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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El Dragón Azul (22 page)

BOOK: El Dragón Azul
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Furia
daba vueltas alrededor de Dhamon y gruñía, manteniendo una distancia prudencial. Palin apartó al lobo y se acercó sosteniendo a Ulin.

—Magia negra; no cabe duda —dijo el mayor de los Majere.

—¡Tenemos que arrancársela! —exclamó Feril cogiendo la escama.

—¡No! —advirtió Gilthanas procurando separar a la kalanesti de Dhamon—. El caballero ha dicho que moriría si se quitaba la escama. Es probable que dijera la verdad. No sabemos qué clase de maleficio le han hecho.

—¡Lo está matando! Tenemos que hacer algo.

—Espera —dijo Palin—. Mira.

El hechicero sujetó mejor a su hijo, que perdía y recuperaba alternativamente el conocimiento.

Feril y los tres hombres vieron cómo las convulsiones de Dhamon remitían poco a poco. Estaba tendido de espaldas y jadeaba, tratando de llevar aire a sus pulmones. Después de unos instantes, sus ojos se encontraron con los de la elfa, que lo ayudó a incorporarse.

—Estoy bien —afirmó.

En efecto, se sentía mejor que unos minutos antes; más fuerte, a pesar del hormigueo de su pierna.

—No lo entiendo —dijo Feril—. ¿Qué te ha hecho? ¿Y esa escama? ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Cómo es que estás...?

—¿Vivo? —El hormigueo había desaparecido y ya no sentía el calor de la escama, aunque se miró la pierna y vio que seguía allí—. Feril, yo... —La kalanesti se arrojó a sus brazos y le tiró de la barba para obligarlo a inclinar la cabeza—. La historia de mi supervivencia es muy larga —dijo entre beso y beso—. Ya tendré tiempo de contártela. —La estrechó con más fuerza y los besos se hicieron más apasionados—. En cuanto a la escama, tendremos que extirparla —dijo cuando se apartó un instante para respirar.

—Ejem —carraspeó Gilthanas con diplomacia.

Dhamon y Feril se separaron muy lentamente. Él entrelazó los dedos con los de la kalanesti y apartó a regañadientes los ojos de ella para mirar a Palin, Ulin y Gilthanas. Por extraño que pareciera, el lobo continuó gruñendo a cierta distancia de Dhamon.

—Está claro que es una escama de dragón —observó Palin mientras señalaba la pierna de Dhamon—. La estudiaré en cuanto lleguemos al barco. No vamos a arriesgarnos a perderte por segunda vez extirpándola aquí.

Gilthanas liberó la alabarda del cuerpo del caballero y puso la empuñadura en la mano libre de Dhamon.

—Un arma sorprendente —comentó el qualinesti.

—Forma parte de la larga historia que he mencionado.

Dhamon miró largamente al elfo y luego a Feril.

—Ah, éste es Gilthanas —presentó ella—. Lo encontramos en el desierto. —Volvió a besar a Dhamon—. Pero esa historia también puede esperar.

—Entonces marchémonos de aquí —sugirió Gilthanas—. Es probable que haya otros caballeros en las inmediaciones, y aunque tienes un arma maravillosa, ya no estamos en condiciones para pelear.

—Independientemente de cómo has llegado aquí, me alegro de verte —dijo Palin. El hechicero miró al antiguo caballero de arriba abajo y luego señaló a Ulin con la barbilla—. Dhamon, éste es mi hijo.

—Deja que lo lleve yo —ofreció Dhamon. Entregó la alabarda al hechicero y cargó con facilidad a Ulin en andas—. No es tan pesado como parece.

El grupo dio media vuelta y enfiló hacia Witdel, con Feril y Dhamon a la cabeza. Detrás, el grupo de cautivos liberados conversaba animadamente sobre el rescate.

—Es una suerte que Feril no tenga nada en contra de los humanos —dijo Gilthanas haciendo un guiño a Palin—. De lo contrario, la relación entre ella y Dhamon no prosperaría.

