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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

El factor Scarpetta (6 page)

BOOK: El factor Scarpetta
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Abrió el botiquín que había encima del lavabo, a sabiendas de que una de las primeras cosas que le preguntaría Scarpetta sería qué contenía. Ibuprofeno, Midol, vendas adhesivas de deportista, tiritas, parches para las ampollas, gel en barra también para las ampollas y montones de vitaminas. Había tres recetas para el mismo producto aunque escritas en diferentes fechas, la más reciente poco antes de Acción de Gracias. Diflucan. Marino no era farmacéutico, pero conocía el Diflucan, sabía lo que implicaba si la mujer que le gustaba tenía que usarlo.

Quizá Toni tenía un problema crónico de candidiasis, quizá le iba mucho el sexo, tal vez estuviera relacionado con tanto
jogging.
Llevar ropa estrecha que no transpiraba, como charol o vinilo. Que la humedad quedase atrapada era el peor enemigo, es lo que a Marino siempre le habían dicho, eso y no lavar la ropa con agua lo bastante caliente. Había oído de mujeres que metían las bragas en el microondas, y alguien con quien se veía en sus días de policía en Richmond había dejado de usarlas, pues afirmaba que la circulación del aire era la mejor prevención, lo que a él le parecía perfecto. Marino hizo inventario de todo lo que contenía el botiquín y la repisa de debajo del lavabo, cosméticos en su mayoría.

Seguía en el cuarto de baño tomando fotografías cuando apareció Mellnik, hablando al teléfono, e indicándole con el pulgar en alto que había localizado a la detective Bonnell.

Marino le arrebató el teléfono y respondió:

—Sí.

—¿En qué puedo ayudarte?

Una voz de mujer, agradable, grave, como le gustaba a Marino.

No conocía a Bonnell, nunca había oído hablar de ella hasta el día de hoy. Algo que no era sorprendente en un departamento de policía como el de Nueva York, con unos cuarenta mil polis, de los cuales unos seis mil eran detectives. Marino indicó a Mellnik con la cabeza que esperase en el vestíbulo.

—Necesito cierta información —dijo Marino al teléfono—. Trabajo con Berger y no creo que tú y yo nos hayamos conocido.

—Trato directamente con los fiscales del distrito. Que es probablemente por lo que tú y yo nunca nos hemos conocido.

—Nunca he oído hablar de ti. ¿Cuánto llevas en Homicidios?

—Lo bastante para evitar triangular.

—¿Eres matemática?

—Si Berger quiere información, que me llame.

Marino estaba acostumbrado a que la gente intentara evitarle para hablar directamente con Berger. Estaba acostumbrado a oír todo tipo de gilipolleces sobre por qué alguien tenía que hablar con ella y no podía hablar con él. Bonnell no llevaría mucho tiempo en Homicidios o no estaría tan agresiva y a la defensiva; o tal vez hubiera oído rumores y había decidido, antes de hablar directamente con él, que Marino no le gustaba.

—Verás, ahora está algo ocupada; es por eso que llamo en su nombre, mañana no quiere empezar el día con una llamada del alcalde preguntándole qué cojones hace para evitar males mayores a la industria turística, o lo que queda de ella. Una semana antes de Navidad una corredora es violada y asesinada en Central Park e igual ya no te traes a la mujer y los hijos aquí, para ver el desfile de las Rockettes.

—Supongo que Berger no ha hablado contigo.

—Sí, ha hablado conmigo. ¿Por qué crees que estoy en el apartamento de Toni Darien?

—Si Berger quiere información de mí, tiene mi teléfono. Estaré encantada de ayudarla en lo que necesite.

—¿Por qué me das largas? —Marino ya estaba cabreado y no llevaba ni un minuto al teléfono.

—¿Cuándo has hablado con ella por última vez?

—¿Por qué lo preguntas?

Pasaba algo; algo que Marino no sabía.

