El enviado (43 page)

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Authors: Jesús B. Vilches

Tags: #Fantástica

BOOK: El enviado
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Tras el almuerzo y pese a la inquietante historia, el ambiente comenzaba a ser más distendido. Puede que solo fuese para intentar alejar el miedo provocado por aquellas oscuras leyendas. Todo parecía sucederse con normalidad y el trato que nos dispensábamos, en general, comenzaba a ser fresco y espontáneo. Sin embargo, algo iba a ocurrir aquella tarde que daría un vuelco a la situación pero que poco a poco iba perfilando el pasado y el carácter de las criaturas que nos acompañaban.

Allwënn había quedado pensativo, esta vez no con el rostro ensombrecido como solía suceder en aquellos instantes, sino con un amago de sonrisa surcando los labios. Supuse que algo feliz o al menos trivial rondaba su mente. El caso es que para comer separó su formidable espada del cinto y la depositó a varios centímetros de su cuerpo. Por desgracia también se a poca distancia de mis ojos y estos parecían haberse incrustado sobre su esculpida empuñadura y su incógnito acero. Me armé de valor y pedí a su dueño que me permitiese durante un segundo descubrir su filo y tantear por un instante el calibre de su hoja.

—¿Mi espada? —preguntó el guerrero con cierta sonrisa burlona cruzando sus labios mientras aferraba el codiciado objeto y lo colocaba sobre sus rodillas —¿Quieres que te deje mi espada? Casi no puedes levantar la tuya, pequeño ¿Cómo piensas despegar la «Äriel» del suelo?

—¿La… Äriel? —dije sorprendido —No sabía que tuviese un nombre—. En este punto de la conversación Gharin levantó la mirada y observó con atención—. Es… un nombre hermoso.

Allwënn y Gharin se cruzaron una mirada. Volvieron a tener una larga conversación con los ojos en unos segundos. Una conversación que de haber sido escrita ocuparía varias páginas, llenas de matices y gestos que sólo ellos comprendían. Ambos tenían una melancólica sonrisa en el rostro.

—Es un nombre de mujer —confesó Allwënn. Parecía emocionado al decir aquello. En ese punto Claudia perdió interés en bromear con sus compañeros y se unió sorprendentemente a aquella conversación que se había iniciado de espaldas a ella.

—Si. Yo también quiero tocarla —pidió centrando por un momento la atención de todos en ella y su grupo de amigos que seguían riendo por alguna broma anterior—. Sería la primera espada con nombre de mujer que he tenido en mis manos.

—Sería la primera espada que has tenido en tus manos, cielo —irrumpió Alex divertido con el comentario— Se sostiene por el lado que no corta. Es lo primero que hay que decirle, Allwënn.

—¡Oh, claro que sé por dónde agarrarla, listo! —replicó la morena algo molesta por el comentario— De hecho creo que te cortaré la lengua con ella.

—Uhhhh. La gran guerrera Claudia se ha enfadado —continuó Alex irritando a su amiga—. Con lo presumida que es solo la querrá para usarla como espejo. Lleva más de una semana sin verse la cara y creo que a mi amiga le produce adicción.

—Oh, qué tonto eres —respondió ella y le propinó un puñetazo en el hombro a su amigo.

El ir y venir de insultos, aunque sin perder ese ambiente distendido, se prolongó unos instantes. Sin saberlo, al contrario que el rostro de la mayoría de nosotros, conforme los jóvenes bromeaban costa del acero de Allwënn el rostro del joven mestizo se contraía poco a poco en una expresión seria y fría, carente de color y viveza... Se diría que había algo disuelto entre la broma que hacía sangrar profundo a aquel guerrero. Algo demasiado callado y oculto como para poder adivinarse en el fragor de aquella comedia. Justo antes de que las palabras de Allwënn surgieran de sus labios, presencié, por azar, cómo Gharin, al cruzar la vista con la faz de su amigo, borró de sus hermosos rasgos, como de un soplo, todo recuerdo de la sonrisa que había presidido su rostro hasta aquellos mismos instantes. Tal vez presintió los eventos que estaban al borde de avecinarse.