15

Dividir para vencer

Llegaron a Witdel poco después de mediodía. Antes de que Jaspe tuviera tiempo de demostrar su sorpresa por el regreso de Dhamon, le entregaron el cuerpo herido de Ulin. El enano se ocupó del más joven de los Majere de inmediato, mientras Palin y Usha permanecían a su lado por si era necesaria su ayuda.

Aunque Rig manifestó alegría al ver al antiguo caballero, su expresión no coincidía con sus palabras y sus ojos rehuían los de Dhamon. Groller, por el contrario, reaccionó con entusiasmo. Lo saludó con una afectuosa palmada en la espalda, señaló la escama con curiosidad y enseguida fue a buscar unas prendas viejas del marinero para dárselas a Dhamon.

Ampolla no paraba de hablar de la cueva de Khellendros, de los prisioneros y de cualquier otro tema que se le cruzara por la cabeza.

Dhamon trató de abstraerse de la animada conversación de la kender y miró a Feril. La kalanesti lo hizo sentar en un barril, se colocó a su espalda y se dispuso a afeitarlo y a cortarle la enmarañada melena. Dhamon podría haberlo hecho solo, pero le gustaba que lo atendieran. Cuando Feril hubo terminado, el aspecto de Dhamon mejoró notablemente. Ahora su cabello estaba corto, a ras de la nuca y en una línea uniforme sobre los lóbulos de las orejas. Feril sonrió con expresión culpable y le explicó que con tantos nudos no había podido hacer otra cosa.

—Volverá a crecer —dijo él—. Si lo dejo.

Dhamon le tendió una mano, la estrechó en sus brazos e hizo una mueca de disgusto cuando Ampolla subió el tono de voz para que pudieran oírla mejor.

—Tu pelo tiene buen aspecto. Ahora que está parejo, tiene más movimiento —señaló Ampolla admirando la obra de Feril—. Bueno; no cabe duda de que está mejor que hace un rato. ¿Cómo es que no estás muerto?

Había querido hacerle esa pregunta desde que lo había visto llegar al barco con los demás, y, aunque se había contenido por cortesía, consideraba que ya había pasado un tiempo excesivamente largo.

Dhamon hizo un breve resumen de cómo lo había rescatado Centella, la hembra de Bronce.

—El dragón me dio la alabarda y aceptó transportarme a algún sitio, siempre y cuando éste no estuviera en el territorio de un señor supremo. Pensé en ti —dijo apartando un rizo de la frente de Feril—, y de alguna forma misteriosa el dragón me trajo hasta aquí.

—Pero no tienes ropa —interrumpió la kender—. Aunque me han dicho que has traído un arma maravillosa. Puede que el hechizo sólo funcionara en la carne y en el metal.

—Una parte de mí murió cuando pensé que habías muerto —afirmó Feril.

Cogió la cara de Dhamon entre las suyas y le acarició los labios con los dedos.

—Me pregunto si Palin conocerá el hechizo que te ha traído aquí —prosiguió la kender—. Dime, Dhamon, ¿cuánto tiempo pasaste con los Caballeros de Takhisis?

Dhamon suspiró y miró a Ampolla.

—Seis años, casi siete. Era muy joven cuando me reclutaron.

Esperaba que la kender se distrajera con otro tema y no insistiera en éste, pues no tenía ganas de seguir hablando de eso.

—¿Qué rango tenías?

—Poco antes de marcharme me nombraron oficial.

—¿Y qué hacías exactamente...?

—Zarparemos dentro de una hora —interrumpió Gilthanas interponiéndose entre Dhamon y la kender—. Sin duda Feril te habrá contado que tenemos prisa por encontrar unos objetos mágicos. Tienes el tiempo justo para ir a la ciudad y comprarte ropa. —El elfo le ofreció unas monedas que Rig le había entregado a regañadientes unos minutos antes—. Sé que Feril no es una enamorada de la ciudad, pero supongo que aceptará ayudarte.

