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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El Dragón Azul (20 page)

BOOK: El Dragón Azul
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—¡Deprisa! —gimió—, ¡el barco! —Cayó de rodillas y se cogió el pecho—. Lo han atacado y han liberado a los prisioneros. Tenéis que daros prisa. Los atacantes vienen hacia aquí. Tienen armas y...

Jadeó y cayó de bruces a pocos centímetros del fuego. Su yelmo rodó en el suelo.

El oficial al mando ordenó formar filas.

—Los emboscaremos en el camino —gritó—. ¡Moveos!

Hizo una seña a dos caballeros para que se quedaran vigilando a los prisioneros y encabezó la partida hacia Witdel a paso rápido.

—¿Está muerto? —preguntó uno de los guardias una vez que el resto de los caballeros se hubieron alejado. Dirigió una mirada compasiva y curiosa al caído—. ¿Sabes quién es?

—No lo había visto antes. Debe de venir del barco —respondió el otro. Dio unos pasos en dirección al caído y miró por encima del hombro hacia los prisioneros—. Respira, aunque con dificultad, y, a juzgar por toda esa sangre, morirá pronto. Tendremos que enterrarlo antes del amanecer.

—Quizá podamos hacer algo por él.

—¿No has oído al oficial? —preguntó el segundo caballero—. Ha ordenado que vigiláramos a los prisioneros.

El caballero herido levantó un poco la cabeza, mirando al fuego situado a pocos centímetros de distancia. Podía sentir su calor en la piel. El olor al alce parcialmente destripado era insoportable. La hoguera se avivó ante sus ojos y las llamas se agitaron, no movidas por el viento, sino por la mente del caballero caído. Ordenó al fuego que se elevara y que consumiera la leña como si fuera una bestia hambrienta.

—¡Eh! ¿Qué pasa? —gritó uno de los caballeros.

La sangre y las heridas del caído se habían esfumado. El caballero se incorporó y comenzó a quitarse la armadura negra. Era un hombre alto, con una melena rojiza hasta los hombros, y vestía una sencilla túnica. Una vez en pie, cogió el yelmo, que por arte de magia se convirtió en una maza.

—¡Hechicería! —bramó el otro caballero—. ¡Quédate con los prisioneros! ¡Nos han engañado!

Desenvainó su espada y corrió hacia Ulin, que se había colocado detrás del fuego.

Ulin hizo un ademán y arrojó una chispa hacia la cota del caballero. Éste se detuvo un instante para apagar la llama, y Ulin aprovechó la ocasión para apartarse más y rodear al campamento en una gran bola de fuego que pronto envolvió a los dos caballeros.

Los prisioneros dieron un respingo y se alejaron tanto como sus ataduras les permitieron. Las llamas estaban peligrosamente cerca de ellos, pero Ulin ordenó la retirada del fuego, que se consumió hasta que sólo quedaron unas pocas brasas.

—Tranquilos —dijo—. Todo irá bien. Mis amigos y yo os acompañaremos a la ciudad. —Se acercó y advirtió que la mayoría lo miraban con recelo. Entonces recurrió a otra táctica para tranquilizarlos:— Mi padre es Palin Majere. Está cerca de aquí, ocupándose de los demás caballeros.

Estas palabras cumplieron su cometido, y Ulin comenzó a desatar a los prisioneros.

Feril estaba tendida boca abajo, entre los helechos que bordeaban el camino. La elfa respiró hondo, aspirando el embriagador aroma de la tierra. Estiró los dedos y tocó las hojas, delicadas y fuertes al mismo tiempo. Cerró los ojos y se representó mentalmente los helechos.

—Uníos a mí —murmuró con un tono similar al rumor del viento entre las hojas—. Sentid lo que yo siento. —La kalanesti flexionó varias veces los dedos y sacudió la cabeza. Los helechos imitaron sus movimientos, y ella sintió la energía que ascendía desde las raíces y corría por los tallos. Sintió el sol en su espalda y tuvo la impresión de que absorbía su fuerza—. Uníos a mí —repitió.

