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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El Dragón Azul (24 page)

BOOK: El Dragón Azul
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El pelo del lobo se erizó, formando una cresta sobre su lomo arqueado.
Furia
se inclinó, extendió la cola y olfateó el suelo. Groller observó con perplejidad las señas que le hacía Ulin, que ahora deseaba haber prestado más atención cuando el semiogro había enseñado a la kalanesti y al enano el lenguaje de signos que usaba para comunicarse. Ulin tiró de la manga de Groller, cerró las manos enguantadas en puños y los sacudió con energía delante de su pecho. Era una seña que significaba frío, congelado. Ulin señaló al oso y repitió el ademán, tratando de explicar al semiogro que el oso había muerto congelado en esa posición. Pero Groller negó con la cabeza.

—No sé —dijo—. Al... go ra... ro en el o... so.

Groller olfateó el aire, se acercó al desafortunado animal y recuperó su lanza. Luego miró a la espalda del oso. Ulin y Gilthanas lo siguieron, pero
Furia
permaneció donde estaba, emitiendo unos gruñidos cada vez más fuertes.

—En el nombre de Paladine —susurró Ulin.

Groller retiró parte de la nieve que cubría el muro donde estaba apoyado el oso congelado, revelando una fina lámina de hielo que se agrietó fácilmente tras unos cuantos golpes. Entonces vieron la entrada de una enorme cueva en cuyo interior había docenas de focas y más osos, todos congelados. También había una ballena inexplicablemente varada en el suelo de la cueva, tan lejos del mar.

—Aquí, aquí.

Al principio Ulin pensó que era el rumor del viento, pero el sonido se repitió, esta vez más alto. En el fondo de la enorme cueva, Ulin distinguió a nueve personas, ocho de las cuales llevaban la armadura de los Caballeros de Takhisis bajo las capas forradas de piel. La novena, una mujer joven, vestía la armadura plateada de los Caballeros Solámnicos de la Orden de la Corona. Aunque sus manos y su cara estaban cubiertas de escarcha, la mujer parpadeaba.

—¡Aquí! —gritó uno de los Caballeros de Takhisis.

Ulin y Groller avanzaron, pero Gilthanas permaneció en la entrada de la caverna.

—La guarida de Gellidus —murmuró y añadió en voz más alta:— Ulin, si vamos a liberar a los sobrevivientes, tendremos que hacerlo lo antes posible. No podemos quedarnos aquí. El dragón podría sentir hambre y regresar a su guarida para picar algo.

Groller y Ulin rompían frenéticamente el hielo que les impedía avanzar. Sólo seguían con vida dos de los Caballeros de Takhisis y la solámnica, aunque esta última parecía muy débil. Los restantes caballeros estaban sepultados bajo el hielo. Las demás criaturas de la cueva también estaban cubiertas por una capa de hielo que en algunos casos tenía más de dos centímetros de grosor.

—El Blanco —dijo el primer Caballero de Takhisis que liberaron. El hombre se tambaleó, incapaz de mantenerse erguido sobre sus congeladas piernas—. Nos sorprendió en el valle. Supuse que nos mataría al llegar aquí.

—Pero os reservó para otra ocasión —concluyó Ulin.

El joven Majere auxilió a la dama solámnica mientras Gilthanas y Groller salían rápidamente de la caverna llevando en andas a los Caballeros de Takhisis.

Una vez que se hubieron alejado del valle, se detuvieron a interrogar a los caballeros.

—Soy Fiona Quinti —se presentó la solámnica. Se quitó el yelmo, dejando caer una cascada de rizos rojos—. Vengo del oeste de Ergoth del Sur y soy nueva en la Orden, en el castillo Atalaya del Este.

—Te dirigías a la Tumba de Huma —dijo Gilthanas en voz baja—. ¿Qué pensabas hacer allí? ¿Y por qué estabas con los Caballeros de Takhisis?

