El eterno olvido (33 page)

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Authors: Enrique Osuna

Tags: #Intriga / Suspense / Romántica

BOOK: El eterno olvido
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En un instante lo comprendió todo: ¡la explicación a su pesadilla! Lo había soñado tantas veces... Ella estaba en ese túnel y caminaba buscando a alguien. Su difuminada silueta se vislumbraba a lo lejos. Por más que se acercaba no conseguía distinguirlo. Pero ahora comprendía que ese alguien era Samuel... ¡Y en sus sueños Samuel estaba vivo!

Capítulo 24

Sus párpados se abrían y cerraban lentamente, en un vano esfuerzo por divisar lo que ocultaba la espesa niebla. A ratos, la imagen difuminada de una persona aparecía a su lado. Se ocupaba de algo que había a su izquierda y luego se marchaba. Después de muchos intentos consiguió forzar sus labios a dejar escapar en un hilo de voz dos palabras:

—¿Dónde estoy?

La sorprendente respuesta llegó de inmediato.

—En el cielo, querido Samuel, estás en el cielo.

Confundido y desorientado, comenzó a mover sus extremidades, para cerciorarse de que el cuerpo le acompañaba, donde fuera que estuviese.

Poco a poco sus ojos fueron lubricándose y la densa niebla derivó a una ligera neblina. Se encontraba postrado en una camilla y la persona que a veces acudía era una enfermera que atendía el suero que le estaban administrando. A su alrededor todo era de un blanco inmaculado. La voz de San Pedro se dejó oír de nuevo:

—Los calmantes le harán dormir toda la noche. Conviene que descanse bien. Si hubiera alguna novedad me llamáis de inmediato.

—De acuerdo, Sr. Flenden —respondió la enfermera.

La primera imagen que volvió a ver Samuel con nitidez le resultó familiar. Durante el tiempo que permaneció sedado apenas consiguió recapitular los últimos acontecimientos; por eso, sus primeras palabras nacieron impregnadas de una natural candidez.

—¡Kristoffer! ¿Cómo se encuentra su padre?

—Mi padre falleció...

—¡Cuánto lo siento!

—Falleció hace treinta años —respondió con frialdad quien fue su cordial y agradable acompañante días atrás.

Samuel se sintió confundido al oír una respuesta que no encajaba con su percepción de la realidad. Apenas había experimentado ciertas ráfagas de pasajera lucidez desde que se empotró contra el muro del túnel, así que lo primero que pensó al ver a Kristoffer fue que había acudido al hospital a interesarse por su estado de salud tras el accidente. Al instante recordó con claridad el momento en que justificaba su repentina marcha debido a una enfermedad de su padre... y entonces rememoró todo su calvario: el engaño, la tortura de su secuestro, su desesperada embestida contra el hormigón... En un repentino y brusco movimiento pretendió incorporarse para arremeter contra el traidor, pero se lo impidió una correa que lo anclaba firmemente a la camilla.

—¡Maldito hijo de puta! Estuve a punto de morir en ese condenado agujero.

—Sr. Velasco: no estuviste a punto de morir; estás muerto.

—¿Pero es que estáis locos? ¿Qué disparate es éste?

—Será mejor que te relajes; terminarás haciéndote daño. Tuviste suerte de salir ileso de tu estúpido ataque al muro.

Si no fuese porque tenía el mismo físico, Samuel habría jurado que la persona que tenía ante sus ojos no era Kristoffer. Había abandonado su exquisito respeto en el trato y lo tuteaba sin remilgos. La expresión severa de su rostro, el tono rígido de su voz, su penetrante mirada...; ¡nada que ver con el Kristoffer que había conocido!

—Samuel Velasco dejó de existir para el mundo —prosiguió Kristoffer mecánicamente—. Ahora eres otra persona, con otro nombre, otro trabajo y otro destino..., aunque, para ser más exactos... eso aún lo tiene que decidir el Sr. Flenden.

—¿Pero de qué me estás hablando? —protestó Samuel enérgicamente—. Llegué hasta aquí por un simple concurso en donde prometían un cuantioso premio. Os estáis metiendo en un tremendo lío.

—Verás: el premio excepcional consistía en formar parte de nuestra familia, pero estuviste extremadamente torpe en el túnel y tu competencia ha quedado en entredicho. Ahora están estudiando tu caso; seguramente tendrás que demostrar algo más... Pero no quiero adelantarme a los acontecimientos; mañana el Sr. Flenden te comunicará su decisión.

Kristoffer se giró para marcharse, mientras Samuel se agitaba en una estéril lucha con la abrazadera de cuero que lo pegaba a la camilla.

—¡Espera! —gritó Samuel—. No me dejes así... ¿Y si tengo que ir al baño?

—No será necesario: estás sondado.

Kristoffer se detuvo un instante para mirarlo fijamente. Samuel creyó percibir sinceridad en sus palabras.

—Te voy a dar un consejo: trata al Sr. Flenden con amabilidad. Cualquier gesto violento de tu parte, el más mínimo reproche, una sola palabra malsonante y puedes estar seguro de que tus días habrán acabado.

