo a los marineros a cambio de unas monedas. Y multitud de pilludos deambulaban por las calles cercanas pidiendo limosna a los viajantes, pendientes de cualquier bolsa abultada que pudieran robar.

Dhamon pensó que era un buen lugar para vivir. Quizás él y Feril pudieran ser felices en una acogedora cabaña de piedra en una ciudad como ésa. Claro que eso sería después de que se enfrentaran a los dragones, y siempre y cuando sobrevivieran a su arriesgada misión.

Espaciadas a intervalos regulares a lo largo de la costa y del límite sudeste de la ciudad había numerosas torres, en lo alto de las cuales se divisaban guardias con catalejos. Algunos vigilaban Ergoth del Sur, el reino de Escarcha que estaba al otro lado del agua. Otros miraban más al sur, hacia el territorio de Beryl. Hasta el momento, el Blanco había permanecido en sus gélidas tierras, y el bosque de Beryl no se había extendido hacia el norte en la última década, lo que sugería que la hembra Verde se contentaba con reinar en la patria de los qualinestis.

En el último puerto, otros marineros habían contado a Rig que los adivinos de Zaradene recibían constantes órdenes de consultar los huesos y las hojas de té para averiguar qué hacían los dragones y que de vez en cuando se enviaban patrullas a Ankatavaka y los bosques aledaños para controlar los movimientos de la Verde. Pero las patrullas nunca se internaban demasiado en el bosque... al menos, aquellas que tenían la suerte de regresar.

Los comercios cercanos a los muelles parecían prósperos. Casi todos eran edificios de piedra de una o dos plantas con molduras pintadas de vivos colores y carteles que anunciaban las especialidades del día. Unos pocos, los más nuevos, eran de madera con techo de paja. Un edificio de madera de tamaño considerable, pintado de color marrón claro con molduras marfil y azul cielo, llamó la atención de Dhamon, que entornó los ojos para ver mejor los vestidos expuestos en el amplio escaparate.

—Seguro que piensas que Feril estaría preciosa con alguno de esos vestidos —dijo Ampolla siguiendo la mirada de Dhamon—. Pero creo que no le gustan las faldas largas. Si quieres te ayudo a escoger uno para ella. Su color preferido es el verde. Tal vez se pondría un vestido si tuviera algo verde y...

—No me queda suficiente dinero —interrumpió Dhamon, que había gastado la mayor parte de las monedas que le había dado Rig en ropa y botas para él.

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