—Estaba cazando ciervos con cuatro compañeros cuando nos atacaron los hombres de la Reina Oscura. Mataron a los demás, pero a mí no —dijo mirando con furia a los Caballeros de Takhisis.

El más joven de los caballeros le dirigió una mirada fulminante.

—Necesitábamos por lo menos una persona viva —explicó—, para que llevara la lanza.

—Para Khellendros —añadió el otro caballero—. Nosotros no podemos tocarla. Ella fue la que opuso menos resistencia y por lo tanto resultó más fácil hacerla prisionera.

—¿Nos mataréis ahora? —preguntó el caballero más joven.

—Me gustaría —respondió Gilthanas—, pero temo que Groller y Ulin no estén de acuerdo conmigo. Son más benévolos que yo.

El elfo bajó la vista al suelo y recordó su cautiverio en manos de los caballeros de la Reina Oscura. Luego los miró y frunció el entrecejo. Por fin desvió la vista hacia el cielo. Seguía muy preocupado por el Dragón Blanco.

—¿Y qué habríais hecho con la lanza si hubierais conseguido apoderaros de ella? —preguntó Ulin.

—Debíamos entregársela al dragón —se apresuró a responder el mayor de los caballeros.

—¿Y luego?

—Luego nos darían nuevas órdenes. Habríamos viajado a otro sitio.

—¿Hay otros caballeros buscando objetos mágicos?

El mayor de los caballeros cabeceó.

—No lo sé. Yo sólo cumplía órdenes. No puedo adivinar los deseos de Tormenta sobre Krynn.

Ulin se volvió a mirar a la mujer y notó que sus ojos eran de un intenso color verde. Parecía muy joven.

—¿Hay otros solámnicos en Atalaya del Este?

—Sí —respondió ella—, unas dos docenas. Protegemos a los elfos y a los humanos, y estoy segura de que mis compañeros me estarán buscando. Mi oficial no descansará hasta descubrir qué nos ocurrió a mí y a los demás.

—Cuando terminemos aquí, buscaremos la forma de llevarte a casa.

—Gracias, forastero —dijo ella.

Ulin se presentó e hizo lo propio con Gilthanas y Groller.
Furia
rápidamente trabó amistad con Fiona; se acurrucó junto a ella mientras descansaban, y caminó a su lado cuando reanudaron la marcha hacia la tumba.

Al final del día, hasta los Caballeros de Takhisis habían aceptado unirse a la misión y jurado abandonar la Orden. Regresar ante el Azul o ante el comandante de su unidad con las manos vacías significaría una muerte segura.

Sin embargo, Ulin sospechaba que los caballeros los acompañaban con la secreta intención de apoderarse de la lanza y salvar el pellejo, de modo que decidió vigilarlos. Advirtió que Fiona tampoco les quitaba los ojos de encima.

* * *

Cuando entraron en el valle de Foghaven, los héroes pasaron con sigilo junto a las ruinas de una pequeña fortaleza. Aflojaron el paso para descender por una cuesta escarpada y traicionera y se perdieron entre la niebla que cubría el valle de Foghaven.

—No os separéis y seguid andando hacia el norte —ordenó Gilthanas—. La tumba está cerca.

Ulin se volvió para mirar a los Caballeros de Takhisis. Le resultaría difícil vigilarlos con tanta niebla.

—¿Cuánto falta? —preguntó mientras saltaba unos montículos de nieve para alcanzar a Gilthanas.

—Aproximadamente una hora —respondió el elfo apretando el paso.

Entretanto, Groller, que iba en la retaguardia con Fiona y
Furia,
parecía inquieto, como si sus aguzados sentidos lo hubieran alertado de otra irregularidad. Caminaba despacio, dando grandes zancadas y sus pies se enterraban en la nieve cada dos por tres.

—¿Ves? —preguntaba repetidamente a Fiona—. ¿Ves?

