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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El Dragón Azul (13 page)

BOOK: El Dragón Azul
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Furia
estaba ocupado olfateando a todo el mundo, y de vez en cuando se detenía para que le rascaran las orejas o la barriga. Finalmente, el lobo se echó junto a un joven que parecía saber cómo acariciarle el cuello.

El semiogro hizo una seña para llamar la atención del enano. Groller se señaló la cabeza con una mano, el estómago con la otra y puso cara de tristeza. Luego colocó las manos frente al pecho y las tendió a unos tres palmos de distancia.

—Enfermos —tradujo Jaspe. El enano hizo una mueca de disgusto y luego su cara se iluminó—. ¿Que cuál es la gravedad de sus heridas? ¿Si están muy enfermos?

El enano hizo un ademán envolvente con los brazos para incluir a todos los pacientes, luego apoyó el pulgar en el esternón y movió el resto de los dedos. El signo significaba «bien», «bueno» y varias cosas más. Groller comprendió lo que el enano intentaba decir.

—Todos esta... rán bien —dijo el semiogro—. Jas... pe buen curan... dero. Jas... pe listo. Y cansado.

El enano asintió. No había dormido desde que habían embarcado a los refugiados y necesitaba mucha energía para practicar su magia mística y curar las heridas más graves. Al principio había dedicado la mayor parte del tiempo a asistir a Palin y a rezar a los dioses desaparecidos para que el hechicero resistiera. Ahora hizo una seña a Groller para indicarle que irían a visitar a Palin.

* * *

El hechicero estaba tendido en su catre, con un paño húmedo sobre los ojos y la frente. Su piel quemada por el sol contrastaba con el blanco de las sábanas. Feril estaba sentada a su vera y parecía estudiar un punto del suelo. Cuando Jaspe y Groller entraron, alzó la vista y se llevó un dedo a los labios pidiendo silencio.

—Por fin se ha dormido —murmuró.

—No es verdad.

Palin se quitó el paño de la frente y abrió los ojos. Trató de sentarse, pero se detuvo en seco. Hizo una mueca de dolor y se miró el pecho, que estaba parcialmente cubierto con un grueso vendaje. La venda ocultaba las marcas de las garras del drac y la herida de flecha en el hombro.

—Estarás dolorido durante varios días —dijo Jaspe—. Las heridas eran graves. He hecho todo lo posible, pero...

—Te debo la vida —repuso Palin.

—Bueno; es probable que hubieras sobrevivido de todos modos. No conozco a nadie más obstinado que tú. —El enano se acarició la corta barba y se acercó a examinar el vendaje de Palin. Palpó el hombro del hechicero, haciendo caso omiso de sus muecas de dolor—. Mmm... Todavía sangra. Era más grave de lo que pensaba. Tendré que hacer algo al respecto.

La noche anterior, Jaspe había extraído dos puntas de flecha, un procedimiento que el hechicero había considerado más doloroso que la herida inicial. Luego el enano había recitado un par de conjuros curativos, que habían contribuido a salvar la vida de Palin.

Jaspe cerró los ojos y se concentró. Puso la mano sobre el hombro de Palin y se abstrajo del crujido de las tablas del barco y del rumor de las olas que chocaban contra la portilla. Se aisló de todo, hasta que lo único que oyó fue el palpitar de su propio corazón.

«Tu corazón te da vida —le había enseñado Goldmoon—. Pero también te da fuerza y poder.» Jaspe recordó sus palabras, oyó su voz repitiéndolas una y otra vez. «El poder para curar está dentro de ti —le había dicho—, en tu corazón.»

El enano había tardado varios años en descubrir que tenía razón.

Un resplandor naranja rodeó sus dedos, abandonó las manos y flotó un instante encima de la herida. La piel de Palin adquirió un brillo cálido, y su pecho comenzó a ascender y descender con mayor rapidez. Luego el halo curativo se extinguió con la misma celeridad con que había aparecido. La respiración de Palin se tranquilizó, y el enano dejó escapar un profundo suspiro mientras examinaba el resultado de su trabajo. Retiró el vendaje. El encantamiento había detenido la hemorragia y sólo un surco de carne viva recordaba al hechicero que allí había habido una flecha.

