Groller, ajeno a la conmoción, fue el único que continuó durmiendo.
—Como quieras.
El hablante salió de un estrecho nicho flanqueado por dos lanzas de plata. Bajo y delgado, no aparentaba más de doce o trece años y vestía una sencilla túnica blanca que le llegaba a las rodillas. Tenía las piernas y los brazos desnudos y estaba descalzo.
Furia
se acercó a él, gruñendo suavemente.
—¿Qué hace un niño aquí? —preguntó Gilthanas.
El elfo estaba preocupado por la inquietud del lobo y apretó con fuerza la lanza de Rig.
—Ten cuidado —advirtió Ulin—. No es lo que parece o está acompañado. Ningún niño viviría aquí.
—No soy un niño, aunque me gusta esta forma. He pasado más años en la tierra que cualquiera de vosotros. ¿Os sentiríais más tranquilos así?
La silueta del joven se desdibujó y creció en cuestión de segundos. Su piel adquirió el color del pergamino y se llenó de arrugas. Su calva estaba salpicada de manchas de la edad y sus estrechos hombros encorvados.
—¿O quizás así? —Se volvió aun más alto, con la espalda ancha y la piel oscura. Una espesa melena rubia le caía en cascada sobre los hombros. Sus venas sobresalían como sogas de los abultados músculos de sus brazos.
—¿Quién eres? —preguntó Gilthanas—. Explícate.
—Soy el guardián de este lugar —respondió el ser mientras volvía a adoptar la forma de un joven inocente y flotaba hacia el hechicero y los caballeros. Tendió una mano delgada y acarició al lobo. Curiosamente,
Furia
dejó de gruñir y agitó la cola—. Sois vosotros quienes tenéis que explicaros. De lo contrario os echaré de aquí y tendréis que regresar al frío.
El joven desconocido los interrogó en detalle sobre la misión y sus intenciones de llevarse la lanza de Huma. No obstante, se negó a responder a cualquier pregunta sobre su persona y sólo contestó a unas pocas sobre la tumba y la tierra que la rodeaba.
—Gellidus, o Escarcha, como lo llaman la mayoría de los humanos, sabe que estoy aquí. Pero no puede entrar en este sitio sagrado, de modo que aquí estoy a salvo de él.
—Eres un hechicero o un duende —declaró Gilthanas.
—Cree lo que quieras.
—Seas quien seas, no evitarás que cojamos la lanza de Huma —se arriesgó a decir el elfo.
—No os detendré —respondió el joven—. Pero antes tendréis que encontrarla.
Fiona se aclaró la garganta.
—Su causa es justa —dijo señalando a Ulin y a Gilthanas—. Si tú también eres justo, los ayudarás diciéndoles cuál es la lanza que buscan.
En la tersa cara del niño se dibujó una pequeña sonrisa.
—Os ayudaría si pudiera. Porque, salvo en vuestros dos compañeros —repuso haciendo un gesto hacia los Caballeros de Takhisis—, percibo una gran bondad en todos vosotros. Pero la verdad es que no sé cuál era la lanza de Huma.
* * *
Groller se estiró, pero no despertó. El semiogro soñaba. En sus sueños podía oír con claridad, tal como lo había hecho antes de que el dragón destruyera su hogar, su familia y su vida. Podía oír el llanto de los moribundos, los gritos de los heridos.
¿Por qué se habían salvado él y otros pocos?, se preguntaba una y otra vez. ¿Por qué lo habían dejado con vida? ¿Sólo para oír los quejidos de sus hermanos y rezar a los dioses ausentes para que acallaran aquellos sonidos horribles?
Pero aquel día todos los sonidos se habían apagado para siempre, y el semiogro no había vuelto a oír nada más. Había enterrado a su mujer y a sus hijos y se había marchado de su aldea, adonde no regresaría jamás.
Groller nunca supo si un dios perverso había oído sus plegarias y lo había dejado sordo o si su sordera era consecuencia de las atrocidades que había visto aquel día. La causa era irrelevante; lo único que contaba era el silencio vacío y eterno.
Pero en sus sueños oía. Al principio pensó que era el zumbido del viento, un sonido casi olvidado. El zumbido se hizo más intenso y se convirtió en palabras.
Huma,
dijo una voz melodiosa.
Lanza.
El semiogro vio la imagen de un hombre de torso corpulento, semejante a una estatua. Su armadura emitía un resplandor dorado bajo la luz de las antorchas.
Estas lanzas se usaron en la guerra de Caos,
prosiguió la voz descarnada.
Las palabras no salían de la boca del hombre de la armadura dorada. Tampoco de los numerosos espectros que aparecieron de súbito y que vestían armaduras de los Caballeros de Takhisis y los Caballeros de Solamnia. Algunos no llevaban armadura, sino sencillas túnicas y escudos translúcidos. Cada uno de ellos parecía ligado a una lanza en particular.
Estas lanzas fueron empuñadas por Caballeros de Solamnia y por valientes que, aunque no pertenecieron a Orden alguna, lucharon por la gloria de Ansalon,
continuó la voz.