Un sonido se filtró en su mundo. Era Gilthanas.

—Los caballeros se acercan —dijo.

Feril oyó el rumor de las hojas que se separaban. Palin estaba de rodillas junto a ella. Luego oyó otros sonidos, rápidos e intensos: botas de cuero corriendo sobre la tierra. Volvió a concentrarse en los helechos.

—Uníos a mí —musitó.

Luego su visión retrocedió y vio el arbusto que estaba junto a los helechos, las hojas como velos del sauce situado a pocos palmos de distancia. Vio las altas hierbas, el musgo, los numerosos rosales silvestres.

El sonido de las botas se acercó, y las plantas comenzaron a moverse al ritmo de los dedos de la elfa. Las ramas del roble que se alzaba sobre su cabeza, el velo del sauce, los helechos; todos se balanceaban, se estiraban, se contorsionaban. El roble rugió e inclinó una rama que atenazó como si fuera un lazo el cuello del primer caballero de la fila. El velo del sauce envolvió a otros dos, sujetándolos con tanta fuerza como una telaraña a unos insectos indefensos.

Feril apretó los puños, y las altas hierbas golpearon como látigos los tobillos de los caballeros, y derribaron a todos aquellos que no estaban junto a los árboles. Los rosales silvestres rodearon las pantorrillas de los caballeros, y los helechos maniataron a los enemigos que cayeron al suelo.

La kalanesti sintió que el dolor penetraba en su mundo, percibió la sensación de las plantas amenazadas por los caballeros que trataban de arrancar las hierbas de su vientre de tierra. Sentía todo lo que sentían las plantas.

Pero ahora Palin se movía entre los helechos, practicando su propio encantamiento. Feril mantuvo sus sentidos concentrados en las plantas y no prestó atención a las chispas de fuego que salían de las puntas de los dedos del hechicero. Luego sintió una oleada de calor en la espalda y las piernas, la percepción de la sangre. Gilthanas empuñaba la espada de Rig y la sangre de los caballeros salpicaba las plantas. La kalanesti ordenó al sauce que envolviera a los caballeros en sus flexibles ramas para obligarlos a arrojar las armas.

Las plantas respondieron y aceleraron sus movimientos, absorbiendo la fuerza de Feril. Los rosales silvestres retrocedieron y atraparon a un caballero en su espinoso abrazo. Mientras éste luchaba contra la planta, tratando de arrancar los tallos, Gilthanas se acercó y lo mató. Otro caballero consiguió separarse del roble quitándose la cota de malla. Pero Palin lo detuvo disparándole flechas de fuego que atravesaron su pecho y lo mataron.

—Moveos conmigo.

Ahora Feril hablaba en voz más alta, separándose del suelo mientras continuaba dirigiendo a las plantas. A su alrededor, el bosque estaba más vivo que nunca; las ramas y los tallos se movían y atrapaban a sus presas como si fueran serpientes y los sarmientos actuaban como lazos. Señaló un pequeño matorral de frambuesas en la vera del camino, y los bucles de tallos finos se enredaron alrededor de tobillos y pantorrillas y derribaron a los pocos caballeros que aún quedaban en pie. En el suelo los aguardaba el moho para liberar su esencia embriagadora y somnífera.

Unios a mí,
dijo el moho a los caballeros, relajándolos y sumiéndolos en un sueño profundo que los hacía más fáciles de eliminar.

Palin y Gilthanas se habían visto obligados a matar a la mitad de los caballeros. Feril apartó sus sentidos de las plantas y se dirigió al camino con paso tambaleante. Respiró hondo varias veces para superar el mareo. El encantamiento la había agotado. Cuatro caballeros estaban atados con ramas a los árboles más grandes. Gilthanas les quitó las botas, las partió en dos con el alfanje y las arrojó entre las malezas. Entretanto, Palin recogía las armas de los hombres.