—Te quedará la cicatriz —dijo Jaspe.

—En el sitio en que está, nadie notará nada —replicó el hechicero—. Gracias.

—Te sentirás débil porque has perdido mucha sangre. No puedo hacer nada con las quemaduras solares. Con las tuyas tampoco, Feril. Ni con las de Ampolla. Deberíais aprenderá vestir prendas adecuadas para cada ocasión. Mira que viajar por el desierto con esa ropa... Estaréis varios días despellejados. Tampoco puedo hacer nada con las ampollas que tenéis en los pies.

—Gracias —repitió Palin.

—De nada.

Groller inclinó la cabeza a un lado, apoyándola sobre una mano, y señaló a Palin.

Jaspe asintió.

—Sí. Necesita descansar. Pero primero debe ver a uno de los refugiados, el viejo de la tablilla. Ese hombre no para de hablar del Azul, Khellendros, e insiste en hablar contigo. Con franqueza, creo que delira. Tengo la impresión de que está un poco loco. Pero, si le concedes unos minutos, es probable que nos deje en paz.

Feril miró a Palin.

—Intentó hablar contigo en el viaje desde el fuerte.

—No recuerdo gran cosa del viaje de vuelta —reconoció Palin. Con ayuda de la kalanesti, el hechicero se sentó en la cama y bajó las piernas—. Muy bien; vayamos a ver a ese caballero.

—Tú no vas a ninguna parte. Ordenes de Jaspe —dijo el enano—. Traeremos al viejo aquí.

Unos minutos después, Gilthanas escoltó al anciano a la habitación de Palin. El hombre encorvado y de pelo cano vestía ropas andrajosas, pero limpias. Apretaba la tablilla contra su pecho con actitud protectora.

—Éste es Raalumar Sageth —anunció Gilthanas. El elfo dio un paso atrás y dejó que el anciano se acercara a Palin.

—Llámame Sageth —dijo con voz suave y cascada—. Así solían llamarme mis amigos. Pero ahora están todos muertos. Hamular, Genry, Alicia... Todos han desaparecido; viejos, muertos, enterrados. —Sus vidriosos ojos azules consultaron con atención la tablilla y durante unos segundos habló para sí de la edad y las arrugas—. Ergoth del Sur. He oído decir a los marineros que os dirigís allí. Un sitio frío. —Soltó una risita y jadeó—. Bueno; ahora es frío. El sitio indicado, pero la razón equivocada.

Palin inclinó la cabeza. Jaspe dio la vuelta a la cama y se sentó junto al hechicero.

—Te dije que deliraba —susurró a Palin—. Parece que esta conversación habría podido esperar. —Jaspe se volvió hacia el anciano y dijo:— ¿Por qué crees que nos equivocamos al ir allí?

—Veamos, veamos. —Sageth consultó su tablilla y rió—. Ah, aquí está. Alicia os lo habría dicho antes. ¿Os he contado que ha muerto? —El enano y Palin asintieron en silencio—. Veamos. Os proponéis enfrentaros al Blanco, ¿no es cierto?

Feril se colocó detrás del viejo y vio que la tablilla estaba cubierta de una multitud de símbolos y garabatos indescifrables.

—Alguien tiene que combatir al dragón; a todos los dragones —dijo Jaspe—. Si no detenemos a los señores supremos, pronto no habrá un solo lugar libre en todo Krynn.

Sageth echó otra ojeada a la tablilla.

—Echo de menos a Alicia y aun más al pobre Genry. Podéis emplear vuestras energías en algo mejor que la lucha. Hamular os hubiera dicho lo mismo. El Blanco ahora tiene un aliado. Veréis: algunos señores supremos están uniendo fuerzas, como el Blanco de Ergoth del Sur y la Roja que está cerca de Kendermore.

