El Dragón Azul (21 page)

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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

BOOK: El Dragón Azul
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—¡Ulin!

Gilthanas corrió hacia su objetivo, la hechicera de la Espina, pero un caballero con una espada de empuñadura larga le cerró el paso. El elfo se hizo a un lado justo a tiempo para escapar al golpe del arma, que atravesó el aire quieto con un ruido silbante.

Dhamon, que estaba junto al qualinesti, trazaba movimientos amplios y oscilantes con la alabarda. Acostumbrado a pelear con espadas, aún no se había familiarizado con su nueva arma. Sin embargo, aunque al principio parecía ingobernable, pronto comenzó a hacer cosas inverosímiles.

Al chocar con la espada de un caballero, la alabarda adquirió un suave resplandor azul y partió la hoja en dos. Luego continuó el movimiento en arco y atravesó la armadura negra del caballero como si fuera de tela. Con la misma facilidad se hundió en la carne que había debajo, y la erupción de sangre cubrió el pecho y la cara de Dhamon. El Caballero de Takhisis murió antes de llegar al suelo.

Dhamon dio media vuelta, parpadeando para aclararse la vista, y se encontró frente a frente con un par de caballeros. Sujetó con firmeza el mango de la alabarda y alzó ésta a la altura de su cintura. Una vez más, la hoja atravesó armas y armaduras, y pronto hubo dos caballeros menos.

El subcomandante Gistere vio que sus arqueros apuntaban a Dhamon y gritó gara que cambiaran de objetivo:

—¡A Palin Majere! ¡Este es mío!

Dhamon derribó a tres caballeros más en el tiempo que Gistere demoró en dar un paso al frente y colocarse en posición de defensa, con la larga espada en una mano y un escudo en la otra.

Dhamon giró en redondo, derribando a otros dos caballeros. Aunque estaba prácticamente cubierto de sangre, no era la suya. Por fin miró al subcomandante y le gritó:

—¡Ordena a tus hombres que paren! No es necesario que derramemos más sangre.

Gistere negó con la cabeza y alzó la espada. Si pudiera infligir a ese hombre una herida pequeña para obligarlo a arrojar el arma...

Lo quiero vivo,
le recordó Malystryx en su mente.
Y también quiero su arma.

Entretanto, la hechicera se acuclilló detrás de un caballero para protegerse de Gilthanas y señaló con un dedo de uña muy larga al qualinesti, que se demoraba en llegar a su lado porque una flecha lo había alcanzado en el hombro. La mujer rió del dolor del elfo y pronunció una sucesión de palabras indescifrables para quienes la rodeaban.

Pero Gilthanas sabía lo que decía. Aunque él solía fiarse más de la espada que de los maleficios, él también conocía la magia. El elfo apretó los dientes, avanzó con el alfanje y aguardó lo inevitable. Un haz de luz entre anaranjada y rojiza salió del dedo de la hechicera en dirección al pecho del elfo. Gilthanas estaba preparado, de modo que resistió mejor el electrizante dolor. Continuó avanzando y esta vez consiguió derribar al caballero que protegía a la mujer. El alfanje del elfo se hundió en el vientre del hombre, que se desplomó en el acto.

El mágico haz de luz continuó brotando del dedo de la hechicera mientras Gilthanas extraía su arma del cuerpo del caído con considerable esfuerzo. El elfo dirigió una mirada fulminante a la mujer de túnica gris y cayó de rodillas; un dolor insoportable le paralizaba las extremidades. Gilthanas trató de levantar el arma, y soltó una maldición cuando lo atravesó otro rayo. Sus dedos temblaban de manera incontrolable, y el alfanje cayó de sus manos.

—Muere, qualinesti —ordenó la hechicera. Gilthanas hizo un gran esfuerzo para no gritar, y cayó de bruces, temblando de pies a cabeza—. ¡Muere, elfo!

—¡No! —gritó Feril.

