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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

El factor Scarpetta (5 page)

BOOK: El factor Scarpetta
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—¿Has oído correr agua en las tuberías, gente andando, ruido en los otros pisos?

—¿Desde donde he estado? ¿En la escalera o dentro, al otro lado de la puerta? Todo ha estado muy silencioso. Pero sólo llevo aquí... —Mellnik consultó el reloj—. Unas dos horas.

Marino se guardó la linterna en el bolsillo del abrigo.

—Todos están fuera a esta hora del día. No es un edificio conveniente si eres un jubilado o te pasas el día en casa por enfermedad. Un detalle: no hay ascensor, conque si eres viejo o inválido o enfermo, es una mala elección. Aquí no se controla el precio de los alquileres, no es una cooperativa ni una comunidad en que los inquilinos se conozcan bien; no hay residentes que lleven mucho tiempo aquí, la media de permanencia es de un par de años. Muchas personas sin pareja o parejas sin hijos. Media de edad, entre veinte y treinta años. Hay cuarenta apartamentos, ocho vacíos en la actualidad, y supongo que no hay muchos agentes inmobiliarios presentándose a llamar al encargado. Porque la economía está de pena, que es una de las razones de que haya tantos apartamentos vacíos para empezar, todos abandonados durante los últimos seis meses.

—¿Cómo coño lo sabes? ¿Tienes poderes paranormales, como la de
Médium?

Marino se sacó del bolsillo un fajo de papeles plegados.

—Por el RTCC. En su base de datos tienen una lista de todos los residentes del edificio, quiénes son, qué hacen, si los han arrestado, dónde trabajan, dónde compran, qué coche tienen si tienen alguno, con quién folian.

—Nunca he estado ahí.

Se refería al Real Time Crime Center, o lo que Marino consideraba el puente de mando del
USS Enterprise
, el centro de información-tecnología que controlaba las operaciones interestelares del Departamento de Policía de Nueva York, desde la sede de One Police Plaza.

—No hay mascotas.

—¿Y qué tienen que ver las mascotas en esto? —Mellnik bostezó—. Desde que me han pasado al horario de noche, estoy hecho polvo. No duermo una mierda. Mi novia y yo somos como barcos en la noche.

—En los edificios en que la gente no está en casa durante el día, ¿quién saca al perro? Aquí los alquileres se sitúan alrededor de los 1200 dólares. No son el tipo de inquilino que puede permitirse pagar a alguien que le pasee el perro, ni se molesta siquiera en planteárselo. ¿Y qué tiene eso que ver? Volvemos al punto de partida: apenas hay movimiento, no hay ojos ni oídos. No durante el día, como decía. Es el momento que yo elegiría para entrar en su apartamento, si tuviese malas intenciones. Hacerlo a la vista de todos, cuando la calle y la acera están llenas, pero el interior del edificio está vacío.

—Te recuerdo que no la atacaron aquí. La asesinaron mientras corría en el parque.

—Empieza ya tu formación como investigador y localiza a Bonnell. Quizá de mayor seas Dick Tracy.

Marino regresó al interior del apartamento, dejando la puerta abierta. Toni Darien había vivido como muchas personas que empiezan, en un espacio diminuto que Marino parecía llenar por completo, corno si de pronto el mundo se hubiese encogido a su alrededor. Unos 35 metros, calculó; no es que su apartamento de Harlem fuera mucho mayor, pero al menos él tenía un dormitorio, no dormía en la puta sala, y tenía un patio trasero, un pedazo de hierba artificial y una mesa con bancos adosados que compartía con los vecinos, no mucho de lo que presumir, pero más civilizado que esto. Cuando había entrado por primera vez media hora antes, hizo lo que siempre hacía ante una escena de un crimen: crearse una imagen general, sin mirar nada con detenimiento.