—Nadie va a usar mi espada —anunció seco con voz trémula pero lo suficientemente clara como para detener el bullicio de la contienda. Al escucharle, los comentarios cesaron y todas las miradas convergieron en su mirada penetrante y su rostro severo.

—¿Cómo? —susurró Claudia perpleja, aún sin saber a qué se debía el comportamiento de Allwënn, si era real o se unía a la broma —no le hagas caso a este idiota. Yo sólo quería...

—He dicho que nadie va a usar mi espada —volvió a repetir el semielfo con contundencia. Quedaba claro que aquello no tenía atisbo de broma. Alex trató de quitar un poco de hierro al asunto mostrándose distendido.

—Vamos, Allwënn. Estábamos bromeando, sólo queremos verla.

—¿Eres sordo, chico, o tienes una piedra por cabeza? —Gritó irritado—. ¡He dicho que nadie va a tocarla! ¡¿Entendido?!

Alex, un tanto ofendido por la brusca reacción del semielfo, levantó los brazos y cargó el tono de su voz.

—¡¡Eh, eh, eh; tranquilo amigo. Es sólo un trozo de hierro ¿vale?!! —Antes de que sus brazos hubiesen terminado de descender, el poderoso brazo de Allwënn se estiró aferrando sus ropas y de un potente tirón lo arrancó de la posición que ocupaba, dejándole el rostro a pocos centímetros del suyo. Así, teniendo aquellos orbes verdes refulgiendo por la ira a tan escasa separación, Alex sufrió de nuevo la embestida de las palabras de Allwënn.

—¡Escúchame bien, gusano desgraciado! Nadie ha dicho que seamos amigos Esta espada vale mucho más de lo que tú podrás valer jamás, mucho más que la vida de todos vosotros ¿Entiendes? De hecho espero que seas lo suficientemente listo como para adivinar que en este momento tu existencia depende de lo afilado de su hoja y del colmo de mi paciencia.

De un brusco empujón envió de vuelta a Alex al lugar que antes ocupaba y recogiendo el objeto de la polémica se levantó y marchó furioso perdiéndose por el boscaje.

Alex quedó de piedra, pasando sus ojos de unos a otros y moviendo los labios como si quisiera decir algo sin que pudiese revestir de palabras esa idea. El rostro estaba desencajado y en sus facciones se paseaba el desconcierto y la rabia al mismo tiempo. Al fin consiguió levantarse.

—¡¡Maldita sea!! —gritó desahogándose —¡¿Por qué demonios se ha puesto así?! —clamó indignado entre grandes aspavientos —¡¡Es un animal, es un maldito animal!! Alguien debería encerrarle. Ese hombre es peligroso.

Todos nos habíamos quedado congelados. A alguno, no sólo al pobre Alex, aún le temblaban las piernas. Gharin giró la vista hacia atrás. Comprobó que Allwënn definitivamente se había marchado. Hizo un ademán al chico para que se sentara y bajase la voz.

—Lo... siento —trató de disculparse por su amigo una vez consiguió que Alex volviese a la posición de sentado —Allwënn a veces es un poco irascible.

—¡¿Un poco irascible?! —exclamó Alex sorprendido volviendo a incorporarse—. ¡Es una bestia! Por poco me mata. Anda, dímelo, tengo suerte de estar vivo, ¿No es cierto? ¿A cuántos tipos como yo se ha desayunado hoy? Maldita sea. ¿Es que acaso le he dicho algo para que se ponga así?

—Te has pasado, Alex —le reprochó Odín en voz queda pero muy seguro de sus convicciones. Alex arremetió entonces contra su amigo.

—¡¿Que yo me he pasado, joder?! Venga, Hansi, ¿Tengo yo la culpa?

—Es su espada, Alex —continuó en su defensa el batería —La has llamado
trozo de hierro
, tío. Te has pasado. No tenías derecho ¿Vale? No tienes... no tenemos ni idea del valor de las cosas aquí.