La kalanesti había terminado de pronunciar su encantamiento y arrojó la concha de mar a la hechicera. La concha se detuvo en el aire, encima de la cabeza de la mujer, y un instante después el aire que la rodeaba se llenó de un resplandor verde azulado. Perlas de agua cayeron sobre su túnica gris y se extendieron sobre su cara como una capa de sudor.

La hechicera dio un respingo y se llevó las manos al pecho, abandonando el hechizo que atormentaba a Gilthanas. Más agua de mar cubrió su piel y su ropa. La mujer gimió y cayó al suelo, soltando espuma por la boca y por su ancha nariz. Hasta Gilthanas se sorprendió de este inusitado truco mágico. Feril había convertido el aire que rodeaba a la hechicera en agua de mar, y ésta había ahogado a su adversaria.

El qualinesti se incorporó con dificultad y se arrancó la flecha del hombro.

—Gracias —dijo a Feril mientras recogía su alfanje y miraba alrededor.

Le dolía el hombro y su brazo comenzaba a entumecerse, pero apartó el dolor de su mente. Feril ya invitaba a los árboles y las plantas de la zona a unirse a la lucha, y las ramas avanzaban como serpientes para amarrar a los caballeros.

Cuando uno de ellos corrió a examinar a la hechicera caída, Gilthanas fue a su encuentro. Sus espadas chocaron y ambos retrocedieron para levantarlas. El qualinesti se arrojó al suelo, rodó hacia adelante bajo el arco del arma de su contrincante y le clavó el alfanje de Rig en el abdomen.

Gilthanas oyó exclamaciones de asombro a su espalda. Las plantas de Feril habían enredado a varios caballeros, que estaban aterrorizados por lo que ocurría. El elfo se lanzó sobre otro caballero. Por el rabillo del ojo vio cómo Dhamon mataba a otros dos hombres y luego se detenía a arrancar las flechas de sus piernas. El suelo estaba bañado de sangre, y el luchador de aspecto salvaje tenía que andar con cuidado para no tropezar con los cadáveres.

Palin Majere dejó escapar un suspiro de alivio al ver que Ulin había conseguido sentarse. El hechicero volvió a centrar su atención en las luces titilantes que aún llenaban el aire de la mitad del claro. Se concentró y aumentó el poder del hechizo. Los fragmentos de piedras preciosas y los trocitos de oro y plata brillaron con más fuerza —como las chispas de una hoguera— y se arremolinaron en torno a los caballeros, quemando las caras y las manos de aquellos que no estaban atrapados entre el follaje.

Ulin se unió a la lucha. El joven hechicero dirigía las pocas energías que le quedaban a las brasas del antiguo campamento. Los lefios ardientes se elevaron en el aire y cayeron sobre los caballeros. Los dedos de Ulin señalaban cada objetivo y las brasas obedecían, infalibles. Ulin apenas conseguía mantenerse consciente y sabía que estaba perdiendo mucha sangre.

Feril se agachó justo a tiempo para esquivar dos flechas. Rebuscó en su saquito, se puso a cuatro patas y rodó de lado para sortear otra andanada de flechas. Luego se incorporó de un salto y corrió al encuentro de Dhamon justo a tiempo para verlo matar a otro caballero y acercarse al subcomandante.

—¡Ya podemos dar la lucha por concluida! —gritó Dhamon—. ¡Te quedan sólo seis hombres! Bastará con que digas una palabra para salvarles la vida.

—¿Me pides que nos rindamos? —preguntó Gistere. Volvió a levantar el escudo y oyó la voz de Malys en su cabeza. El dragón decía que rendirse estaba fuera de la cuestión. No quería que cogieran e interrogaran a sus caballeros en el territorio de otro dragón. Prefería que murieran todos... Gistere incluido. El subcomandante hizo una seña a cuatro de los caballeros supervivientes, ordenándoles atacar.

—¡Los quiero vivos! —gritó.

