El enviado (39 page)

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Authors: Jesús B. Vilches

Tags: #Fantástica

BOOK: El enviado
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—Eso me gustaría saber a mí —le increpó el elfo de oscuros cabellos—. ¿Es ésta tu manera de montar guardia, Gharin? Es un milagro que aún estemos vivos.

Gharin intentó evitar la respuesta mientras se dirigía hasta la pareja. Sabía que Allwënn tenía razón y que indirectamente él era culpable de que la joven se encontrara allí.

—¡Llévatela! —exclamó Allwënn a su amigo mientras éste envainaba la espada al alcanzar la altura de la muchacha—. Y si vuelve a dar problemas, átala al tronco de un árbol... y tápale la boca.

—Le odio—. Claudia se sentó ante la hoguera aún enfadada y molesta. Se sentía mal por lo ocurrido pero peor le habían sentado las palabras del elfo. ¿Cómo podía ser tan...? ¿tan…? —Le odio—. Se repetía a sí misma.

Escuchó unos pasos tras ella y antes de poder volverse sintió en su piel el suave roce del pelaje que confeccionaba su manta. Gharin le cubrió los hombros con ternura y ella terminó acomodándose al recién proporcionado abrigo. El rubio elfo tomó asiento en el tronco de un árbol cercano. Portaba una bolsa pequeña de cuero y su carcaj de flechas. Sobre uno de sus hombros pendía el espléndido arco de guerra de tallada madera. Dejó el carcaj a un lado, lugar donde también acabó abandonando el arco. Clavó su espada en la tierra, cerca de él y se arrellanó en el sitio dispuesto a trabajar sobre un trozo de madera que extrajo de la bolsa.

—Será idiota—. Claudia se había ensimismado en sus pensamientos y no se percató de que aquellos habían salido de sus labios sin pedirle permiso. Una voz a sus espaldas hizo saber que había sido escuchada.

—Seguro que sé de quién hablas—. Claudia se volvió y observó cómo Gharin no había levantado la vista de sus tareas. A ella le pareció extraño que el muchacho consiguiera oírla. Sin duda hubiera tenido tiempo de sorprenderse por ello de no necesitar descargar su frustración con alguien.

—Sí. Ese amigo tuyo es todo un personaje, ¿Sabes?! No he visto jamás a un tipo con mayor falta de tacto. Es un perfecto idiota y muy, muy grosero. ¡Asqueroso prepotente! ¡Y un machista!

—Y más terco que una mula ¿verdad? —Prosiguió el joven para asombro de Claudia.

—E... ¡Eso es! —corroboró aquella un tanto desconcertada.

—Y gruñe como si siempre tuviese un puñado de espinos clavados al trasero—. A Claudia le resultó cómica la imagen mental que suscitó ese comentario y logró rebajarle la tensión.

—Además. Además es intolerante, orgulloso como un tirano y rabioso como un macho en celo. Llevo más años de los que puedo contar cabalgando a su lado. No hay nada que puedas decirme que yo no sepa.

—¿Y por qué sigues con él? —Gharin quedó mirando a la chica y en sus ojos se dibujó la comprensión.

—Porque todos estos años también me han demostrados que es el corazón más noble y leal de cuantos puedas encontrar en tu camino. Un maldito loco suicida que parece burlarse de la muerte, es cierto. Y el más ardiente guerrero que haya pisado esta tierra. La mejor espada de todos los tiempos. Sí, ese es Allwënn. Todo un carácter. Bronco, canalla... y sublime. Es el precio a pagar por su mezcla de sangre.

—¿Mezcla de sangre? —pensó ella, y no pudo resistir la tentación de coger su manta y acercarse al atractivo elfo. La verdad es que poco habíamos conversado con ellos salvo lo estrictamente imprescindible, así que el hecho de que Gharin se mostrase tan abierto era digno de aprovechar.