Gharin intervino en la contienda.

—Para muchos esa espada es una leyenda... —aquello nos obligó a prestarle atención—. Para él es aún más que eso. Allwënn concibe una espada bajo un lazo íntimo, mucho más cercano a la amistad que a otro sentimiento humano. Por encima de todas sus espadas siempre ha estado esa: la Äriel —aquel semielfo parecía sentirse obligado a la confesión.

—Bien, de acuerdo pero eso no le da derecho para... —Gharin le mandó callar con el dedo, sin pronunciar palabra y algo debió transmitir con la mirada porque Alex guardó silencio de inmediato.

—Sería mentir si os dijese que es su espada favorita. No, es muchísimo más que eso. No creo que exista un calificativo que permita acercarse a aquello que le une a su espada. Amor, podréis pensar. Es mucho más que amor, os lo aseguro. Fue su primera gran espada. Su primera arma de verdad, digna de un guerrero, de todo un guerrero. Su padre, con quien tenía un vínculo muy profundo, se la regaló cuando cumplió su mayoría de edad. Le dijo que era una espada de reyes pero que ese rey debía alojarse en las mismas entrañas del guerrero que la portase. No en su cuna sino en su corazón. Luego sería mejorada exclusivamente para él por uno de los más afamados artesanos del hierro de todo el imperio, vástago de la legendaria estirpe de los Forjadorada. Con ella pasó el umbral que separa al niño del hombre, de la inexperiencia a la maestría. Solo eso ya la convierte en un arma muy especial. Pero tal vez no sea ese el motivo más poderoso que explique el profundo afecto por esa espada. El filo de su acero recibe el nombre de una fantástica criatura, quizá sueño de los mismísimos dioses en realidad. Toma el nombre de la misma mano que doblegó el duro hueso de dragón que hoy le sirve de empuñadura. De la misma mujer que dormita bajo sus formas óseas. El ser más complejo y hermoso que mis ojos hayan contemplado jamás... quien llegó a ser su esposa.

Claudia creyó sentir como un afilado acero candente hendía su pecho. Por un instante, quizá incontrolado, como incontrolado fue ese mismo sentimiento, algo le hizo odiar poderosamente a aquella misteriosa mujer. Sin embargo, no tardó en sentirse culpable por ello.

—Äriel fue su tesoro más preciado en esta vida. Lo único verdaderamente sagrado y divino en su existencia. Era una mujer demasiado especial para todos —Gharin miró hacia el cielo y se detuvo un instante. Casi no nos apercibimos, pero hubo de esforzarse para continuar sereno- Ella murió en una encendida noche de cólera cuando las tropas del Némesis tomaron la Ciudad Paso de Khälessar, al inicio de la guerra. Allwënn lo presenció todo. Le arrebataron esa espada y la atravesaron con ella. El propio Allwënn debió morir aquella noche a manos de su propia arma también. Quizá murió, en cualquier caso.

De los ojos de Gharin, como una gota de rocío que de la hoja cae al suelo, se escapó una lágrima. Aquella lágrima poseía un color azul intenso que a ratos brillaba como lo hacían los ojos del muchacho en la oscuridad de la noche. Un azul impropio del transparente líquido que forma nuestras lágrimas. Ese azul yo lo había visto antes, lo había visto anillando la negra pupila en el iris del muchacho. No pudimos evitar seguir fascinados el recorrido de aquella fantástica lágrima del mismo color de sus ojos, recorriendo la suave piel de su mejilla y caer humedeciendo la tierra. Así lloran los elfos.

