El eterno olvido (37 page)

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Authors: Enrique Osuna

Tags: #Intriga / Suspense / Romántica

BOOK: El eterno olvido
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Sea como fuere, de una cosa estaba segura: lo que tenía que hacer en esos momentos era averiguar el enunciado de la prueba e intentar resolverla cuanto antes.

Aquel tétrico lugar estaba tan vacío que Noelia dio prácticamente por seguro que se trataba de una zona aislada, especialmente diseñada para la prueba número nueve, aunque a cualquier ojo pareciera un tramo de carretera regular. Enseguida advirtió la existencia de un panel electrónico empotrado en el muro. Esperaba encontrar allí el enunciado, pero se topó con su misteriosa funcionalidad. Al contrario que Samuel, en ningún momento pensó que estuviese averiado, más bien supuso que necesitaría de alguna clave para activar la operatividad de las teclas. Decidió explorar un poco el túnel para ver si descubría alguna pista sutilmente camuflada. No tuvo que esperar mucho tiempo para detener el vehículo junto a un nuevo panel informático. Nada más comprobar su completa similitud con el anterior, una idea le rondó la cabeza...

En previsión de que pudiera encontrarse en un circuito cerrado, sacó de su bolso de mano un lápiz de labios y realizó diversas pintadas alrededor del panel, para evitar pasar de nuevo por el mismo lugar sin darse cuenta. Luego regresó al coche y puso el cuentakilómetros a cero, para conocer la longitud que abarcaba la vía donde se hallaba. Comprobó en el siguiente panel la existencia de algunas grietas en el muro y pensó que podía haberse ahorrado el graffiti. Ni siquiera detuvo el vehículo cuando fue pasando por los siguientes paneles; simplemente los fue contando hasta que, como sospechaba, volvió a encontrarse con el primero. En total había siete cuadros informáticos iguales a lo largo de un circuito de 9 kilómetros y 420 metros. Cada panel dejaba iluminada la tecla de una única letra o un número, así que estaba claro que la clave no podía ser registrada en sólo uno de ellos: ¡la clave debía formarse en conjunción de todos! Tenía que ser una palabra de siete letras; pensó unos segundos y luego bajó de su coche para dejar pulsada la primera letra, convencida de que la palabra que debía formar entre todos los paneles no podía ser otra que KAMDUKI.

Efectivamente, tras completar una nueva vuelta al circuito y pulsar finalmente la «I», se iluminaron todas las teclas y la pantalla dio señales de vida, en forma de un único mensaje, una solitaria palabra: Radio.

Noelia supo enseguida lo que tenía que hacer. El circuito cerrado debía ser una circunferencia, de acuerdo con la ligera desviación que notaba siempre a la izquierda, constante durante todo el recorrido, sin llegar a acentuarse lo suficiente como para que pudiera pensar que la figura por la que transitaba fuese una elipse. Así que, si la longitud de la circunferencia era de 9.420 metros, el radio sería el cociente resultante de dividir esa cantidad por 2 veces el número π, una operación de simple cálculo mental sin mayores dificultades para Noelia. La longitud del radio era, pues, de 1.500 metros. Una vez validó esa cifra, apareció el mensaje de felicitación en la pantalla por haber resuelto la prueba: apenas había tardado cuarenta minutos.

Capítulo 28

—¡No puede ser, si no hace ni... tres cuartos de hora que entró!

—Cuarenta minutos y cincuenta y seis segundos exactamente, señor —precisó el encargado de la zona de videovigilancia.

—¡Increíble! Diríjanla a la entrada pero no habiliten el acceso hasta que yo me encuentre allí; quiero recibirla personalmente.

Nicholas Flenden tenía concertada una importante reunión de negocios con empresarios del sector turístico en un hotel próximo a Borgund, pequeña villa conocida por su iglesia de madera del siglo XII. Acababa de tomar asiento en un automóvil del exterior de las instalaciones de RH. La asombrosa noticia le hizo cambiar de planes de inmediato.

Nunca antes pudo nadie conseguir resolver aquella prueba tan rápidamente, y esto se debía no tanto a su dificultad como al tiempo que transcurría hasta que se daban cuenta de que no estaban atrapados por un capricho del destino; cuando asumían que se hallaban inmersos en una prueba, generalmente llevaban horas bajo el sofocante bochorno provocado por el calor y la humedad, y las energías ya no eran las mismas. El récord lo ostentaba un brillante estudiante francés de biología molecular. Había creído participar en el proceso selectivo para acceder a una beca especial, convocada por una prestigiosa universidad, para el desarrollo de un ambicioso programa de investigación sobre la regeneración de las células nerviosas, con una atrayente dotación de un millón de euros. Superó fácilmente el concurso de méritos, las pruebas de inteligencia —sin que comprendiera entonces por qué se incluían en el proceso— y diversos exámenes de conocimiento específico, pero faltaba por realizar una última prueba, supuestamente en Oslo. Siete horas y media después de entrar en el túnel tecleó la palabra NEURONE, nombre en francés de la célula nerviosa por excelencia, y pasó de buen grado a engrosar la lista de personas adscritas al programa GHEMPE.