Estas palabras hicieron reflexionar a Samuel. La voz de su padre volvió a hacer eco en su cabeza: «El pasado no existe...», «...sólo importa el presente...». Tenía que aislar la frustración y el sufrimiento, porque en ello podría irle la vida. Era el prisionero de unos locos criminales y no estaba en condiciones de exigir absolutamente nada, así que no le quedaba más remedio que apaciguarse y escuchar, ver si le daban alguna explicación y esperar pacientemente la primera oportunidad —que a buen seguro sería la única— que se le presentara para escapar de aquel manicomio.

A la mañana siguiente pudo por fin levantarse. La misma enfermera que lo había estado atendiendo —y que parecía no entender ni el inglés ni el castellano porque en todo el tiempo se dignó a responderle una sola vez— lo liberó de todo cuanto le ataba a la camilla. Durante unos minutos se quedó solo en la habitación y libre para andar por ella. Estuvo tentado de dirigirse a la puerta, pero rápidamente se convenció de que sería una manera absurda de intentar huir. Al poco volvió la enfermera con un apetitoso desayuno a base de tostadas, zumos y frutas. Por primera vez se dirigió a él para indicarle que en el baño tenía ropa limpia y todo lo necesario para asearse; el Sr. Flenden lo visitaría en una hora.

La comida y la ducha supusieron un verdadero bálsamo para su maltrecho aspecto. Afeitado y limpio, volvía a parecer el de siempre. Mientras aguardaba la llegada del cabecilla de la banda llegó fugazmente a pensar que se encontraba en la habitación de un lujoso hotel, preparado para recoger su premio después de que se hubiera aplazado la ceremonia a causa de un inesperado accidente. Pero cinco días encerrado a treinta grados, sin luz solar, comida ni agua no era un asunto tan baladí como para borrarlo de un plumazo de la memoria, por más que deseara que nada de eso hubiera ocurrido.

—Celebro verte tan recuperado, Samuel; yo soy Nicholas Flenden, representante y máximo responsable de la división europea de RH, Raza Humana.

—Encantado, Sr. Flenden: comprenderá mi desconcierto después de la situación que he vivido —Samuel se esforzaba por mantener una posición natural y quiso obviar cualquier referencia a las insólitas credenciales presentadas por su anfitrión.

—Tu turbación es lógica, pero créeme si te digo que las sorpresas irán en aumento. Vamos a dar un paseo; no tardarás en darte cuenta de lo afortunado que puedes llegar a ser si... efectivamente acabas convirtiéndote en uno de los elegidos.

—Le agradezco su atención; Kristoffer me dijo que cambiaría de nombre y que me enviarían a otro lugar. No quiero defraudarle, Sr. Flenden: con gusto cumpliré cuanto me ordene.

Samuel había conseguido refrenar su impulso emocional y respondía con complacencia, como el que le sigue la corriente a las disparatadas opiniones de un enfermo mental, pensando que si actuaba con sumisión quizá podría salir pronto de allí y denunciar su secuestro a la policía. Nicholas Flenden lo miró con curiosidad, como si estuviera intentando interpretar la verdadera intención de sus palabras. Luego le dedicó una amplia y enigmática sonrisa.

—Todo a su momento; no te impacientes, querido Samuel, todo a su momento.

La imagen del Sr. Flenden le resultaba vagamente familiar. Tenía la impresión de haber visto aquel rostro con anterioridad, pero no conseguía recordar dónde. Se trataba de una persona de complexión fuerte, de unos cuarenta años, cuarenta y cinco a lo sumo. Bastante más alto que él, se encorvaba ligeramente al andar. Su vasto cráneo resplandecía ante la impasible presencia de sendas matas de pelo concentradas a la altura de los pabellones auriculares. Unas tupidas y negras cejas custodiaban sus diminutos ojos; encogidos, se antojaban extremadamente penetrantes, propios de la más sagaz de las aves rapaces, reforzados en su rol por la aguileña nariz que partía su rostro. Sus puntiagudas orejas realzaban su aspecto de gnomo, de trol más bien. Su presencia emanaba desconfianza, pero cuando esbozaba su canina sonrisa, la misma que muestran las hienas ávidas de sangre, esa sensación se convertía en repugnancia y hacía aparecer en Samuel un inquietante pavor, propio del antílope que acaba de descubrir las fauces del que será su seguro verdugo.

La puerta de su habitación daba paso a una sala semicircular. En el fondo, un puesto de control supervisaba lo que acontecía en cada una de las cuatro habitaciones ubicadas alrededor del arco de la imaginaria figura geométrica. A un lado se abría un ancho pasillo. Allí les aguardaba Kristoffer, acompañado de dos gorilas. Samuel comprendió que, de momento, cualquier posibilidad de escapar era ilusoria.

—Estos son algunos de los aposentos de los nuevos recién elegidos —comenzó a explicar Flenden.

—¿Elegidos para qué? —interrumpió Samuel.

—¿No le explicaste ayer las normas? —dijo Flenden dirigiéndose a Kristoffer en un tono adusto.