La kalanesti tiró de Dhamon en dirección al muelle, contenta de la oportunidad de huir de las sugerencias de Ampolla sobre colores, modas y telas.

—¡Dentro de una hora! —les gritó Gilthanas mientras se alejaban.

Luego el qualinesti dedicó su atención a la kender, que quería oír su versión de la pelea con los caballeros en las afueras de Witdel.

* * *

Esa noche, mientras el
Yunque de Flint
navegaba una vez más rumbo a Ergoth del Sur, Palin y Usha convocaron una reunión. Sageth se paseaba cerca de ellos, consultando su tablilla y especulando sobre quién llegaría antes a los objetos mágicos: si el dragón o ellos.

—Ulin, Gilthanas y Groller viajarán a la Tumba de Huma en busca de la lanza —comenzó Palin.

—Deberá cogerla aquel que tenga el corazón más puro —interrumpió Gilthanas—, pues la espada quemará el alma y el cuerpo de un hombre perverso. Abrasará la carne, achicharrará los huesos, destruirá...

—Aquí todos somos buenas personas —protestó Ulin.

Palin asintió con un gesto.

—Y todos somos conscientes de la importancia de nuestra misión. Mientras ellos buscan la lanza, el barco continuará hacia Ankatavaka, cerca de territorio qualinesti. Desde allí, Feril, Jaspe y yo...

Ampolla levantó la mano para atraer la atención del hechicero.

—¿Por qué no enviamos a Feril a la tumba, teniendo en cuenta que ella procede de Ergoth del Sur?

Sin soltar la mano de Dhamon, la kalanesti se inclinó hacia la kender.

—Yo lo he decidido así, Ampolla. Es verdad que es mi patria, pero precisamente por eso me distraería pensando en la tierra, en el dragón, en los lobos que quedaron allí. Nada debe interferir con la búsqueda de la lanza. Además, yo no sé dónde está la tumba y Gilthanas sí.

Ampolla reflexionó un momento.

—Buena idea —dijo por fin.

Palin carraspeó para volver a acaparar la atención del grupo.

—En el bosque qualinesti, buscaremos el cetro, el Puño de E'li. Conozco bien esas tierras, y Feril sabe mucho de bosques. Con un poco de suerte, encontraremos la torre que mencionó Sageth, por mucho que el territorio haya cambiado.

—Una torre vieja —indicó Sageth—, más vieja que yo, aunque se conserve más erguida.

—Rig, Dhamon, Ampolla y Sageth irán a Schallsea a encontrarse con Goldmoon y a pedirle el medallón. —Miró a Dhamon—. Es probable que Goldmoon pueda hacer algo con la escama.

El antiguo caballero se volvió hacia Feril.

—No quiero volver a dejarte nunca.

—No será por mucho tiempo —respondió ella—. Luego pasaremos el resto de nuestra vida juntos.

Rig puso los ojos en blanco.

—Con eso reuniremos sólo tres objetos —dijo a Palin—. ¿Dónde encontraremos el cuarto?

—Sí; necesitáis cuatro —convino Sageth.

—Sé dónde está el anillo de Dalamar —respondió Palin—. No será difícil conseguirlo.

—Estupendo —dijo el marinero—, porque la tierra de los elfos marinos está muy lejos.

—Al final haré que todos volvamos a reunimos —concluyó el hechicero.

«Y ojalá lo consigamos antes de que en Krynn no quede un palmo de territorio libre», pensó.

* * *

Esa noche, Palin se separó de los demás y recorrió centenares de kilómetros hasta la Torre de Wayreth.

El Hechicero Oscuro lo saludó y le habló del Pico de Malys, una alta montaña rodeada de volcanes. Varios de ellos irradiaban un resplandor anaranjado, con líneas rojas corriendo por sus cuestas: cintas de humeante lava que en el cuenco de los vaticinios parecían brillantes hebras de hilo sobre una tela oscura.

El Custodio de la Torre interrumpió la conversación.