Ahora prestaría más atención, empezando por el vestíbulo, el espacio justo para volverse, y eso era todo, con una diminuta mesa de ratán. Encima había un cenicero del Caesar Palace, quizá donde Toni dejaba las llaves, que habían encontrado en un llavero con unos dados de plata en el bolsillo del polar que llevaba cuando la asesinaron. Quizá Toni fuese como su viejo yle gustase apostar. Marino lo había investigado: Lawrence Darien, un par de detenciones por conducir ebrio, se había declarado en bancarrota y unos años antes había estado implicado en un garito de apuestas ilegales en el condado de Bergen, Nueva Jersey. Había indicios de vínculos con el crimen organizado, posiblemente con la familia Genovese, cargos retirados, el tipo un cerdo, un fracasado, un ex ingeniero bioeléctrico que había abandonado a su familia, un padre vago y gorrón. De los capaces de perjudicar a su hija por haberse involucrado con la clase equivocada de tipos.

Toni no parecía una bebedora. Por el momento, a Marino no le parecía que fuese dada a las fiestas o las compulsiones, más bien todo lo contrario: controlada, ambiciosa y decidida, una fanática del
fitness
, una maniática de la salud. En la mesa de ratán había una fotografía enmarcada de Toni en una carrera, quizás una maratón. Era bonita, como una modelo, cabello largo y oscuro, alta y más bien delgada, con el típico cuerpo de corredora, sin caderas, sin tetas, una expresión de intensa determinación en el rostro. Corría vigorosamente en una calle repleta de otros corredores, a los lados gente animando. Marino se preguntó quién habría tomado la foto, y cuándo.

A unos pasos de la entrada estaba la cocina. Una cocina de dos fogones, una nevera, un fregadero de una sola cubeta, tres armarios, dos cajones, todo blanco. En la encimera había cartas amontonadas, ninguna abierta, como si Toni hubiese entrado con ellas, las hubiera dejado ahí y se hubiese ocupado de otros asuntos, o no se le antojaran de interés. Marino vio varios catálogos y circulares con cupones, lo que él llamaba correo basura, y un papel color rosa vivo que advertía a los residentes del edificio que mañana, 19 de diciembre, cortarían el agua de las ocho de la mañana hasta mediodía.

Al lado había un escurreplatos de acero inoxidable y en él un cuchillo de mantequilla, un tenedor, una cuchara, un plato, un cuenco, un tazón con una viñeta de
The Far Side
, la del niño en la Escuela Midvale para Superdotados que empuja una puerta donde pone TIRAR. El fregadero estaba vacío y limpio, un estropajo y una botella de detergente líquido Dawn, ni migas ni manchas de comida en la encimera, el suelo de madera inmaculado. Marino abrió el armario de debajo del fregadero y encontró un pequeño cubo de basura con una bolsa de plástico blanco. En su interior había una piel de plátano marrón que olía acre, unos pocos arándanos marchitos, un cartón de leche de soja, posos de café y un montón de toallitas de papel.

Abrió algunas y detectó algo que olía a miel y cítrico, como amoníaco con aroma a limón, tal vez limpiadores para los muebles y los cristales. Vio un aerosol de limpiacristales Windex con aroma a limón, una botella de líquido para la madera que contenía miel de abejas y aceite de naranja. Parecía que Toni era muy diligente, tal vez obsesiva, y que la última vez que estuvo en casa la había limpiado y ordenado. ¿En qué habría usado el Windex? Marino no veía nada de cristal. Se dirigió a la pared del otro extremo, se asomó entre las persianas y pasó un dedo enguantado por el cristal. Las ventanas no estaban sucias, pero tampoco parecía que las hubiesen limpiado recientemente. Quizás habría utilizado el Windex para limpiar un espejo o algo así, o quizás otra persona había estado limpiando, para eliminar huellas y ADN, o eso creía. Marino regresó a la cocina, lo que le llevó menos de diez pasos. Las toallitas de papel de la basura fueron a parar a una bolsa de pruebas para el análisis de ADN.