—Estarán descalzos y sin armas —explicó Palin a la kalanesti—, de modo que, incluso si consiguen liberarse, no representarán ningún peligro. ¿Te encuentras bien?

Feril asintió y sonrió.

—Sí; sólo estoy un poco cansada. Vayamos a ver cómo le ha ido a tu hijo.

* * *

Cuando Feril, Palin y Gilthanas llegaron al claro, Ulin ya había desatado a la mayoría de los prisioneros. Gilthanas distribuyó rápidamente las armas de los caballeros entre los recién liberados. Ulin recogió su bastón y saludó con un gesto a Palin, que inspeccionaba los restos calcinados de los dos caballeros.

—Larguémonos —dijo Gilthanas con voz apremiante señalando el camino de Witdel—. Deberíamos marcharnos antes de que lleguen más caballeros.

—Algo va mal —dijo Feril. La elfa se movía en círculos, estudiando los árboles que rodeaban el campamento, olfateando el aire y aguzando el oído—. Hay...

—¿Más caballeros? ¿Refuerzos? —preguntó una voz sensual.

Una mujer gruesa, vestida con una túnica gris, entró en el claro. La flanqueaban varios Caballeros de Takhisis con las armas preparadas. Otras dos docenas de caballeros rodeaban el antiguo campamento. Al ver que Palin y Gilthanas empuñaban sus armas, la rechoncha hechicera los atajó con una seña.

—Al menor movimiento, estos hombres dispararán sus flechas.

—Arrojad las armas —dijo un caballero.

Era evidente que estaba al mando, pues lucía la insignia de subcomandante en el hombro.

Tras mirar mejor a Palin, la hechicera se dirigió al oficial al mando.

—Subcomandante Gistere —dijo—, estamos ante un hombre muy importante: Palin Majere.

Aunque su semblante no delató emoción alguna, Gistere clavó los ojos en Palin.

—Arrojad las espadas. Y tú deja ese bastón —añadió dirigiéndose a Ulin—. Poned las manos donde yo pueda verlas. —El oficial escrutó a los hechiceros—. ¡Las armas! —bramó.

Ulin arrojó el bastón, y los prisioneros que estaban a su espalda lo imitaron a regañadientes. Palin alzó las manos con lentitud, sin desviar la vista de los caballeros. Sabía que había otros a su espalda y buscaba desesperadamente con la mente el encantamiento más adecuado. No podía vencerlos a todos con un hechizo sin herir también a sus amigos y a los prisioneros.

Feril frunció los labios y dejó caer los brazos a los lados.

—¿Cómo supisteis que estábamos aquí? —preguntó con voz cargada de furia—. ¿Y cómo habéis podido sorprendernos de esta manera?

La hechicera de la Orden de la Espina dio un paso hacia ella.

—Hay encantamientos capaces de hacer que los pasos sean tan silenciosos como una débil brisa, mi querida Elfa Salvaje —dijo la mujer—. Un encantamiento que amortigua el ruido de las armaduras. Veníamos al encuentro de los hombres que vigilaban a estos prisioneros y, afortunadamente, percibí que algo iba mal. ¿Los habéis matado a todos?

—¡Basta! —espetó el subcomandante Gistere a la hechicera—. No tenemos tiempo para estas cosas. Eh, tú, te he dicho que arrojaras el arma. —Señalaba a Gilthanas, que blandía el alfanje de Rig—. Si no lo haces, mis hombres dispararán sus flechas contra los prisioneros, ¿entendido? Les ordenaré matar a hombres y mujeres sin armas. Su sangre pesará sobre tu conciencia. No te haré ninguna advertencia más.

—¡No lo hagas! —exclamó una voz desconocida.

Feril abrió los ojos como platos al ver al hombre que entraba en el claro. Estaba desnudo, cubierto sólo por una capa de los Caballeros de Takhisis que sin duda había robado a alguno de los hombres caídos en el camino. No había hecho el menor ruido precisamente porque no llevaba botas ni armadura. Con el cabello y la barba enmarañados, parecía un salvaje.