—Bueno, es evidente —aseguró el apuesto joven con cierta obviedad—. Es fácil notar que por nuestras venas no existe la pureza de sangre que los elfos exigen a su estirpe. Mi madre era elfa pero ni ella ni el resto de los miembros del clan revelaron nunca la identidad de mi padre. Todo lo que sé de él es que era... de tu especie. Un humano—. Claudia estaba absorta escuchando al muchacho. Aquél prosiguió—. Sin embargo, Allwënn sí conoció a su progenitor. No se trataba de un hombre, un humano, como cabría esperar. Para desesperación de los Patriarcas del clan el retoño que crecía dentro del vientre de una de sus hijas era... de estirpe enana—. Gharin levantó la vista de donde la había tenido hundida hasta entonces y al alzarla se cruzó con los ojos oscuros de la muchacha. Algo vio en ellos que le hizo sonreír. Ya había visto en una ocasión una mirada parecida. Ya estuvo hace mucho tiempo en una situación muy similar. ¿Cómo es posible que se parecieran tanto? Alejó el pensamiento y continuó narrando.

—Lo peor no era que el bebé fuera a llevar sangre de enemigos en las mismas venas. Lo que verdaderamente irritaba a los patriarcas del clan era que Sammara, la madre de Allwënn, hermana de Ysill’Vhalledor, Príncipe del Fin del Mundo y Brazo de Escuadra de las Plumas Arcanas
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amara realmente al padre de su vástago.

Poco a poco, Claudia comenzaba a comprender lo que Gharin iba narrando. Empezaba a darse cuenta de lo realmente asombroso de aquella historia. Si lo que salía de los labios del joven era cierto, Allwënn era un semielfo inaudito, mezcla de elfos y enanos. Ella ya conocía las diferencias entre ambas razas. Había sido harto explotado en la literatura. Resultaban muy lógicas, pues representan, la una para la otra, la pura antagonía. La muchacha no sabía si era ese el motivo que le hacía odiar al mestizo con rabia o si por el contrario era precisamente esa la causa por la que se sentía irremediablemente atraída por su aura. Por mi parte, poco suponía yo de la naturaleza de los jóvenes. Aunque la diferencia entre un elfo puro y un semielfo, tan evidente a ojos de los primeros, es casi inapreciable para el resto de los observadores; sí he de reconocer que, si bien nada sospechaba sobre Gharin, la musculatura de Allwënn me hacía dudar acerca de su pureza. Sin embargo, lo último que hubiera pensado es que era la estirpe de los enanos la que estaba ligada a la élfica sangre de aquel guerrero.

Gharin se detuvo un instante antes de continuar. Su mano se alargó hasta aferrar los dedos helados de la joven. Ésta casi se sobresaltó, sin apartar los ojos de sus iris, cuando el tacto cálido del semielfo se extendió por su piel.

—Dentro de Allwënn existe un conflicto interno, una lucha antagónica entre dos mundos irreconciliables. En apariencia, en formas, es todo un elfo pero su corazón y su alma tienen el coraje y temperamento de los enanos. Un enano viviendo en el cuerpo de un elfo y un elfo que piensa y siente como un enano. Tengo que admitirlo, ni siquiera él sabe dónde empieza uno y dónde el otro.

—Hablas de él como lo haría un enamorado —confesó ella suspirando. Gharin dibujó en sus labios una enorme sonrisa y no pudo evitar dejar escapar unas leves carcajadas ante el comentario.

—Quizá sea porque en su fondo hay algo de enamorados en todo este asunto—. Gharin volvió a detenerse con la sonrisa en los labios—. No. Quizá hablo así de él porque hay pocos recuerdos de mi vida en los que ese endemoniado mestizo no aparezca por una u otra razón.

—¿Sí? —exclamó ella—. ¿Tanto tiempo hace que os conocéis?

—Demasiado —dijo él—. Apuesto a que conocía a ese bastardo iracundo antes incluso de que nacieran tus padres. Provenimos del mismo clan. El clan Sannshary, de los bosques húmedos de Armín. Y desde el día de mi Expulsión no nos hemos separado. Aunque ahora, desde la Rebelión de los Templos y la Guerra nada es como antes.