Un caballero continuó luchando contra Gilthanas mientras otro corría hacia Palin. Feril echó un vistazo alrededor, preocupada por Ulin pero más aun por Palin, que estaba desarmado y demasiado cansado para practicar otro encantamiento. Corrió junto al hechicero.

En ese momento, un aullido retumbó en el claro.
Furia
entró como un relámpago en el campamento —un bulto volador de rojo pelaje— y derribó al caballero que atacaba a Palin. Palin cogió el bastón de su hijo mientras el lobo hincaba los dientes en la garganta del caballero caído.

A unos pasos de allí, Dhamon esbozó una sonrisa burlona y, cogiendo con fuerza el mango de la alabarda, trazó grandes arcos con la hoja para mantener a raya a cuatro caballeros. Uno trató de pasar por debajo del arma, pero Dhamon le asestó una patada en el abdomen cubierto por la cota de malla. El destelleante filo azul de la alabarda cortó el aire cuando alzó el arma y, descargándola sobre el hombro del caballero, la hundió hasta la mitad de su pecho. Dhamon liberó la hoja con facilidad y descargó un tajo a un segundo caballero que se había arriesgado a dar un paso al frente. El arma atravesó la espada del caballero y continuó su mortífero camino, matándolo en un instante.

Ahora sólo quedaban dos caballeros, y ambos se mantenían a una distancia prudencial de Dahmon. Lo rodearon, buscando la ocasión para atacar, pero Dhamon los mantenía a raya, desplazándose a los lados y blandiendo la alabarda.

Cuando el caballero que peleaba con Gilthanas desvió la vista para mirar a los demás, el qualinesti avanzó y hundió la hoja del alfanje en la mano enguantada. La espada cayó al suelo, y el caballero se vio obligado a retroceder. Gilthanas hizo un gesto con la barbilla, señalando el camino que continuaba al otro lado del claro.

—Yo en tu lugar, huiría —susurró. El caballero echó un rápido vistazo al subcomandante—. No repetiré el ofrecimiento —añadió el qualinesti.

Sin desviar la vista de Gilthanas, el caballero retrocedió otro par de pasos. Luego dio media vuelta y huyó. Gilthanas vio a Palin arrodillado junto a su hijo. Feril hablaba con los Majere, pero en voz demasiado baja para que el elfo la oyera.

Gilthanas volvió a mirar a Dhamon que acababa de matar a otro caballero. El único sobreviviente había arrojado la espada y suplicaba piedad. El subcomandante gruñó un «cobarde» a su hombre, extendió el brazo en el que empuñaba la espada e hizo un saludo burlón a Dhamon.

—Bárbaro, te llevaré vivo, aunque para ello tenga que cortarte algún miembro.

—Alguien como tú es incapaz de vencerme —replicó Dhamon dando un paso al frente.

A pesar de su armadura, Gistere era ágil y esquivó con facilidad los primeros golpes de Dhamon. Luego dio un salto al frente, se agachó debajo de la alabarda y lanzó una estocada a la pierna ya herida de su adversario. Gistere dio en el blanco y tras varios asaltos consiguió hacer retroceder a Dhamon.

—Eres bueno —observó Dhamon mientras adoptaba una postura defensiva—, pero yo tengo un arma mejor.

—Y yo soy mejor espadachín —se burló Gistere.

El subcomandante dio un salto al frente, esquivando un golpe demasiado bajo de la alabarda de Dhamon. El caballero aterrizó junto a su contrincante, alzó la espada y le asestó un golpe en el hombro con la empuñadura.

Dhamon cayó de rodillas. El golpe había sido brutal y rápidamente le siguió otro. Mientras el aire abandonaba sus pulmones, Dhamon retrocedió blandiendo la espada.

—¡No! —gritó a Gilthanas, que acudía en su ayuda—. ¡Esta pelea es mía!