Toni había guardado los cereales en la nevera, varias cajas de cereales integrales Kashi, más leche de soja, arándanos, quesos, yogur, lechuga romana, tomates cherry, un recipiente de plástico que contenía pasta con lo que parecía salsa parmesana, quizás era comida para llevar, quizás había cenado en algún sitio y se había llevado a casa las sobras. ¿Cuándo? ¿Anoche? ¿O lo último que había comido en su apartamento era un bol de cereales con plátano y arándanos, y una taza de café? ¿El desayuno? No había desayunado esta mañana, eso seguro. ¿Había desayunado aquí ayer por la mañana, luego estuvo ausente todo el día y quizá cenó fuera, en algún restaurante italiano? Y después, ¿qué? ¿Volvió a casa, metió la pasta en la nevera y en algún momento de la noche lluviosa salió a correr? Pensó en el contenido del estómago, sintió curiosidad por lo que Scarpetta habría encontrado en la autopsia. Había intentado hablar con ella varias veces esa tarde y le había dejado varios mensajes.

El suelo de madera crujió bajo las grandes botas de Marino cuando éste regresó a la salita. El tráfico de la Segunda Avenida era ruidoso, motores y cláxones y peatones en la acera. El ruido y la actividad constantes tal vez habían dado a Toni una falsa sensación de seguridad. No era probable que se hubiera sentido aislada aquí, una planta por encima de la calle, pero seguramente bajaba las persianas de noche para que nadie viese el interior de la vivienda. Mellnik aseguraba que las persianas estaban bajadas cuando llegaron Bonnell y los de criminalística, lo que daba a entender que las había bajado Toni. ¿Cuándo? Si su última comida aquí había tenido lugar ayer por la mañana, ¿no se molestaba en subir las persianas cuando se levantaba? Era evidente que le gustaba mirar por las ventanas, porque había colocado una mesita y dos sillas entre ellas. La mesa estaba limpia, sólo con un mantel individual de caña, y Marino se la imaginó ahí sentada ayer por la mañana, desayunando cereales. Pero ¿con las persianas bajadas?

Entre las ventanas había un televisor de pantalla plana sujeto por un único brazo a la pared, un Samsung de 32 pulgadas cuyo mando a distancia estaba en una mesilla junto a un confidente. Marino pulsó el botón del mando a distancia para comprobar qué era lo último que Toni había visto. El televisor se encendió en las Noticias de la CNN; uno de los presentadores hablaba del asesinato de «una corredora en Central Park cuyo nombre aún no han facilitado las autoridades», luego el alcalde Bloomberg hacía una declaración al respecto y después el inspector jefe Kelly, lo que solían decir los políticos y las autoridades para tranquilizar a la población. Marino escuchó hasta que pasaron a hablar del último escándalo por el rescate de la aseguradora AIG.

Dejó el mando en la mesita, exactamente donde lo había encontrado, se sacó el cuaderno del bolsillo y anotó en canal, preguntándose si los de criminalística o Bonnell lo habían advertido. Seguramente, no. Se preguntó cuándo habría mirado Toni las noticias. ¿Era lo primero que hacía al levantarse por la mañana? ¿Ponía las noticias durante el día o las miraba antes de acostarse? ¿Cuándo las habría mirado por última vez, dónde se había sentado? Por la inclinación del brazo del televisor, la pantalla miraba la cama doble. Esta estaba cubierta por una colcha de raso azul claro, con tres animales de peluche en las almohadas: un mapache, un pingüino y un avestruz. Marino se preguntó si alguien se los habría regalado, quizá su madre, poco probable un novio. No parecía algo que un tipo diese como regalo, a menos que fuese gay. Marino tocó el pingüino con un dedo enguantado y miró la etiqueta, luego comprobó la de los otros dos. «Gund.» Lo anotó.