—¿Dhamon? —
preguntó Feril con un hilo de voz. Los latidos de su corazón se aceleraron.

—¿Dhamon? —coreó Palin sin poder creer en sus ojos.

—Bien, un tonto más que se unirá al resto —se mofó el subcomandante Gistere—. Un tonto que morirá muy pronto si no arroja el arma.

A una seña suya, uno de los arqueros apuntó al pecho de Dhamon.

Gilthanas paseó la vista con incredulidad entre Dhamon Fierolobo y el Caballero de Takhisis. Sin soltar el mango de su alabarda, Dhamon se interpuso entre Feril y los caballeros. Un segundo arquero apuntó al hombre de aspecto salvaje.

—Dhamon —susurró la kalanesti cuando éste pasó a su lado.

—En el pasado, los Caballeros de Takhisis eran hombres nobles —dijo Dhamon—. Hace un tiempo jamás habrían amenazado a personas indefensas ni usado armas de distancia contra enemigos que no tenían la misma ventaja. Sólo se enzarzaban en peleas justas. —Miró a Gistere y enarcó una ceja al ver la escama roja en el emblema del lirio—. Pero eso fue antes de que decidieran someterse a los señores supremos y servir a los dragones en lugar de servir a los hombres —añadió señalando con la mano libre a los prisioneros para dar énfasis a sus palabras—. Para ellos sería mejor morir de inmediato que sufrir los tormentos que sin duda les tenéis reservados.

Gistere entornó los ojos y comenzó a alzar una mano para dar orden de disparar a los arqueros. Pero súbitamente sus ojos se desorbitaron y se quedó paralizado. Percibió la presencia de la Roja en su cabeza y sintió un hormigueo en el punto de su pecho donde estaba incrustada la escama.

Este ser me intriga,
silbó Malys.
Me convendría tener a mi servicio a alguien con el valor suficiente para enfrentarse a tantos hombres. Lo quiero vivo e ileso. Mata a los demás para darle una lección.

El subcomandante Gistere tragó saliva e hizo una seña a los arqueros, señalando diferentes objetivos: Palin Majere, Gilthanas, Ulin, Feril y el más corpulento de los prisioneros. En ese momento, Dhamon arremetió contra él. Gilthanas se unió al ataque mientras el hechicero comenzaba a pronunciar un encantamiento.

Feril, aturdida por el inesperado regreso de Dhamon, recuperó rápidamente la compostura. Más tarde habría tiempo para explicaciones... siempre y cuando sobrevivieran. Rebuscó en su saquito y sacó una concha marina. A su espalda, Ulin musitaba las palabras de otro encantamiento.

En el mismo momento de la llegada de Dhamon, Palin se había decidido por un hechizo. El regreso del antiguo Caballero de Takhisis lo había turbado y tuvo que hacer un gran esfuerzo para concentrarse y no equivocar las palabras del encantamiento. Mientras recitaba las palabras arcanas, una flecha pasó a su lado y se clavó en la garganta de un prisionero. Oyó el zumbido de otra flecha e inmediatamente después un gemido de Ulin a su espalda.

—¿Hijo? —susurró Palin al tiempo que concluía el hechizo y el aire se llenaba de pequeños fragmentos de oro, plata, rubíes, esmeraldas y jacintos.

La luz mortecina del sol tocó estos fragmentos, que comenzaron a girar y a reflejar un deslumbrante caleidoscopio de colores. Algunos de los caballeros arrojaron las armas para cubrirse los ojos, pero era demasiado tarde: el hechizo de Palin los había enceguecido, y también a la mayoría de los prisioneros.

El hechicero miró por encima de su hombro. Ulin estaba tendido boca abajo, junto a las brasas, y tenía una flecha clavada en la espalda.

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