—En los escritos de tu tío Raistlin no he encontrado nada sobre escamas incrustadas en humanos, ni siquiera una pequeña pista de qué se puede hacer al respecto. Es probable que en el pasado no se hiciera nada semejante. —Cerró un grueso volumen y lo devolvió a su sitio en el estante—. Sea como fuere, esto no me gusta. Estoy seguro de que se trata de un maleficio de magia negra y creo que deberíais extirpar la escama cuanto antes.

—El caballero dijo que Dhamon moriría si se la quitaba.

—La propia escama podría matarlo, podría estar matándolo en estos mismos momentos —respondió el Custodio. Su voz suave tenía un dejo cortante—. Tenéis un curandero a bordo. Es probable que el enano consiga salvar a Dhamon Fierolobo después de extirparle la escama.

—¿Estás dispuesto a correr ese riesgo? —preguntó el Hechicero Oscuro—. Yo me fiaría de las palabras del caballero, Majere. La escama estaba pegada a su cuerpo, y dices que murió en el acto cuando se la arrancó. Me parece prudente esperar a que Goldmoon la examine. Es mucho mejor sanadora que el enano.

Palin miró a sus colegas. Con las facciones ocultas entre las sombras de la capucha, era imposible descifrar sus expresiones o adivinar qué pensaban.

—Por el momento, la escama no parece causarle daño alguno. Quizá podamos esperar hasta que Goldmoon la examine.

El Hechicero Oscuro hizo un gesto afirmativo.

—Goldmoon lo eligió como paladín. Dejemos que ahora se ocupe de él.

16

En el hielo

Enfundados en las pieles que habían comprado en el último puerto, parecían osos andando en posición erecta. Groller se distinguía por su estatura, pero era imposible diferenciar a Gilthanas de Ulin a más de unos palmos de distancia. A su espalda,
Furia
caminaba pesadamente sobre la nieve, con los bigotes y los carrillos cubiertos de escarcha, olfateando los olores del gélido territorio.

Al qualinesti le castañeteaban los dientes.

—De los desiertos de los Eriales del Septentrión a los yermos azotados por el viento de Ergoth del Sur en sólo dos meses —dijo en voz alta, aunque sabía que Ulin no podía oírlo a través de su acolchada capucha y por encima del zumbido del viento—. Y es mediodía, la hora más templada. ¿Cómo sobreviviré cuando la temperatura baje aun más?

Sabía que la antigua patria de la kalanesti estaría helada, porque el Blanco había alterado el clima, pero no imaginaba que el frío fuera tan intenso. El aire glacial se colaba por las costuras de sus pieles y le irritaba los ojos y la piel. También tenía los pies congelados, pese a las botas forradas de piel.

El viento los azotaba como un ejército de fantasmas enajenados, y su zumbido exasperaba a Gilthanas y a Ulin. El qualinesti miró por encima del hombro y divisió el
Yunque de Flint,
las velas blancas del galeón se recortaban sobre la bahía salpicada de témpanos de hielo. Luego se volvió hacia el gélido corazón de Ergoth del Sur y continuó andando. A pesar del espeso manto de nieve, reconoció el camino a la tumba.

En la mayoría de los sitios la nieve estaba tan compacta que sobre la superficie se formaba una brillante lámina de hielo, una costra gruesa sobre la que resultaba relativamente fácil andar, aunque las pesadas pieles que los envolvían les impedían avanzar a paso rápido. En otros lugares la nieve estaba blanda y algodonosa y Gilthanas, que encabezaba la marcha, se enterró varias veces hasta la cintura, como un hombre atrapado en tierras movedizas. En cada ocasión Groller lo ayudó a salir con cuidado para que no lo arrastrara a él también. Luego Gilthanas comenzó a sondear el camino con la Dragonlance que Rig le había dejado a regañadientes. A media tarde, cuando el cielo se cubrió por completo, el paisaje adquirió un aspecto aun más tétrico y sombrío.

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