—Tras su muerte, Allwënn mandó grabar en la hoja de su espada el nombre de su esposa en tres idiomas: Galeno Tuhsêk, lengua de los enanos de Tuh’ Aasâk, el de su padre. Sÿr’al ‘Vhasitä, Lengua Raíz de los Elfos Ürull, el de su madre. Y Dorë-Transcryto
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, lengua de los sacerdotes de Hergos, orden a la que ella pertenecía. También ordenó vaciar en el metal de la hoja, hasta entonces virgen, la silueta del Padre Dragón, símbolo de su dios, Hergos, criatura que también la representaba a ella. Esa espada es un símbolo, el nexo de unión entre él y su esposa desaparecida, cuyas sangres se mezclaron en su hoja aquella noche de muerte. Es el vínculo, el lazo que traspasa la barrera de la muerte y la mantiene viva de alguna inexplicable manera. Esa espada, Alex, no es solamente una espada. Menos aún un vulgar trozo de hierro. Es lo único que le queda para recordar, para llorar y para vengar, a la única criatura que amó y a la única que amará en su larga, larguísima existencia.

Después de escuchar aquello ya no tuvimos ganas de bromas.

Aquel descomunal cánido volvió a pegar su hocico sobre la hierba y reconoció el olor que había estado rastreando desde hacía unas horas. Sobre su extenso lomo, la criatura que lo montaba se volvió hacia atrás. Allí, casi una docena de aquellos jinetes de lobos aguardaban. Algunos se aproximaron hacia el primero y sus lobos comenzaron a oler el suelo con la misma intensidad. Eran criaturas pequeñas y descompensadas. Sus miembros nervudos y delgados contrastaban con un cráneo grande en el que se alojaban unas orejas desmesuradas y una boca cuajada de afilados dientes amarillentos. Su piel era de un tono verdoso, repleta de malformaciones, llena de tatuajes y cicatrices. Iban densamente armados a pesar de su corto tamaño. Escudos y lanzas en sus manos, espadas en sus cintos y arcos a sus espaldas. Parecían ir de cacería. El más avanzado de ellos miró la siniestra muralla de árboles muertos que se extendía ante sus ojos y todo aquel grupo pareció dudar por un instante. Iniciaron una caótica conversación llena de estridentes voces y vehementes gestos. Entonces uno de los lobos comenzó a aullar y el resto de la manada le secundó. Aquellos aullidos acabaron con la acalorada discusión de los rastreadores. El más bravo de todos, el más abrumado por la salvaje decoración que lucían en sus ropas y armas hizo un gesto evidente señalando el bosque. Con un rápido movimiento de aquellas bridas, la tropa goblin inició su veloz avance y desaparecieron tras los primeros árboles en busca de sus presas.

Falo miró a ambos lados. Nadie parecía haberle visto. Aprovechó que la airada desaparición de Allwënn había obligado a prolongar la parada mucho más tiempo que el previsto en un principio. El cansancio había podido con el grupo que ahora yacía desperdigado disfrutando de un merecido sueño regalado. Allwënn seguía sin aparecer.

Intentando producir el menor ruido posible Falo comenzó a barrer el lugar con la vista, con la fundada sospecha de encontrar aquello que buscaba. Sus ojos pasaron de los caballos a las bolsas y útiles y de ellas a los alrededores. Entre nosotros, descansando, también se encontraba Gharin. Fue a él a quien Falo descubrió una pequeña bolsita de cuero que pesaba y tintineaba de forma bastante evidente.

Hubo de rebuscar un poco antes de hallar la preciada bolsa. Ahora, al tacto, no tenía duda, era dinero lo que guardaba tras el curtido material que lo encerraba. Un montón de dinero, se decía mientras calibraba su peso. Se apresuró a aflojar el cordel que aseguraba la boca y volcó el contenido en la palma de su mano. Las pupilas se dilataron. No podía creer que fuera cierto lo que se había escurrido desde el interior de la bolsa hasta su mano. Eran monedas, como había presentido, pero unas monedas grandes, gruesas y pesadas como no había visto nunca. Él nunca llegaría a saberlo pero había despeñado en la palma de su mano varios Ares de plata imperiales y un par de gruesas Damas de oro. Aún conservaban la magnífica labra de los emblemas de Belhedor anteriores a la Guerra. El metal que las cubría brillaba como el sol. Junto a ellas se habían escapado también algunas gemas de gran tamaño. Tenían unas tallas preciosas y vivos colores que centelleaban al contacto con los escasos haces de luz que lograban superar la cúpula de los árboles.

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