Claudia se había quedado clavada en el sitio algunas frases atrás. En ese instante creyó recordar que en su discusión, Allwënn llegó a decirle que le triplicaba la edad. Pero aquel dato había permanecido escondido en su memoria hasta aquel momento. Nadie diría, mirándolos a la cara, que  ninguno de los dos pasara de la treintena de años y, aún sí...

De repente una imagen se coló en su cabeza. ¡Los elfos son longevos!

Y así parecía ser en realidad. ¿Qué otra explicación podría tener? Aunque lo que voy a narrar a continuación no llegaríamos a conocerlo en detalle hasta mucha más avanzada la historia. Un elfo tiene una esperanza de vida de unos dos siglos y medio. Aún con esto, no es raro que los ancianos terminen acercándose mucho más al tercer siglo. Los bebés elfos desarrollan su metabolismo al mismo ritmo que un recién nacido humano hasta cumplir aproximadamente los diez primeros años de vida. A partir de esta edad el niño elfo comienza a ralentizar progresivamente su envejecimiento hasta el momento aproximado en que cumple los treinta años. Esta fecha simboliza la mayoría de edad para un elfo y es, por tanto, considerado adulto. Por entonces su fisonomía responde ya a la de cualquier adolescente humano. Llegada esta edad, el ritmo de envejecimiento de su cuerpo suele equilibrarse a razón de diez años por cada treinta de vida. Por esta razón no es extraño que lo que a nuestros ojos se presenta como una hermosa elfa madura, en lugar de cuarenta sean más de cien los años que posea. O como en el caso de nuestros amigos, los apuestos jóvenes hayan superado con creces el límite de los cincuenta años.

Claudia le preguntó vacilante la edad e intentó no delatar su asombro cuando Gharin le confesó que llevaba viviendo noventa y un años.

—Allwënn es catorce años más joven que yo, pero supongo que tampoco lo habrás notado. No te culpo, nadie suele distinguirlo—. Claudia no podía creer lo que escuchaba.

—Cuéntame más cosas sobre vosotros, sobre cómo os conocisteis, qué relación teníais. Me gustaría saberlo. Has hablado de tu Expulsión—. El rubio muchacho la miró con cierta insinuación con sus llameantes y extraños ojos. También él ardía en deseos de conversar con la chica.

—Lo haré si tú me confiesas algo sobre ti y tus amigos —dijo tras una pausa en la que no apartó la vista de las pupilas melancólicas de la chica. Aquella aceptó con un tímido cabeceo, no sin antes rogarle iniciase él la charla.

—Yo no fui el primer híbrido del clan —comenzó a contar el chico ante la absorta mirada de ella pero mi nacimiento se consideró un mal augurio. Y, no teniendo otro argumento más sólido que explicase por qué, se me culpó a mí de la tumultuosa relación de los padres de Allwënn. Ningún elfo podría amar a un enano si no estaba cegado por la Oscuridad y los designios de los Dioses del Abismo. Aún así, nada podían hacer contra nosotros. Los elfos son tan celosos de lo suyo que, a pesar de reconocer que la mitad de la sangre de un mestizo es extranjera y por lo tanto despreciable, son conscientes de que la otra mitad es elfa y se sienten obligados a protegerla. El Clan tiene la obligación de mantener a cualquier hijo de nadie, que es lo que somos para ellos, hasta que cumpla la mayoría de edad. Entonces nos expulsan. Él y yo siempre fuimos diferentes al resto de los elfos de nuestra edad. Él mucho más que yo. Aprendimos a crecer juntos y a necesitarnos. A mí me fascinaba su fuerza, su carisma, su energía inagotable y toda su pasión. A él le atraía de mí la capacidad para escuchar, el que siempre secundara sus propuestas por descabelladas, peligrosas o estúpidas que parecieran. Mi buen humor, según dice... Aunque lo que de verdad era digno de alabanza era nuestra facilidad para meternos en problemas. Cada vez que rememoro aquellos lejanos días lo recuerdo maquinando alguna trastada. Y yo me veo como un infeliz secundando todo aquello que salía de su cabeza. Lo pasamos bien... y nos hicimos hombres.