—Quizá sería de ayuda que respondieras a mi pregunta —dijo Bonnell—. Funciona en dos sentidos. Tú me preguntas. Yo te pregunto.

—Vosotros ni habíais despejado la escena del parque esta mañana cuando yo ya hablaba con ella. En cuanto se lo notificaron, me llamó por teléfono, ya que está a cargo de esta puta investigación. —Ahora era Marino el que parecía a la defensiva—. Llevamos todo el día hablando por el puto teléfono.

No era exactamente verdad. Había hablado con Berger tres veces, la última tres horas antes.

—Lo que intento decir —continuó Bonnell— es que igual tendrías que hablar con ella de nuevo, en lugar de hablar conmigo.

—Si quisiera hablar con ella, la llamaría. Te llamo a ti porque tengo que hacerte unas preguntas. ¿Algún problema con eso? —preguntó Marino, andando nervioso por el apartamento.

—Puede.

—¿Cómo has dicho que te llamas? Y no me des tus iniciales.

—L. A. Bonnell.

Marino se preguntó qué aspecto y qué edad tendría.

—Encantado de conocerte. Yo soy P. R. Marino. Como en «Relaciones Públicas», pero al revés, un talento especial que tengo. Sólo pretendo confirmar que no os habéis llevado el portátil y el móvil de Toni Darien. Que no estaban aquí cuando llegasteis.

—No estaban. Sólo los cargadores.

—¿Toni tenía un bolso de diario, una cartera? Aparte de un par de bolsos vacíos en el armario, no veo nada que pudiera llevar habitualmente. Y dudo que se fuera a correr con el bolso o la cartera.

Una pausa, después:

—No. No he visto nada así.

—Bueno, eso es importante. Parece que, si tenía un bolso o una cartera, han desaparecido. ¿Os habéis llevado algo de aquí a laboratorio?

—Por el momento no consideramos el apartamento una escena del crimen.

—Curioso que lo hayáis descartado de forma terminante, que hayáis decidido categóricamente que no está relacionado en forma o modo alguno. ¿Cómo sabéis que la persona que la mató no es un conocido? ¿Alguien que ha estado en su casa?

—No la han matado dentro, no hay pruebas de que hayan forzado la puerta ni de que hayan robado o alterado nada —declaró Bonnell como si fuera un comunicado de prensa.

—Oye. Estás hablando con otro poli, no con los putos medios de comunicación.

—Lo único inusual es el portátil y el móvil desaparecidos. Y quizás el bolso y la cartera. Vale, reconozco que tenemos que resolver eso —dijo Bonnell en un tono menos rígido—. Ya trataremos esos detalles más tarde, cuando Jaime Berger haya vuelto y podamos sentarnos a hablar.

Marino no iba a ceder:

—Me parece que tendrías que estar más preocupada por el apartamento de Toni, preocupada de que alguien haya entrado para llevarse esas cosas que faltan.

—Nada indica que Toni no se llevó esos objetos. —Era evidente que Bonnell sabía algo que no iba a contarle por teléfono—. Por ejemplo, quizá llevaba el móvil encima mientras corría en el parque anoche y el agresor se lo quitó. Quizá cuando salió a correr lo dejara en otro sitio, la casa de una amiga, de un novio. Es difícil saber cuándo estuvo en casa por última vez. Hay muchas cosas difíciles de saber.

—¿Has hablado con testigos?

—¿Qué te crees que he estado haciendo? ¿Pasear por el centro comercial?

Bonnell también se estaba cabreando.

—Testigos de aquí, del edificio —dijo Marino, y tras una pausa que él interpretó como las nulas ganas de responder de ella, añadió—: Voy a transmitirle todo esto a Berger en cuanto acabe de hablar contigo. Te sugiero que me des los detalles, no me obligues a decirle a Berger que he tenido un problema de cooperación.

—Ella y yo no tenemos problemas de cooperación.

