El eterno olvido (36 page)

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Authors: Enrique Osuna

Tags: #Intriga / Suspense / Romántica

BOOK: El eterno olvido
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Samuel se hallaba recluido en un módulo especial para detenidos, una estancia de unos tres metros de ancho por cinco de largo, sin más muebles en su interior que un colchón y una silla; una letrina ubicada en el fondo constituía el baño incorporado a tan lujoso habitáculo. Al no disponer de puertas, daba la impresión de que aquellos aposentos permitían el libre acceso, y efectivamente así ocurría: no había nada que impidiera la entrada; sin embargo, mientras que cualquier persona podía transitar por ellos a su antojo, Samuel era incapaz de acercarse a menos de medio metro del umbral, pues una barrera invisible lo repelía con una fuerza magnética similar a la que actúa en los imanes cuando se juntan dos polos del mismo signo.

Nicholas Flenden entró solo. De nuevo portaba la amabilidad en su rostro de alimaña. Samuel observó que llevaba en su muñeca izquierda el mismo brazalete que los demás. Al principio no se había percatado de esa circunstancia, pero ahora estaba convencido de que aquel instrumento, en apariencia de titanio, no sólo actuaba como teléfono, reloj, intercomunicador y ordenador; además servía para inhibir los campos magnéticos.

—¿Qué tal estás? Espero que estos dos días en barbecho te hayan ayudado a reflexionar.

Samuel no respondió: continuó sentado, con los codos apoyados en los cuádriceps y las palmas de las manos a ambos lados de la cara, como si estuviera sujetándose la cabeza.

—He revisado personalmente las baterías de ejercicios que te hemos planteado y el análisis no deja lugar a dudas: tú no resolviste por ti solo las pruebas de
Kamduki
. Tu cociente intelectual es de 120. No está mal, es una puntuación por encima de la media; debo confesar que incluso superior a lo que yo esperaba..., pero, en cualquier caso, nada extraordinario. En la anquilosada comunidad de la mediocridad hay mucha gente como tú, demasiada como para que puedan tener cabida en RH. Tus resultados, aun buenos, no dejan de ser vulgares... y la vulgaridad me repugna.

Samuel continuaba mudo, obviando el deliberado paréntesis de Flenden en su discurso, en claro menosprecio al turno de palabra tácitamente ofrecido. Aparentaba una actitud resignada, sumisa, propia del condenado que con lastimero desaliento aguarda el anuncio del fatal veredicto. Su abatido rostro era la imagen del desahuciado, del que no tiene fuerzas ni voluntad para moverse; sin embargo, su interior escondía un polvorín a punto de estallar. No estaba dispuesto a permitir que capturaran a Noelia sin presentar batalla, y se mantenía agazapado, al acecho de la primera y seguramente única oportunidad de que dispondría. Se preguntaba si había llegado ese momento, si debía jugarse ya el todo por el todo. Mientras Flenden hablaba su mente se centraba en sopesar sus posibilidades de éxito: debía abalanzarse sobre él con la agilidad y contundencia de un puma, procurando abatirlo al instante para que no pudiera dar la voz de alarma. Luego tendría que hacerse con el brazalete y salir de aquella sección sin ser visto. Si se movía con naturalidad podría pasar desapercibido por el laberinto de celdas hexagonales, hasta encontrar la puerta de salida a la libertad, al mundo real de donde jamás debió salir... Pero lo que parecía factible en teoría, en la práctica se le antojaba casi imposible: ¿podría reducir a Flenden?, ¿conseguiría hacerlo sin ser descubierto?, ¿sería capaz de abrir la singular pulsera?, ¿le serviría a él?, ¿con cuántas personas se cruzaría tras abandonar la celda?, ¿lo reconocerían en su camino a la salida?, ¿encontraría a tiempo la puerta que le permitiera abandonar aquella satánica cueva?, ¿podría salir por ella sin mayores contratiempos?... Demasiados interrogantes, infinitas dificultades... y, sin embargo, estaba decidido a arriesgarse: por intrincado que pareciera su plan, al menos en ese momento Flenden se hallaba solo; con sus matones escoltándolo no tendría ninguna opción.

—No obstante —continuó Flenden—, me he dignado a pensar en ti, querido Samuel, y quizá pueda ayudarte. Haciendo una excepción, podría procurarte un hueco en nuestra plantilla de servicios o en alguna cómoda sección auxiliar; no todos nuestros agentes gestionan asuntos delicados y enrevesados, también necesitamos operarios para trabajos simples.

—¿Hacia dónde quiere llegar, señor Flenden? —atajó Samuel, impaciente por conocer las bases del chantaje.

—¿Cuál es el verdadero nombre de Lucía Molina?

Flenden le lanzó una mirada inquisitiva, estrechando sus pequeños ojos hasta casi hacerlos desaparecer, tanteando la reacción de Samuel para captar la más somera muestra de alarma en su rostro, un mínimo titubeo en sus palabras.