Lo normal era resolver la prueba en un tiempo comprendido entre las doce y las cuarenta y ocho horas, así que su sorpresa fue mayúscula cuando recibió la noticia del precoz éxito de la joven. Sin dudarlo dos veces, realizó una llamada anulando la cita y regresó sobre sus pasos al subsuelo, sin mediar palabra con el responsable de vigilar la puerta de acceso al mismo, que se limitó a saludarlo de nuevo con la solemnidad habitual, absteniéndose de formular pregunta alguna ni cualquier otro comentario que pudiera contrariarlo, pese a que estuvo tentado de hacerlo, en vista del buen humor que creyó observar en el rostro de su jefe.

Efectivamente Flenden sonreía entusiasmado, como niño que sabe que va a recibir su regalo soñado, aquél por el que había estado suspirando tanto tiempo. Avanzaba con presteza, abstraído con la soñadora idea de descubrir a la diosa suprema del intelecto encarnada en la incomparable belleza de aquella mujer... ¡Estaba ansioso por llegar!

Noelia se dirigió con celeridad al punto del túnel que le habían indicado por pantalla, exactamente junto al segundo panel electrónico que se encontraría avanzando en sentido contrario al que traía. Allí esperó unos diez minutos, hasta que sintió un estridente sonido, similar a un trueno: a unos veinte metros de donde se encontraba, las paredes de hormigón del túnel se abrían para darle paso.

A medida que se aproximaba se fue percatando de que no se había detenido a pensar qué estrategia seguir; sus deseos de ver a Samuel le habían hecho obviar la peligrosa situación con la que podría llegar a encontrarse, y ya no disponía de tiempo para imaginar los posibles supuestos que aguardaban tras la puerta y diseñar un plan de actuación adecuado a cada uno de ellos; tendría que improvisar sobre la marcha.

La luz solar penetró a través de la abertura de los muros, con la misma fuerza con que irrumpe en la deshabitada alcoba de una mansión cuando, tras meses de abandono, se abren de par en par las ventanas. Muy pronto el impacto producido por el sensacional efecto luminoso fue diluyéndose ante la llegada de un viejo presentimiento: la misma extraordinaria habilidad que poseía Julián Palacios para advertir con certeza la camuflada maldad ajena. Ella había heredado ese don con más potencia, pues podía captar cualquier presencia maliciosa incluso antes de verla, y en esta ocasión la sensación era más fuerte que nunca, como si fuera a aparecer ante sus ojos el mismísimo Lucifer.

Sus pasos se volvieron trémulos; el pavor se apoderó de ella en el mismo instante en que lo vio. Su memoria no le fallaba; nunca lo había hecho: aquel rostro era el mismo que personificaba el engendro virtual que controlaba el tiempo atrás en la octava prueba, el mismo que consiguió amedrentarla en la soledad de su habitación cuando incomprensiblemente creyó sentir que la observaba, desnudándola como un impúdico voyeur espoleado por el fuego de su lujuria. Y ahora estaba ahí en persona, en un vano intento de mostrar su inexistente faz de buena persona, sonriendo bondadoso y derrochando educación. Pero por más que se disfrazara de ángel, si no había conseguido engañar a Samuel mucho menos lo iba a lograr con Noelia. Notaba su perniciosa aura, una sombra siniestra envolviendo su alma; aquel individuo olía a... muerte, y Noelia percibió su fétido hedor nada más traspasar los muros. En cualquier caso, por alguna razón oculta en sus pérfidas intenciones, aquel ser maligno se mostraba exquisitamente amable con ella, y esta circunstancia le brindaba algo de tiempo para pensar la forma de encontrar a Samuel y escapar de aquel antro de maldad.

—Bienvenida a Raza Humana, querida Lucía; ¡cuánto placer tenerte aquí! Soy Nicholas Flenden, máximo responsable de las maravillosas instalaciones que pronto vas a descubrir.

—El placer es mutuo, Sr. Flenden —respondió estrechando su mano y correspondiendo a su atención con una cálida sonrisa.

Flenden sujetó con firmeza sus frágiles dedos, manteniéndolos cautivos por algunos segundos más de los que habitualmente se ajustan al convencional saludo. Su mordaz mirada escudriñó aquel delicado rostro, infinitamente más bello al natural. Su nívea tez, moteada por unos ligeros tintes rosados en los pómulos, denotaban la inocencia en su estado puro. Se detuvo en aquellos impresionantes ojos de buey, a través de los cuales se divisaba un inmenso mar azul en calma, y pensó que aquél debía ser un océano de sabiduría e inteligencia, un sugerente lugar para navegar.

Noelia tuvo que desplegar un monumental acopio de voluntad para disimular las náuseas que le provocaba su presencia y dominar el miedo que agarrotaba sus músculos; un encomiable esfuerzo para conseguir mantener la compostura.