La verdadera prueba de fuego vino el día antes de mi «Expulsión». No sólo tendría que marcharme para siempre del bosque que me vio nacer, sino que con él me arrancarían todo lo que había sido importante para mí hasta aquel momento. Mi hogar, mi hermana, mis vínculos más sagrados... y sobre todo me separarían de él. Yo sabía que en algún momento ese día iba a llegar, pero siempre quise verlo como algo lejano, que en el fondo pasaría sin tocarme. Creo que fue esa mañana el momento en el que comencé a conocerle de verdad. Aquella mañana nos hicimos adultos.

Era muy temprano. Cerca del riachuelo, la niebla que crece en la noche cubría el suelo como un manto brumoso que ocultaba de la vista el verdor de la foresta. Aún no cantaban los pájaros y la escena estaba sumida en un silencio sobrecogedor y fantástico, sin que nada alterase la quietud del bosque. Sólo los cascos de la blanca montura de Allwënn traspasaron la cristalina y helada corriente del río con un sonoro chapoteo. En su rostro aún no se dibujaban esas marcas profundas que brinda la experiencia, esos rasgos varoniles y curtidos que tanto carisma y misterio le aportan a sus miradas. Ni su rostro lo sombreaba el recuerdo de una barba rasurada. Su cara era la de un niño y su cuerpo no se plegaba en haces de músculos fuertes y poderosos, ni de su cinto pendía aún su legendaria espada. Sin embargo, sus negros cabellos ya se despeñaban en tanta longitud con ese tono tan negro como boca de lobo y propenso, desde entonces, a la decoración. En sus ojos también anidaba ya esa chispa enigmática que anuncia la forja de un espíritu indómito.

—¡Gharin! ¡¡Gharin!! —Sus gritos resonaron potentes en el callado paraje, dilatándose en un millar de voces así golpeaban en la inmensa cantidad de árboles y se alejaban en la distancia. Asustados, los pájaros cercanos emprendieron vuelo. Caballo y jinete estaban inquietos. El animal se movía en círculos sobre el mismo lugar, pisando la fría corriente del río que bajaba mansa saltando sobre las peñas cubiertas de musgo y bruma. De la superficie se escapaban volutas de vapor que se unían a la capa de niebla que cubría el bosque. Le llamó otra vez, pero el silencio volvía a apoderarse del paraje en cuanto los ecos de su voz se iban consumiendo. Sin embargo, aquel joven mestizo de enanos estaba seguro que su compañero se encontraba allí. El caballo no dejaba de girar a un lado y a otro, facilitando un tanto la tarea de escudriñar todos los ángulos, aunque un tanto complicado de manejar.

—¡Gharin, maldita sea! ¡Contesta. Sé que estás ahí!

Una flecha pasó silbando muy cerca de su rostro para acabar incrustando los mortales centímetros de su punta en la recia madera de un árbol que extendía sus raíces en la orilla. Allwënn agitó las bridas de su inmaculado corcel para girarse en la dirección de la que había partido el proyectil con sus ojos cargados ya de la ferocidad que a veces inflama sus pupilas. De entre la tupida masa de árboles, por entre el gaseoso cristal de la bruma, el esbelto y grácil cuerpo de Gharin se dejó ver. En sus manos portaba un arco cuyo carcaj pendía de su cinto con algunas flechas en su interior. Ya por aquellos entonces ganaba en estatura a su amigo y, en esos días, era su cuerpo el que parecía más adulto, mucho más hecho que el de su incipiente compañero. Sin embargo, sus dorados bucles caían algo más cortos y en su siempre lampiño rostro, sus ojos, reflejaban aún esa inocencia de un ser que ignora aquello que se escondía tras las murallas de árboles que limitaban la frontera del dominio de los elfos con el resto del mundo, a donde sería confinado a partir de ese día.

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