—Malys —dijo Palin.

—Sí, la Roja Saqueadora. Era inevitable. —El viejo jadeó y se llevó una mano al costado—. La Roja pretende establecer una temible base de poder. Y si lo consigue ocurrirá algo espantoso.

—Por lo tanto, si matamos al Blanco impediremos que cree esa base —aseguró el enano.

El anciano cerró los ojos. Cuando volvió a hablar, su voz sonó más clara, como si concentrara toda su energía en las palabras.

—Hacedme caso: usad mejor vuestras energías. Olvidaos del Blanco. Debéis preocuparos primero por la magia y sólo en segundo lugar por los dragones. El Azul, Khellendros, también llamado Tormenta sobre Krynn, busca la antigua magia, la magia de la Era de los Sueños.

Palin manifestó un súbito interés.

—¿Qué sabes tú de esa magia?

—Que es antigua, más poderosa que todos los artilugios mágicos creados por encantamiento desde entonces. —El viejo abrió los ojos, consultó su tablilla y miró fijamente a Palin—. Por esos objetos corre más magia que por las venas de los dragones. Tormenta sobre Krynn desea esa magia; los caballeros me encarcelaron porque yo sé que la desea.

Feril se puso delante de Sageth.

—¿Te encarcelaron? ¿Por qué no te mataron si te consideraron una amenaza importante?

—No soy ninguna amenaza —dijo el anciano con una risita cascada—. Mis huesos son frágiles y quebradizos. Sólo lo que sé es una amenaza. Pero supongo que de todos modos me habrían matado tarde o temprano, si vosotros no me hubierais rescatado. Ahora estaría con Alicia y Genry. Aunque no sé si querría ver a Hamular. De cualquier manera los veré pronto. Soy viejo.

—¿Cómo sabes lo que quiere Khellendros? —insistió Feril—. ¿Cómo has averiguado que el dragón busca la antigua magia? ¿Por qué deberíamos confiar en ti? ¿Por qué íbamos a creerte? Es más, ¿por qué crees que debemos escucharte?

El anciano la miró con expresión de tristeza.

—Ah. Alicia y Genry eran más convincentes que yo. Tenían un talento especial con las palabras que hacía que la gente les creyera. Hasta ahora nadie me ha escuchado, sólo los caballeros; y, cuando oyeron mis trágicas advertencias, me encerraron en una celda en el desierto. —Chasqueó la lengua y continuó:— Mi querida elfa, yo era un erudito en la Biblioteca de Palanthas. Hace más de treinta años, el mismo día en que se derrumbó la Torre de la Alta Hechicería, una fuerza misteriosa robó el contenido del edificio. Alicia murió durante el ataque; Genry y Hamular murieron años después, vaya a saber de qué. El dragón buscaba algo allí, en la Biblioteca y en la Torre, y yo comencé a investigar para averiguar de qué se trataba. Supuse que algo que era importante para el dragón, algo que costó la vida a mis amigos, también debía de ser importante para los hombres.

Las facciones de Feril se suavizaron.

—¿Y para qué quiere el Azul la antigua magia?

—Quiere mantenerla fuera del alcance de los hombres porque cree que destruir los antiguos objetos mágicos elevaría el nivel de magia que penetra en Krynn. Y, con esa magia, los humanos podrían volver a rebelarse contra los dragones.

—¿Qué? —interrumpió Jaspe—. Cuando los dioses se marcharon, después de la guerra de Caos, se llevaron la magia consigo. Ahora la mayoría de los clérigos y hechiceros sólo pueden obrar encantamientos sencillos. Parece que la magia auténticamente poderosa escapa al poder de cualquiera.

—Los hechiceros poderosos son capaces de encantamientos más complejos —señaló Palin.

El anciano asintió y sonrió.

—Hay tanto poder en los objetos de la Era de los Sueños que, si varios de ellos fueran destruidos al mismo tiempo, la energía liberada impregnaría Krynn y elevaría el nivel de la magia a lo que era antes de la partida de los dioses. Al fin y al cabo, fueron ellos quienes crearon esos objetos.