—Bien. Dejémoslo así. Te he hecho una pregunta. ¿Con quién has hablado?

—Con un par de testigos. Un hombre que vive en la misma planta dice que la vio llegar ayer, a última hora de la tarde. Dice que él acababa de llegar del trabajo y se iba al gimnasio cuando la vio subiendo la escalera. Toni abrió la puerta de su casa mientras él salía al rellano.

—¿Se dirigió hacia ella?

—Hay escaleras a ambos extremos del rellano. El se fue por la escalera más próxima a su puerta, no la escalera más cercana a la de ella.

—Así que no se acercó, no la pudo ver bien; eso es lo que estás diciendo.

—Entraremos en detalles más tarde. Quizá, cuando vuelvas a hablar con Jaime, puedas decirle que tendríamos que sentarnos todos a hablar —respondió Bonnell.

—Tienes que contarme los detalles ahora, y eso es indirectamente una directiva de Berger. Intento imaginarme lo que acabas de describir. El tipo vio a Toni desde su extremo del rellano, a casi treinta metros de distancia. ¿Has hablado tú personalmente con el testigo?

—Una directiva indirecta. Esa es nueva. Sí, he hablado personalmente con él.

—¿Su número de apartamento?

—Doscientos diez, a tres puertas de la víctima, a la izquierda. El otro extremo del pasillo.

—Haré una parada ahí cuando me vaya —dijo Marino mientras sacaba su informe plegado del RTCC para comprobar quién vivía en el apartamento 210.

—No creo que esté. Me dijo que salía de la ciudad aprovechando el puente. Tenía un par de maletas y un billete de avión. Me temo que andas algo desorientado.

—¿Qué quieres decir con «algo desorientado»?

Maldita sea. ¿Qué era lo que no le habían dicho?

—Me refiero a que tu información y la mía quizá difieran —replicó Bonnell—. Intento decirte algo, algo de tus directivas indirectas, y no prestas atención.

—Compartamos. Yo te cuento mi información y tú me cuentas la tuya. Graham Tourette —leyó Marino del informe del RTCC—. Cuarenta y un años, arquitecto. Mi información es lo que averiguo molestándome en mirar. No tengo ni idea de dónde sacas tu información, pero no me parece que te molestes en mirar.

—Graham Tourette es la persona con quien he hablado. —Bonnell ya no estaba tan quisquillosa. Ahora su voz sonaba cauta.

—¿Este tal Graham Tourette era amigo de Toni?

—Ha dicho que no. Que ni siquiera conocía su nombre, pero está seguro de que la vio entrar en su apartamento ayer, a eso de las seis. Ha dicho que Toni llevaba el correo en la mano. Lo que parecían cartas, revistas y un folleto. No me gusta hablar de ello por teléfono y mi llamada en espera está que arde. Tengo que colgar. Nos reuniremos cuando Jaime vuelva.

Marino no había dicho que Berger no estaba en la ciudad. Empezaba a considerar que Bonnell había hablado con Berger y que no iba a contarle lo que se había dicho. Berger y Bonnell sabían algo que Marino desconocía.

—¿Qué folleto?

—Uno de color rosa muy vivo. Tourette ha dicho que lo reconoció a distancia porque a todos les llegó uno ese día... ayer.

—¿Has comprobado el buzón de Toni cuando estabas aquí?

—El encargado del mantenimiento lo ha abierto. Se necesita una llave. Toni llevaba las llaves en el bolsillo cuando la encontraron en el parque. Te lo expondré como sigue: tenemos una situación delicada entre manos.

—Sí, lo sé. Los homicidios sexuales en Central Park suelen ser situaciones delicadas. He visto las fotografías de la escena, no gracias a ti. He tenido que conseguirlas de la Oficina del jefe de Medicina Forense, de sus investigadores. Tres llaves en un llavero con los dados de la suerte, que resultaron no serlo tanto.