Lucharon junto a los dioses en la guerra contra Caos.
¿Y cómo llegaron aquí las lanzas?,
se oyó preguntar Groller.
Podía oír su propia voz, lo que le permitía corregir la pronunciación. Sus palabras eran claras y graves, en lugar de entrecortadas y nasales.
Yo las llamé,
respondió la voz.
Unas armas tan honrosas también merecían un último lugar de descanso.
Las imágenes de los caballeros se desdibujaron y enseguida desaparecieron por completo.
¿Eres Huma?¿Acaso eres su espíritu?¿Quién eres si no?
Soy aquello que buscáis.
¿La lanza de Huma?¿Estoy hablando con un arma?
Deseo ardientemente que vuelvan a empuñarme, que lo haga alguien que me recuerda a mi antiguo amo. Ven. Te espero.
Groller escuchó con atención y echó a anclar siguiendo el sonido de la voz descarnada. En su sueño estaba solo. Ulin, Gilthanas,
Furia,
la joven Dama de Solamnia y los dos Caballeros de Takhisis habían desaparecido.
El semiogro miró las lanzas que lo rodeaban. Algunas le susurraban historias de las últimas batallas en las que habían participado, describiendo a Caos y a los dragones, proclamando el número de vidas que habían segado, llorando la pérdida de los hombres y mujeres que las habían empuñado. Ahora las antorchas brillaban con mayor intensidad y su luz arrojaba largas sombras en el suelo. Mientras Groller caminaba, el suelo descendió abruptamente bajo sus pies. En esta sala había más y más lanzas, dispuestas en una fila tras otra hasta donde alcanzaba la vista de Groller. Todas le hablaban en susurros, pero ninguna más alto que otra, y el semiogro continuó andando tras la voz.
Después de horas de búsqueda, el suelo se niveló y Groller entró en una estancia circular iluminada por antorchas que ardían pero no humeaban. Las paredes eran de brillante mármol blanco. El suelo negro con motas blancas parecía un retazo de cielo nocturno, recortado e instalado allí. En el centro había un bloque rectangular de piedra verde decorado con la imagen de una lanza dorada. La empuñadura estaba decorada con una piedra de jade.
Empúñame otra vez,
pidió la voz.
* * *
—Si tú que eres el guardián de la tumba no sabes cuál es la lanza de Huma, ¿cómo vamos a encontrarla? —preguntó Ulin.
El joven se encogió de hombros.
—Tu compañero y tú sois hechiceros. Quizás encontréis la forma de...
—Espera —lo interrumpió Ulin—. ¿Cómo lo has averiguado? —El joven se limitó a sonreír—. Mi magia es limitada —añadió Ulin.
—Yo no soy hechicero —dijo el guardián—. Pero tengo poder para acrecentar tu magia, sobrino nieto de Raistlin Majere. Hace tiempo que aguardo la oportunidad de trabajar con alguien como tú.
—¿Cómo? Ni siquiera has hablado de ti o de...
Ulin se interrumpió al oír pasos en la escalera.
—Hacía mucho tiempo que no venía nadie —dijo el joven con un suspiro—, pero parece que hoy habrá una asamblea.
En lo alto de la escalera apareció una mujer de sorprendente belleza, con una melena rubia y cana bajo el yelmo plateado y unos hermosos ojos azules que centelleaban a la luz de las antorchas. Vestía la brillante armadura de los Caballeros de Solamnia. La seguía una docena de hombres, también Caballeros de Solamnia.
—¡Lady Plata! —exclamó Fiona—. ¿Lo ves, Ulin? Te dije que alguien vendría a buscarme.
La joven solámnica se reunió con sus compañeros y todos formaron un círculo. La sala se llenó con el bullicio de sus voces mientras intercambiaban información. Fiona señalaba a Ulin y a los Caballeros de Takhisis.
Gilthanas miró fijamente al grupo de solámnicos. De repente se llevó una mano al corazón y caminó lentamente hacia uno de ellos.
—¿Silvara? —susurró.
Ulin carraspeó para llamar la atención de sus compañeros.
—¿A qué te referías cuando has dicho que podías «acrecentar» mi magia? —preguntó al joven.
—Por mis venas también corre un poco de magia.
—Eso es obvio.
—Tú puedes absorberla. Yo te indicaré cómo hacerlo.
—¿Y de ese modo podremos encontrar la lanza?
Ulin se peinó el cabello con los dedos y echó un vistazo a los Caballeros de Solamnia.
—Podemos intentarlo.
Gilthanas seguía detrás de la solámnica.
—¡Por todos los dioses! ¿Silvara?
El qualinesti tocó el hombro de la mujer y ésta se volvió.
—Ahora me llamo lady Arlena Plata y estoy con los Caballeros del castillo Atalaya del Este —repuso sin mirar a Gilthanas a los ojos—. He entregado mi vida a la Orden. Estoy feliz y satisfecha y tengo un propósito para seguir adelante. Silvara es un nombre que usaba en el pasado. Lo que entonces pasó entre nosotros también pertenece al pasado.