—¡Pero qué locura es ésta! —Samuel reaccionó de inmediato; había estado encerrado el tiempo suficiente como para prever que las indagaciones de sus captores podrían desembocar en esa pregunta—. ¡Las personas corrientes tenemos un solo nombre, no somos espías ni pertenecemos a organizaciones misteriosas como ustedes! Ya se lo dije: Lucía no es más que una amiga a la que le pedí por teléfono que se conectara a Internet y validara mi respuesta. Me encontraba en ese instante en la Plaza de la Basílica de Candelaria y no me quedaba tiempo; pueden comprobarlo en mi teléfono. ¡Lucía es Lucía! ¡Otro nombre...; es lo que me faltaba por oír!

—Ya revisamos tu teléfono; la llamabas muy a menudo para ser sólo una amiga —replicó Flenden con su falaz sonrisa.

Samuel estaba a punto de dar por concluido el acecho. Su enemigo se encontraba a un metro escaso y la conversación estaba llegando a un punto muerto: la reunión podría estar próxima a su fin. Tenía que actuar de inmediato si no quería dejar pasar la oportunidad, quién sabe si para siempre. Bajó la cabeza dejando caer los hombros, en claro ademán de querer refugiarse en su amargo pesar, intentando insuflar una dosis extra de confianza en Flenden antes de lanzar su ataque. Estaba preparado para ejecutar el salto cuando un ligero zumbido escapó de la muñeca de su adversario. Ahora no tenía más remedio que esperar a que finalizara la llamada.

—¿Qué ocurre? —preguntó Flenden.

—Una mujer joven se presentó esta mañana a primera hora en el Consejo Noruego de Investigación de Accidentes preguntando por el siniestro de Samuel Velasco; después ha pasado por la Embajada de España. Estamos siguiéndola, señor. Acaba de dejar Oslo y ha tomado la ruta E16; va directamente hacia allá.

—¡Estupendo! Manténganme informado.

Nada más acabar la llamada se giró para abandonar con presteza la peculiar mazmorra sin rejas, ante la frustración de Samuel, que veía cómo el pájaro echaba a volar en sus propias narices. No pudo escuchar el contenido de la llamada, pero sí las instrucciones que Flenden daba mientras se alejaba por el pasillo:

—Kristoffer: prepara el dispositivo; el conejito viene derecho a la madriguera.

La sangre se le heló de pensar que pronto tendrían también prisionera a Noelia.

Capítulo 27

Noelia había decidido no perder más tiempo realizando estériles pesquisas en los organismos oficiales; su intuición, avalada por la información almacenada en sus archivos oníricos, la empujaba directamente hacía el túnel de Laerdal. Tenía el presentimiento de que encontraría con vida allí a Samuel, la movía esa esperanza y sólo pensaba en llegar cuanto antes para descubrir si felizmente estaba en lo cierto.

Tan pronto como se adentró en el túnel una desoladora decepción se apoderó de su ser: aquél no era el lugar que ella esperaba encontrar; no le resultaba familiar. Había demasiados elementos que se le antojaban extraños, aun siendo habituales en aquellas construcciones: los teléfonos de emergencia, los extintores, las zonas ensanchadas para facilitar el cambio de sentido...; nada de eso recordaba de sus sueños. Y luego ese incesante tránsito de vehículos, lógico a todas luces, pero que no encajaba lo más mínimo con la sensación de soledad que ella esperaba experimentar. Afortunadamente, la desazón que embestía su ánimo no tardó en ver frenada su progresiva escalada, pues la colorida iluminación de la primera galería destinada a romper la monotonía de la conducción sí que la había percibido con anterioridad. Pero nada más, una vez dejada atrás aquella zona el panorama volvía a ser el mismo, de forma que a medida que transcurrían los kilómetros, sus renacidas expectativas comenzaron a ver tambalear sus cimientos... hasta que llegó al deliberado desvío de vehículos de la tercera área de descanso: ahora era ella la que accedía al Infierno.

Desde el preciso instante en que fue reconducida a la teórica vía principal, la emoción de darse cuenta de que ya no estaba en el mismo túnel provocó una repentina aceleración en la cadencia de su pulso. Circuló unos kilómetros por inercia, luego detuvo el vehículo y se apeó. Experimentó cierta angustia por la soledad y el silencio, pero a medida que caminaba tornó a sentirse extasiada por el hallazgo, segura de haber estado antes allí, a pesar de que era la primera vez que pisaba aquel país. Estaba plenamente convencida de que Samuel seguía vivo, en la ciega fe que —por pura necesidad vital— profesaba a la profecía anunciada en sus sueños. Dominada por la euforia, no era para nada consciente del peligro que le aguardaba allí dentro.

Nada más ser informado de la llegada de Noelia al circuito cerrado perimetral del cuartel general de RH, Nicholas Flenden se presentó en la sala de control del sistema de videovigilancia instalado en el túnel, ansioso por examinar el aspecto de la escurridiza chica. Su ilusionada espera no se vio defraudada, pues el perfil de Noelia encajaba a la perfección con sus gustos: era joven, atractiva, de figura esbelta y, lo más importante para él, muy inteligente. Se mantuvo durante unos minutos frente a los monitores, recreándose en los planos que la mostraban de frente, intentando imaginar cómo sería su voz, sus modales, su nivel de cultura... y empezó a fantasear con el seguro encuentro entre ambos.