Gistere sonrió y se acercó a Dhamon. La fuerza de sus brazos y piernas era un don otorgado por Malys. A diferencia de su oponente, aún no había empezado a sudar. El cuerpo de Dhamon estaba empapado en sudor en todos los sitios libres de sangre.

—Creo que será una pelea corta —dijo el caballero mientras lanzaba una estocada.

Pero Dhamon se incorporó de un salto en el último momento y levantó el arma con la punta hacia arriba. La alabarda partió la espada del caballero y continuó ascendiendo hacia el pecho del caballero. La afilada hoja atravesó la cota de malla y el peto que había debajo como si fueran de tela. Sin embargo, en lugar de hundirse en la carne, rebotó.

Gistere tomó impulso, saltó por encima de Dhamon y corrió hacia el cadáver de uno de los caballeros. Recogió su espada y se volvió justo a tiempo para ver un destello plateado descendiendo hacia él.

Dhamon, que había reaccionado con la misma rapidez que el caballero, blandió su arma trazando un gran arco en el aire. Esta vez la hoja se hundió en el estómago de Gistere, unos centímetros por debajo de la escama roja.

El subcomandante soltó la espada y se llevó las manos a la herida. Cayó de rodillas, con las manos empapadas de sangre.

Me has fallado, subcomandante Rurak Gistere,
dijo la voz de Malys en su cabeza.

—¡Todavía no! —gritó.

Pero entonces se mareó y sus piernas comenzaron a temblar. Gistere cayó de espaldas y su garganta se llenó de sangre.

Dhamon, que estaba a su lado, se arrodilló para oír lo que intentaba decir el subcomandante.

—La cota de malla —gimió Gistere—. ¡Quítamela, por favor!

Tosió y un hilo de sangre se deslizó sobre su labio inferior. Dhamon lo sentó y le quitó la cota de malla. En el musculoso pecho del caballero resplandecía una escama roja.

Gilthanas se había acercado, movido por la curiosidad.

—¿Qué es eso? —preguntó señalando la escama.

Feril se reunió con ellos y contuvo el aliento al ver de cerca a Dhamon. El joven, semidesnudo y con el pelo enmarañado, parecía un animal.
Furia,
con el hocico chorreando sangre, se acurrucó junto a la kalanesti y olfateó a Dhamon.

Los labios del subcomandante continuaban moviéndose, de modo que Dhamon se inclinó y acercó el oído a la boca del moribundo. Gistere palpó la escama, levantó los bordes, y con las pocas fuerzas que le quedaban, la arrancó de su piel.

Al hacerlo soltó un aullido de dolor. Los dedos le ardían tanto como le había ardido el pecho cuando Malys le había incrustado la escama. Dhamon cogió al caballero entre sus brazos y le miró fijamente el pecho, el hoyo sanguinolento en el sitio donde había estado la escama y la propia escama que el caballero aferraba entre sus dedos.

—No podrás vencer —gimió el subcomandante. Sintió que la mente de Malystryx se separaba de la suya, y un frío intenso se apoderó de su cuerpo. Se estremeció y miró a Dhamon a los ojos—. No sabes a qué te enfrentas. —En sus labios se dibujó una pequeña sonrisa mientras apretaba la escama contra la pierna desnuda de Dhamon—. Quítatela y morirás igual que yo.

La escama se adhirió de inmediato a la carne de Dhamon, se fundió con su pierna como una segunda piel y lo quemó como si estuvieran marcándolo a fuego. Dhamon gimió de dolor. Una corriente abrasadora le recorría todo el cuerpo, comprimiéndole y secándole la garganta. Soltó al caballero, cayó de espaldas y sus dedos se hundieron en la tierra. El dolor continuó irradiándose en angustiosas oleadas que bullían al ritmo de los latidos de su corazón.

—¿Qué has hecho? —gritó Feril al subcomandante.

Pero sus palabras cayeron en oídos sordos, pues el hombre había muerto. Se arrodilló junto a Dhamon para auxiliarlo, pero no consiguió detener sus convulsiones.

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