A pesar de la frialdad de su voz, la mujer permitió que Gilthanas la llevara aparte.
—Perdóname, Silvara... quiero decir, Arlena —dijo Gilthanas. Su voz sonaba ahogada, y el elfo contuvo un sollozo—. Estaba equivocado. Debería haberme reunido aquí contigo. Cometí un gran error, me comporté como un idiota. Debería haber...
—Hemos venido a buscar a Fiona —lo interrumpió lady Plata—. Estaba preocupada por ella. No sabía... qué le había ocurrido —añadió con un hilo de voz. Luego bajó la vista al suelo y tragó saliva—. Supusimos que los Caballeros de Takhisis la habían traído aquí. Los llevaremos con nosotros. Tendrán que responder ante la justicia.
—Silvara... —insistió Gilthanas—. Nunca pensé que volvería a verte. Es como si nos dieran una segunda oportunidad.
—¿De veras? —preguntó ella alzando la vista, y por primera vez lo miró a los ojos—. Tú decidiste que lo nuestro era imposible. Te esperé. Te esperé durante meses, durante casi un año.
—No era consciente de mis propios sentimientos.
—Yo te amaba.
—Y yo todavía te amo —respondió Gilthanas con voz cargada de emoción—. Te quiero más que a mi vida. Por favor, Silvara... tienes que sentir algo por mí. He aprendido que el amor está por encima de la raza, de la carne... de todo. Aunque ahora pareces humana, tenía la certeza de que eras tú. Estamos unidos.
La expresión de la mujer se dulcificó.
—No lo sé —dijo tras un breve titubeo.
—Por favor.
—Gilthanas —intervino Ulin—, lamento interrumpir. Pero creo que deberíamos buscar la lanza, ya que es obvio que no podremos dormir... Salvo Groller, claro, que tiene la suerte de no oír nada de todo este alboroto. El guardián cree que puede ayudarnos.
Sin embargo, Groller estaba a punto de despertar bruscamente, mientras
Furia
restregaba su húmedo hocico contra el cuerpo del semiogro. Groller hacía movimientos espasmódicos, abriendo y cerrando sus grandes manos y arrugando la frente. El lobo aulló, le lamió la cara y finalmente lo empujó con las patas hasta que el semiogro abrió los ojos.
Groller se incorporó con aire soñoliento. Miró a Ulin y a Gilthanas, y su cara se llenó de asombro cuando vio al nuevo grupo de caballeros.
El hechicero dibujó una línea recta con los labios, se llevó una mano a la frente y la ahuecó como si quisiera protegerse de la luz para buscar algo. Luego señaló las armas y levantó un dedo para indicar el número uno. Repitió el ademán para asegurarse de que Groller lo entendía.
—La lan... za de Hu... ma —dijo Groller—. Yo sé don... de es... tá —articuló el semiogro—. Se... guidme.
El semiogro echó a andar por un pasillo. Ulin, Gilthanas y el guardián cambiaron miradas de asombro y fueron en pos de Groller. Los Caballeros de Solamnia se unieron rápidamente a la procesión.
Furia
caminaba junto al semiogro.
Groller los llevó hasta un nicho de mármol verde donde había un peto dorado. Abrió un panel que conducía a una pequeña estancia.
El guardián parecía sorprendido.
—Pocas personas saben de la existencia de este lugar —dijo.
Groller entró mientras hablaba de su visión de los espectros y de Huma vestido con una armadura dorada.
—La lan... za de Hu... ma me lla... mó. Quie... re que la u... sen.
Los guió hasta la cámara circular que había visto en su sueño y rodeó con reverencia el bloque de mármol verde con forma de ataúd. Luego acarició la superficie, siguiendo el contorno del dibujo de la lanza dorada. Su dedo índice se detuvo sobre la piedra de jade.
—Hu... ma era un gran hom... bre.
Groller ejerció presión sobre la piedra, y una parte de la pared circular se deslizó a su espalda. Al otro lado se encontraba la Dragonlance, suspendida en el aire mediante un hechizo mágico muy anterior a la guerra de Caos. Era un arma elegante con la punta de un brillante metal argénteo. En la empuñadura de bronce bruñido, con relieves en oro y plata, había imágenes de dragones en plena lucha.
El guardián se quedó boquiabierto.
—Estaba aquí y yo no lo sabía —dijo con voz cargada de estupor.
El semiogro dio un paso al frente y cogió el arma con reverencia. Luego regresó al nicho y volvió a empujar la piedra. La pared circular se cerró.
Ajeno a las palabras de los demás, Groller echó a andar por el pasillo en dirección a la Sala de las Lanzas.
—¿Y a... hora? —preguntó a Ulin.
El hechicero alzó las manos, con las palmas enfrentadas, y las unió lentamente. Era la seña de «cerca», «pronto». Luego inclinó la cabeza hacia un lado y cerró los ojos.
—La magia resulta difícil cuando uno está agotado —dijo con la esperanza de que Groller captara el mensaje—. No podré comunicarme con mi padre hasta que haya descansado.