—El buzón estaba vacío cuando lo he examinado esta mañana, con los de criminalística.

—Tengo el teléfono fijo de este Tourette, pero no el móvil. Envíame por correo electrónico lo que sabes de él, por si quiero hablarle. —Marino le dio su dirección—. Hay que echar un vistazo a lo que grabó la cámara de seguridad. Supongo que el edificio tiene una delante, o quizás haya alguna cerca que permita ver quién entraba y salía. Creo que sería una buena idea hablar con algunos de mis contactos del RTCC, pedirles que se conecten a esa cámara en directo.

—¿Para qué? —Bonnell ahora parecía frustrada—. Tenemos un poli ahí sentado veinticuatro horas al día. ¿Crees que alguien volverá a por más, que la casa está relacionada con el asesinato?

—Nunca se sabe quién decide pasar —replicó Marino—. Los asesinos son personas curiosas, paranoicas. A veces viven al otro lado de la puta calle o son el vecino de al lado. ¿Quién sabe? La cuestión es que si el RTCC puede conectar en directo con la cámara de seguridad, nos aseguramos de que el vídeo sea nuestro y no graban encima por error. Berger querrá el vídeo, lo que es una cuestión aún más importante. Querrá el archivo WAV de la llamada al 911 que hizo quienquiera que descubriese el cuerpo esta mañana.

—No hubo sólo una. Varias personas llamaron al pasar por delante, creían haber visto algo. Como el asunto ha llegado a las noticias, los teléfonos están que arden. Tenemos que hablar. Hablemos tú y yo. No vas a callarte, conque mejor que nos veamos cara a cara.

—También habrá que conseguir el listado de las llamadas de Toni y entrar en su correo electrónico —siguió Marino—. Con suerte habrá alguna explicación lógica para la desaparición del móvil y el portátil, puede que los dejara en casa de un amigo. Igual que el bolso y la cartera.

—Como he dicho, hablemos.

—Creía que eso ya lo hacíamos. —Marino no iba a permitir que Bonnell llevase la voz cantante—. Quizás aparecerá alguien que diga que Toni fue de visita, salió a correr y nunca volvió. Encontraremos su portátil y su móvil, encontraremos su bolso y su cartera, quizá me sienta un poco mejor. Porque ahora mismo no me siento muy bien. Habrás visto la fotografía enmarcada de Toni en la mesita, nada más cruzar la puerta. —Entró en la vivienda y volvió a coger la fotografía—. Participa en una carrera, lleva el dorsal número cuarenta y tres. Hay un par más en el cuarto de baño.

—¿Qué pasa con ellas?

—No lleva auriculares ni iPod en ninguna de las fotos. Ni tampoco veo nada así en el apartamento.

—¿Y?

—De eso se trata. Del peligro de tenerlo ya todo decidido. A los corredores de maratón, los que participan en carreras, no se les permite escuchar música. Está prohibido. Cuando vivía en Charleston, la maratón de los Marines siempre salía en primera página. Amenazaban con descalificar a los corredores si se presentaban con auriculares.

—¿Y adonde quieres ir a parar con eso?

—Si alguien viene por detrás y te golpea en la parte posterior de la cabeza, es muy posible que tengas más opciones de oírlo si no escuchas música a todo volumen. Y parece que Toni Darien no escuchaba música mientras corría. Pese a lo cual alguien consiguió llegar por detrás y golpearla en la cabeza sin que ella siquiera se volviese. ¿Te cuadra?

—No sabes si el asesino llegó por delante y ella se volvió, se agachó o intentó protegerse la cara. Y no la golpearon exactamente en la parte posterior de la cabeza, sino más bien en el lado izquierdo, bajo la oreja izquierda. Es posible que empezara a volverse, estuviera reaccionando, pero fue demasiado tarde. Quizás haces ciertas suposiciones porque te falta información.

BOOK: El factor Scarpetta
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