Furia
correteaba con nerviosismo entre la niebla y desaparecía de vez en cuando de la vista para reaparecer junto a Groller poco después. El semiogro, incapaz de oír sus movimientos, daba un respingo cada vez que el lobo surgía de entre la niebla.

El grupo avanzó lentamente por la llanura y sólo se detuvo al llegar a un puente. El ancho arco de mármol se alzaba sobre unas aguas burbujeantes que despedían vapor y cubrían el puente con una película de hielo.

—La niebla se forma cuando las fuentes termales del este del valle se unen con las aguas frías del lago —explicó Gilthanas—. Ahora cruzaremos ese punto. Gracias al Blanco, la niebla es más espesa porque ambos torrentes de agua se mezclan con el aire glacial.

Uno tras otro, los aventureros cruzaron a gatas el resbaladizo puente. Luego todos se reunieron al otro lado, donde la niebla se disipaba ligeramente hacia el norte.

—¡Mirad allí! —gritó Ulin—. ¡El Blanco!

Un gigantesco dragón surgió de entre la niebla; su enorme cuerpo, sólido como una roca, envuelto en las volutas grises y blancas del vapor.

Los miembros del grupo se separaron: unos avanzaron, preparados para atacar, y otros retrocedieron en dirección al puente.

—¡Esperad! ¡Esperad! —gritó Gilthanas riendo y agitando las manos—. ¡Es una estatua! El Monumento al Dragón Plateado. ¿No veis que no se mueve?

La gigantesca cara tallada desapareció detrás de un velo de niebla.

Ulin se relajó y suspiró.

—¿Has olvidado contarnos algo más?

El grupo volvió a formar una fila india, y Gilthanas, que seguía riendo para sí, tomó la delantera. De repente se paró en seco e irguió los hombros.

—Ahora que lo dices...

Delante de ellos, una oscura figura surgió de entre la niebla, cerrándoles el paso. Era un bulto negro, brillante e inmóvil.

—Es el centinela —explicó el elfo señalando a la oscura criatura—. Estamos muy cerca de la tumba.

Groller se abrió paso entre los aventureros y avanzó para contemplar la estatua de obsidiana, que medía casi tres metros de altura. Luego se volvió hacia Ulin y le hizo una seña para que se acercara. El semiogro señaló varias veces sus propios ojos y los del centinela.

—Se parece a tu padre —observó Gilthanas.

Ulin se acercó a Groller, que estaba de pie frente a la estatua.

—¿A mi padre? ¿Por qué?

—Vemos a Palin Majere porque hemos venido aquí con buenas intenciones. Puesto que no traemos maldad a este lugar, vemos a este centinela como un amigo, un ser querido, y podemos pasar sin dificultad.

—¿A
este
centinela?

—Hay otros; la tumba está rodeada de estatuas. Pero ya está bien de buscar parecidos. Cojamos lo que hemos venido a buscar.

El grupo volvió a formar en fila y pasó a una distancia prudencial de la estatua. Pero esa distancia no era suficiente para todos. El miedo se apoderó de los Caballeros de Takhisis, que no pudieron pasar junto a la estatua y chocaron con Fiona y
Furia.

El lobo les mordió los tobillos para obligarlos a avanzar. Fiona les sugirió que se cubrieran los ojos, pero las manos se separaban inexorablemente de la cara. No podían desviar la vista ni dejar de contemplar la estatua del centinela con una mezcla de terror y fascinación. Eran incapaces de moverse, como si ellos también se hubieran convertido en estatuas.

Enfadado, Groller retrocedió hasta los caballeros. Cogió a uno tras otro en andas y los llevó más allá de la estatua. El cuerpo de los caballeros estaba rígido, pero ambos volvieron la cabeza para continuar mirando al centinela.

Ninguno vio a la figura que volaba sobre sus cabezas, el dragón que ensombreció brevemente la nieve con sus brillantes alas blancas. La criatura estiró el cuello para ver mejor a los diminutos seres y luego comenzó a volar en círculos.