Junto a la cama había una mesa con un cajón. Contenía una lima de uñas, unas pilas doble A, un bote de ibuprofeno y un par de viejos libros sobre crímenes reales:
The Jeffrey Dahmer Story: An American Nightmare
y
Ed Gein-Psycho.
Marino anotó los títulos, hojeó ambos ejemplares por si Toni había escrito alguna anotación, no encontró ninguna. Entre las páginas de
The Jeffrey Dahmer Story
había un recibo con fecha 18 de noviembre de 2006, cuando parecía que lo había adquirido de segunda mano en Moe's Books, Berkeley, California. ¿Una mujer que vivía sola leía esas cosas terroríficas? Tal vez alguien se las había dado. Las metió en una bolsa de pruebas. Irían al laboratorio por si encontraban huellas o ADN. Un presentimiento que él tenía.

A la izquierda de la cama estaba el armario, la ropa que contenía era moderna, sexy: mallas, jerséis largos, camisetas escotadas con serigrafías, licra, un par de vestidos elegantes. Marino no reconoció las marcas, aunque tampoco era un experto en diseño de moda. Baby Phat, Coogi, Kensie Girl. En el suelo había diez pares de zapatos, entre ellos unas zapatillas de corredor Asics como las que calzaba cuando fue asesinada y un par de botas de borreguillo Ugg para el invierno.

La ropa de cama estaba plegada y guardada en un estante alto, junto a una caja de cartón que Marino bajó para ver el contenido. DVD, películas, la mayoría comedias y de acción, la serie de
Ocean's Eleven
, otro tema de apuestas. Le gustaban George Clooney, Brad Pitt, Ben Stiller. Nada muy violento, nada terrorífico como los libros que tenía junto a la cama. Quizá ya no comprase DVD y mirase las películas, también las de terror, por cable o en canales de pago. Tal vez mirase las películas en su portátil. ¿Dónde demonios estaba su portátil? Marino tomó fotografías y más notas.

Reparó en que, hasta el momento, no había visto ningún abrigo de invierno. Algunas cazadoras y un abrigo largo de lana roja que parecía muy pasado de moda, quizá de la época del instituto, quizá se lo habría dado su madre u otra persona, pero ¿y un abrigo de invierno de verdad, para cuando tenía que andar por la ciudad en un día como éste? Una parka, un anorak, algo de plumón. Había mucha ropa informal, mucha ropa para correr, polares y pantalones de chándal, pero ¿y cuándo iba a trabajar? ¿Y cuando salía a hacer recados o a cenar o a correr si hacía frío de verdad? No habían encontrado ningún abrigo grueso ni en el cadáver ni en los alrededores, sólo un polar, lo que a Marino se le antojaba incongruente con el severo frío de anoche.

Entró en el único cuarto de baño y encendió la luz. Un lavabo blanco, una bañera y ducha en una pieza, una cortina de ducha azul con un pez y un barco blanco. Varias fotografías enmarcadas en las paredes de azulejos blancos, más fotografías de ella corriendo, no la misma carrera que en la otra fotografía del vestíbulo. Tenía diferentes números de dorsal, debía de participar en muchas carreras, debía de gustarle mucho y también los perfumes, tenía seis frascos con diferentes fragancias en la repisa, marcas de diseñadores como Fendi, Giorgio Armani, Escada, y se preguntó si los habría adquirido en tiendas de saldos o los habría comprado
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con un setenta por ciento de descuento, como había hecho él un mes antes con las compras de Navidad.

Entonces se le ocurrió que tal vez fuese mala idea regalar a Georgia Bacardi un perfume llamado Trouble, «problema», que había comprado por 21,10 dólares, un descuento enorme porque iba sin caja. Cuando lo descubrió en eBay le había parecido divertido y coqueto. Ahora que ambos tenían problemas, no era tan divertido. Tantos problemas que lo único que hacían era discutir, sus visitas y sus llamadas eran menos frecuentes, los mismos avisos de siempre. La historia se repetía. El nunca había tenido una relación duradera o no estaría viéndose con Bacardi, para empezar; estaría felizmente casado, quizás aún seguiría con Doris.

BOOK: El factor Scarpetta
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