—No tuve ocasión, señor; se encontraba aún muy tenso —respondió Kristoffer visiblemente preocupado.

—Bien, querido Samuel —Flenden recobró de inmediato la falsa amabilidad esgrimida hasta ese momento—, luego Kristoffer te informará adecuadamente, pero mientras tanto debes prestar atención a estos dos preceptos básicos. Norma número uno: jamás se interrumpe a un superior. Norma número dos: ninguna información u orden se repite; somos lo suficientemente inteligentes como para comprender a la primera lo que oímos. ¿Está claro?

—Disculpe, Sr. Flenden: no volverá a ocurrir —respondió Samuel, a quien le hervía la sangre continuar con semejante farsa.

—Como te decía —continuó el capo—, en diversos habitáculos como éste se alojan los últimos adscritos al programa GHEMPE, siglas para designar el Grupo de Humanos Elegidos para Mejorar y Perpetuar la Especie. Ahora nos dirigimos a la sala principal: se encuentra justo al final de este pasillo.

Samuel quedó estupefacto al descubrir el espectáculo que se abría ante sus ojos: un descomunal espacio subterráneo, gigantesco, inabarcable a su mirada, habitado por... ¡fantasmas! Transitaban, en un bullicioso trasiego, a través de unas plataformas de transporte que comunicaban entre sí los múltiples departamentos hexagonales que componían la inmensa sala excavada en el subsuelo. Las siluetas espectrales se movían como abejas por aquel laberinto de celdas concebido a imagen y semejanza de un panal. Si bien había notado una excelente luminosidad tanto en su habitación como en los pasillos, la gigantesca superficie a la que le habían conducido estaba completamente bañada por una claridad propia de un día soleado. Por un instante creyó que se encontraba al aire libre y alzó la vista para contemplar el añorado azul del cielo, mas se topó con una inmensa bóveda recubierta por miles de diáfanas placas azulinas que parecían filtrar la luz del sol... ¡a través de las montañas!

—Imponente, ¿verdad Samuel? —preguntó Flenden orgulloso de contemplar su pasmado semblante—. ¿Conoces la Plaza de Tiananmen en Pekín?

—No he tenido el placer de visitar China.

—Es la plaza más grande del mundo —prosiguió Flenden—, con 440.000 metros cuadrados. Esta explanada tiene un área de siete kilómetros cuadrados, unas dieciséis plazas como ésa. Sin saberlo has estado dando vueltas y vueltas a su alrededor... Para que te hagas una idea: supongo que sí conocerás la Plaza Mayor de Madrid, ¿verdad? Cerca de seiscientas tendrían cabida aquí abajo.

—Realmente impresionante —admitió Samuel—. Es... extraordinario, pero más asombro me causa esas... figuras translúcidas...; ¡parecen espíritus!

—Forman parte de RH. Tú podrías ser uno de ellos, querido Samuel, uno más entre los elegidos. Vayamos a un lugar tranquilo donde charlar un rato.

Samuel sentía una incontenible curiosidad por conocer el secreto que guardaban aquellas ánimas errantes, pero no se atrevió a preguntarlo; ¡por nada del mundo querría enfadar al poderoso soberano de aquel misterioso reino subterráneo! A estas alturas tenía ya muy claro que no estaba tratando con cuatro miserables tarados. Aquel complejo debía ser obra de una organización superior, con una fuerte infraestructura y un importante soporte económico.

La zona donde se encontraban era similar a los andenes de los metros, sólo que en lugar de trenes intermitentes sobre rieles circulaba constantemente una silenciosa plataforma destinada al desplazamiento, de cierto parecido a las cintas transportadoras de los aeropuertos, aunque de una anchura superior y fabricada con un material más rígido. Las zonas de embarque se situaban frente a los vértices de las figuras hexagonales que dibujaban los departamentos. Se colocaron en una plataforma idéntica a las que giraban sin cesar alrededor de cada una de las dependencias que formaban el complejo subterráneo. Kristoffer pronunció el número 157 —lo que Samuel supo interpretar como la parada solicitada— y al cabo de unos segundos el bloque donde se encontraban se puso en marcha, primero con suavidad y luego aumentando la velocidad hasta equipararla con la de las plataformas de transporte. El soporte de trasbordo se elevaba ligeramente mientras se iba aproximando a la izquierda, hasta situarse justo encima del sistema principal de transporte, al que se ajustó con precisión.

Samuel estaba maravillado de contemplar la sofisticada funcionalidad de aquel mecanismo. La plataforma base a la que habían subido giraba continuamente alrededor del perímetro de un único departamento, con el mismo diseño hexagonal que todos los demás. En un momento dado, el bloque donde se encontraban se elevó unos centímetros y comenzó a desplazarse a la derecha hasta acoplarse a la plataforma que giraba alrededor del departamento hexagonal contiguo. Este proceso se ejecutaba con suavidad, aprovechando toda la longitud del lado del hexágono donde se hacía el trasbordo, adecuando las velocidades de ambas demarcaciones para garantizar una perfecta sincronización. De esta manera se iban desplazando a través de la inmensa plaza subterránea hasta alcanzar el destino solicitado.

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