—Goldmoon tiene uno —comentó Palin.

—Con uno no basta —advirtió el anciano—. Según mis investigaciones, necesitaréis por lo menos tres o cuatro. Y debéis reunidos pronto. El tiempo es crucial. Cada día que pasa Khellendros está más cerca de obtener la magia antigua.

—Quedan tan pocos objetos de esa era... —dijo Palin.

—Precisamente —prosiguió Sageth—. Por eso debéis anticiparos al dragón. Queda poco tiempo y dudo que el dragón sepa dónde buscar. Es una carrera contra el tiempo y debéis ganarla para que Krynn...

—Si has averiguado lo que quiere el dragón, sin duda tendrás alguna idea de dónde encontrar los objetos mágicos —interrumpió Feril.

El viejo volvió a consultar su tablilla.

—Algunas de estas reliquias de la Era de los Sueños son más poderosas que otras. Creo que éstas son las que buscará Tormenta sobre Krynn. Según mis estudios, y aunque algunos indicios son confusos, hallaréis una en el cuello de una anciana delgada que vive en la base de una antigua escalera brillante.

—El medallón de la fe de Goldmoon —susurró Palin.

—Otra es un anillo que en un tiempo usaba un hechicero llamado Dalamar. Ahora está en el dedo de otro, pulido y oculto en un edificio que no está en ninguna parte.

La mente de Palin era un torbellino. ¿Se refería a la Torre de Wayreth? ¿Acaso uno de sus colegas tenía el anillo de Dalamar?

—Otra es un cetro con piedras preciosas y está en un viejo fuerte situado en el corazón de un bosque siniestro, en un reino donde los elfos solían vivir pacíficamente en el pasado. El cetro se llama Puño de E'li, y en un tiempo lo llevaba el mismísimo Silvanos. Está en una tierra llena de vegetación, corrompida por Muerte Verde.

—El bosque de Qualinesti, el reino de Beryllinthranox —dijo Palin—. Me he topado antes con el dragón y conozco su territorio y el fuerte.

—El cuarto es una corona que yace en el fondo del mar. En el pasado los elfos también vivían allí. Ahora son prisioneros, simples adornos en un estante de agua.

—Se refiere a Dimernesti, la tierra sumergida de los elfos —dijo Feril.

—Sólo sé de la existencia de otro más, un arma. Quizás el arma más poderosa jamás creada. Se forjó para luchar contra los dragones. La encontraréis en una tumba tan blanca como la tierra que la rodea, un lugar de descanso envuelto en hielo y leyendas.

—La lanza de Huma. —Gilthanas había permaneció callado hasta este momento. El elfo dio un paso al frente—. Sé exactamente dónde está esa tumba. En Ergoth del Sur. Tenía que encontrarme allí con alguien hace tres años, pero no... pude hacer el viaje. Deberíamos ir a buscar la lanza en primer lugar —dijo dirigiéndose a Palin—. Lo menos que puedo hacer es ayudarte. Has salvado mi vida y la de los demás prisioneros.

El viejo miró con atención a Palin y a Gilthanas.

—No imaginé que en todo Krynn hubiera alguien que me creyera, y mucho menos que tuviera el valor de emprender esta aventura. Pero parece que me equivocaba. Quizás el destino quiso que me encarcelaran para que vosotros me salvarais. Si lográis apoderaros de estos objetos mágicos, os ayudaré a destruirlos y a devolver la magia al mundo.

El hechicero hizo ademán de levantarse de la cama, pero el enano lo cogió con firmeza del hombro.

—Primero debes descansar —dijo Jaspe moviendo un dedo regordete frente a la cara de Palin. Feril y Gilthanas lo ayudaron a acostarse de nuevo—. Ahora Feril, Gilthanas, Sageth y yo tenemos que hacer planes. Conque Ergoth del Sur, ¿eh? Apuesto a que allí hace mucho frío.

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