Conversaban sobre su admirado Nietzsche embriagados por el aroma del mejor vino. Ella lucía un elegante vestido negro a media pierna y debatían sobre el nihilismo mientras sus pies se rozaban bajo la mesa. La chica lo contemplaba entusiasmada por su plática, con la boca entreabierta, derrochando sensualidad. Empapado de lascivia se levantó para sentarse a su lado, y las yemas de sus dedos comenzaron a buscar la comisura de sus largas piernas, percibiendo el fuego allí escondido mientras ella le correspondía sonriendo con picardía, destensando los músculos de sus muslos para facilitarle el acceso. Cada milímetro que avanzaba aumentaba el calor y el placentero dolor de su descontrolada erección..., hasta que la voz de la persona al mando de aquella dependencia lo arrancó de la libidinosa escena.

—¿Alguna instrucción especial, señor?

—No, el protocolo habitual —respondió Flenden contrariado por la inoportuna interrupción—; nos abstenemos de intervenir los dos primeros días; luego ya veremos. Estad atentos para descubrir si dispone de agua y alimentos en el vehículo. No volveré a pasar hoy por aquí: tengo asuntos importantes que resolver fuera. Preparad un informe y seleccionad las secuencias más significativas para mostrármelas mañana a primera hora.

Flenden abandonó la estancia a toda prisa, con el calor abrasando aún sus venas.

Si, como creía, Samuel había desaparecido en aquella solitaria zona diferenciada de la vía principal, no cabría achacar a la casualidad que ella hubiese acabado en el mismo sitio por un error o despiste de los operarios que controlaban el tráfico; su aislamiento había sido planificado adrede... ¡y algún motivo debía haber para ello! ¿Qué circunstancia podría suscitar el interés de provocar que dos españoles se perdieran en una vía de servicio adjunta a un túnel en las entrañas de las montañas noruegas? Debía existir algún elemento que lo relacionara todo, un punto en común, algo que diera sentido a aquello... Las imágenes circulaban por su cabeza a un ritmo frenético: Samuel, la cafetería, las pruebas, la biblioteca, Tenerife, Bencomo, Marta, Esteban, su desesperación, las pastillas diseminadas por el suelo, la nota de despedida de su abuelo, el ajedrez, la partida de Capablanca, el placer de resolver aquella prueba,
Kamduki
, la despedida en el aeropuerto, la expresión de felicidad de Samuel antes de tomar el vuelo a Noruega, el premio,
Kamduki
,
Kamduki
...; ¡la novena prueba!

La primera vez que Samuel le habló de
Kamduki
le comentó que el vencedor debía resolver nueve supuestos; sólo ellos, por su cuenta y riesgo y ante la ausencia de otros participantes que hubiesen logrado solucionar la octava prueba, habían deducido que el juego se acababa ahí, pero, ¿y si no era así? ¿Por qué no podía existir esa última prueba, aunque quedara en competición un único participante? Ese planteamiento daba un margen de credibilidad a la situación, pero quedaban en el aire muchos interrogantes: ¿qué razón les impulsaba a fingir el fallecimiento de Samuel?, ¿y si Samuel seguía realmente vivo, por qué motivo no se había puesto en contacto con ella?, ¿qué sentido tenía plantearle a ella la novena prueba?... Estas incógnitas provocarían el caos y la confusión en la mente de la mayoría de los mortales, pero Noelia disponía de una extraordinaria capacidad para ordenar y clarificar las situaciones más enmarañadas. Dando por hecho que sus sueños eran ciertos y que Samuel seguía vivo y en algún lugar cercano, condición
sine qua non
en su razonamiento, si no la había llamado era exclusivamente porque no le había sido posible, y ese forzado impedimento sólo podía obedecer a la perversa intención de escamotear el premio, de ahí la falsa noticia de su fallecimiento. Si esto era así, ¿por qué lo mantenían con vida? Ahí entraba en juego ella: precisamente porque, conocedores de que era copartícipe en el triunfo, sospechaban que no se había tragado la historia y que podría destapar el escándalo, y no era lo mismo responder ante la justicia por delitos de secuestro y estafa que por asesinato. El problema es que ahora ella también estaba atrapada... ¿Pretenderían acabar con la vida de ambos o... decidirían negociar ante la posibilidad de que hubiera informado de sus sospechas a otras personas, entre las que podría estar incluido su amigo Esteban, inspector de policía?

Aunque lógicamente no podía imaginar la verdadera trama, en un brevísimo espacio de tiempo Noelia había conseguido llegar a una serie de conclusiones ciertas: que todo había sido urdido por
Kamduki
, que la novena prueba era o bien irresoluble, o bien un engaño, ya que no pensaban entregar el premio, que Samuel estaba retenido contra su voluntad, que sabían que ella le había ayudado y que..., sin lugar a dudas, las personas al frente de
Kamduki
eran de infame ralea.

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