—Has demostrado una exquisita habilidad para afrontar con éxito las pruebas, especialmente esta última.

—¿Cómo está Samuel?

—Perfectamente. ¿Es tu novio?

—¡Nada de eso! —respondió Noelia sin vacilación—. Es un amigo; bueno..., también un pretendiente.

—De los que no te faltarán, supongo.

Su instinto femenino le indicaba que había caído en gracia y que, sin duda alguna, aquel sujeto sentía atracción física por ella. La premura de la situación le hizo diseñar un precipitado plan, que consistía básicamente en dejarse agasajar y restar importancia a sus sentimientos para con Samuel. Aunque no estaba segura de haber elegido el camino correcto, era preferible tener un mal plan que ninguno, sabio consejo del insigne ajedrecista norteamericano Frank Marshall, que su abuelo le enseñó siendo niña. Al seguir una estrategia, por muy primitiva que fuera, dispondría de una senda por donde encauzar sus pasos; en caso contrario deambularía desorientada a merced de los embates que a buen seguro sutilmente se iban a suceder.

—Le conozco de sólo unos meses. Me sentí fascinada por
Kamduki
y le ayudé en algunas pruebas —Noelia sabía que era inútil disimular su participación—. Estaba expectante por conocer el premio... No sabría explicarle cómo pero presentía que el juego escondía algo más; por eso estoy aquí, por eso y porque mi intuición me decía que Samuel no había muerto. Me gustaría verlo.

Flenden recelaba hasta de su propia sombra, aunque de momento no veía motivos para pensar que la chica pudiera estar engañándolo.

—Si es sólo un amigo, y considerando que está en buen estado y que tienes mi palabra de que lo vas a poder ver dentro de poco, vale la pena esperar un rato, porque lo que te voy a mostrar ahora va a colmar tus ilusiones.

—¿Cuál es el significado de estas... holografías en movimiento? —preguntó Noelia más por aparentar curiosidad que por realmente tenerla, pues desde que pisó aquel lugar sólo le interesaba escapar de allí a toda prisa con Samuel.

—Son una mera expresión del futuro, querida Lucía.

Flenden comenzó a pronunciar, de forma mecánica, su presuntuosa perorata: la tecnología, la superpoblación, la selección de la especie, el programa GHEMPE, el control del mundo... y Noelia hacía de tripas corazón por aparentar complacencia con sus argumentos, mostrándose entusiasta y cómplice de las ideas que sustentaba el despiadado proyecto de RH.

—Ya estamos llegando —anunció Flenden—. ¿Qué superficie crees que puede tener cada una de estas secciones?

—Unos 26.000 metros cuadrados —respondió Noelia tras reflexionar durante dos o tres segundos.

Flenden no lanzó la pregunta como un desafío intelectual; de hecho, pensaba dar la respuesta de inmediato. Lo que pretendía era incidir sobre el tamaño de aquellas inmensas naves, con idea de hacer que pareciera aún más impresionante lo que estaba a punto de mostrarle. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos Noelia había calculado la solución: si aquellas enormes celdas formaban hexágonos regulares de unos cien metros de lado, el área sería la mitad del producto del perímetro por la apotema. Sabiendo que el perímetro de un polígono es la suma de la longitud de sus lados y que la apotema de un hexágono regular es la raíz cuadrada de la diferencia entre el cuadrado del lado y el cuadrado de su mitad, pronto calculó que el área saldría de la siguiente operación simple: (600 x 86,6) / 2.

Flenden se maravilló de la rápida y precisa respuesta de Noelia, que no sospechaba que su espontánea demostración intensificaba la excitación de su acompañante.

—Ya veo que dominas las matemáticas...; sabrás entonces cuántas de estas celdas caben en esta enorme plaza.

Conociendo el radio, Noelia calculó en un instante el área del círculo e hizo la proporción entre las superficies.

—En términos absolutos el área de esta plaza equivaldría a unas 271 naves hexagonales, pero físicamente sería imposible acoplarlas todas en la figura circular: habrá algunas menos...

—En efecto, Lucía, tus cálculos son correctos —confirmó Flenden, sin salir aún de su asombro—. Cada una de estas dependencias tiene un cometido específico. Hay grupos de naves dedicados a la investigación, al control de la información, a la formación de nuestros agentes... En la zona donde ahora nos encontramos se ubican los dependencias destinadas a almacenar todo el conocimiento humano. Por muy bien que se te den los números, sé perfectamente que tu pasión son las letras; éste es mi regalo de bienvenida: vas a visitar la biblioteca más grande del mundo.

Noelia no tuvo que fingir admiración. Por un momento se olvidó de todo: de quién la acompañaba, de sus siniestras intenciones..., ¡de Samuel! Ante sus ojos se abría más de medio millón de metros cuadrados de estanterías repletas de libros.

—Esto..., esto es... impresionante —balbuceó—. ¿Cuántos volúmenes hay aquí?

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