El grupo se congregó frente a la tumba. El pequeño edificio rectangular reposaba sobre un base octogonal salpicada de montículos de nieve. Gran parte de la estructura de obsidiana estaba cubierta de nieve y hielo, pero las avalanchas habían limpiado las paredes, en las que se veían porciones de la lustrosa piedra negra.

—Por aquí tiene que estar la escalera —dijo Gilthanas.

El qualinesti subió a la base cubierta de nieve y enfiló hacia las brillantes puertas de bronce. Al llegar a lo alto de la plataforma vio una rendija entre las dos puertas cubiertas de hielo, que se abrieron silenciosamente.

Gilthanas se volvió para sonreír al grupo de aventureros y de inmediato entró en la tumba. Ulin, Groller, Fiona y los Caballeros de Takhisis permanecieron inmóviles, como si estuvieran hechizados.
Furia,
sin embargo, percibió el calor que salía de la tumba y siguió a Gilthanas. Al otro lado del portal se sacudió, y dejó el suelo de mármol cubierto con una capa de nieve que al punto se derritió en docenas de pequeños charcos. El lobo miró hacia atrás, como si llamara al resto del grupo, y desapareció en el interior del edificio.

Dentro ardían antorchas que no producían humo; su flameante resplandor amarillo danzaba sobre las brillantes superficies negras. En la estancia sólo había unos cuantos bancos contra las paredes, una plataforma de obsidiana sobre la cual reposaba un sarcófago vacío y un altar en el fondo.

—Estos objetos pertenecían a Huma —dijo Gilthanas señalando la espada y el escudo que estaban junto al ataúd.

Tras permanecer unos instantes inmóvil y callado, caminó rápidamente hacia el altar de piedra. Los demás lo siguieron.

—La Orden de la Espada... la Corona... y la Rosa —observó Fiona señalando las tallas sobre la superficie del altar, pero enseguida retiró la mano, como si temiera tocarlo.

Gilthanas se acuclilló.

—Aquí abajo —indicó.

Debajo del altar había una placa grande de hierro. Estaba a ras del suelo, de modo que sólo podía levantarse tirando de una argolla. Gilthanas levantó la placa y la dejó a un costado.

—Después de ti —dijo a Ulin.

El joven mago miró con desconfianza el agujero negro que había debajo.

—¿Has olvidado mencionar algún otro detalle?

Gilthanas rió y señaló la abertura:

—Es el camino hacia la Montaña del Dragón. Para llegar allí, tenemos que bajar por este túnel del viento que conduce al interior de la montaña.

El elfo hizo un gesto a Groller y señaló el agujero. El semiogro parpadeó despacio y repitió los ademanes, pero señalando a Gilthanas.

—Sí, yo también —dijo el elfo con un gesto afirmativo.

—Yo primera —dijo Fiona adelantándose a los demás. Se sentó en el borde del agujero, con las delgadas piernas en el oscuro vacío—. Siento que el aire se mueve, como si un viento cálido tirara de mí hacia abajo.

Furia
se echó a su lado, pero se incorporó de un salto al ver que la joven comenzaba a deslizarse por el agujero.

—Aquí dentro hay asideros —retumbó una voz desde el interior del túnel—. Me ayudarán a bajar...

Su voz se perdió en una súbita racha de viento que hizo que todos se asomaran a la abertura.

—Ya debe de estar en el interior de la Montaña del Dragón —anunció Gilthanas—. Es así de rápido.

Furia
metió el hocico en el agujero y aulló. Sus patas resbalaron en el suelo de obsidiana mientras se preparaba para saltar, pero al último momento titubeó y retrocedió unos centímetros. Groller se acercó al lobo y le acarició el bonito pelaje rojo. El lobo saltó repentinamente y desapareció en silencio en la oscuridad del túnel.

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